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Capítulo 7: Población y sociedad en España (1808 – 1931) 1- Referencia: 50-622 “El hambre de Madrid” (1818) Óleo sobre lienzo de José Aparicio. Las hambrunas fueron una de las constantes del siglo XIX en España, ya que se produjeron no menos de doce. Las destrucciones y requisas provocadas por la Guerra de la Independencia provocaron una grave crisis de subsistencia en 1813 cuando el conflicto estaba a punto de terminar. El crecimiento de la población La población europea hasta el siglo XVIII mostró un crecimiento muy lento e irregular. La tasa de natalidad era muy elevada (en torno al 30%o) debido a que se trataba de una población mayoritariamente rural (80%) y dedicada a la agricultura, actividad en la que los hijos no representan una carga familiar sino que pronto se convierten en fuerza de trabajo y garantizan al campesino ayuda en su vejez. Otros factores que contribuían a elevar el número de nacimientos eran la ausencia de métodos anticonceptivos fiables y la fuerte influencia religiosa en la sociedad ya que todas las Iglesias tienden a aplaudir el aumento de hijos entre sus fieles. La propia mortalidad infantil, también inducía a aumentar el número de nacimientos, ya que casi un niño de cada tres moría antes de cumplir su primer año de vida. Si una familia en estas condiciones quería asegurarse de tener seis hijos que llegaran a la edad adulta, cifra relativamente baja para la época, debían producirse nueve nacimientos.

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Capítulo 7: Población y sociedad en España (1808 – 1931)

1- Referencia: 50-622“El hambre de Madrid” (1818) Óleo sobre lienzo de José Aparicio. Las hambrunas fueron una de las constantes del siglo XIX en España, ya que se produjeron no menos de doce. Las destrucciones y requisas provocadas por la Guerra de la Independencia provocaron una grave crisis de subsistencia en 1813 cuando el conflicto estaba a punto de terminar.

El crecimiento de la poblaciónLa población europea hasta el siglo XVIII mostró un crecimiento muy lento e irregular. La tasa de natalidad era muy elevada (en torno al 30%o) debido a que se trataba de una población mayoritariamente rural (80%) y dedicada a la agricultura, actividad en la que los hijos no representan una carga familiar sino que pronto se convierten en fuerza de trabajo y garantizan al campesino ayuda en su vejez. Otros factores que contribuían a elevar el número de nacimientos eran la ausencia de métodos anticonceptivos fiables y la fuerte influencia religiosa en la sociedad ya que todas las Iglesias tienden a aplaudir el aumento de hijos entre sus fieles. La propia mortalidad infantil, también inducía a aumentar el número de nacimientos, ya que casi un niño de cada tres moría antes de cumplir su primer año de vida. Si una familia en estas condiciones quería asegurarse de tener seis hijos que llegaran a la edad adulta, cifra relativamente baja para la época, debían producirse nueve nacimientos.

1- Cuadro anecdótico: Los indicadores demográficosSe trata de datos estadísticos que ilustran el comportamiento demográfico de una determinada población. Todos ellos se calculan en relación a un determinado año:Tasa de natalidad (Tn): número de nacimientos anuales por cada 1000 habitantes. En la actualidad ronda el 10%o en España. Tn = nº de nacimientos x 1000 Población total

Tasa de mortalidad (Tm): número de defunciones anuales por cada 1000 habitantes. Actualmente se sitúa entorno al 9%o en España.Tm = nº de defunciones x 1000 Población total

Tasa de mortalidad infantil (Tmi): número de niños menores a un año que mueren anualmente por cada 1000 nacidos vivos ese año. Los datos actuales de mortalidad infantil en España son del 3,5 %o

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Tmi = nº fallecidos menores de 1 año x 1000 Total nacidos vivos

Tasa de crecimiento natural: Es el resultado de restar a la tasa de natalidad, la de mortalidad. El resultado se da en ocasiones en tanto por 1000 (%o) o en tanto por ciento (%). Pese a que recientemente a aumentado en España, está próxima al crecimiento 0, como en casi todos los países desarrollados, ya que las tasas de natalidad y mortalidad son muy semejantes.

Esperanza de vida al nacer: Se calcula sumando las edades de los fallecidos durante un determinado año y dividiendo entre el número de fallecimientos. Nos ofrece la media de vida en años de los habitantes de un país y está directamente relacionada con el grado de bienestar y desarrollo de su población.

Saldo migratorio: Contabiliza la población que se desplaza a un espacio determinado (inmigración) restándole aquella que lo abandona (emigración). Smig- = Inmigración - Emigración

Tasa general de crecimiento: Tiene en cuenta tanto el crecimiento natural (natalidad – mortalidad), como el saldo migratorio (inmigración – emigración), ofreciéndonos el crecimiento real de la población de un país o región.

Sin embargo la mortalidad también era muy abundante alcanzando en general cifras del 25%o. Los escasos avances médicos y su insuficiente difusión entre las capas medias y bajas de la sociedad y la falta de higiene individual y colectiva, hacían que las epidemias como la peste, el cólera, el tifus o la fiebre amarilla, se extendieran sin control y ocasionaran una enorme mortandad entre la población del continente. Sin embargo, estas enfermedades no hubieran tenido un efecto tan devastador si hubieran afectado a una población suficientemente alimentada, cosa que no ocurría ya que la baja productividad de la agricultura tradicional, mantenía subalimentada a una gran parte de ella. Enfermedades menores como la gripe o los catarros, también podían causar estragos entre esta debilitada población. La consecuencia de este comportamiento de la natalidad y de la mortalidad, era que el crecimiento habitual de la población europea era muy reducido (0,5 o 1% anual), llegando a perder efectivos en años malos marcados por el hambre, la guerra, las epidemias o una combinación de las tres plagas.

2- Gráfico: Evolución de la población inglesa (1730 – 1800)

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La población inglesa casi duplicó sus efectivos durante el siglo XVIII, mientras que este proceso conocido como Revolución demográfica se produce en otros lugares de Europa a lo largo del siglo XIX. Es importante señalar que el crecimiento de la población, no se debe a un aumento de la natalidad (que incluso disminuye ligeramente), sino a una reducción de la mortalidad que en España no se producirá hasta principios del siglo XX.

Desde mediados del siglo XVIII se inicia en lugares como Inglaterra y Francia un proceso al que se conoce como Revolución Demográfica que permitió que la población de esos países casi se duplicara a lo largo de la citada centuria. Este aumento de la población se produjo fundamentalmente gracias a las mejoras agrícolas y comerciales que se realizan en estos países y que permitieron producir más alientos y a mejor precio, por lo que la alimentación mejoró mientras se producían y extendían discretos avances en medicina e higiene. El resultado fue un descenso de la mortalidad, mientras que la natalidad se mantuvo en cifras altas hasta los primeros años del siglo XIX. El posterior descenso de esta, producido sobre todo por la reducción de la población rural y de la influencia religiosa, las mejoras educativas y la pérdida del papel económico de los hijos en la economía familiar, ralentizaron el crecimiento desde la segunda mitad del siglo XIX y en algunos lugares incluso antes. Las reformas de los borbones durante el siglo XVIII, encaminaba a España hacia este mismo proceso aunque con cierta lentitud, pero las circunstancias cambiaron radicalmente cuando se inicia el siglo XIX alejando el modelo demográfico español del que se desarrollaba en la mayor parte de Europa. La tasa de mortalidad en Gran Bretaña bajó del 25%o en 1760, mientras que en Francia lo hizo en 1836, cosa que no ocurrirá en España hasta 1907. El resultado será un crecimiento de la población mucho más reducido durante el siglo XIX, en el que la población española pasa de 11.000.000 a 18.000.000, es decir se multiplica por 1,6 mientras que en la mayor parte de Europa se multiplica por más de dos y en Gran Bretaña entre 1800 y 1850 por 3,5.

3- Esquema: Evolución de la población (en millones de habitantes)País Hacia 1800 Hacia 1850 Hacia 1900Francia 27,3 35,8 39Alemania 24,6 35,9 56España 10,5 15,6 18Bélgica 5 7,5 12Europa 192 274 401Mundo 906 1.171 1.850

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2- Referencia: 50-3311Grabado coloreado de la publicación “la Ilustración española y Americana” en el que se muestran los devastadores efectos de la fiebre amarilla de Barcelona en 1870. Las epidemias, extendidas por la falta de higiene pública de la sociedad española fueron un azote constante durante el siglo XIX, que incidía tanto en la mortalidad, que se disparaba cuando se producían, como en la natalidad que se reducía al mismo tiempo. Estas crisis de supermortalidad, eliminaban el crecimiento poblacional producido en los años precedentes a la epidemia.

La causa principal de este lento crecimiento de la población española es que la tasa de mortalidad de nuestro país se mantiene en cifras muy altas con respecto a Europa, cosa que no cambia hasta el siglo XX. Las causas de esta elevada mortalidad son las numerosas guerras que se producen en nuestro país, las crisis de subsistencia (doce hambrunas a lo largo del siglo XIX), las epidemias como la fiebre amarilla (1800, 1830 y 1870) o el cólera (1833-35, 1854- 55, 1865-66, 1885), las enfermedades endémicas como la tuberculosis y el atraso en sanidad e higiene. Un dato sobre este último aspecto, es que la vacunación obligatoria no se impone hasta 1902. Si bien las tasa de natalidad se mantienen altas durante todo el siglo, en gran parte debido a una elevada mortalidad infantil (rondaba el 200%o hacia 1900, cifra solo superada por Rusia en el entorno europeo), que obligaba a las mujeres a concebir muchas veces para tener el número de hijos necesario para las labores agrícolas. Mientras en Gran Bretaña, la natalidad desciende por debajo del 30%o en 1794 y en Francia en 1829, en España no lo hará hasta 1916.

