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-1- Después de cuatrocientos noventa y nueve años de existencia, Connor Buchanan llegó a una conclusión ineludible con respecto a sí mismo. Era un viejo hijo de puta insensible.

Redujo la marcha después de comprobar la extensa propiedad Romatech. Había disfrutado zigzagueando a través de los árboles a velocidad de vampiro con la fresca brisa azotando su rostro y llenando su nariz con el aroma embriagador de hojas recién brotadas y las flores. Pero entonces se dio cuenta del por qué daba la bienvenida a la llegada de la primavera.

No era por las temperaturas más cálidas. No era por la promesa de renacimiento y renovación, ya que seguiría siendo el mismo que había sido durante siglos. No, para ser brutalmente honesto consigo mismo, era por las noches más cortas que estaba esperando. Eso significaba que ya no estaría despierto durante la mayor parte del día y sí en el sueño mortal. Mayor tiempo permaneciendo en total olvido. Sin pensamientos. Sin recuerdos. Sin remordimientos.

El edificio principal de Industrias Romatech entró en su punto de vista, y aminoró el paso aún más, golpeado por una renuencia de repente de volver a entrar en la instalación. Más y más en estos días, que prefería estar solo.

¿Por qué molestarse con los compañeros? ¿Había alguna conversación que no hubiera ya experimentado una docena o más de veces? Y si incluso diera a entender la negra desesperación que amenazaba con devorarlo, sólo recibiría miradas de conocimiento de los otros vampiros, ya que repartía el diagnóstico habitual. Él se acercaba a su quingentésimo cumpleaños, y al parecer, el golpe de llegar al marcador del medio milenio podría hundir al más incondicional de los vampiros en una crisis de mediana edad.

Gran mierda. Roman y Angus eran mayores que él, y estaban contentos con sus vidas. Felizmente casados. Empujó a un lado ese pensamiento. Él no caería en esa forma de locura, no importaba la edad que tuviera.

No, él estaba bien, con ser un cabrón insensible. Era bueno en eso. Había estado perfeccionando esa condición durante años. Caminó a través de un lecho de flores, pisoteando las nuevas flores bajo los pies.

En la entrada lateral, deslizó la tarjeta de identificación a través de la seguridad de la consola y presionó el escáner contra la palma de su mano. Cuando su audición ultrasensible detectó el leve chasquido de liberación de la cerradura, empujó la

puerta y caminó por el pasillo hasta la oficina de seguridad MacKay.

Sus pasos resonaron en el pasillo vacío. Nadie venía a Romatech el sábado por la noche, excepto los que asistían a la misa en la parte más alejada de la instalación.

Se quedó en la oficina de seguridad y escaneó la pared de los monitores de vigilancia: Estacionamiento, despejado. Pasillos vacíos. Cafetería vacía. Corazón vacío. Hizo a un lado ese pensamiento errante y se centró en la pantalla que mostraba la capilla.

Por costumbre, buscó en la pequeña congregación para asegurarse de que Roman y su familia estaban bien. Connor había oficialmente velado por Roman por más de sesenta años con los empleados de MacKay S & I, al principio como jefe de seguridad de Romatech, y en los últimos años como su guardaespaldas personal. Debido que Roman Draganesti era el inventor de la sangre sintética y el propietario de Romatech donde la producían, era un blanco tentador de los Malcontents que consideraban la sangre sintética un insulto y una amenaza a su forma de vida asesina.

Pero el odio era más profundo que eso. Casimir había transformado a Roman en 1491. El líder de los Malcontents había pensado que sería divertido dar una bofetada en el rostro de Dios, que un humilde monje estuviera sediento de sangre, un vampiro homicida. Pero Roman se negó a entregarse al mal. Había hecho su propio grupo de buenos vampiros, para que pudieran combatir a los Malcontents y proteger a la humanidad.

Connor estaba muriendo en un campo de batalla cuando Roman lo cambió. Le debía su existencia. Y su cordura. Mantener a Roman y su familia a salvo le dio un propósito noble, lo suficientemente noble como para casi hacer olvidar el viejo bastardo insensible que realmente era.

