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Nerds All Star Lo mejor (y el resto) Marcelo Pisarro « Muerto a los 30, enterrado a los 70 | Inicio | Esperando a los bárbaros » Miércoles 07 de Enero de 2009 No trabajes nunca El derecho al trabajo no tiene oposición. Hay por supuesto un rechazo general a ciertas formas de explotación laboral: el trabajo esclavo, el trabajo infantil, etc. Pero nadie se opone a que la gente trabaje. Pobres y ricos, creyentes y laicos, militantes de derecha e izquierda, todos concuerdan en las virtudes del trabajo. No dudan en asociarlo a la dignidad, en sintetizar la nobleza de alguien diciendo “es un muchacho trabajador”. Lo presentan como la herramienta que permite construir un futuro individual y colectivo mucho mejor. Y sin embargo, han existido también intentos de trazar sistemas coherentes de pensamiento que sí cuestionen su obligatoriedad y legitimidad. No se trata de ejercicios intelectuales a favor de una sociedad del ocio (como los de Theodor Adorno o Bertrand Russell) o de bromas poco rebuscadas, como “La guitarra” de Los Auténticos Decadentes (“porque yo: no quiero trabajar…”) o el “trabajás, te cansás, ¿qué ganás?”, frase que hizo célebre a Fatiga, personaje interpretado por José Marrone en La barra de la esquina (1950) y por Juan Carlos Altavista en Los muchachos de mi barrio (1970). Se trata de personas o grupos de personas que creen o dicen creerno sólo que una sociedad sin trabajo es posible, sino inevitable. Es una tradición silenciosa que involucra a tempranos socialistas y anarquistas, a herejes medievales y revolucionarios de la era cibernética. Está en las antípodas de Los trabajos y los días del poeta Hesíodo, que vivió entre los siglos VIII y VII a.C., donde el trabajo era tanto castigo divino como medio de dignificación, y de todas las lecciones bíblicas que parece haber inspirado, comenzando por el Génesis 3,19: “Con el sudor de tu frente…”. De los mundos utópicos del Renacimiento (La ciudad del sol de Tomasso Campanella, Utopía de Tomas Moro, Nueva Atlántida de Francis Bacon), donde el trabajo era una obligación generalizada, y de la literatura socialista de los últimos doscientos años.

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Nerds All StarLo mejor (y el resto)Marcelo Pisarro

« Muerto a los 30, enterrado a los 70 | Inicio | Esperando a los bárbaros »

Miércoles 07 de Enero de 2009

No trabajes nunca

El derecho al trabajo no tiene oposición. Hay por supuesto un rechazo general a ciertas formas deexplotación laboral: el trabajo esclavo, el trabajo infantil, etc. Pero nadie se opone a que la gentetrabaje. Pobres y ricos, creyentes y laicos, militantes de derecha e izquierda, todos concuerdan en lasvirtudes del trabajo. No dudan en asociarlo a la dignidad, en sintetizar la nobleza de alguien diciendo“es un muchacho trabajador”. Lo presentan como la herramienta que permite construir un futuroindividual y colectivo mucho mejor.

Y sin embargo, han existido también intentos de trazar sistemas coherentes de pensamiento que sícuestionen su obligatoriedad y legitimidad. No se trata de ejercicios intelectuales a favor de unasociedad del ocio (como los de Theodor Adorno o Bertrand Russell) o de bromas poco rebuscadas,como “La guitarra” de Los Auténticos Decadentes (“porque yo: no quiero trabajar…”) o el “trabajás,te cansás, ¿qué ganás?”, frase que hizo célebre a Fatiga, personaje interpretado por José Marrone enLa barra de la esquina (1950) y por Juan Carlos Altavista en Los muchachos de mi barrio (1970).Se trata de personas o grupos de personas que creen ―o dicen creer― no sólo que una sociedad sintrabajo es posible, sino inevitable.

Es una tradición silenciosa que involucra a tempranos socialistas y anarquistas, a herejes medievales yrevolucionarios de la era cibernética. Está en las antípodas de Los trabajos y los días del poetaHesíodo, que vivió entre los siglos VIII y VII a.C., donde el trabajo era tanto castigo divino comomedio de dignificación, y de todas las lecciones bíblicas que parece haber inspirado, comenzando porel Génesis 3,19: “Con el sudor de tu frente…”. De los mundos utópicos del Renacimiento (La ciudaddel sol de Tomasso Campanella, Utopía de Tomas Moro, Nueva Atlántida de Francis Bacon), dondeel trabajo era una obligación generalizada, y de la literatura socialista de los últimos doscientos años.