4- Esquema: Tasa media de crecimiento anual (%)País 1800-1850 1850-1900 1900-1930Gran Bretaña 14 11 5Francia 5 3 1Alemania 11 9 7Italia 7 6 8España 5 4,5 8Las cifras nos muestran las diferencias de crecimiento de la población de países atrasados como Italia y sobre todo España, con respecto a otros más adelantados dentro de Europa. La alta mortalidad de Italia y sobre todo de España a lo largo de todo el siglo XIX, explican este hecho, mientras se observa que entre 1900 y 1930, son los que tienen un mayor crecimiento en su población, ya que mantuvieron hasta fechas muy tardías, altas tasas de natalidad. El crecimiento español, especialmente bajo en la segunda mitad del siglo XIX, se corresponde con una concatenación de hambrunas (1881-82), epidemias (cólera en 1855), el inicio de la emigración masiva a

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América, la 3ª Guerra carlista y el largísimo conflicto en Cuba que provocó un mínimo de 300.000 muertos entre las tropas expedicionarias. Las bajas cifras de crecimiento de Francia, obedecen a que fue uno de los primeros países europeos en reducir su natalidad de forma drástica.

En cualquier caso, la evolución demográfica de España durante el período que nos ocupa, no fue homogénea, pudiendo distinguirse en ella al menos cuatro etapas. La primera iría desde finales del siglo XVIII hasta 1833 y estaría marcada por un crecimiento muy lento ya que el país contaba con 10.541.000 habitantes en 1797 y 11.962.700 en 1833. La población había aumentado en 1.800.000 personas a razón de 50.000 por año, es decir se había multiplicado apenas por 1,1 mientras la del resto de Europa aumentaba al doble de velocidad. En esta fase influye muy negativamente la Guerra de la Independencia cuya mortalidad solo masculina asciende a 300.000 muertos en el campo de batalla, la hambruna de 1813-14, producto de la misma guerra, la fiebre amarilla de 1821 y el cólera morbo de 1833. A esto debe unirse el estancamiento general de la economía española, los gastos generados por los intentos de mantener el imperio americano y la falta de reformas del reinado de Fernando VII.

3- Referencia: 19-3602“Trabajos agrícolas” grabado del siglo XIX en el que se muestra a un grupo de campesinos trillando la cosecha de cereal al estilo tradicional. Junto con las guerras, las epidemias y las enfermedades endémicas, el atraso de la agricultura española es otro de los factores que explican que la mortalidad en España, se mantuviera en cifras muy altas hasta el siglo XX.

Entre 1833 y 1860 se acelera algo el crecimiento debido a un descenso en la mortalidad, que podemos relacionar con el aumento de tierras puestas en cultivo tras las desamortizaciones de Mendizábal y Madoz, que se tradujo en un aumento de la producción agraria con su correspondiente descenso de precio en los alimentos. Si este crecimiento no fue mayor se debió a la permanencia de factores negativos como la 1ª Guerra carlista o el cólera de 1855. Aun así la población española aumentó en 3.300.000 individuos, a razón de 110.000 por año hasta alcanzar los 15.650.000 en 1860, lo que significa que se multiplicó por 1,3.

5- Gráfico: Evolución demográfica de España (1858 – 1990)El grafico muestra las profundas oscilaciones de la mortalidad en España, coincidiendo sobre todo con las grandes epidemias de cólera y fiebre amarilla y en menor medida con las guerras del siglo XIX. Estos “picos” de mortalidad, coinciden además con descenso de la natalidad lo que lleva incluso a periodos de crecimiento negativo como ocurre entorno a 1885.

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También puede verse como paradójicamente, el crecimiento poblacional será mayor entre 1833 y 1860, que entre este año y 1900.

Pero entre 1860 y 1900, que es el momento en el que el crecimiento de la población española tendría que haberse disparado, se ralentiza de nuevo, alcanzando solo 18.595.000 habitantes, lo que significa que se multiplicó por un escaso 1,1 o que creció en un 77% (en ese mismo período Europa lo hacia en un 91%). El aumento previo de población, provocó de nuevo escasez y hambrunas (especialmente grave la de 1881 – 1882), ya que la agricultura no terminaba de despegar como para alimentar a los nuevos efectivos, lo que hizo aparecer el fenómeno de la emigración a partir de 1853, que afectará a regiones atlánticas como Galicia, Asturias, País Vasco y Canarias. Se produjeron además nuevas y sangrientas guerras como la 3ª Guerra carlista o las dos guerras de Cuba, que provocaron una enorme mortandad, sobre todo masculina. Tampoco en esta época cedieron las epidemias, destacando por su gravedad las de cólera de los años 1865 y 1885.

4- Referencia: 400-1125“La epidemia de la gripe española” cartel francés de propaganda en el que se advierte de los peligros de la gripe de 1918, a la que se representa como un ser siniestro al que se desembarca de un buque procedente de un país infectado. Pese a que en el periodo 1900 – 1930, se reducirá la mortalidad y crecerá más rápidamente la población, subsistirán crisis como la de la gripe del 18, que frenaron el aumento de la población española.

A partir de 1900 la mortalidad empezó a descender en España, gracias a la mayor producción agrícola y a la introducción paulatina de medidas higiénicas en las ciudades y de la mejora de la sanidad como el establecimiento de las vacunas obligatorias. La Guerra de Marruecos, pese a su gran impacto político y social, no causo tantos muertos como las anteriores guerras coloniales (25.000 muertos en Marruecos frente a unos 300.000 a lo largo del conflicto cubano). La tasa de mortalidad que en 1900 era del 28,3%o pasó al 17,8%o en 1930 y eso teniendo en cuenta la terrible gripe de 1918 que causó entre 150.00 y 300.000 muertos y disparó la tasa de mortalidad en casi 15 puntos mientras duró (del 21%o al 35%o). Este descenso de la mortalidad general, irá acompañado del de la mortalidad infantil que pasa de un 186%o en 1900 a un 118%o en 1930. Pero el crecimiento de la población no será muy acusado ya que pasa de 18.000.000 a principios de siglo a 23.000.000 en 1930, es decir, apenas se multiplica por 1,2. Esto se debe a que el descenso de la mortalidad, va acompañado por un descenso tanto o más acusado de la natalidad que se explica por el aumento de la población urbana (pasa del 31% al 50%), la

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progresiva incorporación de la mujer al mundo laboral, el aumento de la instrucción y a la pérdida de influencia de la iglesia. La tasa de natalidad que en 1900 era del 28,3%o, casi se iguala con la de mortalidad en 1930, quedándose en un discreto 17,8% (en la actualidad ronda el 10%o). La emigración a América fue además especialmente intensa en este período, sobre todo entre 1900 y 1914, aunque luego se interrumpió bruscamente hasta 1946 como resultado de las dos guerras mundiales y de la crisis de los años 30.

5- Referencia: 19-155Campaña de vacunación dirigida por el bacteriólogo catalán Jaime Ferrán (1852 – 1929), descubridor de la vacuna contra el cólera en 1884 y del método intensivo de vacunación antirrábica. La vacunación obligatoria que se impone en España a partir de 1902, permitió un descenso de las tasas de mortalidad.

6- Gráfico: Evolución de la población española 1797 – 1910En este grafico lineal se pueden distinguir las etapas señaladas anteriormente. Hasta 1860 se produce un discreto aumento pese a los factores históricos negativos de este período; entre 1860 y 1900 el crecimiento se ralentiza por la incidencia de factores de mortalidad catastrófica, para producirse un despegue a partir de 1900 producido por un claro descenso de la mortalidad, compensado por el descenso paralelo de la natalidad y el aumento de la emigración.

En consecuencia, podemos afirmar que el crecimiento de la población española, fue muy limitado durante el siglo XIX por lo que no jugó el papel que tuvo en otros lugares como factor de impulso económico, ya que el aumento del consumo y la demanda interna, se convertían en un estímulo para la agricultura y la industria, mientras que la mayor circulación de alimentos, mercancías y personas beneficiaran sobre todo a las actividades de servicios. Sí se va a producir un crecimiento notable entre 1900 y 1930, acompañando al aumento de la actividad económica y mejora del nivel de vida de esos años, pero sobre esta población crecida en número, caerá la crisis de los años 30, en un momento en el que la válvula de escape de la emigración se corta bruscamente. Este desajuste entre población y recursos será uno de los factores que explican la conflictividad social que se vive en España en los años de la II República.

El desigual reparto de la poblaciónEn el siglo XVI, las regiones con más densidad de población (número de habitantes dividido entre la superficie de la región. El dato se ofrece en nº de habitantes /Km2) eran Castila la Vieja, León, Valencia, País Vasco y

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Navarra. A ellos habría que añadir los archipiélagos, cuyas altas densidades obedecen más a su escasa superficie que a su abundante población. La crisis económica del siglo XVII, de la que Castilla tardó más en recuperarse, dio lugar a movimientos de la población hacia la periferia, de modo que en el siglo XVIII la situación se había invertido y eran las regiones costeras e insulares las de densidades más altas y las interiores las menos densamente pobladas.

En el siglo XIX se consolidó este desequilibrio, aumentando su peso Madrid, por su papel de capital del reino y como centro financiero y la periferia, en unos casos por su alto crecimiento natural (Galicia, Andalucía, Murcia) y en otros por la instalación en ellos de actividades industriales y de servicios que atrajeron a la población (Cataluña, Valencia, Asturias, País Vasco)

7- Mapa: Los cambios en la densidad de la población. Estos dos mapas muestran como en el siglo XVI las regiones más densamente pobladas se situaban en el centro norte de la península, mientras que a finales del XIX, las mayores densidades se encontraban en las regiones costeras. Este cambio poblacional, no era sino el resultado del desplazamiento a la periferia de los centros económicos.

Por lo tanto en esta inversión del peso poblacional entre el centro y la periferia, interviene por un lado el crecimiento natural de la población y por otro los movimientos migratorios tanto interiores como hacia el exterior. El factor que más influirá en el crecimiento natural será la mortalidad, muy elevada en el interior y en las regiones más urbanizadas y en el segundo, el éxodo rural que se dirigirá hacia las regiones urbanas compensando así su escaso crecimiento natural. El crecimiento producido por la natalidad - que era muy elevada en todo el país, especialmente en las zonas con más población rural, más mortalidad infantil y con edades de matrimonio más tempranas - se compensaba precisamente por que la mortalidad también era muy elevada en ellas.