Vio en el monitor cuando el Padre Andrew dio su bendición final, y la congregación se trasladaba de la capilla al pasillo. El corazón de Connor se apretó con la vista de los niños de Roman, Constantine y Sofía. Eran lo más cerca que jamás iba a llegar a tener hijos. Tino había celebrado su quinto cumpleaños el mes pasado en marzo, y Sofía cumpliría tres años en mayo. Tocó la pantalla que les mostraba haciendo cabriolas sobre el pasillo. Tener que permanecer sentado durante la misa los había dejado con energía acumulada que ahora estaba estallando libre. Sonrió, ya que saltaban al salón cercano, sin duda deseosos de gaseosas y galletitas. Su madre mortal, Shanna, le dio un rápido abrazo a Roman, y en seguida, persiguió a los niños.

La sonrisa de Connor se desvaneció al ver a sus amigos vampiros saliendo de la capilla, casi todos con una mujer a su lado. La mayoría de los hombres habían sucumbido a la suave trampa del amor. Pobres tontos románticos. ¿Cómo es

posible que durante siglos estuvieran solos y, a continuación, de la nada, uno tras otro, cayeran en picado por un precipicio como una manada aturdida de ovejas? No sólo se habían hecho a sí mismos personalmente vulnerables a la angustia y a la desesperación que venía con el amor, sino que pusieron al mundo vampiro en peligro cuando más mujeres mortales se enteraban de su existencia.

Los hombres parecían bastante contentos por ahora. La ignorancia era una bendición, supuso Connor. Ellos no veían el riesgo. No sentían la fría sombra de la fatalidad cerniendo fuera de su jaula dorada. No tenían ni idea de cómo el amor podría conducir a un hombre a cometer impensables actos de desesperación, destruyendo su propia alma en el camino.

Volvió la cabeza y se concentró en el cambio del monitor que estaba transmitiendo la Red Digital de vampiro. Un negro murciélago animado batió sus alas, mientras que por debajo un mensaje anunciaba:

DVN. En 24/7 porque siempre es de noche en alguna parte.

Las Nightly News empezaban, así que Connor quitó el botón de silencio.

―Una última cosa. ―Stone Cauffyn cogió un pedazo de papel que había sido empujado a través de su escritorio. ―Un Vampiro en Los Ángeles, cree que vio hace varias noches a Casimir. ―El locutor revisó el documento, su cara en blanco como de costumbre. —Me temo que no podemos confirmar el informe en este momento.

Connor soltó un bufido. La semana pasada, un vampiro afirmó que había visto a Casimir remar en una canoa en Bora Bora, y la semana anterior, alguien juró que había señales de Casimir ordeñando renos en el norte de Finlandia. El líder de los Malcontents se había convertido en el coco de los vampiros de todo el mundo, espiando detrás de cada árbol y murmurando en los cuartos oscuros.

―Y eso concluye nuestra transmisión por la noche de hoy, ―continuó Stone con su voz suave. ―Para enterarse de las últimas noticias sobre el mundo de los vampiros, mantenga sus televisores sintonizados en la DVN, líder mundial en red vampiro.

No es un logro teniendo en cuenta que era estelar sólo de la red del mundo vampiro. Connor quitó el volumen cuando los créditos finales comenzaran a rodar.

Volvió a mirar el monitor que mostraba el pasillo frente a la capilla. La mayor parte de la congregación estaba entrando en la sala comunitaria. El Padre Andrew parecía estar en una profunda conversación con Roman, que solemnemente asentía con la cabeza. Se estrecharon las manos, y luego Roman procedió a la sala comunitaria, mientras que el sacerdote caminó hacia el vestíbulo, con su maletín de cuero en mano. Él se iba antes de lo habitual.

Connor cambió su atención hacia la DVN. Los comerciales de Vampos habían comenzado, menta para después de la cena garantizado librarse del aliento a sangre. Un guapo vampiro masculino, vestido con un esmoquin caro, se deslizó una de las redondas pastillas en la boca, luego besó a la modelo, que, por extraño que parezca, estaba vestida con un bikini en la oscuridad en medio de Central Park. A caballo. Un escenario poco probable, pensó Connor con un giro irónico de sus labios, aunque su mirada lo hizo detenerse en el cuerpo curvilíneo de la mujer.

