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Page 1: ˘ˇ í - SandinoRebellion.com · 2017. 2. 10. · casualidad con el caso del asesino. En el inventario del Cuerpo de Marines había quince cajas etiquetadas con una cu-riosa leyenda:

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����Ó�En una época de gran agitación

política, surgió el sanguinarioAnastasio Hernández, asesino privado

de los caudillos conservadores deNueva Segovia. A su paso dejó cabezas

cortadas y cuerpos mutilados. Se leatribuyen más de 47 muertes

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�l miedo llegó a Mozonte unmartes por la madrugada, enel invierno de 1927. Aparecióa eso de las 3:00 y recorrió elvalle de Los Arados cortando

a machetazos las cabezas de los hombres aquienes consideraba enemigos. Todas susvíctimas lo conocían, pues el miedo era unvecino nacido y criado en ese pequeñopueblo indígena segoviano. Un rostro detoda la vida: Anastasio Hernández.

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Domingo Gómez fue el cuarto de los seishombres asesinados por la banda de Anas-tasio en las primeras horas de ese 24 de mayo.Lo atraparon cuando salía de la cocina, pocodespués de las 5:00 de la mañana, quizáalertado por el escándalo de los tiros que lapandilla había disparado por encima deltecho de su casa, antes de irrumpir en ellarompiendo todas las puertas.

Los otros cuatro hombres de la familialograron escapar. A Domingo lo ataron concuerdas y le metieron una bala en el ab-domen. Luego lo arrastraron a unas cin-cuenta varas de la casa, donde Anastasio dio laorden de “volarle la cabeza”. Los hermanosSantiago y Terencio Gómez se encargaron dedecapitarlo y enseguida el propio Anastasiodestrozó el cadáver a machetazos, mientrassus hombres tocaban el acordeón y gritabanvivas a su líder, en una orgía de sangre a lavista de los parientes de la víctima.

El caso de Domingo Gómez quedó re-gistrado en los expedientes del proceso que seabrió contra Anastasio Hernández a iniciosde 1928. Se trata de veinte testimonios sobrelas torturas, las violaciones y los asesinatosejecutados por la pandilla a lo largo de 1927.No eran crímenes comunes. Eran asesinatospolíticos por encargo, y todos los dedosapuntaban en una misma dirección: las po-derosas familias conservadoras de Ocotal,cabecera del departamento de Nueva Se-govia, que ordenaron y financiaron la ma-tanza de campesinos liberales.

Noventa años han transcurrido desdeaquellos terribles sucesos y la historia deAnastasio se ha ido desvaneciendo en lamemoria colectiva. Los jóvenes la ignoran ylos viejos prefieren ocultarla bajo un cau-teloso manto de silencio, pues Ocotal es unaciudad pequeña donde todos se conocen ymuchos llevan los apellidos de los principales

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caudillos implicados en los asesinatos: Pa-guaga, Lovo, Gutiérrez.

Lo que nadie niega, aunque algunos lodeban decir susurrado, es que Anastasio eraun “asesino” con todas las letras de la palabra.Un asesino privado en una época de agitaciónpolítica en que el Partido Liberal amenazabacon desbancar del poder a los viejos con-servadores que controlaban todo en la región

de Las Segovias, desde la tierra y el créditohasta la violencia armada. Hoy lo llama-ríamos “sicario”.

�l profesor irlandés-alemán Michael J.Schroeder no estaba buscando el ex-pediente de Anastasio Hernández,

cuando en 1988 visitó por primera vez los

Archivos Nacionales de Estados Unidos.Estaba investigando la rebelión del generalAugusto C. Sandino y tropezó por puracasualidad con el caso del asesino.

En el inventario del Cuerpo de Marineshabía quince cajas etiquetadas con una cu-riosa leyenda: “Bandit Files”. “Yo sabía quelos marines llamaban ‘bandidos’ a los san-dinistas, así que parecía un prometedor pun-

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to de partida”, cuenta el historiador.Las primeras cuatro cajas lo decepcio-

naron, pues nada contenían de interesante.Entonces abrió la quinta y encontró un fólderde una pulgada de grueso, lleno de papeles.Eran testimonios sobre horribles atroci-dades cometidas por bandas de hombresarmados con machetes, documentos firma-dos por “los campesinos más iletrados” quedaban fe de sus palabras garabateando unasimple equis. “¿Qué demonios era esto? Notenía idea, pero parecía importante”, re-cuerda Schroeder. “¿Campesinos analfabetascortados a tajos en sus propios hogares? Eratotalmente confuso, así que fotocopié todo elexpediente y me lo llevé a casa”.

