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. p ': o ' 4 f' e \ '" " l L ¿Por qué luchamos? ¿Cuáles son los valores que deben ser defendidos y que llevan a una nación a movilizar hombres, recursos y política? Estas preguntas deberían estar presentes en la mente de cada soldado y de cada dirigente de forma casi permanente, para asegurarse de que los motivos que los llevan al combate continúan siendo justos y necesarios, aun con el paso del tiempo. Y si lo son, resulta necesario recordar constantemente a esos mismos soldados, a sus di- rigentes y al pueblo que los apoya, que su sacri- ficio no es en vano, y que merecen ser honrados porque son la herramienta de la Historia para el progreso de los hombres. Entonces: ¿cuáles son nuestras razones hoy? 6 REVISTA EJÉRCITO' N. 841 MAYO, 2011 f E ~ ~ H ~OS? Tras el bombardeo de Pearl Harbour, las auto- ridades americanas solicitaron al cineasta Frank Kapra que preparara un proyecto en apoyo a la guerra que finalmente alcanzaba a Estados Unidos. El genial director realizó una serie de documentales que tituló ¿Por qué luchamos? En aquella época tenía en la respuesta un argumento sólido: «Laeliminación de la tiranía nazi sobre los pueblos oprimidos de Europa y nuestra propia seguridad en un mundo libre», como diría Eisen- hower a sus tropas minutos antes de que estas se lanzarán a la invasión de Europa el día D. La Guerra Fría que siguió al triunfo de los aliados fue una lucha larga y llena de incertidum- bres. Las razones eran menos evidentes que en la

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¿Por qué luchamos? ¿Cuáles son los valoresque deben ser defendidos y que llevan a unanación a movilizar hombres, recursos y política?Estas preguntas deberían estar presentes en lamente de cada soldado y de cada dirigente deforma casi permanente, para asegurarse de quelos motivos que los llevan al combate continúansiendo justos y necesarios, aun con el paso deltiempo. Y si lo son, resulta necesario recordarconstantemente a esos mismos soldados, a sus di-rigentes y al pueblo que los apoya, que su sacri-ficio no es en vano, y que merecen ser honradosporque son la herramienta de la Historia para elprogreso de los hombres. Entonces: ¿cuáles sonnuestras razones hoy?

6 REVISTA EJÉRCITO' N. 841 MAYO, 2011

fE~~H ~OS?

Tras el bombardeo de Pearl Harbour, las auto-ridades americanas solicitaron al cineasta Frank

Kapra que preparara un proyecto en apoyo ala guerra que finalmente alcanzaba a EstadosUnidos. El genial director realizó una serie dedocumentales que tituló ¿Porqué luchamos? Enaquella época tenía en la respuesta un argumentosólido: «Laeliminación de la tiraníanazi sobre los

pueblos oprimidos de Europa y nuestra propiaseguridad en un mundo libre», como diría Eisen-hower a sus tropas minutos antes de que estas selanzarán a la invasión de Europa el día D.

La Guerra Fría que siguió al triunfo de losaliados fue una lucha larga y llena de incertidum-bres. Las razones eran menos evidentes que en la

Segunda Guerra Mundial. Muchos en Occidentedudaron de los motivos de este enfrentamiento;muchos no quisieron ver la amenaza que secernía sobre Eur

~a; muchos pensaron que el sis-tema que desarrb ba la Unión Soviética podíaser más justo. John . Kennedy les contestaba enBerlín Occidental pronunciando su famoso dis-curso {{ Yosoy berlinés», donde con una sola frasemostraba explícitamente la razón de la guerra:«Hay mucha gente en el mundo que realmenteno comprende o dice que no comprende cuáles la gran diferencia entre el mundo libre y elmundo comunista. iQue vengan a Berlín!». Añosdespués, miles de berlineses derribaban el muroque separaba uno y otro sistema, y mostraron suerror a los que dudaban.

