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“Obesidad, Sobrepeso y Gordofobia. La tensión entre el sistema alimentario moderno, el discurso médico, y la norma de la delgadez”. Socioantropología Carrera de Nutrición Universidad de Buenos Aires Noviembre 2017 Estudiantes: Kozicki,Camila; Caliva G.,Daiana. Mails: [email protected] ;

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“Obesidad, Sobrepeso y Gordofobia. La tensión entre el sistema alimentario moderno,

el discurso médico, y la norma de la delgadez”.

Socioantropología

Carrera de Nutrición

Universidad de Buenos Aires

Noviembre 2017

Estudiantes: Kozicki,Camila; Caliva G.,Daiana.

Mails: [email protected];

[email protected].

Jefa de Práctico: Ludmila Quiroga

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INTRODUCCIÓN:

El siguiente trabajo de investigación es de carácter exploratorio, como primer objetivo

buscamos entender las múltiples explicaciones sobre la obesidad y el sobrepeso a través del

análisis comparativo e interrelacionado del discurso biomédico y los cambios

macroestructurales que impactaron en la lingüística alimentaria y en la vida cotidiana de la

sociedad a partir del siglo XX. Por lo que abordaremos la obesidad desde el paradigma de la

salud y desde un enfoque socioantropológico.

Al mismo tiempo, nos preguntamos por las experiencias de las personas que

encarnan el exceso de los cuerpos, sus vivencias en el ámbito de salud y en la vida

cotidiana, qué comen, cómo se sienten, qué piensan, por lo que realizaremos una encuesta

online que nos permita alcanzar este segundo objetivo.

DESARROLLO:

MARCO TEÓRICO:

-La Obesidad desde el discurso médico hegemónico: cuerpo sano/flaco vs. cuerpo enfermo/gordo

La Organización Mundial de Salud1, establece que una persona tiene un peso normal

o saludable cuando su Índice de Masa Corporal (IMC) se encuentra entre 18,5 y 24,99

Kg/m2. Por el contrario, aquellos cuerpos que sobrepasen estos parámetros numéricos,

serán codificados bajo el “sobrepeso”-IMC igual o superior a 25- y la “obesidad”-IMC igual o

superior a 30-, categorías entendidas como “una acumulación anormal o excesiva de grasa

que puede ser perjudicial para la salud” (OMS).

El IMC permite dilucidar la creación de la gordura como posible enfermedad, es decir,

la vinculación entre el exceso de masa y un cuerpo enfermo. El cuerpo sano/normal será el

cuerpo delgado, mientras que la gordura y la obesidad serán algo erróneo e inapropiado,

“factores de riesgo”. A través del uso de este indicador, el modelo médico hegemónico

(Menéndez, 2003) analiza, y define el cuerpo, nombra la salud, y la enfermedad de la

población mundial.

1 Organismo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) que se especializa en gestionar políticas de prevención, promoción e intervención en salud a nivel mundial,

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El modelo médico hegemónico se asienta así sobre una concepción mecanicista del

cuerpo humano; mantiene una tajante separación entre el cuerpo, sus partes y mente,

independientemente de los aspectos que inciden en él: estado de salud, hábitos y conductas

alimentarias, cultura, contextura física, etc que podrían incidir en la salud de las personas

(Le Breton, 1995).

De esta manera, a través de su idea biologicista sobre el hombre2, vuelve

insignificante factores que configuran cada cuerpo y sus trayectorias vitales. Tanto el peso-

de la masa en kilogramos- como la talla poco dicen sobre el estado de salud, los hábitos

alimentarios y modos de vida de los sujetos y la población. Además, esta concepción de la

obesidad como enfermedad crea un modelo ideal de cuerpo, un tipo de cuerpo y peso que

será aceptado por la sociedad, mientras que el cuerpo gordo será configurado a través de la

alteridad y en este sentido socialmente estigmatizado.

Sobrealimentación mundial:

Según estudios recientes, desde 1975, la obesidad se ha casi triplicado en todo el mundo:

“A nivel mundial en 2016, el 39% de las personas adultas de 18 o más años tenían

sobrepeso, y el 13% eran obesas. Mientras que 41 millones de niños menores de cinco años

tenían sobrepeso o eran obesos y había más de 340 millones de niños y adolescentes (de 5

a 19 años) con sobrepeso u obesidad” (OMS, 2017).