Sin embargo, tuvieron que pasar ochoaños más para que el caso de Anastasio salieraa luz. Schroeder escribió un primer borradoren 1990, tuvo listo su ensayo en 1995 y lopublicó en 1996. Pero a la fecha, cuando enOcotal se indaga sobre el asesino, todos citanlas investigaciones del historiador, aunque norecuerden el nombre del autor.

En los años en que trabajó en el ArchivoHernández, Schroeder sufrió pesadillas so-bre campesinos descuartizados en los con-fines de un país llamado Nicaragua y nodejaba de preguntarse qué pudo motivar tanhorribles asesinatos. “Recuerdo el momentodel ¡ajá!, cuando entendí que Anastasio Her-nández era un líder de pandilla conservadorchamorrista y un sirviente ‘trabajando’ apetición de la élite chamorrista de Ocotal,cuyo propósito era interrumpir las elec-ciones presidenciales de 1928 a fin de con-servar el poder”, comenta Schroeder, pro-fesor de Historia en Lebanon Valley College.

Para cuando estalló la violencia de Anas-tasio, acababa de firmarse (el 4 de mayo de1927) el célebre pacto del Espino Negro quepuso fin a la Guerra Constitucionalista Li-neral, que a su vez inició tras el golpe deEstado perpetrado por el caudillo verdeEmiliano Chamorro Vargas en enero de 1926.Los acuerdos establecieron la formación deuna nueva Guardia Nacional y también elec-ciones “libres y justas” convocadas paranoviembre de 1928. Los comicios seríanvigilados por Estados Unidos y los liberalesesperaban ser los ganadores absolutos. “ElEspino Negro aseguraba así el fin del statusquo político dominado por los chamorristas(partidarios de Chamorro Vargas)”, explicaSchroeder, hoy de 58 años.

A corto plazo, los acuerdos de paz firmadosbajo el árbol de espino solo “agregaron leña alfueg o”. Para el historiador, cuando se es-tableció un gobierno conservador saliente (elde Adolfo Díaz), que mandaría por los pró-ximos 18 meses, se creó “una receta segurapara la continuación de la violencia política”en casi todos los departamentos del país.Entre mayo y noviembre de 1927, “los con-servadores movilizaron entre veinte y treintapandillas armadas en Las Segovias”, puessabían que perderían las elecciones y tra-

bajaban fuertemente creando caos para in-terrumpirlas. Una de esas bandas era dirigidapor Anastasio Hernández.

En julio de 1990, Schroeder visitó Ocotalpara hacer entrevistas y tratar de poner pies ycabeza a la historia, pero escarbando en lamemoria de los viejos no obtuvo más querecuerdos vagos. E incluso hubo quien serefirió a Anastasio con el eufemismo de“cuatrero”, para intentar despolitizar susbarbaries. “Pero un ‘cuatrero’ no es un ase-sino en serie que corta personas en pedazoscon su machete”, se dijo a sí mismo eli nve st i g a d o r.

Está claro que el “descabezador ” operababajo las órdenes de sus patrones. Lo dijeron,con nombre y apellidos, los campesinos ensus declaraciones y lo reconoció Anastasiocuando, tras su captura, fue sometido a uninterrogatorio. “Debo decir que los Paguaga yGutiérrez son amigos míos y me conocenbien, lo mismo que Pedro Lovo... Nosotrosteníamos instrucciones de don AbrahamGutiérrez Lovo que no nos dejáramos de losliberales, y que siempre los atacáramos”,afirmó el asesino en marzo de 1928, pro-bablemente con la secreta esperanza de quelos caudillos lo sacaran de la cárcel, pues yahabía estado preso en 1924 y, según él, fueGutiérrez Lovo quien le consiguió la li-bertad.

