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PENSAMIENTOS… 38 MATRIMONIO Y FAMILIA: ALEGRÍAS Y PENAS INTRODUCCIÓN Todos llevamos en el corazón a nuestra familia, con tantos sentimientos y recuerdos que constituyen la trama vital de nuestra existencia. Al salir del hogar para formar otra familia o para realizar otra vocación y misión, todos llevamos la impronta psicológica, afectiva, cultural y mental de nuestra familia de origen, hasta el final de nuestros días. En las relaciones con los demás y con Dios reproduciremos el sentir y el actuar que habremos vivido con los padres y los hermanos, con el esposo/a y los hijos. La familia nos marca profundamente, hace nuestro temperamento y nuestro carácter, nuestra moral y nuestra conducta. Todas nuestras facultades y nuestros sentimientos surgen y se desarrollan en el seno de la familia, en el diálogo cruzado entre esposos, padres e hijos, hermanos y parientes. Los conceptos del bien y del mal, de lo verdadero y lo falso, de lo correcto e incorrecto, de lo justo e injusto, se aprenden mayormente en el hogar. Pero el valor principal que se experimenta en la familia, es el amor, en toda su profundidad y altura. Y desde el amor la vida toma significado y valor. Del amor depende el sentido de plenitud o vacío, de alegría o tristeza, de arraigo o desarraigo. En las páginas que siguen reflexionaremos sobre la importancia del matrimonio y la familia, considerando su belleza, su origen de Dios, las condiciones para una feliz convivencia, la necesidad de una espiritualidad y una pastoral familiar; y por fin el futuro de la familia y su relación con la sociedad. Con este trabajo no pretendo hacer un tratado completo y exhaustivo sobre la familia, sino solo ayudar a entender que el proyecto de Dios sobre el matrimonio y la familia, inspirado en su propia naturaleza trinitaria y en el modelo de la Sagrada Familia de Nazaret, es la mejor propuesta para su éxito y felicidad. Mons. Roberto Bordi ofm INDICE Números La belleza de la familia…………………………………………… 1-13 La Trinidad, origen e imagen de la familia……………………… 14-25 La Sagrada Familia de Nazaret…………………………………. 26-37 Los esposos……………………………………………………….. 38.50

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PENSAMIENTOS… 38 MATRIMONIO Y FAMILIA: ALEGRÍAS Y PENAS

INTRODUCCIÓN Todos llevamos en el corazón a nuestra familia, con tantos sentimientos y recuerdos que constituyen la trama vital de nuestra existencia. Al salir del hogar para formar otra familia o para realizar otra vocación y misión, todos llevamos la impronta psicológica, afectiva, cultural y mental de nuestra familia de origen, hasta el final de nuestros días. En las relaciones con los demás y con Dios reproduciremos el sentir y el actuar que habremos vivido con los padres y los hermanos, con el esposo/a y los hijos. La familia nos marca profundamente, hace nuestro temperamento y nuestro carácter, nuestra moral y nuestra conducta. Todas nuestras facultades y nuestros sentimientos surgen y se desarrollan en el seno de la familia, en el diálogo cruzado entre esposos, padres e hijos, hermanos y parientes. Los conceptos del bien y del mal, de lo verdadero y lo falso, de lo correcto e incorrecto, de lo justo e injusto, se aprenden mayormente en el hogar. Pero el valor principal que se experimenta en la familia, es el amor, en toda su profundidad y altura. Y desde el amor la vida toma significado y valor. Del amor depende el sentido de plenitud o vacío, de alegría o tristeza, de arraigo o desarraigo. En las páginas que siguen reflexionaremos sobre la importancia del matrimonio y la familia, considerando su belleza, su origen de Dios, las condiciones para una feliz convivencia, la necesidad de una espiritualidad y una pastoral familiar; y por fin el futuro de la familia y su relación con la sociedad. Con este trabajo no pretendo hacer un tratado completo y exhaustivo sobre la familia, sino solo ayudar a entender que el proyecto de Dios sobre el matrimonio y la familia, inspirado en su propia naturaleza trinitaria y en el modelo de la Sagrada Familia de Nazaret, es la mejor propuesta para su éxito y felicidad. Mons. Roberto Bordi ofm

INDICE NúmerosLa belleza de la familia…………………………………………… 1-13La Trinidad, origen e imagen de la familia……………………… 14-25La Sagrada Familia de Nazaret…………………………………. 26-37Los esposos……………………………………………………….. 38.50Padres e hijos……………………………………………………… 51-63Los hermanos……………………………………………………… 64-75Espiritualidad familiar……………………………………………… 76-92Familia cristiana y sociedad……………………………………… 93-105Pastoral familiar……………………………………………………. 106-117El futuro de la familia……………………………………………… 118-130

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LA BELLEZA DE LA FAMILIA

1.Hablar de la familia es pensar en primer lugar en el amor, pues es la realidad que le da origen, la sustenta y la motiva durante toda la vida. “Dios une los corazones de un hombre y una mujer… no solo para vivir juntos por siempre, sino para que se amen siempre” (Sinodo obispos 1). “El amor no se reduce a la ilusión del momento. El amor no es fin a sí mismo, sino que busca la entrega a un “tu” personal. En la promesa recíproca de amor, en la buena y en la mala suerte, el amor quiere continuidad de vida, hasta la muerte” (Sínodo 4).Y el amor es bello, porque irradia alegría, une, apacigua, reconforta, anima y fortalece.

2.Es hermoso ver llegar al altar a los novios sonrientes y felices que se prometen amor y fidelidad. Es hermoso ver los padres con sus hijos estando juntos, festejando juntos, llorando juntos, luchando juntos, orando juntos… Es hermoso ver a los padres abrazar a sus hijitos, y éstos devolviendo el abrazo y gozando del cariño de los padres. Es hermoso ver a los hermanos conversando, jugando, riendo, ayudándose, animándose los unos a los otros, compartiendo recuerdos, alegrías y tristezas. Cuando una familia está animada por el amor, no hay poeta que pueda describir su belleza. Solo Dios pudo pensar en crear a la familia, porque Él mismo es Familia, belleza suprema, amor infinito y alegría eterna. El Papa dijo en Filadelfia el 29-7-2015, que el mismo “Dios entró en el mundo en una familia. Y pudo hacerlo porque era una familia (la de Nazaret) que tenía el corazón abierto al amor”

3.La belleza del amor está en su riqueza de expresiones, que se despliega en una diversidad de relaciones con sentimientos propios para cada miembro de la familia. Tal riqueza permite entrelazar, sin confundirse, el amor de esposos, padres, hijos, hermanos, y hacer de la familia una unidad de corazones de la cual todos gozan. Lo maravilloso del amor es que no se agota ni disminuye al multiplicarse la familia. A pesar de los límites humanos y de las imperfecciones de cada uno, parece que el amor persiste durante toda la vida. A veces se trata de amor gozoso, a veces de un amor herido y defraudado, a veces de un amor que exige y reprocha… pero no muere en la indiferencia. Se dice que el odio es amor al revés, porque no es otra cosa que resentimiento por la negación del amor esperado.

4.Otro aspecto de gran belleza que nos presenta la familia, es la vida. Todos se admiran y se alegran por el nacimiento de un niño. Lo contemplan con la sonrisa en los labios y en el corazón, porque les parece un milagro ver a una creatura nueva, fruto del amor de los esposos y del poder de Dios. Los padres quedan encantados al recibir en sus brazos y en su hogar al bebé, a quien aman y cuidan desde el primer instante con un cariño entrañable. Los que tienen fe lo consideran como un regalo incomparable de Dios. Y a medida que va creciendo y manifestando consciencia, inteligencia, habilidades, sentimientos, sonrisa y contento, gestos de agrado y desagrado… todos se quedan sorprendidos por el desarrollo constante, pasando por las etapas de la infancia, la niñez, la adolescencia y la juventud, hasta la madurez de la vida adulta. ¡Qué belleza ver una familia con muchos hijos rodeando a los padres, desde el más pequeño hasta el más grande; llenando el hogar con su vitalidad y alegría.

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5.¡Cuánta belleza en los niños! Con su rasgos delicados y tiernos, con el encanto de su inocencia y alegría de vivir, con su capacidad de admiración y su incansable curiosidad, su sinceridad y autenticidad desconcertante, con su actividad bulliciosa, y especialmente con su confianza y su afectividad desbordante… ellos son, sin saberlo, la razón de ser y de vivir para sus padres. El mismo Jesús alabó, bendijo y abrazó a los niños, exhortándonos a ser como ellos si queremos entrar en el Reino de los Cielos. Los padres gozan y sufren con sus pequeños, y solo buscan su felicidad. Es maravilloso constatar como Dios marcó la relación entre padres e hijos con un gran amor, porque los niños necesitan de protección y cariño, y los padres necesitan de la presencia de sus hijos para volcar en ellos su amor maternal y paternal. Esta necesidad recíproca hace posible el crecimiento sereno de los niños y da sentido y alegría a la vida de los padres.

6.La familia siempre será un refugio y un amparo en los momentos difíciles y duros de la vida. Uno sabe que podrá contar con sus familiares, especialmente con los padres, porque la compasión y la misericordia que uno necesita, nace del amor, y éste se encuentra en el corazón de los familiares más que en cualquier otra persona. En la familia todos sufren cuando ven sufrir a uno de los suyos. Eso hace posible la disponibilidad para prestar ayuda o consuelo. Y quien no socorre a sus familiares en la necesidad y en el sufrimiento, luego lo sentirá como una culpa y una angustia que le aprieta el corazón. ¡Qué bello es ver como una familia se protege y se brindan atenciones, y se juntan todos para levantar al caído, consolar al afligido, animar al deprimido! Eso es muy humano y muy cristiano.

7.Cuando todos en familia cumplen con lo que les dicta el corazón y la razón, se convierte en la mejor escuela de convivencia, en la más bella sociedad, en una comunidad perfecta. Los hijos en relación con los padres aprenden a respetar y obedecer a la autoridad. Los hermanos entre ellos aprenden a vivir en igualdad, a ser solidarios y respetuosos de la libertad y decisiones de los demás. De los esposos que desempeñan su rol específico y se complementan en sus necesidades y obligaciones, se aprende a cumplir con las tareas y deberes civiles según su propia vocación y capacidad. Los padres que buscan el bien común de toda la familia, y están atentos a las necesidades de cada uno, preocupándose por el alimento, la salud, la educación, la conducta y la fe de sus hijos, pueden ser un ejemplo para las autoridades civiles, para que actúen no por el poder y el dinero, favoreciendo a unos y descuidando u oprimiendo a otros, sino para el bien de todos los ciudadanos, con justicia y equidad. El afecto, la cordialidad, la alegría de vivir juntos, la solidaridad que se observa en una bella familia, puede inspirar a los ciudadanos a vivir en paz y alegría, desterrando el miedo, la inseguridad, las amenazas y los perjuicios recíprocos.

8.No hay otro espectáculo más bello que ver una familia rezar juntos. Padres e hijos unidos en la fe y en el corazón, arrodillados delante de una imagen sagrada, o sentados alrededor de la mesa antes de comer, u ocupando un lugar en la iglesia… que agradecen, bendicen, alaban y adoran a Dios, y piden los unos por los otros, motivados por el amor recíproco. Qué hermoso ver una familia participar juntos de una procesión, de la Eucaristía dominical, o rezar juntos en el cementerio en la tumbas de sus queridos. La oración es unión y comunión con Dios y en Dios; es contemplar en la Trinidad el modelo de la familia, e imitar a las tres divinas Personas en la entrega y amor total el uno para el otro.

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9.Qué hermosa la familia donde se transmiten los valores morales, religiosos y humanos, educando las nuevas generaciones a vivir en el bien, la rectitud, las virtudes humanas y cristianas. Es bello ver al papá o a la mamá enseñar a los hijos los buenos modales, el respeto a los demás, la honestidad, decir la verdad; contarles la historia Sagrada, la vida de Jesús; acostumbrarlos a participar de la vida de la Iglesia, tomarles la mano y enseñarles a santiguarse, y juntárselas para rezar… También es importante prevenirlos de las malas costumbres, de los vicios y adicciones; avisarles del peligro de las malas compañías, acostumbrarlos a una cierta disciplina y control moral. Los padres que aman a los hijos siempre buscan el mayor bien para ellos. Y es muy bella su dedicación para formarlos y prepararlos para una vida digna y buena. Son muy hermosos los hijos que salen bien vestidos, peinados, saludables y bien arreglados; pero son mucho más bellos cuando están adornados con virtudes y cualidades que los hacen buenos y agradables a todos y a Dios.

10. ¡Qué belleza ver a los esposos envejecer juntos con una larga historia de amor. Pasados los años del enamoramiento, su amor se profundiza y se consolida en una relación de afecto entrañable. Ya no es el atractivo físico y sensual, pues el deterioro corporal es progresivo e inevitable, y el vigor y la belleza de la juventud desaparece; pero el amor se interioriza y espiritualiza, estrechando vínculos aún más fuertes, después de una vida compartida con tantas alegrías y tantos sufrimientos. Si han sido capaces de vivir las exigencias del amor, es decir la fidelidad, la benevolencia, la ayuda mutua, la tolerancia, el perdón, la solidaridad en las tareas del hogar, en el cuidado y educación de los hijos… se habrán vuelto “una sola carne”, un solo corazón, y ni la muerte podrá borrar el recuerdo agradecido de su buena convivencia.

11. Es hermoso ver gozar a los abuelos con sus nietos, a los tíos con sus sobrinos, a los primos y parientes en general, que constituyen la familia ampliada, y que en muchas sociedades es el núcleo familiar básico. Cuando se juntan todos para una fiesta de cumpleaños, o por un casamiento, un funeral y en otras circunstancias, se vive una honda participación afectiva, que dilata el corazón y proporciona la grata sensación de sentirse acompañados en la vida. Es triste en cambio cuando las familias se desintegran y los individuos se aíslan, apartándose en el individualismo y la soledad. Más amplio y más sólido es el círculo de familiares y parientes, más rica será la existencia de todos, pues cada uno aporta su cariño, sus valores y su solidaridad, en las alegrías y en las penas, haciendo más intensa y más llevadera la vida de todos y cada uno.

12. La belleza de la familia sin embargo no es absoluta. Solo la belleza de Dios es absoluta, eterna y perfecta. Lo reza también el salmo: “Los cielos narran la belleza de Dios” ( ). El Papa Francisco, en una de su homilía recientes, afirmó que “el problema del hombre es que con frecuencia se arrodilla ante lo que, de aquel esplendor es solo un reflejo”. Estas palabras podemos aplicarla a nuestro tema. Hay mujeres que adoran a su esposo, y viceversa; hijos que idolatran a sus padres, y viceversa; hermanos que exaltan a sus hermanos mayores y viceversa… No tardarán en darse cuenta de que nadie es perfecto. Eso no debe conducirnos al pesimismo y a desvalorizar la familia, sino al contrario, hacer lo posible para ir creciendo en la perfección y en el amor, para que la familia sea más feliz; pero sin tener pretensiones neuróticas ni manías absolutistas. Veremos en el próximo capítulo como el Dios Trinitario, que nos ha revelado Cristo, es la fuente de la belleza de la familia, y al mismo tiempo el modelo supremo de su vivencia y perfección.