Estamos en presencia de sociedades obesas -con preeminencia en países de

ingresos bajos y medios- y famélicas, donde la falta de alimentación y la

sobrealimentación conviven (Raj Patel, 2008). ¿Se trata de contradicciones o resultados

de las mismas causas? .

Por un lado, la OMS reconoce que la sedentarización, los cambios sociales y la

falta de políticas públicas, influye sobre las prácticas alimentarias y son el piso de los altos

índices de sobrepeso y obesidad en el mundo. Así como destaca el desequilibrio entre

calorías consumidas y energías gastadas:

“A nivel mundial ha ocurrido lo siguiente: un aumento en la ingesta de alimentos de alto

contenido calórico que son ricos en grasa; y un descenso en la actividad física debido a la

naturaleza cada vez más sedentaria de muchas formas de trabajo, los nuevos modos de

transporte y la creciente urbanización” ( 2017).

2 “Hombre” en tanto especie humana.

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El discurso sobre la obesidad que ofrece la OMS combina el reconocimiento de los

condicionamientos sociales que alimentan la obesidad y los malos hábitos alimentarios de la

población, y el desfasaje aritmético entre calorías incorporadas y calorías “quemadas”.

Sin embargo la “dieta” que recomienda es de tipo individual, pues hace foco en las

elecciones individuales sobre la alimentación. De esta manera, el modelo médico

hegemónico busca una corrección de las desobediencias que suponen estas gorduras y una

cura para la “enfermedad” a través de la dieta.

El sistema alimentario del siglo XX, su relación con la obesidad y el sobrepeso:

El Hecho Alimentario: seres biológicos y sociales:

La alimentación implica y vincula el aspecto nutricional -el cuerpo biológico- con los

procesos socioculturales que hacen a la incorporación del alimento, su inscripción en el

espacio social, en el mundo simbólico que da sentido a las prácticas y funda la identidad

colectiva, al mismo tiempo que se establece como alteridad, puesto que este hecho estará

atravesado por diferentes estructuras de poder que modificarán las prácticas (Fischler,

1995). De esta manera, nos parece pertinente referirnos a la alimentación como un “hecho

alimentario”, prácticas y procesos sociales, sus productos y consecuencias, que abarcan

desde los recursos naturales hasta el consumo de dichos alimentos y sus consecuencias

(Hintze: 1997).

Como señala Sammartino, la complejidad del acto de comer reside en la interrelación

de elementos de carácter biológico, ecológico-demográfico -que hacen a la calidad y

cantidad de la producción alimentaria para la población en determinado hábitat-,

tecnológico-económico- que vincula los circuitos de producción, desde la materia prima a la

mesa del comensal, de carácter social, que hace que el consumo este mediado por factores

de género, económicas y de edad, y simbólico, que hace a la red de significación en la que

se inscribe el acto (2016).

Dicho de otro modo, la incorporación de los alimentos- el acto de comer-, estará

mediado por procesos sociales, biológicos, económicos que hacen a la disponibilidad, la

producción y su distribución - elementos macroestructurales de la “cocina” social - y por los

aspectos sociales y culturales que hacen al habitus alimentario de los comensales. El

habitus (Bourdieu, 1979) puede ser entendido como disposiciones, formas de actuar,

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pensar, sentir, creer, exteriores al individuo, que moldean sus prácticas en el campo

alimentario.

Por un lado comemos para sobrevivir pero este hecho se configura a través de

prácticas dotadas de sentidos por los/las comensales y con significados externos que

moldean el consumo de determinados alimentos en detrimentos de otros, su disponibilidad y

las preferencias alimentarias. Por lo que el hecho alimentario nos obliga a integrar el hombre

biológico y el hombre social, en tanto el consumo de alimentos responde a una construcción

material como simbólica (Sammartino, 2016).

Cambios industriales del siglo XIX y XX: la cocina moderna, alimentos ultraprocesados y sus

características sociales, culturales y económicas.

La industria alimentaria se caracteriza por la producción de alimentos ultra

procesados altos en azúcares y aditivos, así como también por la proliferación industrial de

comidas rápidas y fáciles de preparar. Los nuevos tiempos de la urbe, la vida cotidiana, el

aumento del trabajo asalariado femenino, los transportes y la duración de la jornada laboral

en las sociedades modernas, hacen del tiempo un bien escaso, y una de las variables más

importantes en las elecciones alimentarias, por lo que la población come lo que su tiempo y

dinero le permiten. Estos estos nuevos alimentos deben ser leídos como alimentos-servicio

(Fischler, 1995); enlatados, congelados, que no venden sólo un plato preparado sino que

son mercancías “ahorradoras” de tiempo y esfuerzo que puede ser dedicado a otros

trabajos3.

