-- la niña que perdí en el circo -- 8-10

14
que parecía se fuera agrandando a medida que se achicaban sus fuerzas y sus esperanzas. Mientras por aquí y por allá iba dejando aquel caminito de sangre. Sólo pudo dar dos pasos más, y el cuerpo se le fue resbalando despacio, contra la pared amarilla de esa señora que cose, aquí mismo enfrente, como por sobre una cáscara de banana. Y entonces él comenzó a morir y yo hubiera querido no estar ahí viendo, sino en mi plaza, y jugar y correr hasta no sentir más que dentro de mí algo también se estaba muriendo. Pensé que si rezaba, alguien de arriba me daría auxilio. Desde aquí le recé entonces a la Virgencita que estaba allá, en mi cabecera, como mirando dulcemente para donde yo dormía. Y después, cinco veces seguidas le recé al ángel custodio del soldadito, esa especie de policía con alas que nos pone Dios apenas nacidos para cuidarnos la vida. Pero por lo visto no estaba nadie en su puesto, porque el pobre se siguió muriendo. Y más que sentir su muerte, fue como si la tuviera aquí, apretada contra el pecho. Hay chillidos en mi garganta. Otra vez me ha vuelto el asma y me comienza este jadeo incontrolable que a cada instante se me agranda un poco más, hasta no caberme dentro. Me asfixio. Intentaba respirar y tampoco podía. También me siento morir tras la ventana. Entonces comprendí que era mi vida, toda mi pequeña vida la que estaba saliendo por aquellos labios, junto al resto de sus palabras: algún mamá, después me pareció escuchar agua, y mamá otra vez, mamá muchas veces, como si en la ternura de las cuatro letras terminara todo su esfuerzo. Y todavía el fusil en los brazos, igual que si cargara un niño. Todavía aquellos ojos fijos en nada que reaparecen de pronto, me acechan, se acercan de una manera obstinada y los siento de nuevo aquí, ¡Dios mío! ¡Aquí! ¿En dónde estaba ahora aquella muralla?

Upload: sergio-prette-escatia

Post on 05-Nov-2015

215 views

Category:

Documents


0 download

DESCRIPTION

-- La Niña Que Perdí en El Circo -- 8-10

TRANSCRIPT

que pareca se fuera agrandando a medida que se achicaban sus fuerzas y sus esperanzas. Mientras por aqu y por all iba dejando aquel caminito de sangre.

Slo pudo dar dos pasos ms, y el cuerpo se le fue resbalando despacio, contra la pared amarilla de esa seora que cose, aqu mismo enfrente, como por sobre una cscara de banana. Y entonces l comenz a morir y yo hubiera querido no estar ah viendo, sino en mi plaza, y jugar y correr hasta no sentir ms que dentro de m algo tambin se estaba muriendo.

Pens que si rezaba, alguien de arriba me dara auxilio. Desde aqu le rec entonces a la Virgencita que estaba all, en mi cabecera, como mirando dulcemente para donde yo dorma. Y despus, cinco veces seguidas le rec al ngel custodio del soldadito, esa especie de polica con alas que nos pone Dios apenas nacidos para cuidarnos la vida. Pero por lo visto no estaba nadie en su puesto, porque el pobre se sigui muriendo.

Y ms que sentir su muerte, fue como si la tuviera aqu, apretada contra el pecho. Hay chillidos en mi garganta. Otra vez me ha vuelto el asma y me comienza este jadeo incontrolable que a cada instante se me agranda un poco ms, hasta no caberme dentro. Me asfixio. Intentaba respirar y tampoco poda. Tambin me siento morir tras la ventana.

Entonces comprend que era mi vida, toda mi pequea vida la que estaba saliendo por aquellos labios, junto al resto de sus palabras: algn mam, despus me pareci escuchar agua, y mam otra vez, mam muchas veces, como si en la ternura de las cuatro letras terminara todo su esfuerzo.

Y todava el fusil en los brazos, igual que si cargara un nio. Todava aquellos ojos fijos en nada que reaparecen de pronto, me acechan, se acercan de una manera obstinada y los siento de nuevo aqu, Dios mo! Aqu!

En dnde estaba ahora aquella muralla?

Aquel atardecer que se dilua entre rosado y negro?

Aquel grito ya detenido que sin embargo sigue gritando?

Aquella muerte del soldadito?

Yo misma, dnde estoy ahora?