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13. A la familia muchas veces se le llama “hogar”. Es una palabra que significa lugar del fuego, que no solo se utiliza para cocinar, sino también para juntarse toda la familia y calentarse en las temporadas de frío. Podríamos ver en el hogar un símbolo del amor que une a toda la familia, padres e hijos, en una convivencia de gozo y paz. Es bello ver al núcleo familiar unido en el amor, compartiendo historias y vida, experiencias y esperanzas. Es bello pensar en los millones de hogares que hay en todo el mundo, donde arde el amor y hierve la alegría de estar juntos. El amor y la alegría infinita del Dios Trinitario se desbordó y creó millones de pequeñas trinidades humanas (esposo, esposa, hijos) que van multiplicándose sin cesar a lo largo de los siglos. ¡Es una verdadera maravilla!

LA TRINIDAD ORIGEN E IMAGEN DE LA FAMILIA

14. “A la luz del Nuevo Testamento es posible descubrir que el modelo originario de la familia hay que buscarlo en Dios mismo, en el misterio trinitario de su vida. El «Nosotros» divino constituye el modelo eterno del «nosotros» humano; ante todo, de aquel «nosotros» que está formado por el hombre y la mujer, creados a imagen y semejanza divina” (Carta a las Familias de J.Pablo II°).

15. Según los teología católica, fundamentada en la Biblia, la Santísima Trinidad resulta de Tres Personas (Padre, Hijo y Espíritu Santo), dos procesiones (del Hijo que procede del Padre, y del Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo), cuatro relaciones (paternidad, filiación, espiración pasiva, espiración activa), dos misiones (envío del Hijo al mundo y envío del Espíritu Santo a la Iglesia), tres propiedades (Padre creador, Hijo redentor, Espíritu santificador). A pesar de estas diferencias y funciones específicas, las Tres Personas son un solo Dios, están metidos e in-habitan el uno en el otro (pericóresis, circuminsessio) y actúan juntas en la creación, en la redención y en la santificación, precisamente por estar el uno en el otro.

16. Salvadas las distancias y el misterio, podemos aplicar la vida trinitaria a la familia humana. En el matrimonio y en la familia también hay una profunda unidad, no ontológica, pero sí de especie, psicológica, afectiva y activa. Igualmente se dan las procesiones, al engendrar los hijos. Se dan las relaciones: paternidad-maternidad, filiación, hermandad. Se dan las misiones, en cuanto que los padres educan y preparan a los hijos para que salgan a formar otro hogar y a contribuir al bien de la sociedad y del Reino de Dios. Las propiedades trinitarias se reflejan en la función específica de cada miembro de la familia: la de engendrar, la de de actuar en el mundo, la de testimoniar la fe. Todos los miembros de la familia, padres e hijos, están unidos en el amor y pueden actuar juntos hacia afuera en el medio social y eclesial.

17. La Biblia dice que Dios creó al hombre “a su imagen y semejanza”; “lo creó varón y mujer”; quiso que fueran “una sola carne” y les mandó multiplicarse; es decir, estableció que vivan unidos, les dio la capacidad de amar y de engendrar otras vidas. Ahí están los tres elementos que hacen la familia humana semejante a la familia divina. La Biblia dice “imagen y semejanza” es decir parecido, analogía, no igualdad. Lo más difícil de entender de la Trinidad es la unidad o identidad de naturaleza y la distinción de las tres Personas. Siempre se hace el ejemplo del trébol (tres partes unidas en una sola hoja), o del sol (materia, luz y calor, en un solo astro), o

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del triángulo (tres ángulos que abarcan una sola superficie), y también del hombre con sus tres facultades de inteligencia, voluntad y memoria. Pero no se logra explicar el misterio, quedando incomprensible a la razón, conocido solo por la Revelación: conocido, no comprendido. Pero no es de extrañarse, porque tampoco se comprende que es la vida, el amor, la materia y tantas cosas elementales con que estamos a contacto y que existen realmente.

18. ¿Cuáles son los elementos de semejanza? En primer lugar una relación de tres sujetos o tres partes: en la Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu; en la familia, padre (esposo), madre (esposa), hijos (hermanos). Lo que los une, en la Trinidad es el Espíritu, que es Amor, causa y efecto de la unión; una unión afectiva, pero también sustancial; en teología se habla de que las Tres Personas divinas son “consustanciales”, de la misma sustancia; como el sol, que es materia, fuego y luz al mismo tiempo, y es una realidad única. En la familia humana, lo que la une es el amor, efecto y causa de la unión; una unión psicológica, afectiva, de la misma especie, pero no sustancial, pues no comparten la misma sustancia o esencia corporal y espiritual. En el credo decimos que Dios Padre genera a Dios Hijo en el amor del Espíritu: “generado, no creado”. En cambio el hombre es creado por Dios, no generado. En la Trinidad Dios Padre genera al Hijo, como el sol genera la luz y el calor, sin desprenderse de ellos. En la familia humana los padres engendran a los hijos, pero éstos se desprenden de ellos físicamente.

19. La realidad más bella en Dios es la perfección infinita, que genera amor, y el amor genera alegría. Por amor, Dios Padre vuelca todo su Ser infinitamente perfecto en su Hijo (cfr Mt 5,48), complaciéndose en Él de su propia imagen. El Hijo a su vez acoge al Padre gozando de su infinita perfección y amor, y le devuelve la mirada de amor infinito. Esta complacencia recíproca se hace personal en el Espíritu Santo. San Agustín dice que el Padre es el Amante, el Hijo el Amado, el Espíritu Santo el Amor. La Biblia dice que Dios es Amor. Y si es amor es Trinidad porque amar supone tener amor y tener alguien a quien amar. En Dios este Alguien no puede ser otro que tenga su misma perfección y grandeza, porque de otra manera quedaría insatisfecho, incompleto, imperfecto, y no sería Dios. La Sagrada Escritura nos dice que en Cristo se halla la “plenitud de la Divinidad” (Col 2,9), por lo tanto satisface plenamente al Padre, que lo ama con el ardor infinito del Espíritu Santo.

20. En la dinámica del amor divino, cada Persona se vacía y se entrega totalmente a la otra, resultando una plenitud y un enriquecimiento mutuo infinito. Y al mismo tiempo despliega su potencia infinita de amar porque encuentra un ser infinito y perfecto a quien abrazar y por quien es correspondido en la misma medida. Misteriosamente, según la Revelación, el amor infinito del Padre y del Hijo se desborda y se convierte en Alguien concreto que es el Espíritu Santo. En esta dinámica vemos reflejados el matrimonio y la familia humana. El esposo vuelca todo su corazón, su mirada, su vida en la esposa; ésta hace lo mismo con su esposo. Ambos se convierten en padres y se vuelcan sobre los hijos con todo su cariño y entrega; y los hijos responden con su afecto entrañable hacia los padres.

21. También en la familia lo más hermoso es el amor, que nace de la complacencia recíproca de los esposos y se transmite a los hijos, y de los hijos a los padres y entre los hermanos. Igual que la Trinidad, la familia es una comunidad de personas, una comunidad de amor. El amor hace la belleza y el gozo de la familia. El amor entre los esposos y entre padres e hijos es tan fuerte, tan

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entrañable que los une profundamente en una convivencia permanente e inquebrantable. El amor hace posible la entrega y la dedicación mutua en un vínculo afectivo y espiritual y hasta corporal, capaz de sacrificar la vida por el bien de los demás familiares. Pero si en Dios la entrega recíproca es perfecta y absoluta, en los hombres muchas veces está viciada y disminuida por el egoísmo, las imperfecciones y los pecados. De ahí la necesidad de ir creciendo en el amor hasta la perfección, para ser verdadera imagen de la SSma. Trinidad.

22. La familia no solo debe imitar a la familia Trinitaria, para alcanzar la perfección del amor y la felicidad, sino que está llamada también a participar de su vida divina. Mediante el matrimonio, los demás Sacramentos y una conducta de santidad cristiana, padres e hijos se convierten en familia de Dios, que les comunica su gracia y los hace hijos suyos y herederos del cielo (cfr Rom 8,17). Al mismo tiempo la perfección de vida que Dios les exige, hace más grande la aceptación recíproca y el amor entre los esposos y familiares; pues a más bondad y más perfección, habrá más complacencia, más amor y más felicidad. Así el amor de Dios se convertirá en amor de la familia. Es importante recibir el sacramento del matrimonio y vivir en gracia de Dios si se quiere crecer en el amor esponsal y familiar.

23. La Trinidad ofrece ejemplos que son paradigmáticos para la familia. En teología se habla de la “perichoresis” (en latín: circuminsessio) que es el “misterio de la vida intradivina como comunión recíproca y permanente de autoentrega mutua. Su extensión a las relaciones del Dios trinitario con los hombres y con la creación entera hace del mismo un Dios de la historia y del dinamismo intradivino una comunión abierta e integradora. Un concepto, por tanto, que, sin pretender explicar lo inefable, nos ayuda a percibir las implicaciones ontológicas y existenciales de la fe en un Dios que se define como Amor” (Santiago del Cura Elena). Así como en la Trinidad, debe haber también en la familia una circularidad de amor y vida que pasa del uno al otro haciendo una unión profunda, respetando las diferencias con las que se complementan.

24. La familia, igual que la SSma. Trinidad, necesita relacionarse, salir al encuentro de Dios y de los demás, empezando por los parientes y vecinos. En su misión hacia afuera responde al amor de Dios y aporta sus riquezas humanas, espirituales y materiales, su trabajo y sus capacidades para el bien de los demás; al mismo tiempo recibe de Dios más gracias y recoge los aportes de los demás para su propio beneficio. En la Iglesia el encuentro con los hermanos forma la “koinonía, la ”comunión de los santos”, en la que todos se enriquecen recíprocamente haciendo participes los unos los otros de los carismas y gracias recibidos de Dios. La familia encerrada en sí misma no puede subsistir, porque al cortar los lazos con Dios y con los demás, se empobrece y queda frustrada en sus necesidades espirituales, psicológicas y materiales.

25. El matrimonio y la familia sólo tiene vigencia en la tierra, en la historia, por tener como finalidad principal la procreación, transmitiendo la vida dentro de una relación de amor. Un amor de ambos esposos que se concentra en el hijo. Este amor hace posible el cuidado, el acompañamiento y el crecimiento de la nueva vida. En el cielo no habrá matrimonio, porque ya no habrá procreación, y seremos como ángeles del cielo: “en la resurrección ni se casarán ni se darán en casamiento, sino serán como los ángeles de Dios en el cielo” (Mateo 22:23-30). Todos estarán prendidos del amor de Dios, que “será todo en todos” (1Cor 15,28; cfr. Juan 17,21;

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14,23). Y todos se amarán de manera perfecta en Dios, porque en cada uno se reflejará la belleza y la riqueza infinita de Dios.

LA SAGRADA FAMILIA DE NAZARET

26. En el hogar de Nazaret podemos contemplar a tres maravillosas personas que constituyen la Sagrada Familia: Jesús, María y José. Si bien José no era el padre natural de Jesús, sino padre adoptivo, sin embargo podemos considerarlo como parte esencial de la familia, siendo además verdadero esposo de María, y reconoció al Niño como hijo suyo delante de la ley judía. Jesús figura con efectos jurídicos, como “hijo de José el carpintero” (Mt 13,55; Jn 6,42). Jesús un día afirmó: “Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen ” (Lc 8,21). María y José cumplieron perfectamente la voluntad de Dios con su santidad de vida; y eso es lo que más vale a los ojos del Señor.

27. En la familia de Nazaret tenemos todos los elementos que la hacen modelo e ideal para todas las familias del mundo. En primer lugar María y José se casaron con rito religioso, fieles a la ley de Dios y a las tradiciones judías, conscientes de que el matrimonio es algo sagrado, instituido por Dios. Y se mantuvieron siempre fieles sabiendo que “ lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre” (Mt 19,6). Hay muchos cristianos que se juntan, o se casan solo por lo civil, o si se casan por la Iglesia no cumplen con sus compromisos matrimoniales y se separan o divorcian como si la ley de Dios no contara nada. No le están faltando solo a la pareja y a los hijos, sino sobre todo a Dios, quien estableció que el matrimonio sea indisoluble, para el bien de toda la familia.

28. Según la Biblia, José fue un hombre “justo”, y María “llena de gracia”. La palabra “justo” significa aquel que se ajusta a la ley de Dios, por lo tanto José fue un santo varón. Y “llena de gracia” significa perfecta, inmaculada y santa. Dios eligió a dos creaturas maravillosas para que cuidaran a la maravilla de las maravillas, el Niño Dios. Si no hubieran sido dignos, Dios no los habría elegido para una tarea tan importante. Siendo como eran José y María, el hogar de Nazaret debe haber sido un paraíso, especialmente por la presencia del Hijo de Dios, perfecto en todo sentido, rey del amor y de la belleza espiritual y moral. Entonces otro elemento que resalta en la Familia Sagrada es la santidad, que debemos imitar, pues esta es nuestra vocación primaria: “Sean santos” (Lv 20,7); “Sean perfectos” (Mt 5,48).

29. La santidad no es algo que nos ponemos encima, como una túnica, sino que vamos tejiendo poco a poco con las obras, las opciones, los sentimientos y actitudes de toda la vida. María nació inmaculada por privilegio, en vista de la maternidad divina; pero se mantuvo perfecta toda su vida: el Ángel Gabriel la saludó diciendo “Dios te salve María, llena de gracia” (Lc 1,28); y el Apocalipsis, el último libro de la Biblia, cuando la Virgen ya no estaba en este mundo, dice de Ella: “una mujer vestida de sol, coronada por doce estrellas” (Apc 12,1). Desde pequeña fue educada en el templo donde aprendió a adorar y alabar y obedecer a Dios. “Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según su palabra” (Lc 1,38), contestó al ángel. Y el Señor hizo en ella grandes cosas: frente a su prima Isabel, María estalla en un canto de alegría y gratitud:

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“proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque hizo en mi maravillas” (Lc 1,47-49).

30. La grandeza de María está en su maternidad divina, pero también en la belleza interior de su alma que resplandecía como el sol a los ojos de Dios. Su amor de madre y de esposa, santificado y potenciado por la gracia y por el poder del Espíritu Santo, hacía de ella una creatura dulce y suave, especialmente para su gran tesoro, el Hijo de Dios, que albergaba en su hogar y en sus brazos, y a quien acompañó desde la cuna hasta el calvario, y luego en el paraíso. De esta manera María se constituye como modelo supremo para toda madre y esposa, llena de amor, totalmente entregada a Dios y a su familia, ama de casa, mujer de fe, dichosa y sufrida, humilde y grande.