Estos cambios estructurales intervienen en los hábitos de consumo alimentario de la

sociedad, por lo que se hace necesario ver la comida en relación con los conceptos de

poder, el modo en que la historia culinaria tiene que ver con éxito y fracaso de nuevas

aplicaciones de poder en la esfera de la comida y la alimentación (Mintz,2003).

La evolución del sistema alimentario occidental y la conformación del modelo

agroalimentario hegemónico, incidieron en las gramáticas alimentarias (Fischler, 1995) que

forman parte del habitus alimentario de los comensales modernos, trastocando los modos de

3 En el caso de las mujeres, debido a la poca y casi nula democratización del trabajo doméstico, la incorporación de tecnología al hogar puede significar la creación de una plusvalía que les permite trabajar fuera de casa, así como, sin pagarles, cuidar de los niños, niñas o abuelos y del hogar (Gracia Arnaiz, 2014), es decir, “liberación” que implica una intensificación del trabajo extradoméstico ad honorem.

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relacionarse con los alimentos. Fischler sostiene que con la modernidad entra en crisis el

sistema de normas- las gastro-nomías- que regulaba las prácticas alimentarias, y éstas

quedan libradas a la decisión y elección individual, transformándose en gastro- anomias

(Fischler, 1995).

Vemos así, que la producción de alimentos ultraprocesados, las modificaciones

organolépticas sobre los alimentos de la mano de las nuevas tecnologías -que ya poco y

nada tienen de “natural”-, y la producción de cantidad más que de calidad nutricional para la

población, moldearon el gusto culinario de las sociedades modernas.

En este sentido, la disponibilidad de alimentos, los salarios que permiten

determinados consumos en detrimento de otros- dónde la urgencia de llenar la panza impera

sobre la calidad nutricional-, el bombardeo de publicidades poco saludables con mensajes

comerciales de multinacionales del fast food, el deseo y “goce” extralingüístico que se ha

creado sobre el consumo de alimentos4, así como esa red simbólica que hace de envase a

los alimentos y se relaciona con status sociales, produjo una domesticación del paladar, una

colonización del gusto en manos de la industria alimentaria.

La obesidad puede ser leída como un resultante de la época, una creación de la

industria alimentaria. Desde la óptica de la medicina, estaremos en presencia de una

“enfermedad” debido a las posibilidades reales de padecer enfermedades relacionadas con

la diabetes, y factores de riesgo cardiovascular. Sin embargo nos preguntamos: ¿la gordura

es necesariamente una enfermedad?, ¿la gordura es sólo un problema alimentario, de

exceso de consumo y poca actividad física?.

De la “buena vida” paleolítica a los ambientes obesogénicos modernos:

Durante el paleolítico, hace aproximadamente 4.500.000 de años atrás, los grupos

cazadores recolectores que habitaron en la sabana africana y que luego durante el

desarrollo evolutivo se extendieron a través de migraciones al resto de los continentes, se

caracterizaron por ser grupos relativamente pequeños, cuya vida entera estaba signada por

la comunidad y los lazos que en esta se tejían a través de aspectos de género, de edad y

parentesco que permitían la interrelación de sus miembros (Krotz,1994).

4 A través de la teoría lacaniana podemos pensar en la creación de los alimentos ultraprocesados por parte de la industria y los medios de comunicación como objetos a, es decir objetos causa de deseo, que prometen determinado goce, aunque este sea sólo momentáneo y a través del consumo mediado por relaciones de compra y venta en el mercado.

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Hasta la revolución neolítica y la domesticación de animales y plantas que permitió la

acumulación de alimento, la sedentarización de los grupos humanos y el crecimiento

demográfico, no se crearon grandes almacenamientos de provisiones, sino que se obtenía lo

necesario para la vida a través de la caza, la pesca y la recolección -vestimenta,

herramientas, artefactos para rituales- sin necesidad de acumular otro tipo de bienes

materiales, por lo que esta parte de la historia humana puede ser entendida como la “buena

vida” (Krotz, 1994).