8- Mapa: Tasas de mortalidad y natalidad (1878 – 1900)

El resultado va a ser unas diferencias en el crecimiento de las distintas regiones españolas que se reflejan en el siguiente gráfico, en el que observamos como Cataluña es la que sostiene un mayor crecimiento hasta 1887. Su carácter industrial atrajo una importante corriente migratoria que explica el aumento de su población. Es desbancada a partir de 1887 por el País Vasco, coincidiendo con el despegue en él de la industria siderúrgica y ya por debajo se situarían Canarias y Murcia por su elevado crecimiento

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natural. En el otro extremo estarían Aragón y las dos Castillas por su elevada mortalidad y Navarra, Galicia y Baleares por su escasa natalidad

9- Gráfico: Población de las regiones histórica españolas (1833 – 1900)El grafico muestra la evolución de las regiones usando como referencia la que tenían en 1833, a la que se da un índice de 100, y su evolución a lo largo del siglo.

En conjunto podemos decir que el tardío crecimiento de la población española convirtió al país en uno de los menos densamente poblados de Europa, solo 47,6 habitantes por Km2 en 1930, frente a los 272 de Bélgica, 138 de Alemania. Países con un grado de desarrollo semejante al español como Italia llegaban a los 134 y otros con una extensión semejante como Polonia y Francia contaban respectivamente con 84 y 76 habitantes por Km2. Solo en los países escandinavos como Suecia (13,8 hab/Km2) se alcanzaban densidades inferiores a las de España. Esta evolución consolida a finales del siglo XIX el reparto regional de la población que se mantendrá a grandes rasgos, a lo largo del siglo XX. Una periferia costera e insular densamente poblada, salvo los extremos oriental y occidental de Andalucía y un interior convertido en desierto demográfico salvo la aglomeración urbana de Madrid.

10- Mapa: Densidad de población por provincias a finales del siglo XIXEl cambio del peso poblacional entre el interior y la periferia, empieza a notarse desde los primeros años del siglo XIX. La periferia que en 1797 reunía al 58,4% de la población pasará a aportar en 1857 el 62,6% de sus efectivos, mientras el interior que aportaba el 41,4% en 1797 pasa a solo el 37,4% en 1857. Aunque este proceso se agudizará durante el siglo XIX y hasta fechas recientes, el tardío crecimiento de Madrid en relación a otros lugares costeros como Vizcaya y sobre todo Barcelona, atenuará los contrastes a partir sobre todo de 1900.

El éxodo ruralEspaña que había alcanzado una tasa de urbanización considerable en el siglo XVI gracias a la concentración en algunas ciudades del comercio con América y de la industria lanera castellana, entrará en un proceso de intensa ruralización en el siglo XVII, en el que el crecimiento de las ciudades se interrumpe cuando no retrocede. Solo Madrid, por su recién estrenado papel de capital del reino, tiene un crecimiento considerable durante esta y la siguiente centuria. Esta situación no cambia sustancialmente durante el siglo XVIII y en 1750 el tamaño medio de las cien ciudades españolas más importantes, era sensiblemente igual que en 1550. España iniciará el siglo XIX con una tasa de urbanización (en este caso se contempla la proporción

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de la población total que vive en capitales de provincia y núcleos de mas de 5.000 habitantes. En la actualidad esa cifra se eleva hasta los 10.000) de solo el 10%, la misma que tenía en el siglo XVI.

El estancamiento del crecimiento urbano se mantendrá hasta 1833 año en el que Javier de Burgos establece su división provincial, que resultará ser definitiva. Estos nuevos centros administrativos, a los que se dirige una parte de la población rural de cada provincia, serán los que más crezcan durante la primera mitad del XIX, en la que 17 capitales de provincia duplican su población, creciendo la población de las capitales, casi un 50% más que el conjunto del país y llevando la tasa de urbanización hasta el 24% en 1850.

El relevo lo tomarán a partir de ese momento y sobre todo desde la década que se inicia en 1880, las ciudades que concentraban las actividades industriales (Barcelona, Málaga o Bilbao) y administrativas y comerciales (Madrid, Valencia, o Sevilla). En 1820, solo pasaban de 100.000 habitantes Barcelona y Madrid, en 1857 lo harán Sevilla y Valencia, Málaga en 1877, Murcia en 1900 y en 1910 otras seis capitales de provincia entre las que se encontraba Bilbao.

11- Cuadro: Porcentaje de la población española total según el tamaño de los municipios de residencia en 1900.Municipios de más de : %100.000 habitantes 9,0% 50.000 habitantes 13,6% 20.000 habitantes 25,2% 10.000 habitantes 32,2% 5.000 habitantes 39,2% 2.000 habitantes 72,5%

los porcentajes que muestra este cuadro son acumulativos, es decir, en ese 72,5% de población residente en núcleos de más de 2.000 habitantes se incluyen todos los grupos anteriores, lo que significa que el 27,5% de la población, vivía en pueblos de menos de 2.000 habitantes. En total la población urbana española significaba ya el 32% del total, multiplicando por dos sus efectivos, lo que significaba de nuevo un atraso del país en este aspecto, ya que en el mismo período Alemania había multiplicado por cuatro la suya y Gran Bretaña o Bélgica por tres. Francia, un país muy ruralizado, que a mediados de siglo XIX mostraba una tasa de urbanización semejante a la española, también había multiplicado por tres su población urbana y solo Italia, con un atraso semejante al español, tenía cifras parecidas en este aspecto.

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Pero el proceso de urbanización se acelerará a partir de 1900, momento en el que realmente aparece en España el éxodo rural. Se trata de un desplazamiento de población entre las áreas rurales y las urbanas con carácter definitivo o de larga duración. Los emigrantes procedían en su mayoría de zonas atrasadas de Galicia, el interior peninsular y Andalucía oriental, donde predominaban actividades agrícolas en declive y el crecimiento natural era alto. Se dirigieron en esta época a zonas industriales como Cataluña, Madrid o País Vasco y mineras como Asturias, Huelva y Jaén. El exceso de mano de obra producido por el crecimiento de la población rural y la mecanización del campo, o crisis puntuales como la de la filoxera que afectó a las zonas vitivinícolas, espolearon a estos emigrantes hacia los lugares donde se creaban nuevos puestos de trabajo industrial, a las ciudades con mayor crecimiento para trabajar en la construcción o a los sitios donde se desarrollaban programas de obras públicas y se necesitaba fuerza de trabajo.

12- Mapa: Crecimiento de algunas ciudades (1877 – 1920)En el mapa además de mostrarse el crecimiento de las regiones históricas en el período descrito, aparece un gráfico en el que se indica el aumento de población de algunas ciudades. Se puede observar como las mayores ciudades de España por su población en 1920 eran en este orden, Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Málaga, Zaragoza, Murcia, Bilbao y Granada, acercándose las dos primeras al millón de habitantes y superando los 200.000 las cuatro primeras. Pero si nos fijamos en el ritmo de crecimiento durante este período, vemos como Bilbao multiplica su población por 3,5 (expansión de la siderurgia), Barcelona por 2,8 (continua su proceso de industrialización), Valencia por 2,1 (empieza a combinar las actividades comerciales, agrícolas e industriales), Madrid por 1,8 (aumentan sus industrias de uso y consumo y su papel de centro financiero) y Zaragoza por 1,6 (se empieza a consolidar como centro de transportes entre Cataluña, Madrid y País Vasco). En el otro extremo estaría Málaga (su población solo se multiplica por 1,2), acusando la crisis y pronta desaparición de su industria siderúrgica y Granada, Murcia y Sevilla, que no terminan de consolidarse como núcleos industriales.

Se calcula que entre 1900 y 1930 se producirán en España unos 3.000.000 de cambios definitivos de residencia, la mayoría debidos a este éxodo rural, que llevarán la tasa de urbanización del país hasta el casi 40% en 1930, todavía por debajo de muchos países europeos, pero recortando distancias con ellos. Los mayores crecimientos se darán en Madrid y Barcelona, únicas ciudades que superarán los 200.000 habitantes a finales del siglo XIX y en aquellas mejor comunicadas y con un marcado carácter industrial

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como Bilbao. Aquellas capitales de provincia que habían crecido hasta 1850, pero que no contaban con actividades económicas dinámicas como Segovia, Soria, Toledo o Cuenca, se estancaron y detuvieron su crecimiento hasta fechas muy recientes.

6- Referencia: 50-9389“Puente movible entre Las Arenas y Portugalete, para el cruce de la Ría” Grabado de la “Ilustración española y Americana” (1888). Bilbao, gracias a su emergente industria siderúrgica y a la actividad de su puerto, se convirtió en la ciudad española que más creció a finales del siglo XIX.

13- Mapa: La urbanización por regionesObservamos como en el primer mapa de 1826, la urbanización solo es significativa en Madrid, Barcelona, litoral mediterráneo y Andalucía. En este último caso y a excepción de sus capitales de provincia y algunas ciudades importantes, el dato puede resultar engañoso, ya que muchas localidades andaluzas de 10.000 o incluso 20.000 habitantes, tienen un marcado carácter agrario por el origen de su riqueza y por la actividad predominante entre su población, siendo discutible el considerar estas “agrociudades” o “macroaldeas” como ciudades propiamente dichas. En la evolución hasta 1930, observamos como el carácter urbano se ha extendido a provincias como Zaragoza, Vizcaya y Baleares y en menor medida a La Rioja, Álava, Guipúzcoa, Santander, Valladolid, Cáceres y Toledo. El panorama general que nos ofrece el mapa, es un norte ocupado por numerosas ciudades de pequeño tamaño dispersas y un sur caracterizado por ciudades más grandes, concentradas y separadas entre si. También esto puede llevar a engaño, ya que muchas de las localidades del norte con menos de 10.000 o incluso de 2.000 habitantes, tienen un marcado carácter urbano pese a su escasa población (como ocurre en Asturias). El mapa tampoco refleja con claridad el grado de urbanización de Cataluña, casi cuatro veces mayor que el general y que en el caso de Barcelona arrojaba unas cifras del 55% en 1887 y del 65% en 1900.