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Del artículo 23 inciso 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: “Toda personatiene derecho al trabajo…”, y de todas las leyes y declaraciones de tono similar que se remontan hastaÉdit su l’abolition des jurandes, obra de 1776 de Turgot: “El derecho a trabajar [es] la propiedad detodo hombre, y esta propiedad es la primera, la más sagrada y la más imprescriptible de todas”. Delfundador del Opus Dei, Josemaría Escrivá de Balaguer, cuando decía que la vida del cristiano implica“santificar la profesión, santificar en la profesión, santificar con la profesión”, y de “Right to work”,canción de 1977 del grupo punk británico Chelsea: “Ni siquiera sé qué me espera mañana/ Perodejame decirte que no tener futuro es una cosa terrible/ Dar vueltas y esperar un trabajo/ Tenemos elderecho al trabajo”.

Esta tradición silenciosa es apenas comprensible en un mundo fundado en el ideal de más y mejoresempleos. Sin embargo, existe.

Es la tradición de todos aquellos que han bregado por el derecho a no trabajar.

Cuando el punk explotó a fines de los 70, el Reino Unido pagaba los platos rotos de la crisis delpetróleo: inflación, devaluación, desempleo. Hay montones de canciones grabadas en esos años quehablan sobre estar desempleado, y desde entonces no hubo reseña sobre el punk que evadiera lamoraleja bíblica y socialista: sin trabajo no hay futuro. En 1977 los Sex Pistols lanzaron su simple“Pretty vacant”, cuyo estribillo decía: “Estamos bien desocupados y no nos importa”. Greil Marcusescribió en Rastros de carmín: “En ‘Pretty vacant’ los Sex Pistols reclamaban el derecho a notrabajar, y el derecho a ignorar todos los valores que eso implicaba: perseverancia, ambición, piedad,frugalidad, honestidad y esperanza, el pasado que Dios había inventado para que pagáramos por él, elfuturo que habría de construirse por medio del trabajo”. No es casualidad. El manager de Sex Pistols,Malcom McLaren, diseñaba ropa con inscripciones del Mayo Francés (“No trabajes nunca”; “Mirá tutrabajo, la nada y la tortura participan en él”; “No cambiemos de empleadores, cambiemos el empleode la vida”; “No liquiden a los inertes”) y había ayudado a publicar Leaving the 20th century deChristopher Gray, la primera antología en inglés de textos situacionistas.

Liderados por el ensayista y cineasta francés Guy Debord, los situacionistas ―que escribían en los 50y los 60― creían que la sociedad había alcanzado por fin la abundancia material. La tecnologíacumpliría la profecía de la sociedad del ocio de tantas utopías socialistas y tantas historias de cienciaficción. Tal como había dicho un personaje de R.U.R., obra de teatro de 1920 del dramaturgo checoKarel Çapek: “Todo lo harán máquinas vivientes. Los robots nos vestirán y nos alimentarán. Losrobots fabricarán ladrillo y construirán edificios para nosotros. Los robots llevarán nuestras cuentas ybarrerán nuestras escaleras. No habrá empleo, pero todo el mundo estará libre de preocupación, yliberado de la degradación del trabajo manual. Todos vivirán sólo para perfeccionarse”.

Era el sueño de Los Supersónicos y del joven Karl Marx, y en los 50 parecía a punto caramelo: muypronto cada hombre sería su propio artista. Pero algo había salido mal. Luego de conquistar lamateria, el capitalismo se lanzó a conquistar el alma. El ocio fue reemplazado por el entretenimiento.Cualquier actividad, en el trabajo o fuera de él, estaba condenada a ser asimilada, convertida enmercancía y devuelta al mercado: el reinado del trabajo abstracto.

El derecho a la pereza de Paul Lafargue se publicó en 1880 como panfleto y en 1883 como libro.Afirmaba: “Una extraña locura se ha apoderado de las clases obreras en las naciones donde reina lacivilización capitalista; una locura que no es sino el resultado de las miserias individuales y socialesque, desde hace siglos, torturan a la triste humanidad. Esta locura es el amor al trabajo”. Es un libroincómodo en la literatura socialista. Hoy se lo tilda de “gracioso” y durante décadas no se lo incluyóen ningún catálogo marxista. Lafargue se mofaba de los valores tradicionales del partido obrero,anunciaba el advenimiento de las máquinas y reclamaba más ocio y más goce.

Pero no se trataba de un humorista ni un advenedizo, por eso fue tan difícil de asimilar. Lafargue tuvoun importante papel en la Comuna de París, fue secretario de la Primera Internacional y miembrofundador de sus secciones francesa, española y portuguesa, dirigente de la Segunda Internacional yuno de los fundadores del Partido Obrero Francés. Y encima su esposa era Laura Marx, la hija menorde Karl Marx. No podía sencillamente echárselo del movimiento por hereje.