Hacia fines del siglo XIX, el cercamiento de las tierras comunales europeas que

servían como fuente de alimento para las familias y que por vínculos de vasallaje, proveían

de alimento al señor feudal, produjo una masa de población rural excedente que debió

emigrar forzosamente hacia las ciudades europeas. A partir de este momento en la historia,

la población fue desposeída de sus medios de producción, y quedó “libre” en un doble

sentido; de la tierra y las herramientas de trabajo, y de poder vender su fuerza de trabajo.

La revolución agrícola e industrial produjo así la desarticulación de las tierras

comunales en espacios privados, y la transición de una economía de subsistencia a una

economía de producción con fines comerciales. Este proceso de privatización de las tierras

comunales, es denominado por Carl Marx como la “acumulación originaria” que brindó a la

incipiente industria de grandes extensiones de tierra.

Con los cambios industriales y del mercado, la racionalidad tecnológica del

capitalismo afectó la forma de producción, la distribución -transnacionalización-, la

variabilidad y el acceso a los alimentos por parte de la población mundial. En este contexto

tuvo lugar la conformación del sistema agroalimentario hegemónico (Sammartino,2010), que

durante la edad industrial implicó la modernización de la agricultura.

Si a fines del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX el sistema agroalimentario

estuvo marcado por la hegemonía de Inglaterra y la división colonial del trabajo agrícola así

como también la mecanización de la producción, el desarrollo de redes de comunicación y

trasportes que permitieran el comercio interno y externo, esa situación cambia de forma

hacia 1970.

En un contexto de posguerra mundial, Estados Unidos ocupó ese lugar hegemónico

en la producción de alimentos a través de la “Revolución verde”; fueron incorporadas nuevas

tecnologías que de la mano de la ciencia genética intervinieron en la composición natural de

los alimentos, como en la producción de semillas, su fertilización con productos químicos,

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insecticidas y herbicidas. Estas mejoras tenían como fin acabar con el hambre de países del

Tercer Mundo, con la ayuda de una mayor producción de alimentos de origen vegetal.

Hacia fines de 1970 este modelo se intensifica con la desregulación de los mercados, y la

“libertad de comercio,” se expande el poder monopolista corporativo a nivel global.

Hecha esta breve descripción histórica nos parece necesario mencionar que las

políticas de “Seguridad alimentaria” que se implementaron en las últimas décadas del siglo

XX y que buscaban garantizar la disponibilidad de alimentos, afectaron la soberanía de los

pueblos y el derecho a la alimentación, en tanto la producción, distribución y consumo de los

alimentos quedó en manos de la industria, perjudicando a los productores locales y

alterando las relaciones naturales con el ciclo productivo. En este sentido, se generaba una

gran barrera entre las grandes industrias y los pequeños y medianos productores que

buscaban la inserción en el mercado. Así como también aumentó de manera significativa la

malnutrición mundial, y el conocimiento cultural sobre la producción- conjunto de saberes,

prácticas- fue sustituido por la lógica racional capitalista.

Si los grupos cazadores recolectores guardaban una estrecha relación entre la

cantidad de calorías que consumían y las actividades físicas que realizaban en tanto la

búsqueda del alimento formaba parte de su condición de vida y su relación con el medio

ambiente era equilibrada y en comunidad, esta “buena vida” se desarticula en las

sociedades modernas.

Comemos más de lo que las rutinas diarias permiten gastar, al mismo tiempo que

desconocemos tanto los ciclos productivos de los alimentos que consumimos como las

relaciones de producción y comercialización que vinculan la materia prima desde el suelo a

nuestro plato. Somos individuos/as que encuentran en descomposición las redes sociales

que antes nos sostenían. Como sostiene Fischler se trata de una crisis de la civilización: “el

‘desarreglo’ alimentario resulta de una especie de proceso de lenta sedimentación, la ‘cultura

´ recubriendo lentamente a la ´naturaleza, enterrando poco a poco los últimos residuos

arcaicos” (1995).

No solo nos hemos vuelto más sedentarios/as sino que ha empeorado la calidad

nutricional de los alimentos que incorporamos. La industria alimentaria y los

condicionamientos exógenos de la vida cotidiana producen ambientes obesogénicos (Egger,

Swinburn: 1997), signados por gramáticas alimentarias, prácticas urbanitas, y

condicionamientos económicos y de género que, sin el apoyo de políticas públicas que

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reviertan esta situación, perjudican la salud de la población y restringen el derecho a la

alimentación.