***

En algn lugar de la oscuridad sonaron de nuevo los tiros, y de nuevo la vi encogerse, mirar a lo largo del jardn en sombras, como si a travs de ellas pudiera ver el rinconcito de tierra donde pusimos un da los restos del soldadito.

Qu mira? Acaso all la noche bruscamente iluminada de cohetes? No. Ha quedado al borde de ese viento lleno de gritos. No puede salir de la ventana aquella donde apenas tenemos seis aos.

Era tan extraa para m aquella seora! La senta tan grande y me haca sentir tan diminuta! Me pierdo buscndome en ella. Me busco en su pelo, en cada una de sus facciones. Me podra pasar la vida tratando de encontrarme y no me encontrara, porque ya no queda nada de m en ninguna parte de ella. Y sin embargo, es ella... Sigue siendo ella. Soy yo. No la misma que soy ahora, claro, sino ese pedazo de mi propio cuerpo que se fue ms all del mo, que vino creciendo noche a noche, hacindose mujer a cada instante. Mientras yo dorma acurrucada en mi inocencia para volver a soarla nia. Porque era preciso tocar la punta con los dedos, llegar hasta la misma cima, hasta donde yo no saba cmo llegar, hasta donde no llegara jams.

En vano trato de contemplar el ltimo instante de nuestra vida juntas, porque no hay un instante ltimo. Pudo haber sido durante los volantines del circo. No. No s si fue en el circo donde la perd o si fue antes. O acaso haya sido despus. Pero ah fue donde comprend que nada volvera a ser igual. Es ah donde supe que no hace falta tener heridas para sangrar. Esa sangre que lleg como el torrente de un ro, en cuya orilla ella haba desembarcado sola. Es en su barriga donde hubo aquellos dolores disfrazados de apendicitis. Es en su vestido donde quedar la mancha. A m, jamas mancha alguna habr de ensuciarme.

No s si fue de pronto o poco a poco. No s si fue consciente o inconsciente. Fue un instante largo y tan breve.

As, de repente, dejamos de rer, de jugar, de soar juntas. Ya no tiene mi estatura y mis rulitos se alisan en su cabeza. Slo ella conoca el secreto. Le bastaba pegar un salto y...

simplemente crecer, en tanto que conmigo suceda lo contrario. Yo me haca ms y ms pequea. Disminuyo. Era cada vez menos.

Y un da me detuve sin saber por qu. Dej de cumplir aos, y ella cumpli doce y despus catorce y despus me doli verla transformada en seorita. Seguimos juntas, pero en direccin contraria. Yo, congelada en la misma fecha, en el mismo verano, y ella atravesando un invierno y otro. No s hacia dnde iba ni por qu llevara esa prisa. Se alejaba y yo no poda hacer nada para evitarlo.

Habamos llegado juntas slo hasta aqu. Hasta este momento en que ella se va y yo me quedo. Desde entonces empezar a existir sola, impar, incompleta, como una mueca rota cuyos fragmentos se buscarn en vano para recomponerse. Y mi vida continuar semejante al reflejo de un farol sobre el agua. A un puntito de niez, apenas a eso qued finalmente reducida. Y as tendr que seguir, condenada a ser nia siempre, a esta soledad que me dola cada instante un poco ms, a este ensordecedor silencio.

Igual a m misma todos los das de mi vida, todas las noches. Repitindome, viviendo lo ya vivido. Cunto tiempo ms puedo quedarme as, insoportablemente quieta, andando sin avanzar, consumida en mi propio amor que en vano trato de compartir con alguien... Estoy

cansada de ser un hueco ambulante, una ausencia. Estoy harta de ser nia. Por momentos, con gusto me morira y no me muero y no me muero, sencillamente porque no me puedo morir antes que ella. Es la mujer quien deber morir primero.

Tengo yo acaso la culpa de lo que ha pasado?, de lo que an me est pasando? Podra haberlo impedido? No segua siendo yo, yo misma y ella la intrusa?

***

Y hoy, ahora, la noche estaba aqu, rodendonos, expectante, casi sin aire, concentrada en las doce de un Ao Nuevo que deba de llegar muy pronto. Tambin ella, la mujer estaba all, cada vez ms alejada, y el esposo a su lado repitindole que no hay soldaditos muertos, que no eran balas, ninguna revolucin, querida, sino los festejos.

-Acaso se te ha olvidado que hoy es Ao Nuevo?