La migración exteriorPese a contar con un extenso imperio colonial, la corona española hizo todo lo posible por evitar una emigración masiva hacia esas tierras, dado el problema demográfico que arrastraba España desde el siglo XVII. El exiguo crecimiento de la población llevó a los borbones a desarrollar durante el siglo XVIII, una política poblacionista que ponía numerosas trabas a la emigración, realizando una selección exhaustiva de los españoles a los que se autorizaba a trasladarse a América. Esta débil corriente migratoria quedó definitivamente cortada cuando se inician las guerras napoleónicas, que conectan sin solución de continuidad con la

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Guerra de la Independencia y la secesión de las colonias hispanoamericanas. Además durante la primera mitad del siglo XIX, se retomaron las políticas poblacionistas de los borbones, impidiendo que los españoles abandonaran el país, aquejado de una gran escasez de población. Esto no pudo evitar que ya desde entonces se iniciara una corriente migratoria clandestina hacia las repúblicas de Venezuela y Uruguay, usando Francia como punto intermedio, desviándose una parte de estos emigrantes hacia la colonia que esta poseía en Argelia.

En 1853 durante el reinado de Isabel II, el gobierno comenzará a liberalizar la emigración ante la demanda de mano de obra de países como Argentina y Uruguay, aunque todavía con limitaciones que se irán suavizando a lo largo del siglo. Para justificar éstas, se apelaba a la necesidad de mano de obra en la economía española y a que la emigración era para muchos hombres, un método para huir de la odiada movilización militar de las “quintas”. Hacia 1882 la emigración a América ya era de unos 11.000 individuos por año.

La procedencia de estos emigrantes eran sobre todo las regiones de la fachada atlántica, en las que el minifundio, la superpoblación y los efectos perversos de las desamortizaciones, obligaron a muchos campesinos arruinados a dirigirse al nuevo mundo en busca de la subsistencia que su país no les ofrecía.

14- Gráfico: Procedencia de los emigrantes a América (1885 – 1886)El gráfico muestra como la emigración tuvo más incidencia en Canarias, Galicia, Asturias, Santander y País Vasco, y bastante por detrás de estas regiones, otras como Madrid y Barcelona (aportaron emigrantes más cualificados que las anteriores) y Andalucía que se unió a estas provincias migratorias posteriormente. Aparte de la causa evidente de la proximidad geográfica, eran provincias superpobladas y con poca tierra disponible, debido a lo abrupto de su relieve. Además las relaciones históricas, culturales e incluso familiares de las regiones atlánticas con América, eran más intensas que las del resto del territorio.

7- Referencia: 50-516“Fábrica Güintia” Litografia iluminada de la obra “El libro de los ingenios” (1855 – 1857) de Eduardo Laplante. Las posibilidades que la agricultura y la industria azucarera ofrecían al emigrante español, convirtieron a Cuba en el principal destino migratorio durante el siglo XIX. La pérdida de la isla en 1898 no termino con el flujo migratorio hacia ella, aunque si lo redujo, mientras aumentaban los desplazamientos hacia la República Argentina.

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Con respecto al destino de la emigración el principal durante el siglo fue Cuba, donde se dirigían tanto braceros para trabajar en la zafra o en los ingenios azucareros, como campesinos medios que intentaban montar negocios con sus ahorros, que los convirtieran si tenían éxito, en ricos “indianos”. La emigración a Cuba en el período 1882 a 1900, significó el 43% del total y los lazos con la isla eran tales que esta corriente continuo incluso después de la independencia de la colonia en 1898. A continuación iría Argentina, a donde se dirigió el 31% del total de los emigrantes para trabajar en actividades portuarias o en la ganadería y la agricultura de la Pampa. Al iniciarse el siglo XX, superará a Cuba como destino principal y se calcula que entre 1857 y 1914 se dirigieron a la República del Plata cerca de 1.500.000 españoles, del total de 5.000.000 de inmigrantes que recibió este país en ese período. El siguiente destino en importancia será Brasil, sobre todo a partir de la proclamación de la República y la abolición de la esclavitud en 1889. A la emigración tradicional de gallegos a este país, se unieron a partir ese momento braceros levantinos, andaluces y murcianos que se encaminaron a trabajar en las facendas, para sustituir a la antigua mano de obra esclava. En 1920 la colonia española del estado de Sao Paulo era de 200.000 personas. La lista de destinos principales se completa con Uruguay (2%) y Venezuela (1%), pioneras en la recepción de emigración española. La segunda se convertirá en destino principal de la emigración canaria, pero sobre todo a partir de mediados del siglo XX.

15- Mapa: Destinos de la emigración española a América (1882 – 1930)En el mapa se puede observar la importancia que mantiene Cuba hasta finales del siglo XIX, momento en el que será desplazada por Argentina, pero manteniendo cierto atractivo para el emigrante español. Brasil se convierte a partir de 1889 en un destino importante y ya muy por detrás, se encuentran Uruguay, México, Puerto Rico y Chile. El mapa no recoge datos de otros destinos como Venezuela o Estados Unidos.

Además de los destinos americanos, es necesario señalar la existencia de una corriente migratoria a Francia cuya colonia española en 1900 era de 80.000 personas. Estaba integrada en gran parte por mujeres de la zona pirenaica que se establecían en el país vecino para trabajar en el servicio doméstico y de trabajadores del campo levantino que iban a Francia, a veces de forma solo estacional, para trabajar en la construcción o en la vendimia. A ellos habría que añadir una emigración por causas políticas que lleva al exilio sucesivamente a afrancesados, liberales, carlistas, progresistas, moderados y republicanos. Francia además era el punto intermedio para dirigirse a Argelia, colonia que este país que intenta repoblar con europeos, lo que dará lugar a la aparición de los pie noire, argelinos de origen europeo, que se convertirán en un motivo de conflicto

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cuando Argelia inicie su proceso de independencia. Unos 300.000 levantinos y baleares se dirigirán a ese destino entre 1880 y 1900, cifra considerable ya que es algo menos de la mitad del total de la emigración a América en ese mismo período.

8- Referencia: 19-529Grabado de Barbant para “La Ilustración” en 1887, en el que se muestra a un grupo de emigrantes españoles intentando entretenerse en la cubierta del barco que les conduce a Argentina. A las penosas condiciones en las que se realizaban estos viajes, hay que añadir el precio que debía pagar el pasaje, a veces todos los ahorros de su vida. Casi tres millones de españoles cruzaron el atlántico entre 1853 y 1930 en busca de una vida mejor.

Por lo tanto puede decirse que hasta mediados del XIX la emigración solo fue anecdótica. Se incrementará desde 1853 al liberalizarse las leyes migratorias y sufrirá un retroceso a finales de siglo al reducirse la presión demográfica, por epidemias como el cólera de 1885 y por la pérdida de las colonias en 1898. Su momento de máxima expansión se producirá entre 1900 y 1914, interrumpiéndose hasta 1920 debido a las dificultades que la I Guerra Mundial crea al transporte marítimo y por la gripe de 1918, que de nuevo reduce la presión demográfica. Tras reactivarse la corriente migratoria en el siguiente decenio, se interrumpirá bruscamente en 1930, cuando debido a la crisis de 1929, los países tradicionalmente receptores empiecen a rechazar nuevos contingentes de inmigrantes, y no volverá a aparecer y con una intensidad mucho menor, hasta 1946.

Aunque las cifras sobre emigración no son del todo fiables al existir una un importante movimiento migratorio clandestino, se calcula que entre 1890 y 1930, emigraron en total unos 3.000.000 de españoles, pero en el mismo período retornaron unos 2.000.000 por lo que el saldo final arrojaría una pérdida de solo 1.000.000 de habitantes. Esta reducción de la población fue significativa en algunos períodos como entre 1888 y 1897 en el que los 379.000 emigrantes equivalían al 40% del crecimiento natural en esa misma etapa, pero estos momentos de incremento migratorio, se compensaban con períodos de retorno como el que siguió a la pérdida de las colonias en 1898, en el que volvieron unos 200.000 españoles.

En conclusión, si bien la emigración frenó el despegue de la población española, sobre todo en las regiones más afectadas por ella y convierten a nuestro país en un emisor neto de población, no tiene el peso en el estancamiento demográfico de otros factores como la elevada tasa de mortalidad que se mantiene a lo largo del siglo XIX. El fenómeno

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migratorio no tuvo tanta importancia en España como en otras naciones europeas como Italia, Gran Bretaña o Portugal.

Los cambios en la sociedad españolaLa sociedad española del siglo XVIII, caracterizada por la existencia de unos estamentos privilegiados (nobleza y clero) que concentraban el poder y la riqueza y de unas desigualdades entre los grupos de la sociedad establecidas por leyes, se verá amenazada por primera vez cuando en medio de la Guerra de la Independencia, las Cortes de Cádiz y más tarde durante el Trienio Liberal, se cuestionen las bases de esa Sociedad Estamental, aplicando los principios políticos del liberalismo. El Antiguo Régimen aguantará el embate durante el reinado de Fernando VII, al final del cual el sistema social y político español, todavía permanecía inmutable.

9- Referencia: 50-2344“Alegoría de la constitución de 1812”. La Constitución de 1812 intentó cambiar las bases legales del Antiguo Régimen, pero manteniendo la monarquía como forma de Estado, lo que resultó incompatible con la postura política de Fernando VII, en quien recayó la corona. En esta alegoría vemos una referencia al papel de la iglesia en el régimen anterior.

Pero a partir de 1833, se inicia un proceso que sustituirá la vieja sociedad estamental, por una Sociedad de Clases basada en la aplicación de los principios liberales de libertad, igualdad y propiedad.

El principio de libertad tuvo un alcance político limitado, si bien superó en mucho los escasos márgenes de ésta durante el reinado de Fernando VII, pero terminó por asentarse en España sobre todo en su aspecto económico. Se entendía como libertad la libre disposición por parte del individuo de su riqueza, es decir, libertad para cerrar fincas, para comprar y vender a los precios que determine el mercado, a modificar los contratos de arrendamientos, a comerciar o a crear industrias. Estos aspectos sometidos a una férrea reglamentación en el Antiguo Régimen, quedaron al arbitrio y capacidades de cada individuo.

El liberalismo entiende igualdad, solo en su aspecto legal (igualdad ante la ley), cosa que tardó en establecerse en España hasta al menos 1868, pero no en lo que se refiere a las diferencias económicas, que se interpretan como un reflejo de las diferencias de capacidades entre los individuos. Como se verá más adelante, solo se avanzó en este aspecto al abrir determinados oficios y puestos de la administración a todas los individuos, manteniéndose profundas desigualdades, no solo económicas, sino también políticas y legales entre los distintos grupos de la sociedad.