Mierda ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Treinta años? ¿Cincuenta? Demasiado maldito tiempo si ni siquiera podía recordar. Sin preguntarse si era un viejo cabrón insensible.

Gregori, que siempre mantenía un rollo de Vampos en su bolsillo, constantemente molestaba a Connor de ir con él a los clubes nocturnos de vampiros. Al parecer, su falda escocesa a cuadros y acento escocés lo haría automáticamente un ―imán "de chicas. Habría una multitud de "chicas calientes‖, como Gregori las llamaba, que querían aliviar el aburrimiento del inmortalidad con una noche de gritos y salvaje sexo. Gregori afirmaba que era su deber varonil mantener a los vampiros felices con esas mujeres.

Hasta el momento, Connor lo había declinado. El intento de curar su soledad con una larga lista de mujeres sin rostro, sin nombre, desesperadas, muertas vivientes no parecía atractivo. O muy honorable. Hipócrita, una pequeña voz en el fondo de su mente, lo aguijoneaba. ¿A quién engañas, fingiendo ser un hombre de honor? Tú sabes lo que has hecho.

Golpeó la pequeña voz y miró hacia los monitores de vigilancia. El Padre Andrew había llegado al vestíbulo de entrada, y puso su maletín en la mesa donde Phineas lo había comprobado al entrar. Como una medida de seguridad, todos los artículos introducidos en Romatech tenían que ser revisados.

El sacerdote había dejado su abrigo en la mesa, pero en vez de ponérselo y salir por la puerta de entrada, cruzó el vestíbulo al pasillo de la izquierda. Connor frunció el ceño, preguntándose lo que estaba haciendo el viejo sacerdote. El pasillo estaba vacío, excepto por...

―Mierda, ―susurró Connor cuando el sacerdote caminó en línea recta hacia la oficina de seguridad MacKay.

No podía fingir que no estaba allí. Con un gruñido, se apartó un largo mechón de cabello que se había escapado del lazo de cuero en la nuca mientras había estado corriendo por los jardines.

Abrió la puerta y salió al pasillo.

―¿Puedo… puedo ayudarlo, Padre?

El sacerdote sonrió. ―Connor, que gusto volver a verte. ―Negó con las manos, luego se asomó en el interior de la oficina. ―Fascinante. Nunca he visto esta sala antes. ¿Puedo?

Connor hizo un gesto para que entrara, a continuación, lo siguió al interior.

El Padre Andrew giró, explorando la oficina. Sus cejas se enarcaron a la vista de todas las armas encerradas en la parte posterior. Se volvió hacia la pared de los monitores de vigilancia.

―Quería hacerle saber hace mucho tiempo cómo apreciamos que nos mantenga a todos a salvo durante la misa.

Connor inclinó la cabeza. Esto no era un cumplido ocioso. Los Malcontents habían intentado bombardear la capilla antes. Con Roman asistiendo, junto con Angus MacKay y otros miembros prominentes del mundo vampírico que se alimentaban con botellas de sangre, estaban prácticamente rogando por un ataque.

El sacerdote hizo un gesto a la pantalla que mostraba la capilla. ―¿Así que todavía eres capaz de ver el servicio?

―Sí. ―Connor no admitió que había mantenido el volumen en silencio. ―No estuve aquí todo el tiempo. Hice cuatro controles del perímetro.

―Eres muy atento, ―dijo el padre Andrew, con el inicio de una sonrisa. La franja de plata de cabello que rodeaba su calva en la corona de la cabeza indicaba una edad avanzada, sin embargo, sus ojos de color azul claro y la piel suave le prestaba una extraña juventud y una apariencia inocente. ―Roman y su familia tienen suerte de contar con usted.

Connor cambió su peso. ―Román es muy importante.

La sonrisa del sacerdote, se abrió. ―Todos ustedes son importantes a los ojos del Señor. Me preguntaba por qué se brinda voluntariamente a cuidarnos cada semana. ¿Seguramente se podría turnar con otros hombres? No le he visto en Misa desde hace meses.

Connor hizo una mueca en su interior. Debería haber sabido que esto iba a suceder.

―Estoy preocupado por ti, ―continuó el sacerdote. ―Tal vez sea mi imaginación, pero parece que ha estado más aislado e... infeliz en los últimos años. Roman está de acuerdo…

―¿Usted habla sobre mí con Roman? ―Espetó Connor.