Despus la rode con sus brazos y as estuvieron mucho tiempo.

Algo ms haba cambiado, lo advierto de repente. Algo germinando lejos de m, a escondidas de m. Un algo extrao que le abultaba el vientre y pareca darle toda la luz que le faltaba a mi penumbra: la mujer iba a tener un hijo. Un poco de ella, un poco de l.

Veo sus pataleos. Veo cmo vuelve, cmo se va, cmo vuelve otra vez, debajo de su vestido. Un nio doblado dentro de ella, apenas comenzando a vivir, que tratara luego de abrirse paso, buscando a tientas su camino al mundo. Se llamara Pedro o Laura o tal vez llevara mi nombre. Nuestro nombre. Y la impresin fue tan grande y yo me sent tan pequea que por un momento no supe quin era yo misma. Ni siquiera s qu hacer conmigo. Es en ella, en su nio dormido donde quiero dormir. Es ah tambin, en ese abrigo donde quisiera estar. Bajo aquel amparo.

En algn lugar entre ese hombre y esa mujer haba estado yo. Yo, sin edad, sin ninguna defensa, casi sin fuerzas. Y ahora vena a descubrir que ya no tengo ningn lugar. Lo ltimo que me quedaba de l haba sido ocupado.

Habra querido tener manos para apretarle el brazo, acariciar su panza, acariciarla apenas, pasndole despacito el dedo para percibir en mi piel aquella otra, palpitante y tierna. Habra querido tener voz para decirle que yo tambin estaba all, que nunca me haba ido, que la segua queriendo mucho, mucho, casi tanto como empezaba a quererlo al nio. Como los necesito a ambos. Pero no puedo. Hago el intento, pero no puedo. La distancia para alcanzarla sera siempre infinita, igual que mi pequeez.

La noche me corra sobre la cara al mismo tiempo que mis primeras lgrimas. Me echo a llorar sintiendo que mi cuerpo todo llora conmigo. Ya no me queda nada por hacer aqu. Tengo que irme, dejarme ir hacia atrs, hacia mi nico refugio, hasta el punto aquel donde ella me est esperando. Donde somos todava muy nias.

***

Y entonces lo vi todo de nuevo. Me veo en una maana temprano. Veo an las paredes del colegio, un portn de rejas por el que un microbio, que soy yo, sale corriendo. Hay tiros por todas partes. Parecan estar cayendo de un cielo que a esa hora, no tena an ninguna arruga. Mi pap, con el color de mi guardapolvo dijo nada ms:

-Pronto, date prisa. Sube al auto.

Aquello me pareci al principio, ms que una revolucin, una fiesta de ao nuevo que se hubiera equivocado de fecha y de lugar. Porque, a quin se le ocurrira festejarlo en pleno da y en pleno invierno y con tantas caras de viernes santo? Y luego, poco a poco sin comprender comprend, que algo casi tan grave como la muerte estaba ocurriendo.

Todava permanece la confusin frente a mis ojos. Gentes que asomaban a las esquinas como desorientadas, disparando hacia la derecha, otras hacia la izquierda, olvidadas seguramente hasta de la direccin de sus casas. En aquel momento era algo as como slvese quin pueda.

La puerta se cerr y el auto comenz a rodar a toda bala, y yo todo el tiempo teniendo que pegar mi cara al suelo.

-Por qu, pap, debo viajar as?

-Porque s.

El empedrado de las calles me parece tan cercano cual si fuera caminando con la cara.

Nunca haba visto una revolucin. Tampoco lograba entender si ramos nosotros los perseguidos o si nosotros perseguamos a alguien. Pero senta el peligro. Poda interpretar los largos silencios, las frases a medias, la falta de risas.

Qu pas en aquellos das? Nos pas de todo sin que nos pasara nada. Llovi, escamp y tambin llovieron balas perdidas. Sufrimos mucho, rezamos todava ms, por momentos, demasiado, ante imgenes ahumadas por tanta vela de sebo, y vivimos tan encerrados como las carmelitas descalzas.

Tengo la sensacin de haber vivido aquello como un instante muerto, sin maana alguno, casi sin cielo. Dormir poco, comer mal y estar el santo da all metidos, como si nos hubieran cosido a la casa, a las paredes, al mismo suelo, era lo nico que se poda hacer. A veces hacamos que jugbamos, que no es lo mismo que jugar de veras.

