-- la niña que perdí en el circo -- 9-10

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Es tan fuerte el clericó, que por poco me hace vomitar al principio. Pero después, sentir cosquillitas me gusta. Y otro poco después me pareció que mi cuerpo se mecía, se mecía dulcemente como si estuviera en una cuna. Y hasta la tierra se me puso a brincar de repente. ¿Estaría siendo atacada por el baile de San Vito? Todo se marea conmigo. ¡Qué malestar agradable! No hay nada más divertido que estar donde mi papá me dijo que estaba: entre San Juan y Mendoza. Porque desde allí se podía ver de revés al mundo. El reloj tiene un instante, un lugarcito apenas donde las dos agujas se juntan y a partir de allí todo empezará de nuevo para todo el mundo. Todo excepto yo. Es entonces cuando canta el reloj. Va desgranando las horas sobre el aire como si fueran maíces. ¿Cuántos maíces? Uno. Tres. Siete. Doce. Son las doce en punto. Hay una explosión de tiros y de cohetes llegando de todas partes, de todas las noches, acercándose a través del viento, de un abrazo, un éxito, de esas «felicidades» intercambiadas de un extremo al otro del planeta, hasta llegar aquí. El mismo olor fuerte a bombitas, el mismo largo beso que miles de bocas repiten, una copa de champagne que la mujer apenas bebe. Sólo se ha mojado el borde de los labios. No puede. Y el esposo le dice: ¡vamos!, tienes que tomarlo. Te hará bien. Ya lo verás. Y de pronto, en un gemido, veo cómo la invade el miedo. Veo cómo se apodera de sus ojos, de su felicidad, hasta del rinconcito aquel donde dormitaba el niño. Otra vez el miedo. Nuestro miedo llegando desde otro tiempo, desde todo lo que él nunca comprendería. -Pero, ¿qué te pasa? -Es un grito. Son los tiros. Debe ser el soldadito muerto. -Son cosas tuyas, querida. Las mujeres en estado siempre están imaginando cosas. Es natural que haya tiros en Año

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-- La Niña Que Perdí en El Circo -- 9-10

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Es tan fuerte el cleric, que por poco me hace vomitar al principio. Pero despus, sentir cosquillitas me gusta. Y otro poco despus me pareci que mi cuerpo se meca, se meca dulcemente como si estuviera en una cuna. Y hasta la tierra se me puso a brincar de repente. Estara siendo atacada por el baile de San Vito? Todo se marea conmigo. Qu malestar agradable! No hay nada ms divertido que estar donde mi pap me dijo que estaba: entre San Juan y Mendoza. Porque desde all se poda ver de revs al mundo.

El reloj tiene un instante, un lugarcito apenas donde las dos agujas se juntan y a partir de all todo empezar de nuevo para todo el mundo. Todo excepto yo.

Es entonces cuando canta el reloj. Va desgranando las horas sobre el aire como si fueran maces.

Cuntos maces? Uno. Tres. Siete. Doce. Son las doce en punto. Hay una explosin de tiros y de cohetes llegando de todas partes, de todas las noches, acercndose a travs del viento, de un abrazo, un xito, de esas felicidades intercambiadas de un extremo al otro del planeta, hasta llegar aqu. El mismo olor fuerte a bombitas, el mismo largo beso que miles de bocas repiten, una copa de champagne que la mujer apenas bebe. Slo se ha mojado el borde de los labios. No puede. Y el esposo le dice: vamos!, tienes que tomarlo. Te har bien. Ya lo vers.

Y de pronto, en un gemido, veo cmo la invade el miedo. Veo cmo se apodera de sus ojos, de su felicidad, hasta del rinconcito aquel donde dormitaba el nio. Otra vez el miedo. Nuestro miedo llegando desde otro tiempo, desde todo lo que l nunca comprendera.

-Pero, qu te pasa?

-Es un grito. Son los tiros. Debe ser el soldadito muerto.