Los ojos del sacerdote se abrieron, pero se mantuvo en silencio hasta que Connor

sintió una punzada de culpa por levantar la voz.

―Roman me dice que se está acercando a sus quinientos años, ―dijo el padre Andrew en un tono tranquilo. ―He escuchado que puede causar sentimientos de depresión o…

―Depresión, una mierda.

―… O de ira, ―finalizó el sacerdote su frase con una mirada aguda. — En su caso, me temo que se está cerrando a sí mismo a sus amigos, lo que redundará en sentirse aún más solo. ¿Qué piensa sobre eso, Connor? ¿Se siente aislado?

No estaba lo suficientemente aislado desde que se vio obligado a soportar esta conversación. Empujó la hebra molesta de cabello detrás de la oreja. ―Nada es igual que antes. Los hombres se están casando.

―He oído que usted desaprueba sus relaciones.

Connor le lanzó una mirada irritada. ―No es que quiera que estén solos y miserables. Simplemente no ven el riesgo que están tomando. No hay nada más importante para los vampiros que mantener nuestra existencia en secreto. Esa ha sido nuestra principal prioridad durante siglos, y están haciendo alarde de lo absurdo.

―Están enamorados.

Connor soltó un bufido.

―¿No crees en el amor?

Connor hizo una mueca como si hubiera sido pinchado con una lanza. Ah, creía que el amor estaba bien.

El amor era una perra.

El Padre Andrew le estaba observando. ―No hay necesidad de sentirse solo, Connor. Usted puede venir a la misa con sus amigos y tomar la Sagrada Comunión.

El astuto sacerdote iba a la yugular. Connor estaba evitando a propósito la Comunión. Había sido educado que para poder tomar la comunión tendría que confesarse primero.

El Padre Andrew se deslizó sus gafas de lectura y sacó una biblia del bolsillo de su abrigo. ―Me gustaría concertar una cita con usted.

―Estoy ocupado.

El sacerdote ignoró la observación mientras hojeaba las páginas. ―Román le dará tiempo libre.

―No, gracias.

―¿Qué tal el próximo jueves por la noche, a las nueve? Me puedo encontrar con usted aquí.

―No.

Con la mano apoyada en una antigua página abierta de su libro sagrado, el Padre Andrew miró por encima del borde de sus gafas de lectura. ―He sido sacerdote durante más de cincuenta años. Me doy cuenta cuando un hombre está en necesidad de confesión.

Connor dio un paso atrás, la mandíbula apretada. ―Yo no confieso nada.

El Padre Andrew se quitó las gafas y fijó sus ojos azules en Connor con una mirada dura. ―Usted no me va a asustar. Voy a luchar por usted.

Un escalofrío se apoderó de la piel de Connor. La lucha había sido perdida hace siglos.

El sacerdote cerró la biblia con un chasquido y se la metió en el bolsillo del abrigo.

―¿Supongo que luchó en la Gran Guerra Vampiro de 1710? ¿Y hasta que Roman inventó la sangre sintética en 1987, sobrevivió alimentándose de seres humanos?

Connor dobló los brazos sobre el pecho. Así que en lugar de una confesión, el sacerdote intentó un interrogatorio.

―He aprendido mucho acerca de su mundo en los últimos cinco años. ―El Padre Andrew deslizó las gafas en su bolsillo en el pecho. ―Tengo serias dudas de que haya algo que me dijera que no he escuchado antes.

Él estaba equivocado sobre eso. Connor hizo un gesto hacia la puerta para indicar que la reunión había terminado. Un toque de diversión brilló en los ojos del sacerdote.

―Usted es un hombre de pocas palabras. Me gusta eso.

Él dio una última ojeada por la habitación, y su mirada cayó sobre la pantalla que mostraba la DVN.

―Esa mujer me resulta familiar. ¿No fue ella la que trató de causar estragos en la fiesta de compromiso de Jack?

Connor miró el monitor, que mostraba un primer plano de una mujer cuyos

brillantes labios rojos se torcían en una sonrisa de suficiencia.

―Esa es Corky Courrant. Conduce el espectáculo de los muertos vivientes.