El tipo estaba hablando en serio.

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R.U.R. Los robots que, en el futuro, harán el trabajo por nosotros.

En 1957 se publicó En pos del milenio del historiador británico Norman Cohn, libro ya clásico sobrelos grupos anarco-comunistas gnósticos y milenaristas de la Alta Edad Media. Las utopías socialistasdecimonónicas y todas las revoluciones del siglo XX ―argumentó Cohn― se hunden en la EdadMedia. En ese tiempo emergían profetas que reelaboraban diversos materiales (el Libro de Daniel, ElLibro de la Revelación, los Oráculos sibilinos, las profecías de Joaquín de Fiore, la doctrina delEstado de Naturaleza Igualitario) y siempre llegaban a la misma conclusión: los pobres se han ganadola gracia divina por ser pobres y deben tomar del mundo todo lo que quieran.

Los profetas más radicales pertenecieron a la Hermandad del Espíritu Libre, en los siglos XI y XII,cercanos a las herejías cátara, joaquinista y valdense. Se consideraban dioses vivientes, no obedecíanninguna ley o mandato. Todo lo creado les pertenecía y podían tomarlo; jamás trabajaban, pues eltrabajo era una falsedad, la ignorancia, el infierno: trabajar significaba pecar contra su esenciaperfecta. Eso justificaba mentir, robar, estafar o matar. “Sería mucho mejor ―admitió un adepto delEspíritu Libre frente a su inquisidor― que el mundo fuera destruido y pereciera totalmente a que un‘hombre libre’ se abstuviera de un acto que le pida su naturaleza”. Nadie sabe cuándo desaparecieron,pero sus ideas estaban presentes entre los Ranters, una secta que convivió con Diggers y Levellersdurante la Guerra Civil Inglesa de mediados del siglo XVII. La herejía gnóstica se mantuvo: trabajarsignificaba pecar.

En los textos cristianos de la Edad Media es recurrente la idea de un estado igualitario perdido, unaEdad de Oro ―como escribió Ovidio en La metamorfosis― donde “la misma tierra, sin sermolestada ni tocada por la azada, sin ser herida por ninguna reja de arado, producía todas las cosas

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gratuitamente”. El estado natural igualitario expresaba la intención divina; lo que había (desigualdad,esclavitud, propiedad privada) era producto del pecado original. Aunque no muchos tenían deseos derestaurar la Edad de Oro, hubo sí intentos por volver al tipo de vida apostólico de los primeroscristianos: las órdenes mendicantes, que pronto regresaron a los monasterios y se olvidaron del asunto.

Ni siquiera las sectas heréticas practicaron el ideal igualitario. Quienes lo intentaron sólo se dedicarona robar y matar y follar y celebrar grandes banquetes (como los husitas en la Bohemia del siglo XV).Ninguno explicó cómo vivirían sin trabajar. Pero aún así nació un mito escatológico: la idea de que laEdad de Oro no era sólo un recuerdo del pasado sino un evento del futuro inmediato.

Es posible que haya empezado hacia 1380 en las ciudades de Flandes y del norte de Francia, o en loslevantamientos de campesinos ingleses de 1381 y en las revueltas asociadas a John Ball. Todas tenían,y tuvieron hasta después de la Revolución Industrial, un rasgo en común: en la sociedad ideal delpasado nadie trabajaba, pero en las sociedades ideales del futuro todos trabajarían por igual. Fuerecién con la superación de las utopías decimonónicas (como las de Saint-Simon o Comte) y con laconsolidación de la industria del siglo XX que el círculo se cerró: la tecnología permitió imaginarsociedades del futuro que serían como las del pasado dorado. Sociedades donde, gracias a lasmáquinas, nadie trabajaría.

Herejes gnósticos. Ranters, a mediados del siglo XVII.

En la actualidad hay varias agrupaciones elaborando teorías contra el trabajo. Son pequeños gruposagazapados tras un sitio de Internet, un manifiesto y nombres como Toxina, Veneno, Virus, Kaos,cosas así. Los artistas de vanguardia los miran como a nobles salvajes y la izquierda los trata como alos primos bobos de la familia. El resto los ignora.

En su Manifiesto contra el trabajo de 1999, el Grupo Krisis, de Alemania, plantea: “Un cadáverdomina la sociedad, el cadáver del trabajo. Todos los poderes del planeta se han unido para la defensade este dominio: el Papa y el Banco Mundial, Tony Blair y Jörg Haider, los sindicatos y losempresarios, los ecologistas alemanes y los socialistas franceses. Todos conocen una única consigna:¡trabajo, trabajo, trabajo!”.