-Son cosas tuyas, querida. Las mujeres en estado siempre estn imaginando cosas. Es natural que haya tiros en Ao Nuevo. O acaso te sientes mal?

Pero ella apenas le contestaba porque l apenas la comprenda.

Acaso alguna vez le habl de m, de nosotras? Tal vez si lo hubiera hecho, l sabra ahora de lo que son capaces los miedos. Eran cosas de las que l se encontraba demasiado lejos. No tena acceso. Slo yo conozco la historia. Aquello era tambin mi secreto.

Si pudiera arrancarle el dolor de esos recuerdos, pero no tengo manos y soy yo misma quien se los ha trado. Yo, quien la asaltaba. Yo, quien le impeda el olvido. Me siento tan culpable por eso.

Lentamente los tiros se fueron acallando hasta ser otra vez silencio. Y el hombre qued all, inclinado sobre ella sin saber qu hacer, o acaso sabiendo lo intil de cualquier consuelo.

***

No hago ms que pensar en ese hombre. No hago ms que mirarlo. No demasiado alto, aunque s muy hombre. Ligeramente moreno. Nunca cre que ella supiera elegir tan bien. Ojal pudiera tener un marido as, para m solita. Lo veo abrir la heladera y cerrarla otra vez sin extraer nada de ella.

Desde cundo comenz a andar a su lado? Quin es l que de pronto me conmueve cuando lo escucho pronunciar mi nombre? Aquel diminutivo usado solamente por pap para llamarnos. Es a m a quien llamaba. Es mi nombre el que repite una y otra vez, muy quedo, casi en secreto, con esa voz ronca y tan dulce al mismo tiempo que me estaba erizando entera.

No sabra decir por qu, pero todo en aquel seor me gustaba. Sus ojos buenos, casi transparentes de tan claros. Tenan para m algo del mirar azul de Jesucristo.

Las manos grandes. En una sola de ellas se perderan las dos mas. Manos de hombre. Me encant cuando se fueron resbalando despacito hasta posarse sobre la panza, para compartir ellas tambin los empujones del nio.

Noto su preocupacin. Veo buscarle ansiosamente la mirada, que sin embargo no habr de encontrar porque ya no est aqu. Ella se la ha llevado lejos, hacia nosotras. Y aquel mirar de l tan desde el fondo era como decir: vuelve querida, te quiero.

No recuerdo haberle dicho te quiero a nadie. Sin poderlo evitar cerr los ojos, sintiendo un fuerte tirn dentro del pecho, seguido de algo que nunca antes haba sentido: un deseo incontrolable de escucharme llamar querida por l.

Y luego le pedira que repitiera una y otra y mil veces ms esa palabra.

Qu extrao magnetismo posea aquel hombre, por Dios! Acaso era la primera vez que miraba uno? Era un hombre como cualquier otro, como tantos otros y sin embargo tena un no s qu distinto, algo indefinible, una especie de perfume anestesia que me daba sueo, que le aflojaban a una los tornillos.

Lo miro largamente, con la boca abierta, con la noche iluminada al fondo, sin atreverme a desviar la mirada por temor de que este algo tan impreciso y dulce se rompiera. Hace tanto bien sentirse hechizada!

Me gusta su forma de rodearla con los brazos. Cre sentirme yo tambin dentro de ellos, en el fondo de su ternura. Esa forma no demasiado fuerte de apretarla, como no queriendo lastimar al nio, y hasta su forma de callar me gustan. Y hasta sentir vergenza de que me guste me gusta. Me gusta. Irremediablemente me gusta.

Y ni siquiera s su nombre, ni en qu trabaja, ni si tambin es olimpista, ni nada. Nada ms que es su esposo y el tipo de esposo que a m me hubiera encantado tener, y que ahora mismo debo luchar contra este impulso incontenible de correr hacia l, abrazarlo y hundirle

boca y nariz entre la barba, sin escuchar las voces que me habran de gritar: Cuidado!, que no es correcto besar a extraos.