―¿Así que este es el canal de vampiros? ―El sacerdote dio un paso más cerca. ―Nunca lo había visto antes.

Connor suspiró. El anciano parecía fascinado con cualquier cosa del mundo de los vampiros. A lo largo de la parte inferior de la pantalla, un mensaje anunciaba que Corky estaba a punto de entrevistar a su cliente misterioso. Corky temblaba de emoción mientras la cámara se movía a su espalda y la toma se ampliaba.

La mandíbula de Connor cayó. ―¡Sangre infernal! ―Él saltó hacia la pantalla y pulsó los botones para grabar y subir el volumen.

―Alcancé el pináculo de mi carrera periodística, ―dijo Corky, señalando a su invitado. ―Es un honor tenerte en mi programa, Casimir.

El Padre Andrew se quedó sin aliento. ―¿Este es Casimir ?

Connor se acercó al escritorio y pulsó el botón de la alarma que emitió un sonido demasiado agudo para el oído humano. Los vampiros y cambia formas en la sala comunitaria lo escucharían y correrían a la oficina en cuestión de segundos.

Connor miró el puñal en el calcetín hasta la rodilla mientras que sus manos llegaban a su cabeza para asegurarse de que su claymore estaba en su lugar.

―Dígales que fui a DVN, ―dijo al sacerdote, y luego se teletransportó.

* * *

Había un gran cartel publicado justo dentro de la sede de la Red Digital de vampiros en Brooklyn. ¡Audiciones esta noche para todos los vampiros! Protagónico papel romántico Masculino.

Connor frunció el ceño mientras se abría camino en la atestada sala de espera. Aparentemente, más de un centenar de jóvenes vampiros querían ser la estrella en la mayoría de las populares telenovelas de DNV. Habían venido vestidos para el papel, la mayoría de esmoquin negro. Otros habían optado por disfraces: un gladiador, un matador, un Drácula con una larga capa de seda. Connor arrugó la nariz ante el aroma, una mixtura de colonia y gel para el cabello.

―¡Hey! ―Un joven vampiro en un abrigo negro y oscuras gafas de sol le dio un codazo. ―Hay que ponerse en fila primero y llenar los formularios. ―Señaló con una uña pintada de negro la fila que serpenteaba alrededor de la habitación.

Connor saltó y sacó su claymore. Con un coro de exclamaciones y gritos, los muchachos se separaron como el Mar Rojo.

―Oh, dispara, trajo sus propios accesorios, ―murmuró una joven vampiresa en un traje de vaquero. ―Y esa falda se ve impresionante. Ojalá lo hubiera pensado antes.

―Maldita sea. ―Un imitador del Sr. Darcy tiró su corbata de encaje. ―Sabía que tenía que haber venido con un look de malo.

Connor se dirigió hacia el escritorio de la recepcionista.

La boca de la chica se quedó boquiabierta ante la visión de su espada en el aire.

―Yo…Yo… —Ella parecía incapaz de comunicarse de manera coherente, por lo que bordeó la mesa y se dirigió hacia las puertas dobles detrás de ella.

―¡Espere! ―Exclamó la recepcionista. ―No puede ir…

Sus palabras fueron cortadas cuando las puertas se cerraron. Corrió por el pasillo, con la esperanza de encontrar el estudio de grabación antes de que Casimir pudiera escapar. Si consiguiera matar esta noche al maldito bastardo, los Malcontents se dispersarían en desorden. Incontables vidas humanas podrían salvarse.

Vio una luz roja intermitente fuera de un estudio. Resistió la tentación de apresurarse con un grito de guerra. En su lugar, en silencio, abrió la puerta y entró. Estaba oscuro en la entrada, pero a través de la sala, dos tenues luces iluminaban el escenario. Connor caminó en silencio alrededor de las cámaras, que parecían estar encendidas, a pesar de que no había nadie manejándolas.

―Sabes que te quiero, ―susurró una voz masculina detrás de un monitor. ―Tú me haces ver tan bien.

Connor gimió para sus adentros. La voz no pertenecía a Casimir, sino a Stone Cauffyn. Al parecer, ahora que el Nightly News había terminado, la locutora estaba retozando con un amante, tal vez un maquillista que la hizo quedar bien.