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Todas las constituciones españolas desde 1812, asegurarán el derecho a la propiedad con más energía que al resto de los derechos reconocidos en ellas y la consecución plena de la propiedad, será la que inspiré algunas de las políticas más determinantes del siglo XIX como las desamortizaciones.

El resultado de la implantación de estos principios convertirá a la sociedad española de mediados del siglo XIX, en una sociedad bastante abierta, en la que aunque subsisten algunas ventajas estamentales, existen amplias posibilidades de movilidad social y de ascenso económico, lo que la hace incluso más permeable al encumbramiento de individuos de origen modesto que otras sociedades europeas de la misma época como la británica o la prusiana y desde luego mucho más que la España del siglo XVIII.

Como señala el historiador Miguel Artola, hubiera sido inimaginable en esos países la aparición de una figura como la de Espartero, hijo de un carretero manchego, que pudo cursar estudios de ingeniería (en los que se habían eliminado las pruebas de nobleza) y e ingresar en el ejército, todavía dominado por la aristocracia en muchos países. Su origen humilde no le impedirá un meteórico ascenso dentro de esta institución y llegar a convertirse en regente y casi amo de un país, que no tuvo prejuicios para incluso ofrecerle la corona en los años del sexenio revolucionario.

Durante el periodo 1808 – 1931 se producirá en España el cambio desde una Sociedad Estamental a una Sociedad de Clases; y desde el régimen absolutista al sistema liberal. La situación del país al final de este período, en la que subsistirán discriminaciones legales de todo tipo, hace dudar de que este cambio fuera completo. Aunque el régimen liberal se basa en la igualdad ante la ley, el derecho al voto, la proporcionalidad en la contribución al Estado y la obligación universal de contribuir a la defensa de la nación, ni estos principios se recogieron con suficiente claridad en las constituciones con más vigencia del periodo, ni se respetaron cuando así lo hacían.

En lo que respecta al derecho al voto, el sufragio censitario y más tarde las prácticas caciquiles, una vez establecido el sufragio universal, impidieron a la mayor parte de la población participar en el proceso político, lo que desvirtuaba el carácter democrático de los regímenes parlamentarios del siglo XIX y principios del XX.

16- Cuadro Anecdótico: Las Elecciones (1808 – 1831)

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Aunque la Constitución de Cádiz de 1812 ya establecía el sufragio universal masculino (salvo algunas excepciones como el servicio domestico, los mendigos y convictos) también estableció un sistema de voto indirecto a través de compromisarios, que alejaba al elector de sus representantes y permitía que el voto popular fuera, mediatizado por las nuevas élites políticas agrupadas en los partidos. La restauración del absolutismo erradicó las elecciones durante el reinado de Fernando VII y no volvieron a celebrase hasta el reinado de Isabel II. Las constituciones de este período eran aun más restrictivas en el derecho al voto que la de Cádiz, ya que establecieron el llamado sufragio censitario: solo tendrían derecho al voto los llamados “ciudadanos activos”, aquellos con un nivel considerable de rentas que se medía por sus contribuciones al Estado (lo que pagaban de impuestos). Este sistema hacia que en 1854 solo votara el 1% de la población y en 1865, el 3%. La constitución de 1869 salida de “La Gloriosa”, estableció por primera vez el sufragio universal masculino directo para los mayores de 25 años, pero manteniendo el sistema indirecto y selectivo en cuanto a los candidatos para el Senado. Será la I República la que establezca por primera vez un sistema electoral realmente democrático de sufragio universal (masculino aún y para mayores de 21 años) en ambas cámaras. Una vez restaurada la monarquía, la nueva Constitución de 1876, volvía al sufragio censitario. Este dejaba en manos de aproximadamente el 6% de la población, la elección de los 700 diputados y senadores estatales, mientras que un 18% de ella (el 30% de la población masculina de más de 25 años) elegía los 1.300 miembros de las diputaciones provinciales y a los 70.000 concejales. En 1891 Sagasta restableció el sufragio universal, pero las elecciones del “turno” de partidos estaban tan viciadas por el “encasillado” y los “pucherazos”, que convirtieron este avance en una burla, pese a los intentos de limpiar las elecciones por parte de Maura y sobre todo de Canalejas. El sistema de elecciones corporativas y de partido único establecido por Primo de Rivera, distaba mucho de ser democrático, por lo que hasta la proclamación de la II República, no se podrá hablar en España de elecciones mínimamente representativas de la voluntad popular.

La teórica corresponsabilidad y proporcionalidad en la contribución a las arcas del Estado que recogen constituciones como la de 1876, nunca se llevó a la práctica ya que sólo el 25% del dinero del Estado provenía de los impuesto directos, cobrados en función de la renta de cada individuo, mientras que el resto tenía su origen en impuestos indirectos sobre artículos de primera necesidad, que recaían sobre las clases mas desfavorecidas. La reforma realizada por Raimundo Fernández Villaverde en 1900, durante el gobierno de Francisco Silvela, elevó la proporción de los impuestos directos en los presupuestos del Estado al 39% y solo los impuestos

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complementarios sobre la renta (1932) de la II República, se acercaron (sin conseguirlo) a una cierta equidad fiscal.

El régimen liberal intentará introducir en España el principio establecido por la Revolución Francesa, de que todo ciudadano tiene el derecho y el deber de contribuir a la defensa de la patria. Se abandonó el sistema tradicional de levas aleatorias del Antiguo Régimen, por el de “quintas” en la que todos los ciudadanos de una determinada edad podían ser llamados a filas en igualdad de condiciones. Pero la necesidad acuciante de dinero de los distintos gobiernos liberales, introdujo en este sistema la llamada “redención en metálico”, por el que los que podían hacerlo, pagaban una cantidad que les eximía de ser movilizados. Solo la I República abolió brevemente este sistema. El resultado es que los pobres iban a la guerra y los ricos no, creando una desigualdad social y regional en este aspecto. El 16% de los quintos de Barcelona y el 10% de los de Madrid, conseguían librase así del servicio, mientras que en Almería, Lugo o Canarias, no llegaban al 1% de los convocados, por lo que en estos lugares aumentará el número de desertores y prófugos. El sistema de “quintas” será uno de los motivos de malestar y agitación permanente de las clases bajas durante el siglo XIX, que continuará en el siguiente poniéndose de manifiesto en los sucesos de la semana Trágica de 1909 y durante toda la Guerra de Marruecos. Canalejas en 1910, consiguió hacer más igualitario el sistema, aunque el pago de dinero reducía el tiempo de servicio y se establecía la “escala de complemento”, que permitía universitarios, en general hijos de las clases altas, realizar el servicio militar como oficiales, tras un breve período de instrucción.

10- Referencia: 50-9225“Embarque de soldados para Cuba en la estación del mediodía (Madrid)” Grabado coloreado de la Ilustración Española y Americana, 1898. El sistema de movilización por “quintas” redimibles mediante el pago en metálico, fue uno de los elementos de desigualdad que caracterizó a la sociedad española durante el siglo XIX.

Por otro lado algunos grupos sociales conservarán privilegios y poderes casi estamentales que van en contra del principio de igualdad ante la ley y que trascienden de las desigualdades basadas solo en las diferencias de riqueza, que caracterizan a una sociedad de clases. La nobleza mantendrá su poder en el campo gracias a su connivencia con las autoridades civiles y las fuerzas del orden y por su papel como grandes arrendadores rurales. En las regiones latifundistas los dueños de las grandes fincas eran casi los únicos empresarios que contrataban trabajadores, ante la ausencia de actividades alternativas, lo que les otorgaba un inmenso poder sobre la

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población. El fenómeno del caciquismo es en parte una expresión de la pervivencia del feudalismo en el campo español.

11- Referencia: 153-13914Representación satírica de unas elecciones municipales de 1899, en las que el cacique local amaña los resultados electorales para que cuadren con el “encasillado”. El restablecimiento del sufragio universal en 1891, no consiguió democratizar el sistema electoral español ni terminar con su corrupción.

El ejército por su parte, se convirtió a partir del establecimiento del servicio militar obligatorio en el gran encuadrador ideológico de la juventud masculina, a la que intentó transmitir su concepto del patriotismo, del deber y de la obediencia. Durante el siglo XIX recurrieron a él todas las facciones liberales, lo que convirtió a los militares en los árbitros de la situación política hasta 1874. La Restauración parecía haber conseguido domar a los “espadones”, pero el golpe de Primo de Rivera de 1923 y el levantamiento de 1936, demuestran que no era así.

La Iglesia perdió poder, riqueza y efectivos, sobre todo en el clero regular, pero los moderados primero y los conservadores después, le entregaron tales atribuciones en materia de enseñanza que si bien su influencia se redujo, siguió siendo muy considerable, especialmente en las zonas rurales y los mensajes emitidos desde los púlpitos, seguían teniendo un abundante público en todo el país, sobre todo entre la población femenina.

El predominio de la alta y la media burguesía en los estudios y titulaciones superiores, le dará unas cuotas de poder e influencia superiores a las que corresponden meramente a su riqueza, ya que estas titulaciones, especialmente la de abogado, permitirán a estas clases sociales el control mayoritario o casi exclusivo de los centros políticos (parlamento), gubernamentales (ministerios), administraciones públicas menores (diputaciones y ayuntamientos), de la magistratura, de los consejos de administración de las empresas o de la prensa y la información.

La noblezaAunque la revolución liberal arrebató a la aristocracia su posición relevante en la sociedad y muchos de sus privilegios, esta supo adaptarse a las circunstancias y conservar una gran influencia. El establecimiento de la igualdad ante la ley hizo que se redujera el número de nobles, desapareciendo sobre todo la pequeña hidalguía cuya única ventaja era la exención fiscal eliminada por las reformas liberales. Medidas como la desaparición de los señoríos jurisdiccionales, del cobro de tributos a los

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campesinos y de los bienes vinculados, a los que la nobleza se resistió hasta mediados de siglo XIX, no la perjudicaron excesivamente, ya que los liberales permitieron que muchas de estas tierras heredadas por los nobles del pasado feudal, se convirtieran en plena propiedad. En resumen: aunque la nobleza perdió algunos privilegios aumentó sus propiedades, sobre todo sus tierras. En 1854, de los 53 mayores contribuyentes del reino (los más ricos por tanto), encontramos 43 nobles (destacando en los primeros puestos los duques de Osuna, Medinaceli, Frías y Alba), 9 eran plebeyos y solo aparecía una empresa. Sin embargo la mayor parte de la nobleza no se involucró en el crecimiento económico y no invirtió en las nuevas actividades industriales, de transportes o de servicios.