31. San José, elegido por Dios para ser padre adoptivo de su Hijo eterno, después que el ángel le reveló el gran misterio del embarazo de María, aceptó con fe, amor y grande responsabilidad su misión de cuidar de María y del Hijo de Dios. Los evangelios no hablan mucho de José, y él no pronuncia palabras, pero podemos imaginar, por ser un hombre “justo”, santo, elegido por Dios, con qué dedicación y amor cumplió su tarea de esposo y padre adoptivo. Seguramente que le tomó mucho cariño al niño Jesús, como ocurre cuando se adoptan a los niños desde muy pequeños, terminando por considerarlos como hijos propios. Además Jesús debe haber sido un niño encantador que lo cautivó con su belleza y su cariño. ¡Cuántas veces lo habrá abrazado y lo habrá llamado papá! Cuántas veces José lo habrá alzado en sus brazos y lo habrá tenido en sus rodillas! ¿Con cuánta alegría lo veía crecer a su lado, sano, bueno, amable y misterioso. Seguramente Jesús fue la gran dicha de José. Y Jesús gozó del gran amor de José.

32. Los padres pueden aprender de María y de José a considerar la paternidad y la maternidad como una vocación, y a los hijos como un don de Dios. Es Dios quien hace fecundos a los padres, es Dios quien les da los hijos, que hacen la alegría de los esposos. Es Dios quien infunde el alma en la nueva creatura. Y aún en la vida física es Dios, no los padres, quien dirige el proceso biológico y lo lleva a término, hasta que los padres tengan en sus brazos al bebé, que les produce tanta alegría. Al acoger el hijo, los esposos reciben la vocación de padres, con el compromiso de cuidarlo y educarlo, para ofrecerlo a Dios como un obsequio de gratitud y amor.

33. María y José llevaron al niño Jesús al templo para consagrarlo a Dios, según estaba prescripto por la ley. Piadosos y fieles como eran, fueron a agradecer y ofrecer al niño al Padre Celestial, pues sabían que era su “Hijo amado” (Mt 3,17), nacido por obra del Espíritu Santo (Mt 1,20). El sacerdote Simeón lo reconoce como Mesías, como “el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz” (Lc 1,78-79), así como había profetizado Zacarías, padre de Juan Bautista en su canto del “benedictus”. Imitando a María y José, los padres deben llevar lo más pronto a su hijo al templo para agradecer al Señor por la dicha de un nuevo hijito, y para que con el bautismo se convierta en “hijo de Dios… y heredero del cielo” (Rom 8,17).

34. María y José estuvieron toda su vida pendientes de Jesús, no solo porque era su hijo único, sino porque era el Hijo de Dios, y debían cuidarlo como un tesoro. A Los doce años, cuando Jesús se

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quedó en el templo de Jerusalén, mientras los padres tomaron el camino de vuelta, y volvieron angustiados a buscarlo, el niño les dijo: “¿No sabíais que tengo que ocuparme de las cosas de mi Padre Celestial?” (Lc 2,49). No olviden los padres, que sus hijos son principalmente hijos de Dios, por creación, por adopción y por redención. Además llevan impresa en el alma la imagen de Dios y la sed de Dios, pues todo ser humano tiene deseos de infinito y de plenitud, que solo Dios puede saciar. Por lo tanto los padres que dicen amar a sus hijos, deben ayudarles a conocer y encontrarse con Aquel en quien está su verdadera felicidad.

35. Dios Padre eligió para su Hijo, un hogar humilde, pobre, simple y digno, donde primaba el amor de Dios, la santidad y el amor recíproco, por encima de los bienes materiales. Jesús no nació en la corte del rey, ni en un palacio de ricos comerciantes. José no era una autoridad, ni noble, ni rico: era un simple carpintero que mantenía su familia con el trabajo esforzado y honesto, sin codicia ni ambiciones. María era una dulce y humilde aldeana que hacía todos los quehaceres domésticos con su corazón lleno de gracia y de amor. Jesús en el discurso de la montaña alabará el espíritu de pobreza: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos” (Mt 5,3). Por eso quiso dar ejemplo, también en su vida pública, rechazando las tentaciones de riquezas y poder (Mt 4,1-11) y viviendo con lo que le donaban: “El hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza” (Mt 8,20). Y así se lo pedirá a sus discípulos (Lc 10,4). Los padres deben aprender de la Familia Sagrada a educar sus hijos para que vivan en la humildad, la honestidad, el trabajo y sobre todo “buscar primero el Reino de Dios y su justicia” (Mt 6,33).

36. Jesús era verdadero hombre y verdadero Dios. Como verdadero hombre debía aprenderlo todo, como cualquier niño. María y José se dedicaron a enseñarle las mil cosas de la vida, como niño, como joven. Es hermoso pensar como le enseñaron a hablar, a higienizarse, a comer y vestirse, a tratar bien a los demás, y sobre todo a conocer y amar a Dios, hacer oración, concurrir a la sinagoga de Nazaret y al templo de Jerusalén. José como padre y jefe de familia, le contará la historia de Israel y las maravillas que Yahvé hizo a favor de su pueblo; le transmitirá las tradiciones y le enseñará a cumplir los mandamientos y la ley de Dios. Como hombre de trabajo le enseñará el arte de carpintero y el trato con los clientes. María con su dulzura y bondad, entre besos y abrazos, lo iniciará en la oración y la contemplación, en el amor al prójimo, especialmente a los más pobres y sufridos. El hogar de Nazaret era una verdadera belleza de familia, donde se vivía el amor, la virtud y la fe y por lo tanto un gran gozo. Así deberían ser todas las familias humanas y cristianas.

37. María y José vivían por su Hijo. Sabían de su misterio y de su misión. No se opusieron, sino que lo acompañaron en todo aún sabiendo por las profecías (Is 52,13-53,12) el destino trágico que le esperaba. José murió antes que Jesús iniciara su vida pública. María lo seguirá hasta la cruz, con el corazón traspasado, así como le había profetizado el sacerdote Simeón (Lc 2,35). Los padres deben acompañar a sus hijos; no deben apropiarse de su vida y retenerlos, sino ayudarlos a descubrir su camino y su vocación. Deben educarlos a abrirse a los demás, a cumplir una misión, en el orden social y espiritual. Cada ser humano viene al mundo con sus capacidades naturales y luego el Espíritu Santo infundirá en él unos dones y carismas con que podrá contribuir al bien común (cfr 1Cor 12,7). Hay padres que encierran sus hijos en el hogar y no les permiten relacionarse ni dedicarse a los demás; muchas veces ocurre cuando el joven

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manifiesta su vocación sacerdotal o religiosa. Los hijos, por su parte, poco a poco deberán independizarse de sus padres y familiares y alcanzar su autonomía y su camino en la vida, como lo hizo Jesús, quien dejó el hogar de Nazaret para cumplir con su misión evangelizadora y salvadora. Padres e hijos tienen mucho por aprender de la Sagrada Familia.

LOS ESPOSOS

38. No es casualidad que el género humano esté compuesto por mitad varones y mitad mujeres aproximadamente, y en todas las épocas. No es casualidad que entre varón y mujer haya una atracción y una tendencia a hacer pareja. Tampoco es casualidad que el uno está hecho para unirse a la otra, ya sea físicamente para procrear, ya sea psicológicamente para amarse. No es casualidad que los padres amen entrañablemente a los hijos y los cuiden con gran dedicación. Es evidente que hay un diseño, una intención y un proyecto, finalizados a formar grupos familiares para la continuidad de la especie humana sobre la tierra. La Biblia nos dice claramente que Dios creó al hombre varón y mujer y les dijo: “Creced, multiplicaos y llenad la tierra” (Gn 1,28). El matrimonio entonces es una institución natural-divina.

39. El ser humano se realiza en una multiplicidad de relaciones que responden a una necesidad interior, psicológica, biológica, física, económica y social. Una de las relaciones más importantes es la relación matrimonial. El hombre y la mujer, llegados a la juventud, sienten un atractivo recíproco que les hace desear unir sus vidas en el amor y en el acompañamiento mutuo, y en ello se sienten felices y completos. Ni los padres, ni los hijos, ni los amigos, pueden satisfacer ese tipo de necesidad psicológica y biológica. El amor conyugal es diferente, porque se da entre personas con exigencias y entregas particulares y exclusivas. Un hombre, por ej., puede amar a varios hijos a la vez sin conflictos, pero no a varias esposas, porque el amor se vería disminuido y al final anulado. Un signo de alarma son los celos, que revela la incompatibilidad de dos o tres amores conyugales.

40. La complementación de la pareja humana significa igualdad y diferencia al mismo tiempo; igualdad como persona y dignidad, diferencia de funciones (paternidad, maternidad); igualdad de inteligencia y consciencia, diferencia de emotividad y razonamiento; igualdad de la especie (humana), diferencia de sexo y estructura física; igualdad de espíritu, diferencia de cuerpo; igualdad de percepción, diferencia de apreciación… El hombre ama con pasión, la mujer con ternura; el hombre es más pragmático y esencial, la mujer más detallista y perfeccionista; el hombre es franco y directo, la mujer más sensible y delicada; el hombre es más para el trabajo, los negocios, la política, el deporte; la mujer es más para la casa, los hijos, el arte, las actividades humanitarias. Con respecto a la religiosidad, el hombre es más para el cumplimiento, la mujer más para el sentimiento. Psicológicamente el hombre encarna la fuerza, la autoridad, el apoyo; la mujer la acogida y la entrega. La lista no termina aquí, pues habría que tomar en cuenta los temperamentos y caracteres, las circunstancias de la vida, la educación, la cultura y la mentalidad, la edad, el aspecto físico, etc.

41. Según varios autores, hay algunas cualidades, más allá de lo físico, que atraen a los hombres, y que cualquier mujer puede tener para ser una buena esposa y madre. Esas son: la ternura, el

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instinto materno, la generosidad, el dinamismo, la elegancia, la inteligencia, la autenticidad, la autoestima, la flexibilidad, el buen humor; que no sea dependiente ni independiente, sino equilibrada. Por otra parte, dos recientes estudios online internacionales realizados entre más de mil mujeres de 21 a 54 años, dieron como resultado los siguientes atributos que más valoran las mujeres en los hombres: fiel ante todo, sentido del humor, bondadoso, moralmente íntegro, inteligente, que sepa escuchar, que tenga instinto paternal, sea romántico y caballero; que no sea dependiente o demasiado independiente y posesivo. A pesar del amor y las buenas cualidades que ambos esposos puedan tener, siempre habrá diferencias, deficiencias y divergencias, que hacen dificultosa la convivencia. En este caso debe suplir el amor verdadero, que debe ser incondicional, aceptando al otro como es, con respeto y caridad.

42. Para lograr un matrimonio exitoso, algunos aportan las siguientes sugerencias: 1) renunciar a querer tener siempre razón (es la causa más frecuente de ruptura de relaciones); 2) borrar la idea de posesión (nadie quiere ser dominado); 3) dejar espacio a los demás (ni celos ni aprensión, sino libertad y confianza); 4) renunciar a querer entenderlo todo y controlarlo todo (cada uno tiene derecho a ser como es, sin dar muchas explicaciones, que muchas veces no tiene); 5) tener una buena comunicación (eso significa escuchar y hablar). Un psicólogo afirmó: “Por experiencia puedo decir que dar amor sin esperar nada a cambio, es el elemento esencial de un matrimonio logrado… se trata del amor incondicional”. Naturalmente si esta actitud es recíproca, el matrimonio puede convertirse en un pequeño paraíso, porque es el amor que da más felicidad.

43. Barry y Chany Holzer afirman que para que un matrimonio sea “grandioso”, deberían hacer lo siguiente: “pasen tiempo juntos” (para mantener conexión y cercanía). “Escúchense y apóyense” (ambos necesitan ayuda). “Expresen gratitud” (aumenta los sentimientos positivos en su relación). “Sean amables entre ustedes” (las atenciones cariñosas refuerzan el amor). “Responde a tu pareja” (esté antento/a y muestra que tu pareja es importante para ti). “Discutan respetuosamente” (aborden el tema, no ataquen la persona: los gritos, la crítica, el deprecio, estar a la defensiva, destruye muchos matrimonios). “Hagan las paces” (es señal de que el amor prevalece y que duele ofenderse). “Hagan cosas significativas juntos” (las actividades compartidas, que apasionan a los dos, refuerzan su relación y su identificación).

44. ¿Será posible cumplir con lo que el Señor manda: “Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre”? Además de atenerse a los mil consejos de los psicólogos y de los que tienen experiencia de la vida matrimonial, es importante cumplir con el mandamiento del amor cristiano, que llega hasta dar la vida por la persona amada (cfr. Jn 15,13). Eso significa querer y hacer el bien del esposo/a “todos los días de la vida, en las alegrías y en las penas, en la prosperidad y la adversidad; en la salud y en la enfermedad”, así como se promete en el rito sacramental del matrimonio. El Señor estableció la indisolubilidad del matrimonio, porque no acepta que un cristiano deje de amar, aún cuando uno/a le falle.

45. Hay dos clases de amor: de complacencia y de benevolencia. Puede ser que el amor de complacencia disminuya y se pierda (especialmente cuando termina el enamoramiento y sobreviene el desencanto, los achaques, o algún problema grave…). Pero el amor de benevolencia (querer el bien del otro, perdonar, aceptar, ayudar etc.) nunca podrá terminar. San

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Pablo dice: “Si se separan (por problemas graves), no vuelvan a casarse” (1Cor 7,10-11). El vínculo matrimonial permanece, aunque a la distancia, y siempre con la preocupación del bien de la pareja y de la familia. Eso es amar, eso es nobleza. Nadie dice que es fácil, pero eso es amor cristiano, amor verdadero, en obediencia al Señor. Casarse y amarse quiere decir aceptarse y perdonarse siempre, porque nadie es perfecto; y eso durará probablemente hasta la muerte. Muchas veces los defectos, imperfecciones y deficiencias aumentarán con el pasar del tiempo. El amor entonces se convierte en caridad, la cual exige vencer el egoísmo y dedicarse al bien del otro. Si hay altruismo, generosidad y entrega, seguramente la pareja responderá con afecto y gratitud, y a su vez sabrá perdonar, aceptar y entregarse. Así el amor verdadero, que es bondad, crecerá y se afianzará. La bondad suplirá al atractivo físico y a la pasión inicial, que quedaron atrás…

46. En el matrimonio todo es cuestión de amor. Quien se casa ya no dice “yo”, sino “nosotros”. “Los dos serán una sola carne” (Gn 2,24). Para llegar a vivir unidos hay que pensar juntos, actuar juntos, caminar juntos. Eso significa ajustarse y reajustarse continuamente, adaptándose el uno al otro, aportando el uno al otro las riquezas de su corazón y de su vida. Eso es posible solo cuando hay amor. En la espiritualidad matrimonial ya no se habla de institución matrimonial, sino de amor conyugal; no se habla del matrimonio como contrato, sino como vocación; no se habla de los fines del matrimonio, sino de las exigencias del amor matrimonial; no se habla de los derechos y deberes matrimoniales, sino del matrimonio como comunidad de amor; no prima la relación jurídica, sino la del alma y el corazón.