La problemática social de la gordura: hablemos de gordofobia

Como vimos anteriormente, el sistema capitalista a través de sus políticas

alimentarias fomenta la obesidad, alimenta el exceso, sin embargo las normas culturales que

este mismo sistema genera lo castigan.

El sistema regula los cuerpos, establece qué cuerpos serán dignos de ocupar el

espacio público, y cuáles no; qué cuerpos serán los legítimos de ser mostrados y cuáles

deberán permanecer en la esfera privada. Siendo generadores de exclusión social,

desvalorización afectiva, injusticia económica y laboral, estigmatización, estrés y ansiedad,

depresiones y aislamiento.

A través de los medios masivos de comunicación se fomenta la búsqueda del cuerpo

perfecto/ideal, una representación hegemónica y única de la belleza que crea determinados

estereotipos: mujer flaca, blanca, contextura 90-60-90. Estos grandes productores de opinión

pública, establecen temas, contenidos y arman representaciones, sentidos, que luego serán

apropiadas por la sociedad como verdaderos e idóneos.

Así, a través de la televisión, revistas, circulan imágenes con cuerpos que se

establecen como “deseables” y cuerpos gordos que hacen referencia a una enfermedad y

algo insalubre para la sociedad. Se puede ver una contraposición entre la tendencia a una

figura ideal del cuerpo, y grandes publicidades que buscan vender una dieta asociada a

alimentos ultraprocesados y poco saludables. Estamos ante la convivencia de un

capitalismo magro que en conjunción con la industria de la dieta hace de lo saludable una

mercancía y un capitalismo que ofrece comida perjudicial para la salud. Como sostiene

Arnaiz, “a las industrias farmacéuticas, alimentarias y a las empresas del body-building, al

capitalismo de consumo en definitiva les interesa la gordura igual que la delgadez: no dudan

en animal la esbeltez a la vez que recriminan el sobrepeso, ni en alentar el ayuno a la vez

que promocionan el hartazgo” ( 8: 2010).

La tensión entre un sistema económico y social que sienta las bases alimentarias

para la propagación de la obesidad pero que al mismo tiempo la castiga, y la categorización

de la obesidad como enfermedad que realiza el modelo médico hegemónico, desemboca en

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la gordofobia social. Hablar de gordofobia no solo hace referencia a la discriminación de los

cuerpos gordos, y a la norma de la delgadez, sino a diversos aspectos que generan

violencia y opresión, donde aquellas personas con un cuerpo mayor al “normal” cargaran

con la gordura como estigma. En este sentido, el trabajo busca entender la dimensión social

de los cuerpos gordos, cómo se vive la obesidad en las sociedades modernas desde la

experiencia de los/las sujetos.

ANÁLISIS:

La encuesta que realizamos de manera virtual tuvo una duración online de dos días y

fue respondida por 1051 personas5. En lo que respecta a la edad, el 52% tenía entre 18 y 25

años al momento de realizarla, mientras que un 34% entre 26 y 35 años, y sólo un 13%

tenían más de 35 años. En relación al género, el 80% se autopercibieron como mujeres, y un

21 % varones, mientras que diez personas, se reconocieron como: lesbiana, transgénero, no

binario, entre otros.

Sobre el nivel educativo alcanzado hasta el momento, el 68% de los/as

encuestados/as son estudiantes universitarios, mientras que un 25 % ya finalizó sus estudios

universitarios. Sesenta Y Dos personas tienen el secundario completo, mientras que sólo

doce aún no ha finalizado este ciclo escolar. Es decir, que el 93 % de quienes realizaron la

encuesta tienen un elevado nivel educativo.

Obesidad, sobrepeso y autoevaluación:

El 58 % de los/as encuestados/as declaró no tener sobrepeso u obesidad, mientras

que 42% restante sí lo hizo.

Si bien más de las mitad de los/as encuestados/as no tienen sobrepeso sólo 368

personas se sienten cómodas con su cuerpo, en comparación a 622 personas que no lo

hacen. En este sentido, un 63% afirmó sentirse incómodo/a o poco cómodo/a con su cuerpo

en los últimos tres meses.

Percepción del cuerpo y autoevaluación:

Si bien los valores de aceptación del cuerpo propio son altos, la mayoría de los/as

encuestados/as se siente muchas veces incómodo/a y muchas veces avergonzado/a; 5 A pesar de la escasa temporalidad virtual de la encuesta, debido a los fines de poder presentar el trabajo a tiempo, la cantidad de personas que decidieron voluntariamente realizarla puede ser leída como un factor de interés sobre el tema.