A lo largo del siglo XIX y primeros años del XX se va a producir un acercamiento de ideología y modos de vida entre la aristocracia y las nuevas élites de la sociedad. En el censo de 1860, la nobleza ya no aparecía como grupo aparte, lo que es un síntoma de la asimilación de este antiguo estamento a la Alta Burguesía, el nuevo grupo hegemónico. Fueron frecuentes los casos de familias nobles endeudadas que sanearon su patrimonio gracias a matrimonios con miembros de la nueva burguesía o bien recibieron con los brazos abiertos a los nuevos potentados y militares, que recibían títulos nobiliarios concedidos por la corona.

12- Referencia: 301-1665“Don Agustín de Figueroa, hijo del conde de Romanones, con su esposa la condesa de Clavijo, a su salida del templo de San Fermín de los Navarros” año 1928. Pese a que la nobleza dejó de existir como grupo social aparte, intentó mantener su identidad y poder, manteniendo una cierta endogamia en los matrimonios, aunque poco a poco se fue abriendo hacia la nueva alta burguesía, con la que terminará por fundir sus intereses.

Durante los reinados de Alfonso XII y XIII, la nobleza se convertirá en parte importante del “bloque de poder” al que Joaquín Costa definía como la “oligarquía”. Su riqueza de origen feudal, convertida en plena propiedad por el liberalismo, aun era muy considerable como prueba el hecho de que las propiedades de solo diez nobles acaparaban casi el 1% del territorio nacional y que las tierras de la nobleza en provincias típicamente latifundistas como Badajoz, Cáceres, Cádiz, Córdoba, Sevilla y Toledo, significara el 8% del total. Y esto solo hablando de la “nobleza vieja”, ya que durante los citados reinados la corona otorgó 214 nuevos marquesados, 167 condados, 30 vizcondados y 28 baronías, sobre todo entre políticos, militares y empresarios. Esta proximidad a la corona favorecerá a la nobleza, cuya permanencia en las instituciones quedaba asegurada por la constitución de 1876 (puestos de senadores para Grandes de España) y por

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la preferencia de la corona por designar aristócratas para puestos de embajadores o presidentes de organismos públicos.

El CleroEl otro estamento privilegiado del Antiguo Régimen, no va a salir tan bien parado de los cambios que se producen durante el siglo XIX como la nobleza, aunque tras una largo periodo de resistencia y enfrentamiento con el liberalismo, la Iglesia conseguirá amoldar su posición a las nuevas condiciones y conservar una parte muy considerable de su poder y en menor medida de su riqueza.

Los privilegios del clero hasta el siglo XIX eran inmensos y abarcaban distintos campos. Desde el punto de vista legal la iglesia tenia jurisdicción sobre los matrimonios religiosos (lo eran todos, al no existir el matrimonio civil), sobre sus propios miembros que disfrutaban de leyes especiales, sobre los litigios en materia de diezmos, patronazgos y bienes de la iglesia y en cuestiones de fe, lo que hacía a través de la Inquisición, convertida en una poderosa maquinaria de represión ideológica y política.

En lo que respecta a sus privilegios fiscales y económicos, aparte de que los clérigos no pagaban impuestos, el cobro de diezmos y primicias a la población, aportaba a la Iglesia una inmensa riqueza ya que estos tributos igualaban algunos años al monto total del presupuesto del Estado y solo los de una diócesis como Toledo (el centro religioso más rico de la cristiandad tras Roma) superaron los gastos del Ministerio de Fomento en 1802 y del de Gracia y Justicia en 1817. A esto se unía la riqueza patrimonial de la Iglesia en edificios y tierras (el 18% del total según estimaron las Cortes de Cádiz) que aportaban abundantes rentas por el arrendamiento de tierras de cultivo a los campesinos.

El enfrentamiento entre la Iglesia y el Estado reformista, se iniciará en la época de José Bonaparte y reaparecerá periódicamente durante el siglo XIX con las Cortes de Cádiz, el Trienio liberal, las Regencias de Maria Cristina y Espartero y el sexenio revolucionario. El clero va a presentar una resistencia mayor al cambio que la nobleza, lo que enconará las posturas apareciendo así el apoyo clerical al carlismo por un lado y el anticlericalismo liberal y popular por el otro. El resultado de esta lucha será una derrota del clero en lo político, ya que se verá alejado de los círculos del poder y en lo económico, ya que perderá la mayor parte de su patrimonio con las desamortizaciones. Esta derrota se reflejará en las cifras de clérigos que se van reduciendo de forma drástica hasta 1856, debido a la disolución de las órdenes monásticas y a la pérdida de sus tierras. De los 200.000 clérigos de 1787, se pasa a 150.000 en 1826 y a 56.000 en 1856.

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Esta reducción es especialmente notable en cuanto al clero regular (monjes y monjas) y mucho menor en lo que respecta al clero secular (curas de las parroquias y jerarquía eclesiástica), que incluso crece en el período 1833 a 1843, al permitirse a la iglesia católica mantener en funcionamiento 55 seminarios con más de 17.000 alumnos, número superior al de los que cursaban enseñanza media en ese momento.

13- Referencia: 50-11369Caricatura editada por la revista “La Flaca” durante el sexenio revolucionario, en la que se muestra como los religiosos usan los fondos de “Dotación de culto y clero”, que les proporcionaba el Estado liberal como compensación por sus propiedades desamortizadas, para armar a los partidarios del pretendiente carlista. El pulso entre liberales e Iglesia, terminó con una derrota de ésta, aunque supo recomponer su poder e influencia social a partir de 1876.

Pese a que se mantendrán motivos de fricción con el Estado liberal, como el asunto de la confesionalidad del Estado, las relaciones con el Vaticano y la devolución de los bienes desamortizados, el clero secular y la jerarquía católica acabarán por desmarcarse de la suerte del clero regular y buscarán un acercamiento a los nuevos círculos del poder que se plasmará en el Concordato de 1851, que tras un paréntesis de gobiernos anticlericales, se consolida tras la Restauración en 1874. La Iglesia aceptará la pérdida de sus posesiones, que ya habían cambiado de manos y de las que solo le serán devueltas una pequeña porción, pero a cambio obtiene su mantenimiento a costa de las arcas del Estado (Dotación de culto y clero), la declaración de confesionalidad católica del Estado, mantiene su jurisdicción sobre el matrimonio y la familia al suprimirse las bodas civiles y a esto añade, una competencia casi exclusiva en materia de educación primaria y secundaria, lo que permitirá la recuperación numérica del clero, aumentar su implantación social y la recomposición de su papel como rector ideológico de la sociedad.

17- Cuadro anecdótico: Las cifras del cleroTras el acuerdo con el Estado liberal, el número de clérigos en España, invirtió su tendencia y empezó de nuevo a crecer. Cánovas favoreció claramente su recuperación y a partir de la Ley de Asociaciones de Maura, el crecimiento fue espectacular, ya que no solo aumento el número de ordenados nacionales, sino que empezaron a llegar a España congregaciones enteras de monjes y monjas, expulsados de países como Francia, Portugal o Italia, donde no se había llegado a la “entente” conseguida en España entre liberales moderados e Iglesia. El crecimiento fue tal entre 1900 y 1910, que Canalejas se vio obligado a promulgar la

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“Ley del Candado” que establecía una moratoria de dos años en la creación de nuevas congregaciones religiosas. La tendencia continuó durante la Dictadura de Primo de Rivera, en la que se entregó a la Iglesia un importante papel de adoctrinamiento ideológico y encuadramiento social.

Número de clérigos en España1856 56.7001864 59.1791884 67.8681900 98.1021910 102.6601920 109.1811930 136.181

Esta expansión numérica y de influencia de la iglesia, la fue identificando cada vez más con las clases dominantes, lo que unido a la extendida falta de sensibilidad social en una parte del clero y a su acercamiento claro a posturas políticas cada vez más reaccionarias, le fue restando predicamento especialmente en las zonas urbanas y alimentó el anticlericalismo latente de amplios sectores de la sociedad española, que explotará a partir de la proclamación de la II República.

La burguesíaEl crecimiento económico favoreció la aparición de una nueva burguesía constituida por banqueros, grandes comerciantes, industriales y terratenientes, propietarios de suelo o inmuebles urbanos, dueños de títulos de deuda pública y especuladores en bolsa. A ellos se unieron un reducido grupo formado por los profesionales más prestigiosos, como determinados abogados, arquitectos e ingenieros y los altos cargos del Estado y del ejército. Esta gran burguesía habitaba en las ciudades importantes y capitales de provincia, aunque los más ricos solían residir en Madrid para estar cerca de la corona y buscar la influencia del poder, aunque sus posesiones y patrimonio estaban repartidas por todo el país.

14- Referencia: 57-4648Anuncio publicitario de finales del siglo XIX, en el que se ve un salón ocupado por mujeres de la alta burguesía española. Los espacios de ocio y los modos de vida de la nueva clase social emergente, confluían con los de la nobleza y trataban con su carácter exclusivo de remarcar las diferencias sociales basadas en el dinero.

Las burguesías regionales de la periferia eran inicialmente más modestas pero también más dinámicas, ya que se vincularon a actividades industriales y comerciales y no puramente especulativas. En Cádiz

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destacaba la burguesía comercial vinculada con el comercio colonial; en Valencia la dedicada a la exportación de productos agrarios; en Asturias y en el País Vasco la relacionada con la minería o la siderurgia y más tarde con la banca, en Cataluña con la industria textil. A este grupo se podrían añadir los indianos, empresarios españoles que habían obtenido su fortuna con negocios en ultramar, especialmente el cultivo y comercio del azúcar o el tráfico de esclavos en Cuba.