En contra de lo que primero pensó FrancisFukuyama, eso no fue el fin de la Historia; lademocracia liberal no ha quedado como la ideo-logía única y vencedora definitiva. Las ideas quese forjaron en la Revolución Francesa, y se plas-maron en la Declaración de Independencia delos Estados Unidos, la Declaración de los Dere-chos del Hombre y el Ciudadano, o incluso en laConstitución de Cádiz de 1812, siguen estandoamenazadas. Los valores fundamentales de liber-

tad, solidaridad e igualdad de los hombres sonatacados por nuevos adversarios, que no solono creen en ellos, sino que intentan eliminarlos.Esosvalores, que hace 60 años se recopilaron enla Declaración de los Derechos Humanos de las

Naciones Unidas, condensan unas pocas ideasmorales fundamentales que pueden considerarseuniversales e inherentes a la naturaleza del serhumano en cuanto miembro de la sociedad. Ese

mínimo común, firmado por todos los países delmundo, es aún ignorado por muchos, despre-ciado por algunos y atacado por nuevos grupose ideologías. Esos son los valores que hacen alhombre libre en una sociedad justa, esto es loque defienden los gobiernos democráticos y porlo que merece la pena luchar.

Pero a pesar de los ataques sufridos, nueva-mente surgen las dudas en muchos compatrio-tas y aliados. La tentación aislacionista es cadavez más fuerte. El pensamiento de que si nosretraemos al interior de nuestras fronteras des-

aparecerán los problemas del mundo, o al menosno nos afectarán, se extiende entre importantessectores de la sociedad. De alguna forma, es

similar al sentimiento de los americanos durante

la Segunda Guerra Mundial, y que el presidenteRoosvelt rebatió al declarar: «Es fácil encoger-se de hombros y decir que los conflictos queocurren a miles de kilómetros [...] no afectan a

América, que todo lo que Estados Unidos debehacer es ignorarlos y encargarse de sus asuntos.

Combatientes en la Primera Guerra Mundial

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¿Cuáles son los valores que debenser defendidos y que llevan a unanación a m~ilizar hombres, recursos

y política?

Aunque podamos desear apasionadamente eldistanciamiento, estamos obligados a compren-

der que cada palabra lanzada al aire, cada barcoque navega por el mar, cada batalla que se luchaafecta al futuro de América».

El compromiso de las naciones libres en laseguridad y libertad del mundo es lo que nosha permitido evolucionar, progresar y alcanzarniveles de bienestar desconocidos en la Historiade la Humanidad. La actitud firme y decididade líderes y ciudadanos ha conseguido que po-damos seguir disfrutando de nuestras libertades;esa actitud ha evitado incluso mayores enfren-tamientos. Es muy probable que la Guerra Fría

no desembocara en un guerra abierta en Europapor el sentimiento que el presidente Kennedysupo transmitir en su investidura: «Que sepatoda nación, quiéranos bien o mal, que por lasupervivencia y el triunfo de la libertad hemosde pagar cualquier precio, sobrellevar cualquier

carga, sufrir cualquier penalidad, acudir en apo-yo de cualquier amigo y oponemos a cualquierenemigo. Todo esto prometemos, y mucho más».

Hoy se lucha porque, como ayer, el futuro denuestra nación depende del futuro del mundo.Porque aun más que ayer, todo lo que ocurre amiles de kilómetros afecta de forma determinante

a nuestra sociedad. Porque esconderse no es hoy,ni ha sido nunca, la solución. Porque, como dijoel presidente Barack Obama en el discurso conel que recibía el Premio Nobel de la Paz: «Lapromoción de los derechos humanos no puedelimitarse a la exhortación [oo.], la paz no es sim-

plemente la ausencia de un conflicto visible. So-lamente una paz justa y basada en los derechosinherentes y la dignidad de todas las personas

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realmente puede ser perdurable». Y ante ciertaperplejidad de dirigentes y académicos europeos,desgranó en su discurso las razones que nos lle-van hoya defender nuestros valores compartidos,incluso con la guerra. Como demostró en toda sualocución, el actual Presidente americano no haolvidado por qué merece la pena luchar: «Queno quede la menor duda: la maldad sí existe enel mundo».

España, desde hace unas décadas, se ha com-prometido con la defensa de los valores quecompartimos con nuestros aliados. En los pri-meros años fue fácil encontrar las razones porlas que asumir riesgos: demostrar nuestro com-promiso, preservar la estabilidad del continente,proteger la población civil de una masacre tele-visada. Y eso llevó a nuestra primera intervenciónimportante en la guerra de Bosnia. Supuso unimportante sacrificio para nuestro Ejército que, apesar de su esfuerzo, se veía rodeado de matan-zas, imposibles de detener con las medidas inefi-caces y política errática de las Naciones Unidasy los países participantes. Hasta la intervenciónamericana no se pudo encauzar el conflicto. Yalgunos países europeos tomaron buena nota de

cómo el voluntarismo produjo más muertos queel empleo racional y planificado de la fuerza.