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evitando concurrir a lugares públicos como playas, piletas, fiestas con piletas, bares,

boliches, encuentros sociales. Al mismo tiempo, muchos/as personas admitieron sentirse

cómodas en lugares donde hay cuerpo más grandes o gordos que el propio.

Los lugares mencionados se tratan de espacios en los que el cuerpo es expuesto al

ojo público. Que las personas eviten mostrar sus cuerpos nos hace pensar que existen

determinados cuerpos que gozan de legitimidad en el uso del espacio público mientras que,

aquellos que escapan a la norma de la delgadez son recluidos o deberán ser resguardados

en el espacio privado para evitar a “la policía de los cuerpos” que estigmatiza y discrimina lo

que escapa de la norma, lo que deviene en la construcción del “closet” de la gordura.

Entre las personas que respondieron esta sección de la encuesta, asumen que la

responsabilidad de su aspecto físico, obesidad y sobrepeso es meramente o mayormente

propia. Solo entre el 0,3% y 2,3% de las personas encuestadas consideran que la

responsabilidad de la gordura es casi nula. Al mismo tiempo, 223 encuestados/as

mencionaron que existen otros responsables de la gordura: genética y metabolismo;

enfermedades; mala medicación; modelos de belleza; stress, relación precio comida

saludable/ precio comida chatarra, limitantes económicos; industria alimenticia, alimentos

ultraprocesados y marketing de los alimentos; hábitos alimenticios; rutina laboral;

sedentarismo; entorno e instituciones; familia, crianza y educación alimentaria.

En relación a esto último también se hizo presente como respuesta la palabra “madre”, lo

que puede ser leído a través del rol que ocupan las mujeres en la comida y en la distribución

de los alimentos hacia el interior de la familia.

Además, los/as encuestados/as afirmaron la búsqueda de métodos rápidos para bajar

de peso; dietas rápidas, laxantes, anorexia, bulimia, entre otros, lo que hace necesario

repensar cuáles son los costos que las personas están dispuestas a asumir para ser

incluídos/as en los estándares de belleza que la sociedad impone. Y cómo también la

presión social sobre el peso de los cuerpos desemboca en otros problemas de salud que no

tienen que ver necesariamente con la obesidad pero que tienen en común esta

particularidad.

Obesidad como enfermedad:

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Del total de los/as encuestados/as, el 90 % cree que la obesidad es una enfermedad.

Mientras que el 62% no considera que ocurra lo mismo con el sobrepeso.

En lo que respecta al por qué de la obesidad como enfermedad, del total de 734

personas que respondieron esta pregunta, en su mayoría manifestaron que la obesidad

afecta a la salud física y psicológica, al funcionamiento del cuerpo, así como también se trata

de una adicción a la comida que no puede ser controlada por las personas.

Por otro lado, quienes respondieron que no es una enfermedad resaltaron:

-“En algunos casos si. Pero me parece mal querer hacerle pensar a una persona si o si que

está enferma “

-“Creo que no. Creo que es una condición. Aunque en algunos casos se puede revertir. He

cometido el error de esperar de una persona obesa que cambie y "mejore". Pero me hizo ver

que no es tal "mejoría" porque su cuerpo es así y lo que le estaba pidiendo era ofensivo para

ella”.

Del total de los encuestados/as, más del 50% manifestó que las causas de la obesidad y el

sobrepeso se encuentran en la mala alimentación (94%), el sedentarismo (86%), la poca

actividad física (83%), el stress (64%), y la falta de educación (53%).

Obesidad y su relación con otras enfermedades:

Sólo un 16% de los/as encuestados/as manifestó padecer alguna enfermedad

cardiovascular, tiroides, hipertensión y/o colesterol. Ante la pregunta de si existe una

relación entre estas enfermedades y la obesidad, del total de 439 respuestas, 63 personas

declararon que existe tal relación. Mientras que 123 personas respondieron negativamente,

los motivos que destacaron fueron la existencia de enfermedades hereditarias

independientes de la obesidad y enfermedades autoinmunes.

En este sentido, podemos hacer una triangulación entre hábitos alimentarios, la obesidad

y las enfermedades congénitas no transmisibles -cardiovasculares, hipertensión,

hipertiroidismo, diabetes, colesterol- según las respuestas de los/as encuestados/as.