47. El amor verdadero exige fidelidad, sin límites de tiempo, sin condiciones, sin rechazos ni rupturas. ”El clima socio-cultural de nuestros tiempos favorece la inconstancia, la infidelidad, la superficialidad de los contactos sexuales y la trivialización de las relaciones interpersonales, pero todos hemos de reconocer que la fidelidad a la persona amada es un valor exigido por la misma naturaleza del amor verdadero. No se puede amar de verdad a una persona poniendo un límite temporal, una fecha. Por eso, el amor conyugal exige la promesa de vivirlo para siempre, la promesa de ser fiel a la persona amada” (J.Antonio Pagola). De ahí las propiedades del matrimonio cristiano: la unidad y la indisolubilidad, que excluyen el divorcio, por ser la negación del amor. Y no se trata de vivir uno con el otro, sino el uno para el otro: “El hombre y la mujer están llamados desde el inicio no solo a existir uno al lado del otro o simplemente juntos, sino que están llamados también a existir recíprocamente uno para el otro” (Mulieris Dignitatem, 7).

48. El matrimonio cristiano se constituye como sacramento. Esto significa “algo sagrado” porque es Dios que une a los esposos (cfr. Mt 19,6). Pero tiene también otro significado, el de ser manifestación del amor de Dios: la entrega amorosa de los esposos – física, emocional y espiritual - que produce gozo y dicha, está evidenciando el amor de Dios, quien creó a la mujer para el hombre y el hombre para la mujer como un don, para que sean felices. Y está manifestando también como Dios nos ama, y como nosotros debemos amar a Dios: es decir con entrega total y generosa, así como debe ser entre los esposos.

49. “Los esposos cristianos saben, en sus momentos de debilidad, de pobreza, de limitación, buscar la gracia y la fortaleza de Dios. Saben, en sus momentos de gozo y de plenitud, abrirse a la alabanza y a la acción de gracias al Creador. Pero, naturalmente, esta mutua complementación

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exige todo un aprendizaje, un reajuste constante, una actitud de mutuo respeto, de agradecimiento mutuo. El matrimonio va creciendo día a día en ese arte difícil de la convivencia” (J.A.Pagola). Muchos matrimonios fracasan porque no se preparan para la convivencia; los esposos no se desprenden de sí mismos, de sus intereses y gustos, para fijarse en el bien del otro/a; no alcanzan la madurez psicológica y moral; no se corrigen de sus defectos, vicios y degradaciones que ofenden y perjudican a la pareja; no saben comunicarse y dialogar, sino solo exigir, imponer y gritar; muchas veces no saben contener su mal carácter y se descontrolan con violencias y vulgaridades. No es de extrañarse que a causa de todo esto el amor se enfríe, perfilándose la ruptura, la infidelidad y el abandono. “Es siempre algo que se viene gestando día a día cuando la relación se va contaminando de egoísmo, pequeñez, resentimiento, interés, venganzas, rechazos” (J.A.Pagola).

50. Para un matrimonio feliz hay que prepararse desde niños, porque las virtudes necesarias y el equilibrio para una buena convivencia no se improvisan ni se aprenden después de celebrado el matrimonio, sino antes. “Vicios, mal carácter, torpeza, etc., etc. el matrimonio no los cambia. No hay que olvidar que el matrimonio no es solución para ello, y mucho menos si hay falta de amor: el matrimonio no podrá generarlo, al revés se nutre de él, es su alimento, su razón de ser; primero amor después matrimonio” (Dr. Alberto Abdala). Entonces hay que aprender a amar, en la escuela de la familia, en la escuela de Cristo: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 13,34). Un amor integral, no solo físico y material, sino también psíquico, moral y espiritual; porque el ser humano no es un animal, sino imagen de Dios con vocación a la perfección y a la plenitud.

PADRES E HIJOS

51. Los esposos se convierten en padres al generar a los hijos. Éstos son percibidos como fruto del amor recíproco y como don de Dios. Sienten nacer en ellos otra clase de amor, diverso del amor conyugal. Los dos concentran su mirada, su corazón y sus energías sobre el hijo. Experimentan un gran amor y una gran alegría al tener en sus brazos a su bebé, que cuidan como un tesoro. Están atentos y asombrados por cada movimiento o gesto del niño. Se alegran y se entusiasman al verlo crecer, sonreír, caminar, hablar, y sobre todo corresponder a su cariño y a sus mimos. Aún para los que no tienen una fe religiosa, les parece un milagro. Para los que tienen fe, saben que es un regalo maravilloso de Dios, a quien agradecen de todo corazón.

52. Es llamativo constatar como al multiplicarse los hijos, se multiplica también el amor de los padres. Es decir saben amar con todo el corazón a cada uno, sin restar nada a los demás. Se ocupan y preocupan de todos por igual. Y el cariño de los padres es tan entrañable que son capaces de sacrificarse e incluso dar la vida por los hijos. Por malos que sean los padres, nunca pierden el afecto por sus hijos, aunque muchas veces les hacen daño, o no los atienden como se debe, no les dedican el tiempo que se requiere, los castigan severamente… sin embargo parece que siempre queda en el fondo de su corazón un pequeño fuego que no se apaga nunca, y se manifiesta en el arrepentimiento y en un pesar que les aprieta el corazón y la consciencia.

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53. Muchos padres no saben amar a los hijos. Creen que basta con tenerles cariño y estar juntos. Amar quiere decir hacer el bien, procurar el bien de los hijos. Además del sentimiento es necesario atenderlos en todas sus necesidades, materiales, biológicas, psíquicas, morales, espirituales. Hay padres que se limitan a darles de comer, vestirlos y cuidar de su salud, mandarlos a la escuela… pero se desentienden de su formación humana y cristiana. No les comunican los grandes valores y convicciones; no se interesan por forjar su carácter y prepararlos para la vida de adultos. El amor verdadero es buscar el bien verdadero. No es amor consentir caprichos y vicios, pasar por alto defectos y malas costumbres, tolerar deficiencias y pereza en el cumplimiento de las tareas y deberes familiares, escolares y sociales. No es amor permitir excesos en la bebida, salidas sin horario, reacciones histéricas y malos modales. No es amor dejarle libertad absoluta cuando confunde libertad con libertinaje. En una palabra, no hay que dejarlos andar por mal camino, sino enderezar su conducta, sus propósitos y sus energías hacia un estilo de vida recto y correcto, equilibrado y responsable.

54. Naturalmente para que los padres sean buenos educadores deben dar buen ejemplo. Porque “de tal palo tal astilla”, dice el refrán. “Todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos” (Mt 7,17) dice el Señor. La autoridad moral de los padres pesa mucho en la conducta de los hijos, especialmente si son pequeños y no tienen todavía criterios propios. Los niños creen que todo lo que hacen los adultos está bien, y se atienen a lo que ven hacer; adquieren la mentalidad y la forma de actuar del entorno familiar y social, ya sea para bien como para mal. La responsabilidad de los padres entonces es muy grave porque su ejemplo es determinante.

55. Hay comunidades y pueblos enteros, incluso naciones donde todos tienen un mismo patrón de conducta, para bien o para mal. Por ejemplo referente a la religiosidad, a los valores familiares, a la laboriosidad, la honestidad, el respeto de los demás, la cultura, los principios éticos etc. Y también referente al trato reservado y desconfiado, el alcoholismo, la lucha por el poder, los enfrentamientos raciales y sociales, la desintegración familiar, el indiferentismo religioso, la corrupción y la inmoralidad etc. Los psicólogos afirman que la aprobación o desaprobación de los padres y del ambiente social en que se vive, refuerzan el estilo de vida bueno o malo de los jóvenes y de las personas en general.

56. Es importante que los padres sepan de psicología infantil y juvenil, y tengan nociones de pedagogía. Deben saber que cada edad tiene sus rasgos, su capacidad intelectual, sus reacciones afectivas, sus patrones de conducta, sus ideales y aspiraciones, su manera de relacionarse, su energía y recursos, sus miedos y aprensiones, sus dificultades para alcanzar el equilibrio y la serenidad. Además deben tener en cuenta las crisis en el cambio de la edad, al pasar de la primera infancia, a la niñez, a la pubertad, a la adolescencia, a la juventud y la adultez. Pueden ser crisis que favorecen el crecimiento o también pueden producir el estancamiento y el retraimiento. Hay adultos que todavía tienen una actitud infantil de dependencia, o reacciones rebeldes de adolescentes. Los padres deben acompañar y animar el crecimiento de los hijos hacia la madurez.

57. Cada uno de los padres deben actuar y comportarse con su rol específico de varón y de mujer, de padre y de madre. El hijo necesita internalizar lo masculino y lo femenino en las proporciones

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justas, sin pesar más el uno o la otra. Así como se necesita un varón y una mujer para engendrar al hijo, también se necesitan un varón y una mujer para formar su personalidad completa y equilibrada. Si los padres invierten los roles, o el padre deja de ser el referente del amor exigente, de la disciplina, el orden y la fuerza moral; y la madre deja de ser acogedora, comprensiva y tierna; el hijo se trastorna por perder el estímulo y el apoyo paterno y el refugio y el aliento materno. Si el padre tiene actitudes de mujer, y la madre actitudes de varón, el hijo saldrá desorientado y propenso a la homosexualidad. Si el padre es demasiado duro el hijo saldrá tímido o rebelde. Si padre y madre son demasiado condescendientes, el hijo se aprovechará de ellos y será caprichoso y débil de carácter. Educar es un verdadero arte y supone mucha sabiduría, fortaleza y equilibrio.

58. Si los padres no prestan mucha atención al hijo, lo dejan descuidado, no lo corrigen ni le aconsejan, le gritan y reprochan severamente, no lo apoyan ni acompañan… creerá que no lo quieren, y perderá su autoestima, se entristecerá, no aprenderá el verdadero amor, no sabrá amar a los demás, crecerá resentido, sufrirá soledad, se volverá duro de corazón… En cambio cuando los padres se ocupan del hijo con mucho interés y cariño, con paciencia; se sacrifican por él, le brindan todo apoyo, lo animan a superar los obstáculos de la vida, lo consuelan en sus sufrimientos, le dicen y le demuestran que lo quieren mucho… entonces el hijo experimenta el amor, vive alegre, será eternamente agradecido con sus padres, y les devolverá el amor.

59. Hay padres que presionan demasiado a sus hijos, o los encaminan hacia una vocación o profesión que no responde a sus deseos; o les exigen una aplicación, responsabilidad y seriedad que no corresponde a su edad… y si los hijos no responden a las expectativas de los padres, ya sea por incapacidad, ya sea por falta de voluntad, ya sea por no agradarle mucho sus propuestas de vida, entonces los padres los consideran inútiles, vagos, rebeldes… provocando a su vez reacciones negativas de parte de sus hijos: creen que no valen nada, piensan que no son amados, se aíslan y entristecen, buscan compensación afectiva en otro lado, se desahogan con sus hermanos, y hasta llegan a rumiar venganzas. La familia entonces vive en permanente tensión o depresión.

60. Así como los padres tienen expectativas para con sus hijos, también éstos desean que los padres sean buenos, valientes, responsables, perfectos. Pero muchas veces los hijos quedan decepcionados porque notan en sus padres defectos, vicios, incoherencias, debilidades, maldades, pobreza moral y espiritual. Entonces les pierden el respecto y la confianza, y sienten incluso vergüenza y resentimiento, porque no son como esperaban. Les irrita los malos tratos de los papás para con su mamá, la infidelidad matrimonial y el abandono del hogar, el descontrol en la bebida, las reacciones iracundas, el bajo nivel moral, la irresponsabilidad, las exigencias severas en la conducta que ellos mismos no cumplen… A veces notan anormalidades en su temperamento, como las actitudes paranoicas, las manías, el histerismo, los complejos, las adicciones etc. que hacen conflictivas y dolorosas las relaciones familiares.

61. ¿Qué decir del premio y del castigo? Vidal Schmill, director de una Escuela para padres, afirma: “Desde la perspectiva de la Disciplina Inteligente, los premios y los castigos son como un cáncer para la educación, ya que son las dos caras de una moneda que condiciona la conducta de los hijos”… El premio condiciona el buen comportamiento a cambio de algo; le quitan el valor a las

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acciones positivas al poner mayor importancia en el premio mismo… Los castigos son tanto o más dañinos que los premios para la educación, ya que no remedian un problema pero sí hieren; no cambian a nuestros hijos, tan sólo los atemorizan;  generan doble moral e hipocresía; barren con la responsabilidad dando entrada a la culpabilidad; generan remordimiento y, al contrario de lo que pudiéramos pensar, refuerzan el seguir actuando destructivamente”.

62. La alternativa a los premios – según Vidal Schmill - sería expresar el reconocimiento tanto verbal como afectivo, por la conducta positiva de los hijos; pero sin adulación ni felicitaciones exageradas o ansiosas. Si quieres y puedes regalar algo a tus hijos, hazlo sin ninguna condición y da justamente eso: un regalo, no premios. La alternativa a los castigos podría ser: expresar una enérgica desaprobación pero sin atacar la persona del niño, indicar lo que se espera de él, demostrar cómo cumplir en forma satisfactoria, ofrecerle una opción y permitir que experimente las consecuencias de sus actos; estas consecuencias deben ser acciones orientadas a resarcir y reparar el daño causado. Que sean tus hijos quienes corrijan su propia conducta, haciéndoles tomar cuenta de las consecuencias negativas y de la necesidad de cambiar de comportamiento.

63. ¿Qué es lo que agradecen más los hijos a los padres? El amor, el cuidado, el sacrificio por procurar su bien, el ejemplo de integridad y rectitud, la firmeza y dulzura a la vez, los buenos consejos, el respeto a su vocación y preferencias, el acompañamiento, el amparo y el estímulo constante para que desarrollen todas sus buenas cualidades, y la felicidad de verlos felices. ¿Qué es lo que agradecen más los padres a los hijos? Que respondan a sus cuidados y esfuerzos por educarlos, que les muestren respeto y afecto, que lleguen a ser buenos ciudadanos, buenos profesionales; que no caigan en vicios y malas conductas, que sean agradecidos con sus padres y no se olviden ni renieguen de ellos.

LOS HERMANOS

64. “El amor de hermanos es uno de los amores más grandes y verdaderos que pueda existir. Tener un “amigo de sangre” es una de las más grandes bendiciones que la vida te pueda dar… Podrás enojarte, pelearte e incluso no hablarle a tu hermano, pero jamás dejarán de quererse. A veces los padres terminan confundidos cuando ven que sus hijos pelean y a los cinco minutos ya están como si nada” (N.Torres). El vínculo de hermanos se establece por ser hijos de los mismos padres. La palabra viene del latín “germanus”, que quiere decir germinado, generado, engendrado. Se trata de un vínculo biológico por lo cual los hermanos comparten el mismo ADN al 99,99°/°; y sobre todo de un vínculo afectivo emotivo por vivir toda la infancia, la adolescencia y la juventud juntos.