Cmo ser un beso? Ser como un helado de rico? Vibrara yo despacito mientras l me estuviera besando? Sentiran sus labios mi falta de dientes? Cmo sera estar casada con l? Si yo pudiera s que sera hermoso pero no puedo. Yo no sirvo para casada y a lo mejor ni para tener novio siquiera. Lo ms probable es que no sirva para nada. No, no estoy lista ni mucho menos. Ni dentro de mil aos podra juntar fuerzas para el matrimonio. Adems, no s nada de hombres y tampoco he sido hecha para enamorarme. Cmo podra hacerlo sin traicionar mi inocencia? Esta inocencia que de a ratos se me vuelve tan pesada como si cargara una Catedral encima.

Que una mujer se casara con un hombre y despus tuviera hijos, era cosa corriente. S, era cosa admitida siempre y cuando fuera una mujer. Pero que una nia sin los cuatro dientes delanteros se casara con un hombre casado, sera para escandalizar a cualquiera. Algo as como adulterio en primer grado o corrupcin de menores con premeditada alevosa.

La cara de espanto que pondra mam, y ni qu decir mi pap y mi abuela:

-Eso no lo hace ninguna nia decente -diran.

Pero, y si lo hace? Si la nia no es ninguna nia decente y lo hace? Qu de inconvenientes tiene a veces ser decente!

En seguida los vecinos empezaran a tejer comentarios, algunos hasta maliciosos. Y al final, yo qu culpa tena? Fue sin duda el demonio quien me trajo ese mal pensamiento que me atraa y me atraa a pesar de mi rechazo. Abro y cierro los ojos y una tras otra me devoro las uas, como no queriendo creer lo que siento, pero querindolo tambin. Porque de pronto me nacan mil sonrisas, mil sensaciones parecidas a tibios escalofros que me hacan largas caminatas desde los pies a la cabeza. Y todo el cuerpo se me agolpaba en el pecho. Ser posible que me estuviera enamorando? S, creo que es eso. Desde hace un minuto lo quiero y ahora quiero casarme con l. Es lo que ms quiero... Pero antes necesitaba ser grande, tener el pelo cortito, tacos altos, ese aire medio ingenuo medio descarado y pintarme las rayitas negras que me alargaran los ojos. Slo para que l se fijara en m.

Qu pensara ella de m si lo supiera? Claro que me odiara al saberme capaz de robarle fraudulentamente el marido. Y despus de todo, por qu no iba a poder quererlo? Por qu no he de pensar ahora en m? Ya bastante anduve sola. No. No tengo por qu renunciar a l ni tampoco quiero. Adems a m me parece que lo ms salomnico sera compartirlo: la mitad para cada una. Al fin y al cabo, acaso ella no era yo? Yo?... Bueno, al menos lo haba sido alguna vez, al principio. Entonces l era tambin un poco mo. Y aunque estuviera casado con ella, estaba tambin casi casado conmigo. Es que pretenda sacarme el marido a m misma? Dnde se ha visto!

Era absurdo, lo s, lo reconozco. S que dentro de doce meses o de doce aos seguir siendo una nia. Sufrira mil muertes y lo seguira siendo. Pero, a quin le perjudica que yo suee? El soar no cuesta nada y consuela tanto. Y entonces, con los ojos bien apretados me dispongo a soar; lo sueo esperndome en el banco de una plaza. Est aguardando a que me haga mujer. Toda una mujer. Y un buen da va a tomarme dulcemente del brazo. Me dara vuelta y sera l, l, l. Me he retrasado un poco -le dira-, porque primero he tenido que crecer.

Qu sueo ms loco! Qu maravillosa locura!