Don Miguel Hernández, padre de Anas-tasio, testificó contra su hijo y en su de-claración fue incluso más contundente:“Los que le han dado apoyo en dinero, armasy tiros y de otras maneras, son don AbrahamGutiérrez Lovo, Gustavo Paguaga y PedroLovo. En particular, don Gustavo Paguaga lefacilitó las armas, porque cuando él fue jefepolítico escondió muchas armas y despuésse las dio a Anastasio para que fuera a matarenemigos y a todo liberal que hallaran.Siempre que Anastasio cometía algún ase-sinato, les enviaba noticia o venía él per-

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sonalmente a darles parte”.El “sirviente” de los conservadores fue

acusado por más de 47 asesinatos; sin em-bargo, puede que el número de sus víctimassea mucho mayor. De acuerdo con un relatocitado por el diario La Noticia en noviembrede 1927, Gustavo Paguaga le entregó una listacon los nombres de 200 personas que debíanmorir. “Hernández fue capturado con estalista y con otra que tenía el nombre de otrastreinta de sus víctimas”, señala Schroeder ensu ensayo De cuatreros a rebeldes a perros.

�nastasio Hernández nació en Mo-zonte hacia 1879. Para 1927, el año enque se dedicó a descuartizar cam-

pesinos liberales, tenía 48 años de edad y ensu banda lo acompañaban su hijo Narciso, suyerno Rogelio Amaya y sus sobrinos po-líticos Terencio y Santiago Gómez, los her-manos que le cortaron la cabeza a DomingoG ó m ez .

Era hijo de un mediano agricultor y ga-nadero de ese pueblo indígena, y en un brevereporte de la época se le describe como“conservador, gordo, cara brutal, de agra-dable conversación, líder de ‘los asesinos’ dela familia Paguaga, le gusta pelear a ma-chetazos, valiente”.

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Lo de “agradable conversador” es algoque don Tomás Florián, de 76 años, ha-bitante de Mozonte, también ha escuchado.“Anastasio Hernández vivía en este sectorde aquí, en el valle de Los Arados”, dice,sentado frente al porche de su casa yseñalando con la mano derecha unas vi-viendas cercanas. “Era en veces un poquitofregadito, pero al mismo tiempo la genteantigua lo apreciaba”.

Suele referirse a Anastasio como “eseseñor ” y mucho de lo que recuerda sobre élviene de una conversación que oyó hace 61años, cuando su padre hablaba con un amigo.“Era buena gente”, es decir, “servicial”.“Pero en otras cosas... no perdonaba”.

Ya no quedan muchos parientes delmatón, y los que hay son lejanos, afirma donTomás. “Su hija Pantaleona es la que másvivió”, dice. De todas formas, poco se hablade ellos y menos de Anastasio. “Es un tematabú. Hay mucho hermetismo”, aseguraJulio Aguilera, investigador ocotaleño de 75a ñ o s.

El silencio parece ser un trato bastantepiadoso para quien cometió tantas fecho-

rías. Anastasio Hernández era un hombreque “con lujo de barbarie, cortaba las ca-bezas de los humildes campesinos que seoponían a servirle, y las echaba a unaalforja”, narra Pedro Antonio Aráuz en elviejo manuscrito Después de la terminaciónde la guerra constitucionalista, citado porSchroeder. “Andaba tres guitarras y unacordeón, y todo su placer era llegar a losvalles, reunía a las mujeres bonitas parabailar toda la noche, sacaba de la alforja lascabezas que había cortado ese día, y lasponía en una mesa a vista de los dueños decasa, para infundir terror. Y a las mujeresque se negaban a ir al baile, las amenazaba yles decía apuntando para donde estaban lascabezas: ‘Así van a quedar ustedes’”.

Ni su propia familia escapó de la per-secución. El 22 de febrero de 1928, donMiguel Hernández afirmó que su hijo siem-pre había “procurado” quitarle la vida. “Éldecía que no se retiraría del lugar hasta queno se llevara la cabeza de su padre y lalengua de su madre en una alforja”. “Toda lavida me ha perseguido, me ha quemado lospotreros, trozado los cercos para que se

metieran los animales y me destruyeran lapropiedad, por su persecución tuve quevender mi finca y dedicarme a huir encompañía de mi esposa... No hace muchotiempo que mi hijo me tiró dos balazos, eluno me dio en la manga de la camisa y el otroen la camisa por la cintura, esa vez loacompañaba Narciso Hernández, nieto míoe hijo de él”.

En la mañana del 24 de mayo de 1927,cuando despuntó su ola de asesinatos,Anastasio mató a su propio hermano. Labanda venía de decapitar a cinco hombresen el valle de Los Arados y a eso de las 8:00de la mañana por el camino se encontró conFrancisco Hernández, quien regresaba de“El Naranjito” junto con su esposa PlácidaOsegueda. Por órdenes de Anastasio, uno delos hermanos Gómez le dio un tiro en lafrente.