65. El cariño y el apego entre hermanos es diferente de todos los demás. Compartir durante tantos años el afecto de los padres y las alegrías y sufrimientos, ocupaciones y preocupaciones del mismo hogar, hace que la vida de los hermanos se compenetre y entre a hacer parte de su historia personal. En internet encontré esta declaración de un anónimo, que es muy significativa:"Mis hermanos me han hecho reír, me han hecho enojar, me han sacado canas verdes, me han sacado lágrimas, han apostado por mí, me han abrazado muy fuerte, me han visto triunfar y me han visto fallar; me han animado y me han mantenido fuerte, me han

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defendido y sobre todo ¡me quieren!". El Lic. Matías Muñóz, psicólogo de la familia, afirma: “Gracias a una historia común y a padres que favorecen el vínculo, el afecto entre hermanos se profundiza. Los hermanos serán un fuerte sostén para enfrentar las complejidades de la vida cotidiana y para disfrutar de los momentos felices que la vida les regale”. No olvidemos que este “regalo” viene de Dios y no dejemos de agradecerle de corazón.

66. La interacción que se produce entre hermanos por la convivencia, es muy importante para su desarrollo social y afectivo, contribuyendo también al desarrollo motor, del lenguaje, del pensamiento etc, A través de esta especial relación los hermanos inician la socialización con los iguales, aprenden a compartir, a respetar, a convivir; experimentan nuevos sentimientos y emociones, como la hostilidad, los celos, la admiración, la protección etc. Hay otros factores que influyen en la relación entre hermanos, como el género, el intervalo de edad, el temperamento, el trato de los padres (de cuidado, favoritismos, predilección, descuido y despreocupación, falta de principios y buenos criterios para la educación etc.)

67. Las relaciones fraternas a veces se vuelven difíciles y complicadas, debido a numerosos factores que obligan a los hermanos a tener que adaptarse los unos a los otros. Por un lado se dan fuertes sentimientos de lealtad, compañerismo y complicidad; por otro lado ciertas cuotas de rivalidad, celos, competencia. Las causas de conflicto aparecen “toda vez que la estrecha convivencia, la relación con los padres, el orden cronológico de nacimiento, la parentela y amigos de la familia influencian con sus formas de ser, sus preferencias, y en mucho las expectativas erróneas de los padres, sobre el carácter y la formación de cada hermano. Si bien los pleitos entre hermanos son frecuentes y hasta cotidianos, las peleas mayormente se originan en cosas de menor importancia” (Lic. Matías Muñoz). Los psicólogos pasan por alto que la raíz de los conflictos está sobre todo en el pecado: egoísmo o egocentrismo, orgullo, envidia, tendencia a dominar a los demás, caprichos irracionales… Una buena formación moral y espiritual desde temprana edad, ayudará mucho a mejorar las relaciones fraternas y los preparará a la convivencia social.

68. ¿Cómo podrían los padres favorecer unas buenas relaciones fraternas? Deben animarlos a la solidaridad mutua y a la colaboración, a compartir los juegos y juguetes, a practicar la comunicación y la escucha entre ellos. Intervenir en las peleas para ayudarlos a dialogar. No dar la razón siempre a uno y culpar siempre al otro. Enseñarles a resolver sus diferencias por sí mismos. Evitar las comparaciones, alabando a uno y humillando a otro: nunca deben hacer comparaciones negativas respecto de sus conductas, formas de ser, inteligencia, aptitudes artísticas, físicas, etc., ya que graban en sus mentes todo aquello que hayan declarado, aun en forma jocosa. En cambio hay que señalar y reconocer explícitamente las cualidades de cada uno de los hermanos. Evitar preferencias y favoritismos, tratos diferenciadores, dedicando tiempo y cuidados a cada uno por igual. Hacerlos partícipes de las alegrías, vivencias, problemas de cada uno de ellos. Inculcar la fraternidad como un valor y un sostén . José Hernandez en su “Martín Fierro” dice: “Los hermanos sean unidos, porque esa es la ley primera. Tengan unión verdadera - en cualquier tiempo que sea - porque si entre ellos se pelean - los devoran los de ajuera”.

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69. Para fomentar una buena relación entre los hermanos, los padres y educadores cristianos no deben olvidar, más bien deben dar prioridad al mandato de Cristo: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22,39; Lc 10,27); “Ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 13,34); “Amen también a sus enemigos” (Mt 5,44). La caridad es la motivación fundamental que supera y facilita todos los preceptos y estrategias sugeridas por la psicología y la experiencia común. Una vez que los hermanos están mentalizados y formados con el amor cristiano, todo irá mejor, no solo entre hermanos, sino también con los padres y la gente en general. San Pablo dice: “ La caridad es paciente, es benigna; la caridad no tiene envidia, no es jactanciosa, no es arrogante; no es injuriosa, no busca lo suyo, no se irrita, no piensa mal; no se regocija de la injusticia, mas se alegra de la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1Cor 13,4-7),

70. La psicóloga Yolanda Pérez Luna afirma: “Me sorprende la facilidad con que (los hermanos) alternan escenas de absoluta admiración o ternura entre ellos, con momentos de riña y pelea en los que seguramente harían cualquier cosa para que el otro desaparezca. Tan pronto compiten como sienten un gran vacío sin la presencia del otro… ¡Qué curiosa la relación entre hermanos! Tan cercana y tan cruel a veces”. Esto sucede porque los niños reaccionan de manera espontánea e instintiva, especialmente cuando son pequeños, a sus impulsos emotivos, a sus intereses y gratificaciones, o al rechazo y frustraciones. Los padres deberán educarlos a la caridad, es decir al respeto, el perdón, la aceptación, la bondad.

71. El amor por los hermanos es único e insustituible, porque cubre necesidades afectivas y prácticas que ninguna otra relación humana puede remplazar. Hay pensamientos y sentimientos, alegrías y tristeza, deseos y preocupaciones, que se comparten con un hermano y no con los padres o los amigos, y viceversa. Yolanda Pérez escribe: “Seguramente todas las personas que tenemos hermanos o hermanas hemos fantaseado en más de una ocasión, cuando éramos pequeños, en ser el único hijo para nuestros padres; sin embargo conozco varios casos de hijos únicos que de adultos llegan a echar de menos a un hermano o hermana con quien compartir determinados momentos”.

72. A pesar de todo, el amor de hermanos no es automático, biológico, natural: así como se va construyendo con experiencias positivas y gratificantes, también puede destruirse con experiencias negativas y dolorosas; esto se da no tanto en la infancia y adolescencia, sino en la juventud y la edad adulta. Rubén Panotto afirma: “La hermandad desaparece ante intereses egoístas y mezquinos: las herencias materiales, las posiciones sociales, los reconocimientos y exaltaciones, el abuso del poder deshacen los vínculos fraternales”. El amor puede convertirse en resentimiento y odio, justamente porque uno entiende que a quien se ama más, como a un hermano, se espera más de él, y le duele más su ofensa o perjuicio. Entonces si se quiere mantener el amor de hermanos, hay que vivir a fondo la caridad cristiana.

73. Una característica propia del amor entre hermanos, es la libertad y gratuidad. De los padres el hijo espera atención y cuidado como un derecho; y se siente profundamente herido y entristecido cuando no es amado, o cuando es abandonado y desatendido. Lo percibe como que no vale nada para ellos, de quienes lo esperaba todo. En cambio con los hermanos, que considera igual a sí mismo, pues lo esperan todo también ellos de los padres, no tienen pretensiones; y todo lo que pueden recibir o dar, lo perciben como gratuito, no porque le deben algo, o que él debe algo

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a ellos. Naturalmente a medida que se va profundizando el cariño y la amistad, tendrán mayores expectativas, pero saben que puede exigir de manera absoluta, sino que depende de su libre voluntad. Con los padres se sienten en derecho de exigir amor y atención de manera incondicional, y lo consideran como algo natural, y están seguros al cien por ciento. Con los hermanos su afecto y su apoyo lo siente como condicional y libre. Pero no por eso no es apreciado; al contrario, sabiendo que no le deben nada, está muy agradecido y con gana de corresponder de la misma manera.

74. A veces los padres son posesivos, impositivos, sobreprotectores y neuróticos en su atención y amor hacia los hijos. Y los hijos entienden que deben responder a sus expectativas, conformarlos y obedecerles, si no pierden su afecto y su aprecio; se vuelven así ellos también ansiosos y neuróticos. Los hermanos en cambio, desde su igualdad y libertad, demuestran más serenidad y tranquilidad, aún preocupándose sinceramente de su bien, de sus éxitos y fracasos, dispuestos a apoyarse y compartir vida y problemas. En este sentido las relaciones entre hermanos tienen mayor ventaja de contribuir al propio desarrollo y equilibrio.

75. Vayan donde vayan, los hermanos no se borrarán nunca de su vida y de su corazón, especialmente si tuvieron una buena relación en su niñez y juventud, porque se los siente como parte de su vida. Las amistades con el tiempo se apagan, cuando comienza a disminuir la frecuencia de contactos o cuando se alejan geográficamente. Con los hermanos se siente la necesidad de volver a verse, se busca contacto, se los extraña y se los recuerda con cariño. Cuando se enteran de que uno se encuentra mal, o goza de un evento especial, se ponen en seguida en comunicación y sienten renacer las antiguas emociones que los tenía unidos. Es bueno cultivar y mantener el afecto con los hermanos, pues son una fuente de plenitud. Perder un hermano, ya sea por muerte, ya sea por distanciamiento afectivo, espacial y temporal, es mutilarse y empobrecerse humanamente.

ESPIRITUALIDAD FAMILIAR

76. “La espiritualidad familiar podría definirse como el camino por el que el hombre y la mujer unidos en el matrimonio-sacramento crecen juntos en la fe, en la esperanza y en la caridad y testimonian a los otros, a los hijos y al mundo, el amor de Cristo que salva” (G.y G Campanini). Durante muchos siglos no se habló de espiritualidad familiar, sino solo de espiritualidad monástica o de las distintas órdenes y congregaciones religiosas, en cuyo seno se hacía opción por un “estado de perfección”, consagrándose a Dios con la profesión de los “consejos evangélicos” y los tres votos de obediencia, pobreza y castidad. Habrá que saltar desde los primeros siglos del cristianismo hasta el siglo XX para encontrar una teología que elabora y propone una “espiritualidad familiar”.

77. A partir de la “Casti connubii” de Pio XII (1930), y de la doctrina del Concilio Vaticano II°, empezó una nueva fase de reflexión teológica sobre el matrimonio y la familia como vocación a la santidad y a la perfección cristiana, dando lugar a un vasto movimiento de espiritualidad familiar. “A una comunidad polarizada únicamente en torno al carisma de la virginidad consagrada, le sucede una comunidad que va redescubriendo la pluralidad de vocaciones, carismas y

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ministerios eclesiales en el cuadro de la llamada única y fundamental de los cristianos a la santidad” (Campanini).

78. La espiritualidad familiar se despliega en dos dimensiones: una referente a la relación entre esposos (espiritualidad conyugal), y la otra en la relación entre padres e hijos (espiritualidad familiar). La teología del matrimonio en el pasado hacía referencia sobre todo a las categorías jurídicas de la contractualidad, de la indisolubilidad, de la obligatoriedad, más que en las bíblicas de pacto, de amor y de alegría. Prevalecía una consideración abstracta sobre la “esencia” y sobre los “fines” y “propiedades” del matrimonio, o sobre las condiciones en que se instaura o deja de existir, más que en aquello que significa un camino de santidad y de salvación. La nueva reflexión teológica focaliza el matrimonio y la familia como vocación y misión dentro de la Iglesia.

79. En primer lugar todos los integrantes de la familia están llamados a recorrer el camino de la santidad, desde la fe, la esperanza y la caridad. Deben tomar consciencia de que Dios es el Creador de la familia, vivirlo como un don magnífico de su amor, y expresar su permanente agradecimiento. Todo el mundo aprecia el amor y la vida que se da en la familia, como los valores máximos de la existencia terrenal, que se prolongará en la eternidad. Reconocer y agradecer a Dios semejantes regalos que alegra la vida entera, hace parte de la primera expresión de la espiritualidad familiar.

80. Dios no solo crea, sino que une al varón y a la mujer con su carga vital y amorosa, para que sean “una sola carne”, gocen de su vida compartida, y se “multipliquen” dando origen a otros núcleos familiares que vivan, gocen y bendigan a Dios. Ahí están dos elementos que los esposos deben asumir para realizar su vocación a la santidad: la perfecta unión en el amor, y la tarea de transmitir y cuidar las nuevas vidas, los hijos. Se dice que ser santo, es cumplir con perfección los deberes y obligaciones que les corresponde a cada uno. Los esposos se harán santos, viviendo según el Espíritu, si lograrán una unión de amor verdadero, que supone evitar las ofensas, infidelidades y perjuicios (pecado), y cultivar las virtudes que agradan y benefician a la pareja y a los hijos.

81. Los esposos-padres están llamados a ser santos ejerciendo la caridad con su pareja y con sus hijos. Una caridad que va más allá del sentimiento y la afectividad, y se empeña en un esfuerzo de perfección moral, espiritual y de actitudes, que hace el verdadero bien de la familia entera. Deben despojarse totalmente del egoísmo, el orgullo, la ira, la avaricia, la lujuria y todos los demás vicios e imperfecciones que restan armonía y felicidad al hogar. Por otro lado deben adquirir esas virtudes, como la bondad y benevolencia, el altruismo y la generosidad, la templanza y la laboriosidad, la capacidad de perdonar y sobrellevar los defectos y falencias de los familiares, el control de sí mismo, etc…; y en la vertiente religiosa cultivar la fe, el amor al prójimo en general, el cumplimiento de los deberes con Dios, con la familia y con la sociedad. Como se ve, no es tan fácil vivir la espiritualidad o la santidad familiar.

82. Lograr la comunión en familia es reproducir la comunión Trinitaria, y al mismo tiempo abrirse a la comunión con Dios, de quien viene el amor, la energía y la motivación para hacer la unión familiar, eclesial y celestial. En la espiritualidad familiar hay que tener en cuenta que la unión

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entre esposos, padres e hijos, aunque signifique una vivencia gozosa, sin embargo nunca será perfecta ni plenamente satisfactoria, por dos razones: la primera es que hay una grande desproporción entre los anhelos de absoluto e infinito que tiene todo ser humano, y aquello que pueda ofrecerle las creaturas humanas, limitadas y deficientes. La segunda razón es que todo ser humano tiene defectos, pecados e imperfecciones que hace difícil una comunión perfecta. Por lo tanto la vocación y misión de toda persona y de toda familia es promover la unión y comunión con Dios para que todos alcancen la plenitud y la felicidad perfecta, a ejemplo de la “comunión de los santos” en el cielo.

83. Los matrimonios y las familias que se creen autosuficientes y se encierran en sí mismos, creyendo hallar la felicidad dentro del hogar, excluyendo a los demás y a Dios, muy pronto sufrirán el desencanto y la insuficiencia de su vida pobre y deficiente. Es parte importante de la espiritualidad familiar anunciar y promover la “koinonía” o comunión con Dios y con el prójimo. De esa manera enriquecerán su propia vida y la de los demás, dando gloria a Dios. Toda la historia de salvación, toda la obra de Cristo y de su Iglesia, tiene esta finalidad: reconciliar los hombres con Dios para que en la plena comunión con El y entre todos, tengamos la felicidad plena.