Esta alta burguesía fundida con lo que quedaba de la nobleza, de la que ya cuesta distinguirla en ocasiones, se consolidará como el grupo social dominante durante la Restauración, uniéndose a ella los elementos más dinámicos y ambiciosos de las clases medias como abogados, oficiales del ejército y políticos. Si hacia 1880 lo que podemos considerar como clase alta reunía en torno al 2% de la población, en 1930 incluía al 4% de la misma. Su poder se apoyaba en tres pilares: la conformación del Estado, su capacidad de presión económica y su influencia en las decisiones de gobierno.

Con la constitución de 1876, vigente con interrupciones hasta 1923, esta nueva clase alta, conforma la estructura del Estado en función de sus intereses políticos y económicos a través de un sistema electoral que garantizaba su presencia o la de sus “defensores” en las Cortes, gobiernos y administraciones estatal, provincial y municipal. Los elitistas partidos liberal y conservador, estaban formados mayoritariamente por miembros de esa clase altas, por lo que la alternancia de gobiernos no afectaba a sus intereses.

Las asociaciones de empresarios que surgen en el siglo XIX como las cámaras de comercio, industria y navegación y las sociedades económicas, se convertirán en el siglo XX en poderosas asociaciones patronales, que harán frente a las movilizaciones obreras de forma autónoma con medidas como el cierre patronal (lock out), la puesta en barbecho de latifundios, medidas defensivas u ofensivas frente a los sindicatos (pistolerismo patronal) y manipulaciones del mercado y de los precios a través de prácticas monopolistas u oligopolistas.

Estas mismas asociaciones patronales Fomento del Trabajo Nacional (Cataluña), la Liga Vizcaína de Productores y los Casinos y Círculos de Labradores de Sevilla, se convertirán en poderosos grupos de presión que condicionaran la acción de gobierno, del que arrancarán medidas como ventajas en los presupuestos, proteccionismo arancelario, leyes beneficiosa para sus intereses e interrupción de las reformas de un sistema contributivo que les beneficiaba.

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La patronal asistirá con preocupación e inquietud a las medidas reformistas en materia laboral y social, que toman distintos gobiernos entre 1900 y 1931, pero su capacidad de presión sobre ellos se pondrá de manifiesto, consiguiendo la ilegalización o la limitación de la actividad de los sindicatos, el recorte del derecho a la huelga, el fin de los contratos o convenios colectivos y de las mejoras salariales conseguidas en ese período. Recibieron con alivio la Dictadura de Primo de Rivera, que puso fin por decreto a la lucha entre los sindicatos y la patronal y con horror el advenimiento de la II República, una nueva forma de Estado en la que su influencia política se vería drásticamente recortada.

Las clases medias15- Referencia: 153-11633Fotografía de los años 30 tomada en Barcelona, en la que se muestra a una mujer contemplando una nevera de la época. El incremento numérico, de nivel de vida y de instrucción de las clases medias en los primeros años del siglo XX, aumentará considerablemente el peso político y social de este sector.

Las clases medias acomodadas, casi inexistentes en la España del antiguo régimen van a incrementar su número e influencia hasta la década de 1930. Se trataba de empleados civiles o empleados del Estado cuyo número se triplicó a lo largo del siglo XIX, miembros de las profesiones liberales como abogados, técnicos y profesores, pequeños y medianos empresarios, propietarios de negocios, tierras, casas o rentas modestas. Aunque a finales del siglo XIX sólo representaban en torno al 5 o el 10% de la población española, controlaban en gran parte la administración pública, la cultura, la enseñanza, la información periodística, el ejército, el comercio minorista y los pequeños talleres de manufactura lo que aumentara su influencia política y social. Junto a esta pequeña burguesía o clase media alta, aparecerá una gran masa relativamente empobrecida de minifundistas, aparceros y arrendatarios, artesanos, trabajadores por cuenta propia, pequeños funcionarios, suboficiales del ejército, curas y personal doméstico cualificado, cuyas condiciones materiales no eran mucho mejores que las del proletariado y a veces solo se distinguían de él, por su negativa a ser identificados como obreros. Esta clase media baja englobaba a entre un 20 y un 40% de la población.

Las experiencias de la revolución de 1868 y la proclamación de la I República, son interpretadas por muchos autores como un intento de estas clases medias, que en conjunto formaban el grupo social más numeroso, de alcanzar el poder político que les correspondía en justicia y que terminó

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fracasando. Durante la Restauración pasaron a integrarse en las ramas de clientelas en las que se apoyaba el caciquismo y durante el cambio de centuria intentará crear sus propias organizaciones políticas, como las Ligas y sindicatos agrarios inspiradas por Joaquín Costa, de efímera existencia o apoyando el progresismo y el republicanismo moderado.

Entre 1909 y 1930, la clase media se verá atrapada en la lucha sin cuartel que se desarrollaba entre la clase obrera, muy organizada en partidos y sindicatos y consciente de sus aspiraciones, y una alta burguesía no menos organizada políticamente, que defendía unos intereses que tenia muy claros. Ante este enfrentamiento, la clase media responderá con miedo y desorientación, al no sentirse del todo identificada con ninguno de los contendientes. La clase media alta acabará uniendo claramente sus destinos y opciones políticas a los de la alta burguesía, mientras que la clase media baja, alternará su preferencia por las opciones conservadoras, con períodos de apoyo parcial, temporal y circunstancial a la causa republicana o proletaria.

18- Cuadro Anecdótico: El ejércitoEl ejército será una de las instituciones de la sociedad española que antes empiece a cambiar y de las que más influencia va a tener en el período 1808 a 1931, influencia tan dramática como determinante en los años siguientes.

La Guerra de la Independencia dinamitó el ejército heredado del Antiguo Régimen, ya que acabó con su carácter estamental al integrarse en él numerosos campesinos, burgueses y obreros, que en algunos casos consiguieron gracias a sus méritos militares, ascender en él e incluso alcanzar el generalato. El rancio ejército absolutista se convirtió así en la principal, si no la única, vía de movilidad y ascenso social y en el marco de actuación de los liberales más activos durante el reinado de Fernando VII.

Cuando se inicia el reinado de Isabel II y las guerras carlistas, el ejercito y la milicia serán lo único que se interponga entre las poderosas partidas carlistas y la nueva clase dominante, lo que le convertirá en el garante del nuevo orden y en árbitro de las diferencias que se producen entre las familias liberales en el poder. El ejército ofrecerá a muchos la posibilidad de promoción social que en otras actividades se les negaban y de él irán surgiendo sucesivos “espadones” adscritos a las distintas facciones liberales, que se convertirán en la casta dirigente del país hasta la caída de la I República y la Restauración de la monarquía en 1874.

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Cánovas supo atraer e integrar al ejército en su proyecto político monárquico, entregándole importantes parcelas de poder y representación institucional y aplacando de momento a los “espadones”, aunque muchos políticos siguieron cayendo en la tentación de intentar recurrir a ellos para forzar cambios en el sistema o en el gobierno. Pero los militares ya habían abandonado el papel revolucionario que habían ejercido puntualmente en alianza con los progresistas y se convirtieron en una de las claves del orden y el control social impuesto por Cánovas.

La derrota frente a los Estados Unidos en 1898, creó una auténtica crisis de identidad en el ejército, incapaz de digerir su cuota de responsabilidad en el desastre, del que empezarán a responsabilizar a la sociedad civil, a los políticos, a la oligarquía, a los separatistas o a los revolucionarios, creándose entre los militares un fuerte espíritu de cuerpo que empieza a convertirlos en una casta aislada de la sociedad, animada por una ideología en la que se mezclaba la defensa a ultranza del prestigio de la institución (cada vez menor en la sociedad), el patriotismo historicista, la concepción centralista y unitaria del Estado español y la fidelidad al rey. A esto se unía un fuerte espíritu corporativo que le lleva a la defensa a ultranza de sus privilegios, que estaban convirtiendo al ejército en un lastre para la sociedad y las arcas del Estado.

La llegada al poder de Alfonso XIII, dará alas a estos militares que a las ventajas que ya les otorgaba el sistema canovista como su acceso al Senado y a los ministerios, el poder de las capitanías tanto en la península como en las colonias y la existencia de un código militar propio, se añadirá la Ley de Jurisdicciones de 1906, que abría el camino a la intervención de los militares en asuntos de orden público, cosa que empezará a ocurrir a partir de la crisis de 1917 y que concluirá con el golpe de Primo de Rivera en 1923.

Los trabajadores del campoEra el grupo más numeroso de la sociedad y aunque su número se fue reduciendo, lo seguirá siendo hasta mediados del siglo XX. Dentro del campesinado pueden distinguirse tres grandes grupos: los propietarios de tierras, que eran campesinos que habían conseguido comprar pequeñas extensiones de terreno o minifundios; los arrendatarios que no poseían tierras o su propiedad era tan pequeña que completaban su explotación arrendando parcelas ajenas; y los jornaleros o braceros, campesinos sin tierra que trabajaban por cuenta ajena en labores como la siembra, la siega o la vendimia.

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16- Referencia: 1-1642“Campesinos” de José Benlliure y Gil (1855 – 1937) esta pintura costumbrista nos muestra el modo de vida de los campesinos españoles, muy precario en lo material, muy duro en lo laboral, tradicional en las costumbres, condicionado por la iglesia en lo espiritual y caracterizado por un extendido analfabetismo en lo cultural.

A mediados del siglo XIX el campesinado constituía aproximadamente el 70% de la población española cifra que descenderá lentamente situándose en el 60% en 1900 y en el 50% en 1930. Con algunas excepciones el conjunto del campesinado vivía sumido en la pobreza debido al problema de la tierra y a la manera en la que se desarrolló la desamortización en España. Los campesinos no tuvieron acceso a la tierra que se vendió en general en grandes lotes y en las escasas regiones en las que se hizo en lotes más pequeños, estas tierras resultaron tan minúsculas y poco productivas, que los nuevos propietarios se vieron obligados a venderlas de nuevo, por lo que volvieron a manos de la nobleza o acabaron en las de los nuevos inversores urbanos. Como excepciones señalar la huerta valenciana donde los contratos de arrendamiento eran casi indefinidos, sobrevivían los derechos de riego tradicionales y se practicaba una agricultura muy productiva y centrada en los cultivos de exportación de la naranja. También en el País Vasco, Navarra y norte de Aragón predominaba la propiedad directa de la tierra y los alquileres tradicionales bastante benévolos, mientras que en Cataluña, las leyes hereditarias tradicionales que entregaban toda la tierra al “hereu” o primogénito, mantuvieron un tamaño razonable en las explotaciones agrarias. También en Cataluña se seguía el sistema de arrendamiento conocido como “rabassa morta” que consistía en plantar una cepa de vid cuando se formalizaba el contrato cuya duración dependería de la vida de la misma, que solía ser de unos cincuenta años. En lo que respecta a los aparceros del resto de España se veían obligados a explotar parcelas muy distantes entre sí o a arrendar tierras cuyos alquileres aumentaron a lo largo del siglo XIX debido a las reformas liberales y la plena propiedad de la tierra.