Por un lado, los malos hábitos alimentarios conllevan a la obesidad y el sobrepeso,

siendo esta un factor de riesgo para el desarrollo de otras enfermedades. Lo que coincide

con los problemas de la obesidad que menciona la OMS. Por otro lado, los malos hábitos

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alimentarios en sí mismos son generadores de enfermedades, si bien la obesidad hace de

terreno fértil en tanto factor de riesgo, no produce en sí misma esas enfermedades.

Es decir, se puede no ser obeso/a ni tener sobrepeso pero sí tener una mala

alimentación que desemboque en alguna de las enfermedades mencionadas anteriormente.

Esto nos lleva a pensar que tener sobrepeso u obesidad no implica necesariamente

estar enfermo. Si bien existe una relación esta no es estrictamente causal como lo plantea el

modelo médico hegemónico que hace del cuerpo obeso un cuerpo enfermo.

Atención Médica:El 45% de 663 encuestados/as nunca recibió atención médica. En el caso de aquellas

personas que sí recibieron dicha atención, muchas realizaron críticas a la forma y modo en

que fueron tratadas. Algunos/as de ellos/as destacaron que:

- “Nunca me sentí cómoda con los nutricionista, me hacen sentir humillada, siento que tratan

el sobrepeso como obesidad, y son cosas muy distintas ya que mi sobrepeso todavía no

pone en riesgo mi salud”.

-“Diría que es un destrato, nos tratan de mentirosos, que no comemos lo que nos dicen, no

somos tratados como enfermos, sino como vagos, perezosos, comilones. En verdad somos

adictos y adictos a algo sin lo que no se puede vivir: la comida”.

- “Fue un buen trato pero nunca pude cumplir con las pautas alimentarias que establecían

porque parecían algo arbitrarias, como si estuvieran sacadas de un manual que indicaba qué

y cómo comer de una forma "universal".

Las experiencias mencionadas pueden entenderse bajo la “normativización” y

“estandarización” de la dieta de la que habla Arnaiz (2009). En este sentido, el modelo

médico hegemónico, trata al cuerpo en su concepción biológica, aislado del contexto social y

las prácticas alimentarias de las personas, hace de la dieta algo despersonalizada y

“universal”. Entendemos que las prácticas alimentarias dependen de factores

socioculturales, no existe per se una correspondencia directa entre las recomendaciones

dietéticas asumidas por las personas y los consumos realizados.

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Al igual que Arnaiz, consideramos que la actual concepción de la gordura como

enfermedad no sólo está contribuyendo a aumentar el pánico- físico y moral- frente a las

grasas y el sobrepeso, sino a estigmatizar aún más a las personas obesas (2009).

Gordofobia:

En relación a la pregunta sobre si vivimos en una sociedad gordofóbica, es decir, que

genera odio y rechazo hacia personas con sobrepeso y/o obesidad, el 88% del total de

los/as encuestados/as respondió afirmativamente.

En relación a las causas, obtuvimos 660 respuestas en las que se destacó: el rechazo al cuerpo diferente al hegemónico; “Hay muchas personas que les da asco ver a

una persona obesa, que quizás no aceptan que sean igual que todos “, la discriminación; “Siempre se discrimina por gorda a las personas, es lo que primero salta para insultar, etc.”,

la imposición de un modelo de belleza que excluye lo gordo como bello; “Porque lo

único que uno ve en la televisión o revistas son mujeres súper delgadas, la gente nunca va a

mostrar a una mujer de talla normal o grande”, la falta de disposición arquitectónica; “Nada en la vida diaria está adaptado para personas con sobrepeso”, y la exclusión de lo gordo como objeto de deseo; “Se genera un discurso sobre lo deseable, lo saludable,

donde la obesidad queda por fuera”.

En estas sociedades capitalistas, patriarcales y colonialistas, la gordura aparece en

los discursos sociales como la otredad. Estos cuerpos gordos rompen la norma de la

delgadez, por lo que la discriminación, el estigma social, la presión estética y la industria de

la dieta actúan como disciplinadoras de esa disidencia corporal.

La sociedad establece así una separación dicotómica entre lo flaco y lo gordo. Desde

el discurso médico lo flaco se asocia al cuerpo sano y lo gordo al cuerpo enfermo.

