11 el cansancio del vuelo y los sueños; también las semillas que traían y que nacían y crecían...

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Título original: El oTro bobo © 2016, José Enrique García © De esta edición:

2016, Santillana Infantil y Juvenil, S. l. Calle Juan Sánchez ramírez No. 9, Ens. Gascue Apartado Postal 11-253 • Santo Domingo, República Dominicana Teléfono 809-682-1382

ISbN: 978-9945-19-395-4registro industrial: 58-347Impreso por: Editora Corripio C.AImpreso en República Dominicana

Primera edición: abril de 2016

Director de Arte y Producción:Moisés Kelly SantanaSubdirectora de Arte: Lilian Salcedo FernándezDiagramación: Ana Gómez otaño

Edición:ruth HerreraIlustraciones de cubierta e interiores:José Amado Polanco

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puedeser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registradani trasmitida por un sistema de recuperación de información,en ninguna forma ni por un medio, sea mecánico, fotoquímico,electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquierotro, sin el permiso previo escrito de la editorial.

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El otro bobo José Enrique García

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A mi nieta Maia.

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El árbol de las garzas

Era, entre todos los árboles, el árbol de los pája-ros, de las blancas garzas que venían en líneas, alas abiertas y casi suspendidas en el aire. En bandadas, exactas, a la misma hora: puntual vuelo blanco en la tarde.

Se posaban en las ramas, algunas, las re-zagadas, revoloteaban en blanco en procura de un lugar: después sereno estado; y un solo blanco, y alas en quietud.

A ese árbol, enclavado en la propiedad de Don Feliz, aquel hombre como el azabache, ve-nían todas, sin equivocar el rumbo y el destino. Nunca iban a otro aquel día, cuando Checho, ese indomable muchacho, sacudió su sueño, no cabe en esta cuenta. Ahí descansaban, dejaban

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el cansancio del vuelo y los sueños; también las semillas que traían y que nacían y crecían y lle-naban el tronco y los alrededores de follaje.

Por las mañanas siempre encontrábamos al-gunas muertas, eran las viejas, las que ya no po-dían con sus alas, mucho menos iniciar viaje de regreso. otras amanecían suspendidas de ramas, luego, ya el sol tibio, bajaban y se quedaban por ahí, andando con trabajo por los alrededores, en espera de la muerte. Nadie podía tocarlas.

Don Feliz vigilaba, no permitía maltratos; y quien osara hacerlo tenía que enfrentársele. Esta posición, más el hecho de que a su árbol era únicamente donde venían, proporcionó material para los decires, los comentarios; para que se relacionara sus buenas cosechas, su prosperidad en ascenso, con las aves blancas. Alguien, un día, dijo, en alta voz, que esa era la señal… y desde entonces, y hasta después de la muerte, se creyó lo que esa voz insinuaba.

Cuando se sentía el aire que proporciona-ba la llegada de las blancas aves, hombres y

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