Lo malo fue que al abrir los ojos no encontr a nadie a mi lado, y el amanecer fue una soledad inmensa, porque amaneca ya del otro lado del patio. Pareca que todo hubiera sido pura invencin ma. Pero las sillas seguan all, las copas, la comida... Qu ancho se hizo de pronto el silencio! Qu cruel puede ser la primera luz del da cuando alumbra el desamparo en la cara de una nia! Y empiezo a sentir que ya nada tiene sentido aqu, que se acab mi cielo. Entonces me voy... Regreso de nuevo al vaco, a mi vagar sin rumbo. Silenciosamente me voy.

- VIII -

Cuntos silencios ms hubo despus? Cuntos espacios vacos? Acaso se pueden contar los silencios? Por qu tantas cruces en los espacios vacos?

Y yo, ajena a todo. Sin despedirme de pap, sin haberle dicho hasta luego.

Ignorando que mucho antes de su final, una aureola blanca haba oscurecido para siempre su mirada. Esa mirada que a pesar de todo se mantendra tercamente abierta, como si su ceguera espiara entre los prpados un mundo ya vaco de colores y de formas.

Acaso poda terminarse mi padre? Se derrumban acaso las montaas?

Con los aos he ido habitundome a considerarlo algo ideal, inacabable, casi eterno. La palabra morir suena tan fra, tan lejos de su vitalidad, que pasa a su lado sin rozarla siquiera.

No. No habra muerte capaz de apagar en sus pupilas aquella luz que miraba tan ancho y desde tan profundo. Quisiera creer que no es cierto. Debo seguir fingiendo que l est vivo, que volver en cualquier momento. Su llave vendra de nuevo a abrir la puerta y no tardara el pasillo en repetir sus pasos.

Donde yo vaya lo llevar conmigo. En mis odos, cuando alguna vez escuche los acordes de un piano. Lo llevar en mi cara, en el gesto que hago de repente, en cierta mueca que me devuelve a l. En ese grito suyo que de tanto haberlo odo, mi pecho ha transformado en eco.

No. No debera llorar pero lloraba. Lloro mientras me aferro a su ausencia. Busco cobijo en los pechos de mi madre. Busco acallar mi dolor en el arrullo de Rita. Pero tambin Rita ha pasado a formar parte del silencio. Y a mam, esa mezcla dulce de mujer y nia que casi he visto crecer conmigo, a mi ternura de cada da se le pusieron irremediablemente grises los cabellos.

Entonces despus, en la soledad de tantos instantes rotos, de tantas cosas perdidas, me vino la nostalgia de ella, y a la hora del atardecer sentir otra vez la necesidad de buscarla.

Cuntos aos haba vivido sin verla? Hasta dnde tendra que extender mi fatiga para encontrar su olvido? Debo haber caminado tantos caminos sin llegar a ninguna parte, que ya no tengo fuerzas para ms.

Y mis pies se han detenido de pronto, como si alguien tironeara de ellos, como si mi meta hubiera sido este jardn de verdores dispersos.

Qu me impuls a volver tan de repente y despus de tanta ausencia?

Acaso la certeza de saber que es ella lo nico que tengo, este sentir que debemos apurar nuestro reencuentro, porque el tiempo se nos va, ahora mismo se est yendo.

Habamos nacido el mismo da. Habamos salido las dos del mismo sitio. Lo lgico sera entonces morir dentro del pecho con el que he nacido. S, necesito hallarla antes de que expire el plazo, antes de que se haga muy noche, para recorrer con ella ese hecho de luz que todava nos queda.

Por eso estoy aqu. Por eso he traspuesto este umbral sin que nadie me lo haya autorizado. Y entro. Y a pesar de que el corazn empieza a correrme rpido, casi vertiginosamente, mis pasos y yo nos deslizamos apenas, despacito, como si quisiramos ir absorbiendo a cuentagotas, la luz, los cuadros, varios libros desparramados en la amarilla pereza de la alfombra, una foto de m misma sonrindome tras el verano del vidrio. La prolija felicidad de cada rincn. No pareca haber nadie. Nadie ms que un sol cansado arrancando pecas doradas al crema de las paredes.