Connor dio la vuelta a la pantalla y descubrió a Stone en un apasionado abrazo con... su cepillo.

―¡Aagh! ―Saltó Stone y su cepillo se cayó al piso con un estruendo. ―Yo digo, tenga miedo del demonio en mí.

Connor no sabía que era más extraño: un hombre que utilizaba la palabra miedo o un hombre enamorado de su propio cepillo para el cabello.

―¿Dónde está Corky Courrant?

―Mira lo que me hizo hacerle. ―Stone agarró su cepillo del suelo y lo inspeccionó por daños. ―Casi se rompió, y podría haberlo arruinado.

―¿Dónde diablos está Corky Courrant?

―No hay necesidad de usar tal lenguaje soez. Y le recomiendo firmemente que guarde esa monstruosidad medieval. ―Stone se volvió hacia el monitor donde podía ver su propia imagen y deslizó el cepillo a través de su grueso cabello. ―Yo digo, extraño mucho los buenos viejos tiempos. La Inglaterra de la Regencia, ¿no la conoció? Cuando la gente se comportaba con la etiqueta adecuada y…

―¡Sangriento hijo de puta, dime dónde está Corky!

Stone resopló. ―La señorita Courrant no está aquí. Gracias a Dios. Quería manchar este escenario con un personaje desagradable.

Las luces del estudio se encendieron.

―¿Qué está pasando aquí? ―Había un hombre calvo en la puerta del estudio, con la mano en el interruptor de la luz. Miró a Connor sospechosamente. ―He llamado a seguridad.

―Yo soy la seguridad, ―dijo Connor. ―¿Dónde está Corky Courrant?

El hombre calvo suspiró. ―Se trata de esa entrevista estúpida con Casimir, ¿no? Le dije que podría causar problemas.

―Personaje desagradable. ―Stone Cauffyn se estremeció.

Connor le dio a los hombres una mirada incrédula. ―Es un poco más que desagradable. Es un terrorista sangriento.

―¿Crees que no lo sé? ―Preguntó el hombre calvo. ―Su amigo Janow tuvo como rehén algunas personas en este estudio. Afortunadamente algún MacKay S & I y sus chicos se mostraron por aquí… ¿Oye, es tu lugar de trabajo?

―Sí. ―Connor se dirigió hacia él. ―¿Dónde está Corky?

―Ella tuvo un berrinche cuando le dije que no podía entrevistar a Casimir aquí. Le dije que se tomara unas semanas de descanso para refrescarse un poco. Lo siguiente que supe fue que envió un DVD con su entrevista…

―¿Desde dónde? ―Interrumpió Connor.

Antes de que el hombre calvo pudiera responder, entraron en el estudio Angus MacKay y otros tres vampiros que habían asistido a misa en Romatech. Los cuatro tenían sus espadas desenvainadas.

―¿Dónde está Casimir ? ―Exigió Angus.

―No lo sé. ―El calvo miró hacia Phineas, Ian, y Jack. ―Los recuerdo a ustedes del

incidente con Janow. Usted es de Seguridad MacKay e Investigación.

―Soy Angus MacKay. ¿Y usted es?

―Sylvester Baco, gerente de la estación.

―Hable. ― Angus dio un paso más cerca. ―¿Están ayudando o incitando a un terrorista conocido?

―¡No! ―Dijo Sylvester con una mano sobre su cabeza calva, que brillaba bajo las luces resplandecientes. ―Le dije a Corky que no quería ser parte de eso. La envié de vacaciones, pero entonces me envió el DVD…

―¿Desde dónde? ―Preguntó Connor de nuevo.

Sylvester se encogió de hombros. ―Ella no lo dijo. El paquete tiene sello postal de California, de hace unos días. Hollywood, creo.

―Yo digo, que es una coincidencia fortuita. ―Stone le dio unas palmaditas a su cabello mientras se examinaba en el monitor. ―¿No hubo una información de alguien que vio a ese personaje indeseable en Los Angeles?

―Hace varias noches, ― murmuró Connor. ―Ahí es cuando la entrevista debió haber sido grabada. Casimir podría estar en cualquier parte.

―El diablo lo tome. ―Angus envainó la espada.