Las fuerzas españolas se han comprometido,desde entonces, en la lucha por defender unapaz justa, basada en los derechos de las perso-nas. Y lo conseguido, que es mucho, no ha sidoexclusivamente repartiendo ayuda humanitaria.Nuestros soldados han combatido en África, enAsia y en Europa. Han luchado por evitar un ge-nocidio en los Balcanes, que podía haber arras-trado a medio continente; en Iraq han colaboradoeliminando uno de los sistemas más sanguinariosde la Historia reciente y han posibilitado que losciudadanos puedan votar masivamente su propiogobierno; en Afganistán luchan cada día porconstruir un país que siempre ha estado al alburdel despotismo del más fuerte; y así en una de-

La Guerra Fría que siguió al triunfo delos aliados fue una lucha larga y llena

de incertidumbres

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El compromiso de las nacioneslibres en la seguridad y libertad delmundo es lo que nos ha permitidoevolucion~r, progresar y alcanzarniveles de "4ienestar desconocidos en

la Histo'riade la Humanidad

cena de escenarios más. En la mayoría de ellos,nuestros soldados han matado y han muerto porun mundo más justo y más libre, exactamente enlos lugares donde esas palabras son desconoci-das. Y haciéndolo han hecho posible un futuromejor para nuestros propios ciudadanos.

Pero con el paso del tiempo, y al alargarse lalucha, las voluntades se debilitan y surgen lasdudas. A nuestros dirigentes, a la propia institu-ción y a muchos de sus miembros se les olvidael porqué luchamos. El ímpetu de años pasadospor llevar la democracia más allá de nuestrasfronteras es hoy rebatido con inconsistentes ra-zonamientos sobre la imposibilidad de exportar

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la democracia a países que no comparten cul-tura o religión con el occidente democrático.Razonamientos, dicho sea de paso, que no tieneninguna consistencia histórica ni fundamentoen la ciencia política. De hecho, esos mismosargumentos eran usados para justificar la incom-patibilidad entre democracia y catolicismo, hastaque Tocqueville lo rebatió en La democracia enAmérica (1835)/ fortaleciendo el argumento deseparación Iglesia-Estado. La otra justificaciónpara la pasividad y el aislacionismo viene de unaobviedad perversamente usada: «Lademocraciano se impone». Un axioma que no hace impor-tantes matices, a saber: que la democracia nose impone a los ciudadanos, pero sí a aquellosde sus dirigentes que se oponen a ella. Que lafrase se queda corta lo demuestran multitud deejemplos históricos (Alemania o Japón son losmás evidentes) y actuales (76% de votantes enlas primeras elecciones en Iraq).

Si dejamos de ver el mundo como un sistemahomogéneo de países en competencia, unáni-

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memente defensores de la inviolabilidad de susoberanía, lo veremos cómo realmente es: unlugar donde los hombres desarrollan sus pasio-nes. y en algunas partes del. mundo, eso suponeque uno hombres abusen y opriman a otros,por más que los llamen compatriotas. Permitireso porque ocurra dentro de unas fronteras esprofundamente injusto para los que los sufren ypotencialmente inestable para el resto del mun-do. Tal como lo expresó Martin Luther King: «Lainjusticia, allí donde se halle, es una amenazapara la Justicia en su conjunto».

No se trata de un destino manifiesto, ni unacarga moral del hombre blanco para llevar lacivilización al mundo, que diría Rudyard Kipling(1899); es un deber, porque podemos hacerla yes bueno para el hombre. No es una lucha contrauna civilización, una cultura o una religión. Nisiquiera contra un país. Esuna lucha contra unosindividuos y unos grupos que están decididos adetener la Historia, retrasarla cientos de años yconducirla por un nuevo camino de opresión,

España, desde hace unas décadas,se ha comprometido con la defensade los valores que compartimos con

nuestrosaliados

intentando borrar el progreso obtenido desde laIlustración.

Lo cierto es que hoy continuamos luchandopara que no se detenga el progreso que haceposible hombres libres en sociedades justas.Pero cuando se olvidan las razones, termina-mos pensando que la labor realizada no mere-ce ser contada. Y no hablando del trabajo realque hacen nuestros soldados, despreciamos suesfuerzo. Honrar su sacrificio implica valorarsu compromiso y contar a los ciudadanos porqué luchamos. Recordemos constantemente queellos son los que consiguen que no se cumpla laadvertencia de Edmund Burke: «Lo único que senecesita para que triunfe el mal es que los hom-bres de bien no hagan nada»..

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