Recordemos que las categorías de sobrepeso y obesidad que crea el modelo médico hacen

referencia al exceso de cierto peso considerado como normal y establecido por el IMC.

Esto, más los modelos de belleza hegemónicos crean un discurso social y prácticas

gordofóbicas, que contemplan desde la discriminación por ser diferente hasta la

estigmatización y el rechazo, incluso, desde edades muy tempranas en las que los/as niñas

con cuerpos no flacos sufren el bullyng gordofóbico.

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Los cuerpos legítimos de ser deseados serán los flacos, mientras que lo gordo será

asociado desde la industria de la belleza como lo no estético que hay que combatir, y desde

el discurso médico como una enfermedad a resolver. Así, desde la biomedicina y la industria

de la dieta se invita a las personas a ser buenas emprendedoras de su propio cuerpo.

La norma de la delgadez al mismo tiempo que regula que cuerpos serán

considerados como “normales” y dignos de ocupar el espacio público, hace de la gordura un

Otro simbólico. En este sentido, invisibiliza la multiplicidad de formas que tienen los cuerpos

y censura la diferencia.

La falta de adecuación del espacio público para estos cuerpos denota que deberán

acomodarse a ese- y no otro- modelo estructural, en la encuesta se señalaba que: “Casi no

se hace ropa para ellos, la que hay es básica y sin variedad. Y la mayoría de los lugares

públicos no están acondicionados para obesos, ej: asiento del colectivo, en un teatro, etc.”.

En relación a lo gordo como exclusión de objeto de deseo, los cánones de belleza

hegemónica indican que las personas deben ser flacas para ser entendidas socialmente

como lindas: “La mayoría de las veces que veo o escucho comentarios gordofóbicos se

relacionan con la estética más que con la salud. Porque los estándares de "belleza" y salud

no contemplan cuerpos con sobrepeso”.

Sin la intención de entrar en profundos debates filosóficos, la belleza es contemplada

de manera superficial, donde lo que prima es la apariencia física, que además - si bien cada

persona puede elaborar su propia definición de belleza- es jerarquizada, en la encuesta

alguien señalaba que “se piensa que todos debemos medir 90 , 60 , 90”. El mercado

establece ciertos modelos de belleza que son socialmente aceptados, al mismo tiempo que

castiga y priva de esos sentidos a todo aquello que quede por fuera de esos modelos, otra

persona sostenía que: “En una vidriera de un local de ropa tiene más aceptación un

maniquie flaco que el de un obeso”.

Existe una búsqueda por entrar en los cánones de belleza que la sociedad impone,

una búsqueda por un cuerpo ideal y representación hegemónica; siendo generadores de

exclusión social, estigmatización y opresión. Esto lleva a la discriminación hacia aquellas

personas consideradas “gordas”, que por lo general son ridiculizadas y limitadas a la hora de

tener una vida normal.

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Por último, frente a la pregunta sobre cómo se podría transformar la gordofobia, el

70% del total de los/as encuestados/as hizo hincapié en la educación y el respeto por la

diversidad de los cuerpos. Mientras que un 49% optó por un cambio de la sociedad.

Consideramos como necesarias la elaboración e implementación de políticas públicas

que permitan la democratización sobre el acceso a alimentos de calidad nutricional, así

como también políticas que abonen a la educación alimentaria desde la temprana edad y el

control de los mensajes sobre el cuerpo que reproducen los grandes medios de

comunicación.

CONCLUSIÓN:

La obesidad y el sobrepeso son fenómenos complejos que deben ser estudiados a

través sus dimensiones biológicas, sociales y culturales. En este sentido, si bien la

obesidad y la mala alimentación predisponen al desarrollo de posibles enfermedades,

no todos/as los/as gordos están enfermos/as.

Mientras que la industria alimentaria construye cuerpos gordos, el discurso médico y

los medios masivos de comunicación, han creado una fobia hacia la gordura que se

traduce en una estigmatización de los cuerpos que escapan de la norma de la

delgadez.

Por otro lado existen condicionamientos económicos que hacen que no todas las

personas puedan elegir qué alimentos comer y por ende exista determinada

distribución diferencial de la obesidad en países pobres. Así como también es

necesario tener en cuenta que no todas las culturas ven en la gordura un problema de

salud. Como sociedad, es necesario que construyamos nuevas subjetividades que

nos permitan habitar de manera cómoda y sin discriminación todas las

corporalidades.

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