―Merda, ―se quejó Jack. ―Estaba esperando matarlo esta noche.

―Sí, ―estuvo de acuerdo Phineas. ―Y la parte realmente de mierda es que el hijo de puta está de nuevo en Estados Unidos.

Se estremeció Stone. ―Ese lenguaje soez. Gracias a Dios esto no se está transmitiendo a mis oyentes.

―Piérdete, ― le dijo Connor.

―Hum. ―Stone levantó la barbilla y se dirigió hacia la puerta. ―Está celoso porque su cabello es rebelde y bárbaro.

―¿Quieres decir que tu cabello es real? ― Preguntó Phineas cuando Stone pasó de largo. ―Pensé que era una alfombra.

Stone jadeó y salió corriendo del estudio, agarrando su cepillo para el cabello contra el pecho. Phineas sonrió y chocó los cinco con Ian.

―¿Sylvester, tiene todavía el sobre enviado por Corky? ―Preguntó Connor. ― Necesitamos eso, y el DVD que hizo.

―Claro. ―El gerente de la estación se apresuró a salir.

Angus sacó su teléfono móvil de su bolsa.

―Llamaré a J.L. una vez que tengamos un lugar en California para que los compruebe.

Connor asintió con la cabeza mientras envainaba la espada. J. L. Wang era un vampiro bastante nuevo, pero como ex agente especial del FBI, sabía cómo hacer el trabajo.

―Debemos ver todos los lugares en Estados Unidos a los que Casimir se transportó en el pasado. ―Esos lugares estaban incrustados en su memoria psíquica, por lo que era más probable que el riesgo de usar un destino desconocido.

―Sí,― estuvo de acuerdo Angus. ―Jack, ve con Lara al compuesto en Maine. Si Casimir está ahí, llama por refuerzos.

―Lo haré. ―Jack se teletransportó.

―Ian, irás a Nueva Orleans para advertir al aquelarre allí. ― Angus continuó. ―Entonces ve a la casa de Jean-Luc en Texas, para ponerle en conocimiento. ¿Está la escuela bien vigilada?

―Sí, Phil está allí con sus hombres lobo. ―Ian se teletransportó.

―Phineas, quiero que tú y Robby echéis un vistazo a St. Louis, Leavenworth y las granjas en Nebraska, ―ordenó Angus. ―Tan pronto como llegue el DVD de Corky, volveré a Romatech, por lo que me llamareis allí para informar.

―Lo tengo. ―Phineas también se teletransportó.

―Eso nos deja el campamento cerca del monte Rushmore, ―dijo Connor en voz baja. El lugar maldito, donde Casimir y sus secuaces habían matado a gente inocente dos veces anteriormente. El mismo lugar donde Robby MacKay había sido secuestrado y torturado. Si Connor tenía que hacer una apuesta, sería que esta era la ubicación preferida de Casimir en Estados Unidos.

Angus suspiró. ―No quería volver a enviar a Robby allí.

―Entiendo. ―Connor sabía lo que era ser cargado de malos recuerdos. ―Voy de inmediato.

Angus se acercó para detenerlo. ―No debes ir solo. Ve a Romatech y toma a uno de los cambia formas contigo. Carlos o Howard.

―Estaré bien.

―Eso no fue una sugerencia, Connor. Es una o…

Ya se había teletransportado lejos antes de Angus pudiera terminar.