Todas las horas eran tan iguales, tan parecidas, que de haber sido personas, habran sido gemelas. Y entre todas formaban un da nico, inacabable. Eran tan largos aquellos das, que casi siempre los perdamos de vista antes de que ellos desaparecieran.

Los sbados dejaron de ser sbados y no hay por qu recordar que el domingo es domingo. Nunca es lunes o viernes. No es mayo ni julio. Podan ser las dos o las siete. Total, qu diferencia haba?

Siempre hay delante una muralla, el miedo siempre, paredes por todas partes. Me hubiera gustado tanto derribarlas de un soplido y dejar que entrase la vida, el sol, esa felicidad a la que el miedo le haba negado la entrada.

-Qu pasa mam, pap?

-Nada.

Pero las cosas no estaban como si no estuviera pasando nada. Cundo volveramos a ser nios? Cundo podremos volver a la plaza?

No ahora. No maana. No en los prximos meses. Sino despus. Ms adelante. El mes que viene. Algn da. Acaso ms nunca.

Es tan ancho el cielo que se ve desde mi plaza, que ni con mil miradas llegara nadie a abarcarlo entero. Eran tan altos sus rboles para mi altura de seis aos. Me senta como desnuda sin sus azules y sus verdes, con esa desesperada desnudez de los sueos, cuando me veo pasear en bombacha por la nave central de la Iglesia, justo en el momento de la elevacin, perseguida por el murmullo desaprobador de toda la concurrencia...

Y todava no comprendo a veces, cmo una nia puede no morir de tanto encierro.

Durante el da alternaban los tiros y los silencios. Despus del tiroteo largo venan los largos silencios. Esos espacios vacos durante los cuales no ocurra nada ms que el paso del miedo. Esa violenta quietud de la casa que la haca vibrar de incertidumbre. Esa especie de muerte que pareca afectar todas las cosas, escuchar esos silencios me daba todava ms miedo que escuchar los tiros.

Las comidas duraban poco porque haba poca comida, tan poca que nos alcanzaba apenas para sobrevivir. Pero se conversaba mucho: de cuando hubiera paz, de cuando todo pasara, de la esperanza, siempre.

Hubo das en los que tambin escase el agua. Y en algn momento, cuando se acabaron los porotos y todava no se nos haba acabado el hambre, hubo que buscar otra cosa para distraerla, algo que pareciera comida aunque no lo fuera: agua pura con pretensiones de sopa donde flotaban, desanimados, unos pocos fidetos. Entonces a todos nos crecieron ojos y orejas, porque se nos adelgazaron las caras, y el estar ms flacos nos haca parecer tambin ms altos. Haba que ver lo grande y lo corta que nos quedaba la ropa.

Y as, poco a poco, angustia tras angustia nos fuimos convirtiendo en nuestras propias sombras. Poda ser mi pap aquella figura de repente envejecida que daba vueltas por la casa agachando de tal modo la cabeza, que se dira iba tomando la medida a cada baldosa?

O a veces se hunda en una hamaca y en acaloradas discusiones slo Dios sabe con quin, porque a su alrededor no haba nadie.

Mi mam arrugaba la frente cuando pasaba revista a las provisiones: poca yerba, arroz, muy poco, azcar y fideos, nada. Entonces rezaba mucho, suplicando, seguramente, por un nuevo milagro de panes, con nuestras vocecitas hacindole coro. Todas las oraciones habidas y por haber, incluso las inventadas por ella, seguidas del repertorio completo de jaculatorias. Despus, ya casi sin aire, se callaba para en seguida volver a comenzar de nuevo.

Y mi abuelita sin hacer ningn comentario, quedaba mirando el jardn con esa mirada ausente que me haca crecer que estaba muerta.

A ratos me imagino que ni los tranvas deben seguir andando, ni los cines, ni los parques de diversiones. Para quin, si no haba ms gente?

Quiero averiguar cunto tarda una revolucin porque la verdad yo no tengo carcter para vivir aos sentada, pero me vuelvo impertinente, dice mi padre. Cuntas veces hay que dormir y despertarse y despertarse a veces sin haber dormido, escuchando desde la oscuridad los chimentos de aquella radio medio tartamuda que cada dos por tres se atoraba, o atentos a los pasos de los soldados, yendo y viniendo por la calle oscura, por esa boca de lobo que come a Caperucita.