84. Hay mil motivos para tener en cuenta a Dios y darle gracias, en la vida familiar. En primer lugar es Dios quien alegra a los esposos/as dándoles una pareja con su riqueza de vida, amor y alegría; es Dios quien dona los hijos, milagros de vida, belleza y amor, haciendo a los padres capaces de transmitir la vida; es Dios quien con su providencia trae “el pan de cada día” en la mesa del hogar. Los padres quieren felicidad para sus hijos: es Dios quien los cuida y los mantiene en vida, invitándolos a compartir su vida divina (por el bautismo y los sacramentos).

85. En la espiritualidad familiar es fundamental “caminar en la presencia del Señor” (Sal 114), para alcanzar la santidad, teniendo siempre en cuenta su voluntad y su proyecto, confiando en su amor, en su poder y en su providencia. Porque Dios es bueno (Mc 10,18) y solo busca nuestro bien: “Dios todo lo dispone para el bien de aquellos que los aman” (Rom 8,28). Es importante ponerse bajo el amparo del Señor, pues El es “mi escudo”, “mi roca”, “mi refugio, “mi alcázar”, como rezan los salmos. Sabemos de nuestra debilidad y pobreza, entonces busquemos al Señor para que nos acompañe y defienda del mal y del maligno, como le rezamos en el Padre nuestro. El mismo Jesús nos invita a tener confianza: “Pedid y se os dará” (Mt 7,7); “Venid todos los que estáis afligidos y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11,28).

86. En una auténtica espiritual familiar, los esposos se comprometen para toda la vida (indisolubilidad) según la lógica del amor y las exigencias de bien de los hijos. Al casarse deben saber que ya no se pertenecen solo a sí mismos, sino que se deben a su esposo/a y a sus hijos. Es decir que no puede haber ya egocentrismo y egoísmo, sino fijarse en el bien de los familiares. Amar es el máximo mandamiento de Cristo. No se puede ser cristiano si no se ama. Amar quiere decir hacer el bien, vivir y procurar el bien de los familiares, aunque cueste sacrificios y renuncias. El amor condicionado o con tiempo de vencimiento, se anula a si mismo. Nunca se podrá dejar de querer y hacer el bien de los familiares, nos dice Jesús, quien nos mandó amar hasta a los enemigos. La separación, el divorcio, siempre llevan el sello del pecado, especialmente del egoísmo, y de la falta de amor, o de una parte, o de la otra, o de ambos.

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87. Leamos lo que dice San Pablo a los Efesios (5,25-33): “ Esposos, amen a sus esposas, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella  para hacerla santa. Él la purificó, lavándola con agua mediante la palabra,  para presentársela a sí mismo como una iglesia radiante, sin mancha ni arruga ni ninguna otra imperfección, sino santa e intachable.  Así mismo el esposo debe amar a su esposa como a su propio cuerpo. El que ama a su esposa se ama a sí mismo,  pues nadie ha odiado jamás a su propio cuerpo; al contrario, lo alimenta y lo cuida, así como Cristo hace con la iglesia,  porque somos miembros de su cuerpo.  «Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su esposa, y los dos llegarán a ser un solo cuerpo.»  Esto es un misterio profundo; yo me refiero a Cristo y a la iglesia. En todo caso, cada uno de ustedes ame también a su esposa como a sí mismo, y que la esposa respete a su esposo”

88. San Pablo tiene una exhortación importante también para los hijos: “Hijos, obedezcan a sus padres como agrada al Señor, porque esto es justo.  El primer mandamiento que contiene una promesa es éste: «Honra a tu padre y a tu madre,  para que seas feliz y vivas una larga vida en la tierra..  Y ustedes, padres, no exasperen a sus hijos, sino más bien edúquenlos con la disciplina y la instrucción que quiere el Señor” (Ef 6,1-4). Algunos podrán objetar que hay padres indignos a quienes no se puede ni se debe obedecer, porque hacen daño a la familia. Puede ser verdad, pero eso no significa que se debe dejar de amarlos y respetarlos, es decir de procurar su bien, con la corrección cristiana y con la oración, reconduciéndolo a la buena conducta.

89. Para mantener el amor, el respecto y la comunión en familia, es necesario luchar contra todas las fuerzas disgregadoras; en primer lugar contra el demonio: no ceder a las tentaciones de violencia, venganza, odio y malos tratos. Pedir al Espíritu Santo, que es Bueno, el don de la sabiduría, de la piedad y la fortaleza, para hacer frente a la ira, el orgullo y las divisiones. Hay que alimentarse cotidianamente de la Palabra de Dios, que ilumina nuestra mente y nuestra consciencia para actuar correctamente. Participar de la Eucaristía, que es el Sacramento del amor y de la unión, donde está Cristo, autor de la Redención, que nos hace hijos, hermanos, “cuerpo místico” y partícipes de la vida divina. Hay que vivir según las “bienaventuranzas” que nos hace humildes, pacíficos, mansos, limpios de corazón, deseosos de santidad, fuertes en el sufrimiento, luchadores por Cristo y su Evangelio (cfr Mt 5,3-12).

90. Para una auténtica espiritualidad familiar se impone una ascética y una mística. Considerar con realismo la situación y los límites de cada uno, echar mano al espíritu penitencial que nos hace sobrellevar las dificultades y las miserias de cada uno, con misericordia y compasión, dictados por el amor. La ascética significa el esfuerzo de perfección, para evitar daños, ofensas y perjuicios; y eso incluye el trato de respeto y caridad para con cada uno de los familiares; la moderación y templanza en el beber y comer, en la sexualidad conyugal, evitando excesos, abusos e infidelidades; la solicitud y empeño en las tareas de la casa y del trabajo; el compromiso serio en la educación humana y cristiana de los hijos; el control de los instintos y las emociones orientándolos hacia el bien; la buena voluntad para cumplir con los deberes religiosos…

91. La mística de la espiritualidad familiar llevará a descubrir en todo la bondad de Dios y su magnificencia. Los esposos sabrán agradecer el gozo de su amor recíproco, el don

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incomparable de los hijos y todas las alegrías del hogar. A través del amor conyugal podrán vislumbrar el amor absoluto de Dios y la alegría sin medida que proporciona su contemplación como Bien Infinito. Experimentarán también el amor infinito con que Dios los ama. Abrazando a los hijos, podrán adivinar el abrazo de Dios con su ternura infinita, pues todos somos sus hijos. Vivir la mística familiar es amar juntos a Dios con gozo, en la oración, la contemplación y la santidad de vida.

92. Para concluir este capítulo es bueno leer cuanto dice las conclusiones del Sínodo sobre la “Vocación y misión de la Familia”, en el n° 98: “La oración doméstica, la participación a la liturgia y la práctica de las devociones populares y mariana, son medios eficaces de encuentro con Jesús Cristo, y de evangelización de la familia. Nos pondrá en evidencia la esencia de la vocación de los esposos a realizar, con la gracia de Espíritu Santo, su santidad a través de la vida matrimonial, participando también al misterio de la cruz de Cristo, que transforma las dificultades y los sufrimientos en ofrendas de amor”.

FAMILIA CRISTIANA Y SOCIEDAD

93. Es sabido que la familia es la “célula de la sociedad”. El cambio de épocas y de culturas influye sobre la familia, pero no la puede anular en su estructura y su función esencial, así como la creó Dios. “Han cambiado las formas de hacer parejas, los estilos de autoridad, las pautas de crianza, los modelos de paternidad y maternidad, las formas de convivencia. Pero nada apunta hacia la desaparición de la familia como grupo humano; por el contrario, la familia ha resistido siempre a los impactos de los cambios sociales” (Y.M.Brizuela). Y esto porque la familia cubre las necesidades primordiales del ser humano, como ser biológico, psicológico y social. “Aún persiste una visión idealizada de la familia, vista como un agrupamiento nuclear compuesto por un hombre y una mujer unidos en matrimonio, más los hijos tenidos en común, todos bajo el mismo techo; el hombre trabaja fuera de la casa y consigue los medios de subsistencias de la familia, mientras la mujer en la casa cuida de los hijos del matrimonio. Sin embargo, ya la familia actual está muy lejos de representar esa realidad” (Y.M.Brizuela)

94. Ya sea la familia nuclear (padres, hijos, hermanos), como la familia ampliada (padres, hijos, abuelos, nietos, tíos, primos…), son la base para el ser y la formación de la persona: ninguna otra institución social podrá reemplazar adecuadamente a la familia en las funciones educativa, afectiva, de crianza, de culturización y socialización, de apoyo y de protección psicosocial. Incluso para la formación religiosa es necesaria la familia, pues el amor a Dios Padre y de Dios Padre, solo se aprende y comprende a través de la experiencia afectica y protectora de los padres; igualmente el amor al prójimo se comprende a través del amor y respeto a los hermanos, por tener unos padres comunes a quienes se sienten ligados por el mismo afecto.

95. La influencia entre familia y sociedad es recíproca, positivamente y negativamente. Cuando la familia se aleja del proyecto de Dios (amor, vida, fidelidad, indisolubilidad) para adoptar los criterios mundanos y laicistas, seguramente irá bajando de calidad y felicidad. ¿Quién mejor que el Creador sabe cómo debe funcionar el matrimonio y la familia para su mayor felicidad? Sin

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embargo los hombres pecadores muchas veces hacen de lado la ley de Dios para atenerse a ideologías agnósticas y ateas que pervierten la belleza y estabilidad de la familia.

96. Efectivamente constatamos como hoy día, los “elementos que otrora eran considerados como absolutos, ahora se tiene por plenamente relativos: el matrimonio no es necesario para que podamos hablar de familia, y de hecho las uniones consensuales se consideran familias; uno de los progenitores puede faltar y quedarse el otro solo con el hijo o varios de ellos; tal es el caso de las familias monoparentales, en las que por diversas razones, uno de los progenitores, casi siempre la madre, se ha encargado del cuidado de sus descendientes. Los hijos del matrimonio son muy frecuentemente tenidos en común, pero pueden llegar por la vía de la adopción, provenientes de otras uniones anteriores o por las modernas técnicas de reproducción asistida. La madre ya sea en el contexto biparental o monoparental, no tiene que dedicarse exclusivamente al cuidado de los hijos sino que se puede desarrollar en actividades fuera del hogar. El padre por otra parte, no tiene que limitarse a ser un mero generador de recursos para la subsistencia de la familia, sino que puede implicarse muy activamente en el cuidado y educación de los hijos. El número de hijos se ha reducido, hasta el punto de que en muchas familias hay solamente uno. Algunos núcleos familiares se disuelven como consecuencia de procesos de separación y divorcio y es frecuente la posterior unión con una nueva pareja en núcleos familiares reconstituidos o reensamblados…” (Yanko MolinaBrizuela).

97. La relación final del sínodo de los obispos sobre la familia (0ctubre 2015), en el número 7 dice así: “En las diversas culturas, no pocos jóvenes muestran resistencia a los compromisos definitivos referentes a las relaciones afectivas, y eligen convivir con un partner, o simplemente se limitan a tener relaciones ocasionales. La disminución de la natalidad es el resultado de varios factores, como la industrialización, la revolución sexual, el temor de la sobrepoblación, los problemas económicos, el crecimiento de una mentalidad contraceptiva y abortista. La sociedad de consumo puede disuadir a las parejas a tener hijos con el fin de mantener su libertad y su propio estilo de vida”.

98. El Sínodo señala también otras causas y fenómenos modernos que tienden a desvirtuar y desestabilizar el matrimonio y la familia, como las pretensiones recíprocas exageradas; las tensiones debidas a una exasperada cultura individualista de la posesión y del placer, la búsqueda del éxito y la prosperidad económica como prioridad, generando agresividad y descontento; una cierta visión feminista que denuncia la maternidad como un pretexto para la explotación de la mujer y un obstáculo a su plena realización. Se registra también una creciente tendencia a considerar la generación de un hijo como mero instrumento para la afirmación de sí mismo, a conseguirse por cualquier medio, sin hacer caso de su legitimidad moral (cfr n°8). No menos graves son las condiciones sociales como la emigración, el peso de políticas económicas inicuas; el empobrecimiento que dificulta la subsistencia y la unidad de las familias; la dependencia del alcohol, de las drogas, de los juegos de azar, la pornografía y la violencia que incita a la infidelidad y la agresión etc. (cfr n°9).

99. Como se puede entender, este desorden y desintegración familiar, no es el mejor clima para una formación equilibrada y serena de las nuevas generaciones, que a su vez, como efecto multiplicador, irán constituyendo otras familias del mismo tenor, con las mismas consecuencias

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negativas. Y a todo esto sin hablar de las parejas homosexuales y lesbianas, con pretensión de adoptar y educar hijos que no pueden generar, y que serán psicológicamente trastornados. ¿Será tan difícil entender que lo mejor es actuar conforme a la ley natural y divina? En nombre de la libertad, de la moda, de la modernidad, de la pseudociencia, se cometen barbaridades, que producen siempre aberraciones, desequilibrios y sufrimientos.

100. Los factores que distorsionan los valores familiares auténticos se propagan sobre todo a través de los medios de comunicación social, en el mundo del espectáculo, en las universidades, en círculos culturales ateos, en los partidos políticos afiliados a grupos ideológicos laicistas… Se promociona el amor libre, sin vínculos ni compromisos; se lucha agresivamente para aprobar leyes divorcistas y abortistas; se quieren imponer los matrimonios gay; la ideología de género tiende a anular la diferencia biológica y psicológica entre el varón y la mujer para conquistar una supuesta igualdad de derechos. Los que no tienen una sólida formación ética y cristiana, sucumben fácilmente a estas agresiones sociales, y terminan por adoptar la mentalidad liberal, hedonista e inmoral del medio ambiente social.

101. La influencia social es poderosa, porque aquellos que no siguen la corriente y la moda del momento, se sienten excluidos y desprestigiados. Y no todos tienen la valentía de denunciar la falacia y los errores de la modernidad. La verdad y la ética no se mide desde la moda y la actualidad del pensamiento común, sino desde la objetividad y la adecuación al bien. La historia demuestra que las ideologías humanas van y vienen; la Palabra de Dios en cambio permanece para siempre: “El cielo y la tierra pasarán – dijo Jesús – pero mis palabras no pasarán” (Mt 24,35). Y la verdad está de parte de Dios. Hay gente que piensa que el libertinaje sexual, el aborto y las uniones homosexuales son una conquista moderna, cuando es sabido que los romanos y los griegos de la edad clásica ya la practicaban. Ya en la Biblia se reprueban esas costumbres como abominables, como pecado y corrupción.