En el siglo XXI la tecnología volverá inútil la mano de obra humana ―explican en Krisis―, peroliberales y anti-liberales continúan legitimando una sociedad fundada en el trabajo. Durante siglos laspersonas supieron que el trabajo era una forma de coerción social; “trabajo” viene del latín trĭpaliare,‘torturar’, derivado de trĭpalĭum, un aparato de tortura formado por tres palos cruzados. Pero lageneralización del trabajo estuvo acompañada por su cosificación, y el trĭpalĭum se volvió parte de lavida cotidiana. Los movimientos obreros ―sigue este manifiesto― aceptaron la explotación, sóloquisieron volverla más decorosa, y completaron así el proyecto del absolutismo, el protestantismo y laburguesía. Hoy es imposible imaginarse la vida sin trabajo. Y en lugar de criticarlo se lo eleva alrango de derecho humano.

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Las demandas de abolición del trabajo suenan siempre extrañas. Más todavía cuando se las trasponecon cualquier forma de buena conciencia teórica, sea con Jeremy Rifkin en El fin del trabajo o JohnHolloway en Cambiar el mundo sin tomar el poder. Quizás el mejor ejemplo sea el activistanorteamericano Bob Black, autor del ensayo La abolición del trabajo de 1986.

“Nadie debería trabajar nunca. El trabajo es la fuente de casi todo el sufrimiento del mundo. Casicualquier mal que se quiera nombrar viene de trabajar o de vivir en un mundo diseñado para eltrabajo. Para dejar de sufrir, tenemos que dejar de trabajar”.

Los anarquistas y los marxistas ―explica Black― son particularmente conservadores con el trabajoporque no creen en nada más; los sindicalistas están de acuerdo en vender el tiempo de vida y sóloregatean el precio. “Los liberales dicen que deberíamos terminar con la discriminación en el empleo.Yo digo que deberíamos terminar con el empleo. Los conservadores apoyan las leyes sobre el derechoa trabajar. Siguiendo a Paul Lafargue, yo apoyo el derecho a la pereza. Los izquierdistas están a favordel pleno empleo. Como los surrealistas ―sólo que no estoy bromeando― yo estoy a favor del plenodesempleo. Los trotskistas incitan a la revolución permanente. Yo incito a la rebeldía permanente”.

La definición mínima de empleo ―dice Black― es tarea forzada y producción obligatoria. Nunca sehace por interés sino para obtener algo a cambio. El trabajo es lo contrario al juego, que es siemprevoluntario. Uno obtiene algo del juego, por eso juega; pero la experiencia es más poderosa que elbeneficio. “Quizás te preguntes si bromeo o hablo en serio. Bromeo y hablo en serio. Me gustaría quela vida fuese un juego, pero un juego con apuestas altas”.

Es difícil seguirlo porque no bromea ni habla en serio. No es Fatiga ni es Lafargue. No se lo puedesentar a discutir con Rifkin ni con Holloway. Está, sencillamente, fuera de los márgenes de cualquierposible discusión. “Nadie puede decir qué resultaría de la liberación del poder creativo embrutecidopor el trabajo. Cualquier cosa puede ocurrir. La vida se convertirá en un juego, o más bien muchosjuegos, pero no, como es ahora, un juego de suma cero. Si jugamos bien nuestras cartas, podemosobtener más de la vida que lo que ponemos en ella; pero sólo si jugamos en serio”.

Y termina: “Nadie debería trabajar nunca. Trabajadores del mundo… ¡relájense!”.

——————–Facebook: /nerdsallstarTwitter: @nerdsallstar——————–Textos relacionados:(+) Guy Debord.(+) Aburrimiento.(+) Muerto a los 30, enterrado a los 70.(+) La ley del menor esfuerzo.

Publicado por editor el Miércoles 07 de Enero de 2009 | Enlace permanente | Comentarios (1)

Comentarios

5 Octubre, 2011, 20:21 LINA SANTANA dijo

EL TRABAJO ES UN PAPEL DESICIVO FRENTE A LA FORMACION DEL TIPO FISICO DELHOMBRE Y A LA FORMACION DE LA SOCIEDAD……SI EL TRABAJO ES SOCIEDAD Y NOEXISTIERA QUE PASARIAMOS A SER? SIENDO ESTE UN COMUN DENOMINADOR DETODA VIDA HUMANA.

” TRABAJO ES AQUELLO QUE NO HARIAMOS SINO NOS PAGARAN POR ELLO”

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……PARA ACABAR CON EL TRABAJO,TENDRIAMOS PRIMERO QUE ACABAR CON ELDINDERO………….

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