En los siguientes meses, al menos hastaoctubre de ese año, la pandilla volvió a susasesinatos en serie, apareciendo ocasio-nalmente para cortar cabezas, violar mu-jeres y saquear casas. En los archivos de suexpediente se narran crímenes de mayo,agosto, septiembre y octubre.

Uno de los testimonios más fuertes es elde Gerónima López, viuda de Eulogio Me-jía, quien habitaba en el valle de El Zapote.El 10 de septiembre de 1927, a eso de las 2:00de la tarde, su marido “estaba sentadotrabajando” cuando apareció la pandilla deAnastasio Hernández y se lo llevó presopara machetearlo a “media legua de dis-tancia”. “Le dieron diez machetazos”, afir-mó Catalina Mejía, hija de la víctima. De losotros cuatro hombres que la banda tomócomo prisioneros esa tarde, solo quedaronpedazos. “Fue imposible reunir sus cuer-pos”, declaró Gerónima.

Otro asesinato que destaca por la cruel-dad con que fue cometido es el de AbrahamMartínez, hijo de Celedonio Martínez. Alamanecer del 13 de octubre lo sacaron de sucasa para conducirlo al lugar conocidocomo “La Montañita”, ahí lo mataron amachetazos y dejaron los pedazos en elmonte; su padre no pudo ir a recogerlospara darles cristiana sepultura.

En sus declaraciones, don Celedoniotambién habló de los numerosos crímenesdel 12 de octubre, entre ellos el de CristinoGonzález, de 60 años de edad, a quien la

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“... sacaron a mi hijo, InésPastrana, y Anastasio en

persona le cortó la cabezay después sus hombres lomachetearon y balearoncuando ya era cadáver”.

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pandilla asesinó a machetazos en el propiopatio de su casa.

No es de extrañar que el espanto aún seasome al rostro de los ancianos segovianoscuando escuchan el nombre de “A n a st a s i oHernández ”. Y entonces dicen bajito pa-labras como “asesino” y nombres como“Gustavo Paguaga”.

l reino de horror de Anastasio Her-nández acabó a mediados de no-viembre de 1927. Una banda liberal al

mando de José León Díaz (quien a partirde diciembre se uniría a las filas deAugusto C. Sandino) y Simón Jirón (“P i-ching o”, empleado de los marines) loperseguía desde agosto de ese año y fi-nalmente lo derrotó.

“Me mataron 25 hombres y yo fui heridoen el pie”, declaró meses más tarde Anastasio,desde la prisión. Pasado el enfrentamientocon la pandilla de José León, huyó a Hon-duras y estando allá fue capturado y ex-traditado por las autoridades hondureñas. EnNicaragua los marines lo condenaron a pri-sión de por vida y estuvo en la PenitenciaríaNacional desde el 30 de abril de 1928 hastapor lo menos 1930.

En Ocotal se dice que el asesino murió enel terremoto que destruyó Managua el 31 demarzo de 1931. Un Martes Santo. Hay dosrazones por las que esto es altamente posible:

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el rastro escrito de Anastasio Hernándeztermina en 1930 y en el sismo de 1931 colapsóel edificio de la Penitenciaría. “Murieronmuchos prisioneros y algunos carcelerosnorteamericanos. Nicaragua estaba invadiday militarmente ocupada por las fuerzas ar-madas norteamericanas, de modo que en laPenitenciaría todos los presos eran nica-ragüenses y todos los carceleros eran nor-teamericanos. El edificio estaba fuera de laciudad en aquel tiempo y quedaba exac-tamente donde hoy está el Estadio Nacionalde Beisbol”, señala el historiador NicolásLópez Maltez.

Esto es cuanto se sabe sobre el asesino quecelebraba sus matanzas con música de acor-deón. Hasta donde se tiene conocimiento, suspatrones no fueron condenados pese a la grancantidad de pruebas que había en su contra.

En el año que Anastasio entró a la cárcel, secelebraron las elecciones que los conser-vadores tanto quisieron impedir. Ganó elcandidato de los liberales: José María Mon-cada, el hombre que firmó el pacto del EspinoNegro, que a su vez dio inicio a la rebelión deS a n d i n o.

Todavía unos meses antes, el sicario de losconservadores intentó defenderse recu-rriendo a su “a m i st a d ” con los caudillos.Preso y en medio de un interrogatorio,sentenció: “Yo probaré con Abraham Gu-tiérrez Lovo, Pedro Lovo, y todos los Paguagaque soy buen hombre”.

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