Afuera era todava invierno. Debajo del precario delantal mis piernas eran dos temblores. Pero aqu segua siendo verano. Algo haba aqu, un no s qu calentito que me transmita vida. Sera la dicha?

Busco el hueco ms oscuro de una puerta, donde me acurruco para esperarla. As me estuve largo rato, inmvil, slo esperando. Al cabo de un pasillo, un amplio ventanal dejaba entrar un poco del atardecer y a veces, un viento fresco que me tocaba el pelo.

Supongo que en algn momento, me dorm esperando, porque de repente alguien encendi una lmpara y qued envuelta en el resplandor suave que mgicamente ensanchaba aquel lugar escondido, y minutos despus percib unos pasos que ensancharon mis esperanzas. Todo mi cuerpo la siente acercarse. Mi sangre toda me dice que est aqu. Quiero convencerme de que es ella, el objetivo final de mi larga bsqueda, decirme que s,

que sigue siendo la misma. Pero al verla, slo tuve la impresin de estar viendo el recuerdo confuso de algo olvidado haca mucho tiempo. No. No era posible que aquella imagen fuera la ma, que fueran mos aquellos ojos. Adems, era yo tan pequea y la miraba desde tan abajo, desde la perspectiva de una hormiga. Estaba al lado mo, aqu cerquita y sin embargo, inmensamente distante. Separada de m por una cantidad inescrutable de aos.

Qu lejos me haba quedado de ella! Qu grande se hizo el espacio que el tiempo haba abierto entre ambas!

La miro y la vuelvo a mirar. Miro ese rostro en donde cada risa, cada dolor, cada espera, cada hora vivida han dejado testimonio de presencia. Un leve rastro de sol todava daba luz a sus mejillas, dispersando los aos de los ojos. Unos ojos marrn claro o dorados o amarillos que se haban mantenido jvenes en medio de las primeras arrugas.

Desde aquella ltima vez que nos vimos haban pasado multitud de cosas, pero sobre todo haba pasado la vida, a tal punto que ahora ella tiene el pelo teido, tres hijos grandes y es abuela. Quiz hasta podra ser tambin mi abuela... y sin embargo, es ella. Soy yo. Yo, contenindome estas ganas de llorar que tengo, de asomarme a sus ojos para que me vea, de gritarle: Aqu estoy! He vuelto!

Y aunque lo hubiera hecho, qu habra ganado?, si mi voz nunca alcanzara a sonar en ninguna parte, si luego ira a perderse en mi propio sueo.

Pero no me importa ser un sueo, ni esta nia trepada sobre el sof, con las piernas lastimadas y la nariz sucia de barro. Slo me importa que ella est a mi alcance. Me importa haberme descubierto de repente en su mirada, al fondo de aquellos ojos donde una nia como yo me estaba mirando. Me importa que exista algo, ms all de nuestro alejamiento, unindonos todava.

Fue entonces cuando comprend que me quedara, aunque ella ignore que yo existo, aunque no me viese nunca, me quedara, maana y los otros das. Siempre.

Oigo las voces separadas, mezcladas, superpuestas. Tambin oigo los balbuceos del nieto. Y luego el ruido de la mquina de escribir era lo nico que se oa.

Cada maana, cada tarde, cada noche escuchaba y volva a escuchar el teclear frentico. Porque est claro que ahora ella escribe, con tal fervor, como si esa hubiera sido la nica forma de mantenerse viva.

Bajo sus dedos caen y se levantan las teclas, y el ruido que hacen al caer me recuerda a un lloriqueo, como si al sentirse oprimidas se quejaran estampando sobre el papel su renegrido lamento.

La tengo frente a m. La veo equivocarse a veces, borrando, llenando canastos de papeles. Por momentos se detena a un instante, como si le estuviera faltando una palabra que no encuentra. Entonces fuma; relee lo ya escrito en voz alta para escucharse. Tras un suspiro se levanta y encerrndose la cara entre las manos, camina, da vueltas. Hay un