102. Cuidado los cristianos en no caer en la trampa de la inmoralidad moderna y de sus falsas justificaciones; más bien debemos denunciarla claramente y llamar las cosas por su nombre, si queremos salvar la familia y la sociedad. No podemos dudar de la Palabra de Dios y de sus mandamientos. Desgraciadamente hay mucha gente moralmente débil que se deja llevar por el respeto humano y por las malas costumbres sociales: pensemos en el concubinato, en la facilidad en deshacer el compromiso matrimonial para juntarse con otra pareja, dejando los hijos desamparados y tristes. Todo en nombre de la libertad moderna, que proclama el derecho de rehacer su vida, sin preocuparse por deshacer la vida de la pareja y de los hijos. ¿Cómo podríamos llamar esta actitud? No hay otro nombre que individualismo, egoísmo, irresponsabilidad e ignorancia o indiferencia ética.

103. Si es cierto que la sociedad influye sobre la conducta de las familias, también es verdad lo contrario; es decir, la familia puede cambiar y mejorar las costumbres de la sociedad. Pero para conseguirlo debe estar bien formada doctrinalmente y moralmente, y saber señalar con claridad las consecuencias negativas de las transgresiones morales, y los resultados positivos de una puesta en acto del plan de Dios, referente al amor verdadero, a la procreación generosa, a los vínculos de fidelidad e indisolubilidad. “Las familias sanas contribuyen singularmente a la creación de una sociedad sana… Cuando la familia se desarrolla en una atmósfera de

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comprensión, tolerancia, solidaridad y amor por parte de sus miembros, éstos adquieren mayor madurez y equilibrio psíquico” (J.M.Martinez). Y una sociedad de individuos maduros y equilibrados, tiene mayor posibilidad de llevar una buena convivencia.

104. El Conciclio Vat II° afirma que la familia es la primera y fundamental “escuela de humanidad” (GS 52). En la Familiaris Consortio 1,1 se la define como “una comunidad íntima de vida y de amor, querida por Dios”. Los padres sinodales sostienen que la familia, fundamental comunidad humana, puede hacer frente a la fragilidad y debilidad de la sociedad moderna y sus instituciones, encontrando la fuerza en sí misma para llevar a cabo la formación de las personas, reforzar la calidad de las relaciones sociales, cuidar de los sujetos más vulnerables. La fuerza de la familia reside esencialmente en su capacidad de amar y de enseñar a amar. Aunque herida y débil, una familia siempre puede crecer a partir del amor, y ser el fundamento de una sociedad más humana y solidaria (Cfr n° 10 de las conclusiones del Sínodo sobre la familia).

105. El Papa Francisco dijo a su llegada en Bolivia, el 8 de julio de 2015, en el aeropuerto del El Alto: «La familia merece una especial atención de parte de los responsables del bien común, porque es la célula fundamental de la sociedad, que aporta vínculos humanos y, con la generación y la educación de sus hijos, asegura la renovación y el futuro de la sociedad». Pero parece que nuestros gobernantes y legisladores, con su bajo nivel de formación humana y cristiana y su mentalidad laicista,, en lugar de fortalecer la familia, la van destruyendo, facilitando su disolución con el divorcio rápido, el aborto impune y la aceptación de uniones libres sin compromisos definitivos (cfr el nuevo “Código de la Familia” de Bolivia)

PASTORAL FAMILIAR

106. Es evidente que para llevar adelante la vida matrimonial y familiar según el proyecto de felicidad y perfección pensado por el Creador, es necesaria una formación y una preparación doctrinal, moral y psicológica, ya sea de parte de los miembros de la familia, como de parte de la Iglesia misma. Esa es la finalidad de la pastoral familiar. “Este apostolado se desarrollará sobre todo dentro de la propia familia, con el testimonio de la vida vivida conforme a la ley divina en todos sus aspectos, con la formación cristiana de los hijos, con la ayuda dada para su maduración en la fe, con la educación en la castidad, con la preparación a la vida, con la vigilancia para preservarles de los peligros ideológicos y morales por los que a menudo se ven amenazados, con su gradual y responsable inserción en la comunidad eclesial y civil, con la asistencia y el consejo en la elección de la vocación, con la mutua ayuda entre los miembros de la familia para el común crecimiento humano y cristiano, etc. El apostolado de la familia, por otra parte, se irradiará con obras de caridad espiritual y material hacia las demás familias, especialmente a las más necesitadas de ayuda y apoyo, a los pobres, los enfermos, los ancianos, los minusválidos, los huérfanos, las viudas, los cónyuges abandonados, las madres solteras y aquellas que en situaciones difíciles sienten la tentación de deshacerse del fruto de su seno, etc.” (F.C.69).

107. Con respecto a la acción pastoral de la Iglesia referente a la familia, el Sinodo 2015 indica: “Deben tenerse en cuenta las tres etapas señaladas por la Familiaris Consosrtio (cfr 66): la preparación remota, che pasa por la transmisión de la fe y de los valores cristianos al interior de

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la propia familia; la preparación próxima que coincide con los itinerarios de catequesis y las experiencias formativas vividas al interior de la comunidad; la preparación inmediata al matrimonio, que parte del camino más amplio y cualificado de la dimensión vocacional”. La primera etapa comienza desde el nacimiento, para forjar una personalidad capaz de vivir su vocación humana y cristiana integralmente, que le permita afrontar la vida positivamente. La segunda etapa debe formar la persona para relacionarse con la iglesia y la sociedad, para aportar y recibir una riqueza vital que hace el bien de todos. La tercera etapa, más específica, debe preparar la persona a vivir con vocación de amor como esposo/a y padre/madre, con principios humanos y cristianos.

108. La familia no es solamente objeto de evangelización, sino también sujeto evangelizador (Sínodo 3), en el sentido que debe comprometerse con todos sus integrantes, bautizados y confirmados, en la tarea más importante para todo cristiano: la de glorificar y contemplar a Dios y anunciar el evangelio al mundo. Deberá hacerlo con el ejemplo de vida cristiana y con un apostolado específico, dirigido sobre todo a otras familias, desde su experiencia matrimonial y familiar, en coordinación con la iglesia local. La familia evangelizada debe convertirse en familia evangelizadora, para colaborar con Cristo y su Iglesia en la salvación de la humanidad.

109. La familia “cristiana” puede ser “levadura en la masa” y “luz del mundo” en cuanto al testimonio viviente del proyecto de Dios realizado concretamente, que proporciona alegría, paz y armonía en la familia. El amor, la unidad e indisolubilidad del matrimonio, la fecundidad generosa, la confianza en la providencia de Dios, la oración ferviente y la conducta conforme a los mandamientos de Dios y las bienaventuranzas de Cristo, pueden hacer de la familia una luz en medio de las tinieblas de las familias paganas y conflictivas de nuestra sociedad.

110. En la Familiaris Consortio n° 70 leemos: “las familias cristianas se empeñen activamente, a todos los niveles, incluso en asociaciones no eclesiales. Algunas de estas asociaciones se proponen la preservación, la transmisión y tutela de los sanos valores éticos y culturales del respectivo pueblo, el desarrollo de la persona humana, la protección médica, jurídica y social de la maternidad y de la infancia, la justa promoción de la mujer y la lucha frente a todo lo que va contra su dignidad, el incremento de la mutua solidaridad, el conocimiento de los problemas que tienen conexión con la regulación responsable de la fecundidad, según los métodos naturales conformes con la dignidad humana y la doctrina de la Iglesia. Otras miran a la construcción de un mundo más justo y más humano, a la promoción de leyes justas que favorezcan el recto orden social en el pleno respeto de la dignidad y de la legítima libertad del individuo y de la familia, a nivel nacional e internacional, y a la colaboración con la escuela y con las otras instituciones que completan la educación de los hijos, etc.”

111. La pastoral familiar en nuestros tiempos es tanto más urgente, cuanto más avanza el secularismo con sus anti-valores destructivos del verdadero amor, de la unión, la estabilidad y la referencia a Dios. Es una acción evangelizadora amplia y permanente, pues apunta a formar y apoyar a todos los integrantes de la familia, para que vivan en el amor, la complementación mutua, y su propia vocación. Para lograr buenos resultados, los equipos de pastoral familiar deberían estar integrados por sacerdotes, psicólogos, biólogos, pedagogos, expertos en las leyes divinas y humanas.

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112. Los sacerdotes y todos los agentes de pastoral deben insistir mucho en la formación espiritual, moral y sacramental de los esposos, padres e hijos, en base a la Palabra de Dios y la doctrina de la Iglesia. Índices muy preocupantes de que la familia en nuestro país anda muy mal, cristianamente y humanamente, son el concubinato y las uniones libres, la intolerancia y la violencia, las separaciones, las infidelidades y los divorcios. Eso nos está diciendo que no se vive el amor y la caridad cristiana en familia; y si no hay amor en la familia, ¿dónde se va a aprender a amar a Dios y al prójimo? Es triste constatar que no se tiene en cuenta el sacramento del matrimonio, instituido por Dios. Habrá que enseñar con más profundidad la santidad y la sacralidad del matrimonio. Habrá que enseñar a amar de verdad, en una actitud de total entrega al bien y la felicidad de la pareja y de los hijos: “Amaos como yo os he amado” (Jn 13,34) nos pide Jesús.

113. La pastoral familiar debe apuntar a formar personas con espíritu ascético, penitencial, que sepan controlar sus instintos, sus emociones y sentimientos, para que no se desborden en abusos, malos tratos, machismo o feminismo, ira, violencia verbal y física, vulgaridades, alcoholismo… Habrá que insistir en la responsabilidad de la educación de los hijos; en que los padres son los referentes morales y espirituales, y que depende mucho de su ejemplo y de su palabra la conducta de los niños y jóvenes, porque la autoridad moral y el peso afectivo de los padres cuentan mucho. La pastoral familiar se ocupa también de fortalecer la unión y la buena relación en familia con el auxilio también de profesionales: psicólogos, pedagogos, educadores. Naturalmente los que van a formar una familia, deberán llegar bien preparados para ser esposos y padres, para evitar errores y horrores.

114. Hay parejas que se juntan por instinto sensual y afectivo, por un deseo inmediato, inmaduros, sin saber lo que les espera. Creen que el enamoramiento durará para siempre y los capacitará para superar todos los problemas. La confianza no basta; es necesario tener fuerza moral, principios correctos, saber la manera justa de actuar y reaccionar frente a los desafíos y responsabilidades de la familia, del trabajo y los conflictos familiares y sociales. Algunos dicen que eso se aprenderá después, con el tiempo. Tal vez sea verdad, pero a costa de muchos sufrimientos y fracasos. Es mejor prevenir que curar, dice el refrán. Por lo menos habrá que saber dónde y cómo recurrir para solucionar los problemas y dificultades de la vida.

115. Sería conveniente, más bien es necesario, que en todas las parroquias se organice la pastoral familiar, que incluya la catequesis prematrimonial, la escuela para padres, el acompañamiento para los recién casados, la formación permanente para esposos e hijos. Esto de la formación permanente es muy importante, porque la familia es una realidad dinámica, cuyas relaciones van cambiando con el paso del tiempo, y es necesario hacer un constante reajuste. No es lo mismo un matrimonio joven que de ancianos; tampoco es lo mismo educar a los niños que a los adolescentes y jóvenes. Es conocido el conflicto de generaciones que puede causar dolorosas controversias entre padres e hijos, entre jóvenes y ancianos. No está de más saber algo de psicología evolutiva y de psicología de las edades. ¡Cuánto dolor se puede ahorrar y cuanta felicidad se puede acumular, sabiendo vivir bien el matrimonio y la familia!

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116. Para una correcta orientación, moral y cristiana, hay que preferir los consultorios parroquiales o diocesanos, porque sabemos que se basan en la Biblia, en la teología y en el magisterio de la Iglesia. Sabemos que no todos los psicólogos, terapeutas o médicos laicistas, comparten la ley de Dios ni la doctrina de la Iglesia. Ello no tienen escrúpulos, por ejemplo, en aconsejar relaciones con prostitutas para despertar su potencia sexual; o recurrir al divorcio si no son capaces de superar ciertos problemas de convivencia; o de formar parejas homosexuales si es de su gusto; a interrumpir un embarazo si lo creen conveniente, pues tienen derecho sobre su cuerpo (que no es su cuerpo…); o liberarse de los mandamientos y preceptos religiosos para ser más libres; y a los hijos independizarse de sus padres si eso les parece que los hace más hombres; a los jóvenes se les enseña a tomar una actitud agresiva para hacerse valer; etc. La ética y la espiritualidad cristiana en cambio, solamente pide actuar siempre con amor, y juzgarlo todo en base a este precepto supremo, que si es bien aplicado produce la verdadera paz, armonía y felicidad en la familia y en la sociedad. Por los frutos se reconoce el árbol bueno o malo, dice Jesús (cfr Lc 6,43-45).

117. En la Iglesia hay muchas organizaciones e instituciones que pueden ayudar la familia a solucionar sus problemas y a realizarse en plenitud, empezando por el “Pontificio Consejo para la Familia”. La Iglesia tiene una enorme literatura sobre temas matrimoniales y familiares: el “Magisterio pontificio”, el Derecho Canónico, los documentos conciliares, el Catecismo de la Iglesia Católica, las encíclicas y exhortaciones apostólicas, las declaraciones de la Congregación para la doctrina de la fe; Carta a la Familia; los Derechos de las familias; los tratados teológicos de moral, espiritualidad y pastoral matrimonial; textos de catequesis familiar; Sínodos sobre la familia, Directorios sobre la familia, Congresos y simposios nacionales e internacionales. Asimismo hay muchísimas estructuras pastorales para orientar la familia: la sección de Pastoral Familiar de cada conferencia Episcopal, de cada diócesis y parroquia; el Movimiento Familiar Cristiano, el Servicio de Orientación Familiar etc. Es cuestión de aprovechar todo esto para trabajar con la familia, que es una de las grandes prioridades en la tarea evangelizadora de la Iglesia.

EL FUTURO DE L A FAMILIA

118. Durante muchos siglos la familia, la conyugalidad, el matrimonio, la paternidad/maternidad, ha sido definida, representada y legitimada social, cultural y políticamente, conforme al modelo natural; y eran descalificadas las situaciones familiares incompletas, anormales, porque desviadas, disfuncionales y claramente perjudiciales para el orden personal y social. En nuestros tiempos, especialmente en el occidente, se discute sobre la identidad de la familia; sobre qué se considera como familia: su constitución y reconocimiento social, sus miembros, sus funciones sociales, su cobertura jurídica y económica, etcétera.