Eso es lo que todava no entiendo: que la gente pelee por pelear. Semejantes grandulones armando lo por unos cuantos colores. Qu les habrn hecho los colorados a los azules y a los verdes? Y lo que me explic mi pap para que comprendiera, todava comprendo menos: que para que algunos vivan tranquilos otros tienen que pelear. Quiere decir entonces que para que haya paz debe haber guerra? No se habr vuelto loca la gente? No s, pero muy cuerda no parece estar.

A ratos, sin embargo, me olvidaba de la guerra. No por mucho tiempo, algunos minutos solamente. A veces hasta media hora seguida. Nunca ms, porque repentinamente comenzaban aquellos aviones a pelear en el cielo. Era muy lindo ver caminar el humo que arrojaban contra aquel techo sin fondo de color celeste, tironeado de aqu para all por el viento. Y ms all se lo vea an enrollarse sobre s mismo, para volver a desenrollarse despus. Pero tambin me daba miedo de que en lugar del humo, arrojaran bombas. En esto de colorados y azules lo mejor es no meterse. Ya tenemos bastante con nuestras propias peleas.

La noche nos encerraba al mismo tiempo que liberaba sus primeras estrellas, entonces, tirados en el suelo porque para cubrirnos de las balas nuestros colchones dorman contra las aberturas, caamos en sueos tristes y oscuros ya que ni siquiera los alumbraba el resplandor que a veces da el reverberar de la luna, por donde veamos pasar las heridas, mujeres llamando a sus hijos, la cara muerta del soldadito, por todas partes su llanto.

Siempre creyendo que al despertar ya no habra ms revolucin afuera. Siempre espetando que el prximo da fuera el ltimo. Pero se alarga siempre. No se termina. Eran

los tiros los que mataban nuestras ilusiones cada maana. Estamos condenados a soportarla hasta cuando Dios quiera.

***

Cunto hace que estoy aqu? Aqu tan cerca que hubiera bastado alargar los brazos para tocarla, y tan lejos, en un mundo que ya no me perteneca. Donde no era mi casa pero estaba ella. Ella. No la de aquella primera vida que compartimos juntas, no la nia que haba sido, sino la que fue despus. Esta mujer cuya vida me es ahora tan ajena como la de cualquier extraa.

Se acordara que jugamos a lo mismo durante aos? De cuando tuvimos paperas? O del susto aquel que nos hizo tragar un clavo? Y de tantas noches sin dormir por culpa del asma? De todas las pequeas cosas que tejieron nuestra infancia, se acordara?

No poda creerlo y sin embargo el hecho estaba all, all donde estaban los dos: ella, l formando una pareja feliz, algo que ya no tengo derecho a compartir. Una vez ms me quedo afuera, sin espacio. De alguna manera mi existir ha sido siempre as: llegar demasiado tarde o inclusive no llegar.

En su nueva vida de mujer entera existe ahora un hombre, ese nio tan a punto de nacer que ya saba moverse. Se mueve. No deja de tironearle el vestido.

Qu lejos me haba quedado de ella! Cmo ganar de un tirn tanto terreno perdido?

Cualquier gesto sera intil, lo s muy bien. Aunque trate de engaarme soy algo que nadie ve ni escucha, un soplo de viento, apenas un sueo o a veces, nada.

Entonces hago el nico esfuerzo para el que me siento capaz: busco el rincn ms oscuro y apartado donde agazaparme y mirar. Ahora no puedo hacer ms que mirar. Al menos eso me procura la ilusin de que todava existo.

Aqu tambin es Ao Nuevo. Todo pareca estar listo para recibir el momento solemne. El tan esperado instante de las doce en punto en que, ante la incredulidad de nuestros ojos, el ao viejo se transformaba en nuevo. S. Un ao naca y el otro iba a morir entre las dos puntas de una misma noche. Qu maravilla!

Un poco ms all haba otra noche, donde con ella contbamos esos minutos preciosos. Otra noche como sta, recin nacida, en cuyo cielo brillaba aquella estrella de la que slo mi pap conoca el nombre.

A nuestro alrededor hay olores que hablan de fiesta: flor de coco, sandas, melones. Muchos globitos guiando luces en lo alto del pesebre. Lechones que parecen dormidos tienen sonrisas de pia en la boca. Seis nios con el rostro iluminado aguardando sus regalos desde una impresionante hilera de zapatos. Mi madre por todas partes.