El caso extremo de pobreza en el campesinado lo presentaban los jornaleros sin tierra que predominaban sobre todo en Andalucía y en Extremadura donde las grandes fincas de más de 250 hectáreas representaban el 45% en el primer caso y el 36% en el segundo. Para la mayor parte de la población de estas zonas, el único trabajo posible era el de bracero en estos grandes latifundios por la inexistencia de empleos alternativos. Cada finca necesitaba un núcleo permanente de empleados bastante reducido formado por capataces, guardabosques, artesanos y sirvientes, pero para los demás campesinos sin tierra de la zona, el empleo

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era estrictamente ocasional. Los jornaleros eran contratados para jornadas interminables, sometidos a una estricta disciplina y pagados con un sueldo ridículo. El resto del año se veían abocados a largos periodos de desempleo, ya que los cultivos predominantes de trigo, vid y olivo precisan de poco trabajo a lo largo de buena parte del año y a que los latifundistas intentaban abaratar costes evitando el abonado, el escardado y la roturación de las tierras en barbecho, por lo que estas en muchas ocasiones, sólo se sembraban un año de cada tres. El resultado era el desempleo de los braceros durante unos doscientos días al año, mientras que los jornales de 1900 eran un 20% inferiores a los de cien años antes por la abundancia de mano de obra.

19- Cuadro anecdótico: La vida de los jornalerosLas familias de jornaleros vivían habitualmente en pequeñas casas o barracones situados a las afueras de las grandes ciudades agrarias andaluzas o en las proximidades de las fincas latifundistas. Los varones de estas familias que habitualmente rondaban los doce hijos, se veían expuestos al sistema de contratación temporal acudiendo a las plazas de los pueblos cuando se iban a iniciar las labores agrícolas, donde los señores y los capataces realizaban la contratación en un ambiente muy próximo a una feria de ganado. En caso de ser contratados, se veían obligados a trabajar de sol a sol para conseguir unos ingresos mínimos que les impedían alimentar decentemente a sus familias y mucho menos conseguir unos niveles aceptables de higiene, cuidados médicos o instrucción. Esta población sometida a estos niveles de miseria, era presa frecuentemente de la tuberculosis, el tifus y la malaria, lo que además podía acarrear que alguno de sus miembros quedara incapacitado para aportar dinero a la casa. La desesperación llevaba a muchos al abandono de bebés o a su asesinato, y la criminalidad y el bandolerismo crecieron a lo largo del siglo XIX entre el proletariado agrario del sur. Las mujeres intentaban compensar la falta de ingresos trabajando como lavanderas, nodrizas, criadas o lanzándose a la prostitución. También rebuscaban entre la basura de los más ricos o intentaban recoger productos silvestres si el propietario del monte se lo permitía, en muchos casos la única alternativa para estas familias era la mendicidad. Este ambiente de miseria desesperante, de injusticia social y de falta de perspectivas de cambio, convirtió el campo andaluz en un polvorín, que estallará de forma periódica en los primeros años del siglo XX.

Los trabajadores de la ciudad En las ciudades, industrias y minas irá surgiendo un nuevo tipo de trabajador que, pese a la escasa industrialización española, no dejará de aumentar en número y que formará las masas empobrecidas de las

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ciudades. En este grupo se pueden distinguir varios sectores: los antiguos artesanos que se dedicaban a los viejos oficios en pequeños talleres como zapateros, panaderos, sastres, carpinteros y herreros. Este grupo se vio muy perjudicado por la supresión de la seguridad que le proporcionaban los gremios y por la competencia con la nueva industria. Otros trabajadores de este grupo como los de artes gráficas e imprentas, crecieron en número a medida que avanzaba la alfabetización del país y se establecía la sociedad de la información. Solían estar más instruidos que la mayoría de la clase trabajadora y la mayor parte sabía leer y escribir, lo que les convertirá en un grupo laboral particularmente politizado.

17- Referencia: 50-4019“Las cigarreras” de Gonzalo Bilbao Martínez (1860 – 1938) Las trabajadoras de la Real Fábrica de Cigarros de Sevilla, constituían un caso singular dentro de la clase obrera española. Pioneras del trabajo femenino remunerado, eran famosas por su independencia, soltura y descaro, lo que escandalizaba a los sectores bien pensantes de la sociedad. Mantenían estrechos lazos de solidaridad entre ellas, organizando en común el cuidado de los hijos y ayudándose en caso de enfermedad

El servicio doméstico era muy abundante en España, no sólo en las casas de los más privilegiados sino incluso en los hogares de clase media. Estaba formado mayoritariamente por mujeres y constituían una parte muy considerable de la población de ciudades como Madrid. En una situación semejante se encontraría dependientes de comercio, repartidores y transportistas, muy numerosos estos últimos en España por la pervivencia de medios de locomoción tradicionales.

Como consecuencia de los cambios económicos que se producen a lo largo del siglo XIX, aparecerán nuevos trabajadores urbanos como los obreros fabriles, muy numerosos en Cataluña y desde finales del siglo en el País Vasco. También aparecerán a partir de 1850 los ferroviarios, cuyo número aumenta en paralelo a la extensión del tren en España. La inmigración rural que se va a dirigir a las ciudades y a los centros económicos se incorporará a sectores en expansión como la minería en lugares como Jaén, Huelva, País Vasco y Asturias, la construcción en las grandes ciudades en crecimiento, el comercio y la administración. Si en 1864 el número de obreros industriales se reducía a 150.000 (muy concentrados en Cataluña) a los que se sumaban 26.000 mineros, en 1900 ya superaban el millón y representaban el 17% de la población activa.

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Aunque estos trabajadores urbanos constituían un grupo muy heterogéneo, todos ellos compartían una situación bastante precaria que creará un malestar constante al que se añadirá el de los trabajadores del campo, lo que explica en gran parte los conflictos políticos y sociales que azotan a España durante los siglos XIX y XX.

Las condiciones de vida y trabajo de la clase obrera venían marcadas por una confluencia de factores negativos. La precariedad en el puesto de trabajo era absoluta, ya que el empresario podía despedir libremente y cualquier contratiempo como una enfermedad, una lesión o la necesidad de atender a algún familiar implicaba el desempleo sin ningún tipo de subsidio, lo que llevaba a muchos trabajadores a acabar en la mendicidad, la delincuencia o la miseria. Los salarios fueron muy bajos durante todo el siglo XIX, lo que obligaba a que en muchas familias las mujeres y los niños trabajaran para aumentar los ingresos familiares en actividades como el servicio doméstico, la industria textil, aprendices en el comercio o talleres, aunque cobrando salarios menores que los adultos varones, limitándose a veces éste pago en el caso de los niños a alimentación, hospedaje o vestido.

La jornada laboral no empezó a regularse hasta los años del “trienio bolchevique” y en casi todos los trabajos superaba las diez horas diarias. Las regulaciones sólo beneficiaron a los sectores más sindicados de la clase obrera mientras que en muchas actividades como el trabajo en el campo, el servicio doméstico o el comercio minorista, el horario de trabajo era permanente, respetándose apenas el domingo por razones religiosas. Los cambios en la producción y en la forma de trabajar perjudicaron a los artesanos y a los obreros tradicionales creando paro, mientras que la escasa alfabetización de la clase obrera dificultaba su adaptación a las nuevas tecnologías. El liberalismo suprimió los gremios que ejercían una cierta labor asistencial y de protección a sus asociados pero los nuevos sindicatos obreros no empezaron a legalizarse hasta finales del siglo XIX.

18- Referencia: 319-141“La beneficencia en Madrid. El despacho de raciones en el comedor” Grabado de la Ilustración española y Americana del año 1879. Las pésimas condiciones de vida y trabajo de las clases populares urbanas, obligaban a muchos a recurrir a la beneficencia o a la mendicidad para asegurar su supervivencia.

Los barrios populares de las ciudades carecían de infraestructuras mínimas como agua corriente, alcantarillado o asfaltado de calles, mientras que las casas solían ser pequeñas y mal ventiladas además de caras, ya que la demanda producida por el crecimiento de las ciudades hizo aumentar los

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alquileres urbanos. Como muchas fábricas se encontraban próximas o incluso dentro de estos barrios obreros, la contaminación en ellos era severa y las epidemias como el cólera, la fiebre amarilla y otras enfermedades como la tuberculosis hacían mella entre sus habitantes.

Aunque entre 1900 y 1930 la clase obrera española conoció ciertos avances sociales en materia de seguridad, horarios y salarios, estas fueron barridas por el deterioro de la situación económica que se inicia en 1929, lo que unido a la efervescencia y polarización política de los años de la II República, produjo una progresiva radicalización del movimiento obrero y sus organizaciones.

20- Cuadro: Estimación de la estratificación de la sociedad española (1930-1933)Clase Alta Latifundistas, grandes labradores,

grandes industriales, alta burguesía de los negocios, banca y comercio. Profesionales, funcionarios, militares y políticos de alto rango

3,5%

Clase Media alta Campesinos medios. Medianos empresarios de la industria, construcción, comercio y servicios. Oficiales del ejército y funcionarios de rango medio

11%

Clase Media baja Pequeños propietarios agrícolas, arrendatarios, aparceros. Artesanos. Trabajadores por cuenta propia del comercio y el transporte. Suboficiales del ejército y pequeños funcionarios.

39,5%

Clase Obrera Obreros agrícolas, jornaleros, braceros. Obreros industriales y de la construcción, mineros, vendedores. Obreros de los servicios, transportes y comunicaciones. Personal doméstico. Obreros contratados por el Estado y las administraciones públicas.

46%