119. Todavía hay una estima generalizada de la familia como valor personal y social. Lo que no se comparte es que lo que se entiende por familia, y que encierre una misma forma de vivir, amar o procrear. “La inquietud actual sobre el futuro de la familia no arranca tanto de la incertidumbre sobre su vigencia, como de la derivada de su creciente pluralidad, porque, cada vez con mayor

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intensidad, en las sociedades de la segunda modernidad la vida familiar adopta formas distintas, diversas y discontinuas de realización” (Ana I. Del Valle)

120. En el último siglo el panorama familiar ha sufrido muchos cambios, debido al difundirse del individualismo y el relativismo. Según Neck-Gerdheim, se considera "el matrimonio separable de la sexualidad, ésta a su vez de la paternidad/maternidad, la cual puede multiplicarse mediante el divorcio, y todo esto puede dividirse por el hecho de vivir juntos o separados y potenciarse por tener una casa en diferentes lugares o por la siempre presente posibilidad de revisarlo todo”. Y todo esto todavía se lo clasifica bajo la denominación de matrimonio o familia. Esto se debe a que “se ha extendido y acentuado el desprendimiento de las personas de los vínculos normativos e institucionales, de los credos y normas reguladoras, a favor del incremento de la autonomía del individuo” (Neck-Gerdheim).

121. En este proceso de ”individualización” se habla de “desinstitucionalización”, “diversificación”, “flexibilización” de las maneras de constituir la familia. “Se intensifica el rechazo a las normas impuestas por una autoridad o moralidad institucional externa en el comportamiento personal, sea social, religiosa o política. Trasladado al terreno de la sexualidad, el énfasis en la libertad y felicidad personal suponen una reivindicación del control de la propia sexualidad, de la disociación entre sexualidad y reproducción que en la práctica es posible gracias a los avances en tecnología contraceptiva y reproductiva. Por último, y no menos importante, todas estas aspiraciones y expectativas, los cambios en actitudes y valores que acompañan estos procesos van hallando aval y refrendo en nuevas leyes” (Ana I. Del Valle).

122. Otro factor determinante en el cambio de mentalidad en considerar y estructurar la familia, es la emancipación o liberación de la mujer, su acceso a la educación, a una carrera profesional, al trabajo, a la disponibilidad de dinero propio, a la búsqueda de satisfacción personal y relevancia social, el reclamo de la igualdad de género, de autonomía e independencia con respecto al varón… La mujer moderna es más propensa a buscar la realización personal en otras instancias, más que entregarse a las obligaciones de esposa y madre y atender las tareas del hogar. El individualismo afecta no solo a los hombres, sino también a las mujeres : “A quién se ama, con quién se vive, con quién se tienen los hijos, cómo se cuidan, cómo se dispone del tiempo y del espacio, el reparto de las tareas, quiénes son parientes o cómo son las relaciones con ellos... son cuestiones cuya resolución halla menos eco en las normas y roles prescritos o preconfigurados socialmente y se cocina más en la acción recíproca de los individuos” (Ana I. Del Valle).

123. Esta manera de organizar la convivencia familiar, prescindiendo de las normas y leyes sociales o religiosas, lleva a la precariedad, la inseguridad, el desorden y la incertidumbre en las relaciones matrimoniales y familiares. “Una persona puede pasar del noviazgo a la cohabitación, volver al noviazgo y casarse esta vez, tener hijos, separarse y divorciarse, vivir sólo con los hijos, volver a cohabitar con una nueva pareja y los hijos de ambos, etcétera. Hay una ruptura sustancial en la forma en que las personas conciben y afrontan sus proyectos convivenciales respecto del pasado que, de nuevo, tiene mucho que ver con el desgaste o desaparición de los controles ajenos y la consiguiente falta de efectividad de las normas prescritas y los cambios en las leyes generales. Pero igualmente tiene que ver con que el amor (como satisfacción personal) se ha

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vuelto más importante, se aspira más a la felicidad, se tienen expectativas más elevadas, sea con la pareja sea con los hijos, y se cruzan antes los umbrales de la inconformidad, decepción o insatisfacción” (Ana I. Del Valle).

124. La desinstitucionalización produce una familia indecisa, incierta o precaria de la que hablan algunos sociólogos, en la que nada está asegurado de antemano; también genera una familia deseada y procurada, hecha viable desde la querencia y la tolerancia. Las familias no se presentan socialmente como unidades de destino común, como entidades colectivas a las que se subordinan los intereses personales en orden al bien común, sino como comunidades afectivas o pactos de libre adhesión…. Los intereses colectivos pasan por un reconocimiento de la autonomía individual, lo que deriva en una mayor demanda de igualdad, requiere sensibilidad hacia el otro y tolerancia, necesita de la negociación, de la planificación. Ya no está claro quién hace qué dentro de la organización familiar ni en función de qué criterios. La viabilidad de los proyectos personales de los individuos evidentemente, van más allá del amor y de los afectos y a la larga, inevitablemente acaban chocando con ellos. Esta es la conclusión a la cual llegan varios sociólogos y psicólogos con respecto a la familia moderna, marcada por el individualismo (digamos: egoísmo) que por supuesto no es muy alentadora.

125. Los sociólogos observan también un retraso y reducción de la nupcialidad y la fecundidad, un descenso del número de matrimonios, cambios demográficos (más ancianos y menos niños), la tolerancia y permisividad de la opinión pública, el aumento de las separaciones y divorcios, la inestabilidad de las relaciones, el aumento de convivencias sin papeles, la posibilidad y la legalización de uniones homosexuales, la formulación de códigos éticos individualistas y provisorios; nada se considera absoluto sino todo revisable, desde las relaciones de las parejas hasta la relaciones intergeneracionales. Hay una prioridad del proyecto de vida propia que prevalece sobre el proyecto comunitario… El factor más decisivo que ha influido en el cambio de la conducta matrimonial y familiar, ha sido la aprobación de leyes que convalidan todas estas conductas disolventes de la familia.

126. De esta manera el futuro de la familia humana no parece muy promisorio… Con los criterios del evangelio y del sentido común, podríamos juzgar este proceso como un retroceso al paganismo, a la barbarie, a la perversión del verdadero amor, a la destrucción de la familia. Y eso que muchos lo consideran como un avance democrático y cultural, como una conquista de la modernidad. Bastaría confrontar el proyecto de amor que propone Dios Creador, ratificado por Cristo, con el proyecto individualista, hedonista y relativista de la modernidad, para darse cuenta del error en que se encuentran los pregoneros de las nuevas formas de familia (que tienen poco de familia), pues los resultados son a la vista desastrosos.

127. Gallup llevó a cabo un estudio en 1968 en 16 países, en 4 continentes, preguntando cuáles eran los valores familiares. Los resultados fueron asombrosos: no había unidad en ninguna parte; los valores son diferentes de país a país, de región a región, de estado a estado, de ciudad a ciudad y lamentablemente de familia a familia. Dentro de una misma familia se percibían esquemas diferentes de valores. Hay un Instituto en Estados Unidos llamado “Instituto Para La Etica Global”, que tiene también presencia en Europa, y trata de iniciar un movimiento mundial que haga cambios en la sociedad. Esta institución aplicó una encuesta internacional de valores y se

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dieron cuenta que la sociedad ha mostrado un descenso en lo que se refiere a los valores tradicionales: llegando a la conclusión de que las naciones del mundo no sobrevivirán en el siglo 21 con la ética desvirtuada del siglo 20. (cfr Porfirio Tamez).

128. ¿Cómo se explica que en un país como el nuestro, y en toda América Latina, donde la mayoría de la población es cristiana y reconoce los valores religiosos, se dan los mismos fenómenos disolventes de la familia que en otros países más secularizados y no cristianos? No es difícil entenderlo. Es que la gente tiene mucha devoción religiosa a nivel sentimental, pero poca coherencia a nivel práctico. Bastaría señalar algunos hechos que son indicadores de la falta de compromiso vital de la fe en muchos cristianos: el concubinato, las separaciones y divorcios, la búsqueda inmediatista del placer individual, el alcoholismo, la baja participación a los sacramentos y la Misa dominical. Eso significa debilidad moral, ignorancia religiosa, falta de responsabilidad, dejadez y pereza espiritual, materialismo, y a veces rebeldía y desprecio de la ley de Dios… en una palabra: pecado. Y lo que es peor, despreocupación por el pecado. Si a esto agregamos la influencia de las leyes laicistas, de los medios de comunicación que socializan la corrupción y las ideologías que atacan a la familia, tenemos un cuadro completo que da razón de la desorientación y abdicación de los valores y compromisos familiares establecidos por Dios en la Biblia.

129. ¿Será posible revertir esta situación y reconducir el matrimonio y la familia al nivel de la belleza y la santidad propuesta por el Evangelio? Será posible si habrá conversión; y habrá conversión si habrá evangelización. Es responsabilidad de la Iglesia y de todo cristiano sincero y comprometido, anunciar el “Evangelio de la Familia”. De otra manera, como dicen algunos sociólogos y antropólogos, la tendencia será irreversible, y seguirá hacia la destrucción de la familia. Alguien dijo que si la familia, saneada, no sostiene a la sociedad, la sociedad destruirá a la familia y a todos sus integrantes, es decir a todos los seres humanos; así como destruyendo las células, se destruye el tejido entero.

130. ¿Tendremos que mirar la familia del futuro con optimismo o con desesperanza? La historia no es lineal ni está predeterminada, sino que depende de innumerables factores imprevistos, y sobre todo de la libertad, es decir, de la voluntad y de las decisiones humanas. Puede haber un progreso moral y espiritual, como también un retroceso. En ese sentido, la sociedad, la religión, la escuela y cada familia individual tienen su parte de responsabilidad en la preparación del futuro (cfr Antonio Donini). Los cristianos tenemos una gran ventaja, porque podemos presentar el mejor modelo de familia, ideado por el mismo Dios, que produce las mayores alegrías. Y eso lo hace atractivo y de gran éxito, si sabemos anunciarlo adecuadamente.

CONCLUSIÓN

Según las estadísticas, en el mundo actual hay aproximadamente 1500 millones de familias. Si pensamos que cada grupo familiar ha surgido y se mantiene unido por el amor, tenemos un panorama realmente hermoso de la humanidad. Hemos visto que no siempre el amor o la organización familiar son perfectos, e incluso en muchos casos aparecen desvirtuados y pervertidos; pero permanece la aspiración de todos a lograr el amor verdadero en una unión

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perfecta, porque eso es lo que produce la felicidad tan deseada. Pero debemos convencernos de que si no le hacemos caso a Dios, autor del matrimonio y la familia, especialmente en lo que se refiere al verdadero amor, al cuidado y respeto de la vida, a la unión y entrega permanente, no alcanzaremos nunca la felicidad del hogar. Y si falla el grupo familiar, falla toda la sociedad, porque no hay otra escuela donde aprender a vivir una relación pacífica, cordial, respetuosa y solidaria. Ni la Iglesia puede enseñar a amar y a convivir en paz, si previamente las personas no han bebido el amor en su familia; ni siquiera se puede entender el amor de Dios y del prójimo, si no se tuvo experiencia del amor de un padre, de una madre, de los hermanos. Es por eso que la iglesia considera como una prioridad la pastoral familiar. Pero tiene muchos enemigos, empezando por el demonio, a quien se le dice “diablo”, que significa “el que divide y enfrenta”. Dividió a la primera pareja (Adán y Eva) y a los primeros hermanos (Caín y Abel) y seguirá intentándolo con todos. Hay muchos partidarios del demonio, que con sus ideologías, su dinero e intereses, proponen otras formas de uniones sin compromisos, sin leyes, incluso contra naturaleza, centrados en sí mismos… que van destruyendo el matrimonio y la familia desde su raíz, pues esta se fundamenta en el amor, que es todo lo contrario del individualismo y el egoísmo. El proyecto de Dios y su plan de salvación consiste en hacer de toda la humanidad una gran familia, su familia, y hacernos partícipes de su vida divina en la “koinonía trinitaria”. Y nos llama a todos a llevar a cabo este proyecto, a través de la Iglesia, animados por su Espíritu, anunciando el evangelio del amor y los sacramentos, fuente de unión y comunión. Trabajemos para el bien, y el bien nos llenará del gozo de Dios. Mons. Roberto Bordi ofm

APÉNDICE: frases para pensar

- El hombre es la más elevada de las criaturas; la mujer el más sublime de los ideales. Dios hizo para el hombre un trono, para la mujer un altar: el trono exalta, el altar santifica.

- El hombre es fuerte por la razón, la mujer invencible por las lágrimas: la razón convence, las lágrimas conmueven.

- El hombre es capaz de todos los heroísmos, la mujer de todos los martirios.- El hombre es código, la mujer es evangelio: el código corrige, el evangelio perfecciona.- El hombre es águila que vuela, la mujer es ruiseñor que canta; volar es conquistar el espacio, cantar

es conquistar el alma.- El hombre tiene un fanal, la consciencia; la mujer, una estrella: la esperanza. El fanal guía, la

esperanza salva. (Versos del poeta Victor Hugo)

- El amor es la vocación innata de todo ser humano (San J.Pablo II°)- En los comienzos de un amor, los amantes hablan del porvenir; en su declive hablan del pasado

(André Maurois)- Se estudian tres semanas, se aman tres meses, se pelean tres años, se toleran treinta años; y los

hijos vuelven a empezar (Hippolite Taine).- El hombre reina, la mujer gobierna (Ponsón de Terrail)- La palabra es mitad de quien la pronuncia, mitad de quien la escucha (Michel Montaigne)- Casarse sin conocerse es jugarse la felicidad a cara o cruz (Maddame Guyard)- Cásate solo por amor (J.Brown). Cuando el amor ha sido una comedia, forzosamente el matrimonio

tiene que derivar en drama (A. de Lamartine).- El amor es el mejor padrino del matrimonio, y la estimación recíproca el más fiel amigo (Paolo

Mantegazza).- El matrimonio es un sentimiento muy complejo: de esposos, de enamorados, de confidentes, de

compañeros y de amigos (Zenaida Bacardí)

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- El matrimonio es una ciencia que nadie estudia (Sofía Arnould)- La vida conyugal es una barca que lleva a dos personas en medio de la tempestad. Si uno de los

dos hace un movimiento brusco, la barca se hunde (L.N.Tolstoi)- No basta encontrar la persona adecuada para el matrimonio: nosotros también debemos ser la

persona adecuada (J.Brown)- No es el amor pasional y sensible, sino la caridad que viene de Dios, la que afianza las buenas

relaciones entre los casados (San Agustín de Hipona)- Nunca he engañado a mi mujer. No es ningún mérito, porque la amo (G. Duhamel)- Ten los ojos bien abiertos antes del matrimonio; y medio cerrados después (R.Fuller)- Un matrimonio feliz es una larga conversación que siempre parece demasiado corta (A.Maurois)

ORACIÓN A LA SAGRADA FAMILIA

(Sinodo de obispos 2015)

Jesús, María y Josécontemplamos en ustedesel esplendor del verdadero amory a ustedes nos dirigimos con confianza.

Sagrada Familia de Nazarethconvierte también nuestras familiasen lugares de comunión y cenáculos de oración,auténticas escuelas de Evangelio y pequeñas iglesias domésticas.

Sagrada Familia de Nazarethnunca más en las familias haya violencia, cerrazón y división:cualquiera que haya sido herido o escandalizado,conozca pronto el consuelo y la sanación.

Sagrada Familia de Nazarethdespierta en todos la conscienciadel carácter sagrado e inviolable de la familia,y su belleza según el proyecto de Dios.

Jesús, María y Joséescuchen nuestra súplica. Amen.

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