- 2 - Un fuerte viento silbaba a través del bosque, haciendo crujir los árboles y dando la bienvenida a Connor con un olor inconfundible —el olor de la muerte. Connor juró en silencio mientras serpenteaba entre los árboles. ¿Cuántos mortales tenían que morir en este campamento antes de que el lugar fuera permanentemente cerrado? Sean Whelan, de la CIA había cubierto la última masacre diciendo a los medios de comunicación que un virus de la gripe era el culpable. Sin duda, los propietarios habían limpiado el lugar e invitado más campistas felices. Más víctimas para que Casimir y sus esbirros aterrorizaran y mataran. Connor se paró bajo la sombra de un árbol grande, mientras escaneaba los alrededores. Casimir podría haberse ido lejos, o podría estar escondido en las cuevas cercanas. Una tormenta se estaba gestando, creando presión y humedad en el aire. Gruesas nubes grises se extendían sobre tres cuartos de la luna llena y ocultaba las estrellas. El ruido de golpes se hizo eco a través del campamento, una puerta sin seguro o una persiana azotada por el viento. Una repentina ráfaga volcó su falda escocesa en su parte posterior, hizo una mueca de dolor en el aire frío sobre su culo desnudo. Retorció la cintura para impulsar su falda hacia abajo, y el viento arrancó otro mechón de cabello libre del lazo de cuero en su nuca. Lo enganchó detrás de su oreja y continuó su silenciosa vigilancia. A lo lejos en la distancia, pudo detectar las cabezas de los presidentes, talladas en el monte Rushmore, el granito blanco y brillante entre los oscuros árboles. No hay duda de que Casimir disfrutaba de la ironía de esclavizar mentalmente y asesinar a los estadounidenses tan cerca de un monumento de su fuerza y libertad. En el claro, las cabañas de madera estaban a oscuras. Connor no oía ningún sonido procedente de ellas, ningún quejido de los mortales muriendo, ningún latido de corazón. Echaría un vistazo más tarde, pero por ahora, asumía que estaban vacías.

El ruido de golpes y el olor parecía emanar de la casa principal, un edificio rústico de piedra y troncos barnizados. Corrió hacia la casa de campo, se colocó al lado de una ventana, y luego miró en su interior. Un sofá de cuero grande, varias sillas mecedoras de madera, una mesa con un juego de damas a medio jugar. Brillantes carbones en una gran chimenea de piedra. Un lugar hogareño de aspecto agradable si no contabas los cuerpos sin vida sobre la alfombra tejida. La ira y el disgusto royeron sus tripas. No había nada que pudiera hacer. Casimir y sus secuaces probablemente se habían ido. Los Malditos Bastardos ya habían hecho lo peor. Tranquilo, no quería ser tomado sin prepararse, por lo que desenvainó la espada antes de teletransportarse en el interior. Comprobó todo el edificio. Vacío. Cerró la puerta que golpeaba, luego se volvió a pagar su respeto a los cuerpos colocados en una ordenada fila en la alfombra tejida. Siete cuerpos. Degollados para ocultar las marcas de la mordedura, pero ni una gota de sangre para manchar la alfombra. Habían sido drenados hasta secarlos. El rigor mortis no se había establecido ya, por lo que habían muerto esta noche, probablemente poco después del atardecer. Su ira fue creciendo, amenazando con estallar. Sus nudillos blancos apretando la empuñadura de su espada. Los Malcontents habrían utilizado el control mental de los vampiros sobre los campistas para obligarlos a someterse. Dos familias, asumió, ya que había dos parejas de padres. Dos encantadoras madres. Tres hermosos niños inocentes y jóvenes. Los padres controlados observaron impotentes, mientras que los Malcontents asesinaron a sus esposas e hijos. La rabia lo inundó, por lo que su corazón se aceleró. La emoción intensa hizo resplandecer el azul de su iris, tiñendo su visión con un azul helado. Sus puños cerrados con la necesidad de matar. Por favor, deja que aún estén en las cuevas. Se teletransportó fuera, su espada levantada y lista para la batalla. Los mataría. A todos y cada uno de ellos. Tomó por asalto el camino de tierra que conducía a las cuevas cercanas. El viento soplaba más fuerte, tirando los árboles y ensuciando el camino con ramas y pequeñas piñas.

Mechones de pelo suelto batieron en su rostro. Empujó las hebras hacia atrás y miró a la luna. Era de un azul misterioso, envuelta casi por completo con las densas nubes. Bien. La oscuridad podía ocultar su ataque. Nunca sabrían que había venido hasta que su espada afilada cayera a través de sus corazones negros. Acaba con ellos. Mátalos a todos. Se detuvo con un golpe repentino de claridad. Déjà vu. La misma rabia fría. La misma noche negra. La misma visión helada de color azul. Los mismos árboles sacudidos por la tormenta y el olor a pino. Mátalos a todos. Sus extra sensibles ojos brillantes picaron con la mordida del viento. Qué tonto era. ¿Acaso no tenía más control sobre su rabia de la que había tenido desde hacía siglos? ¿Qué pasaba si Casimir tenía cincuenta siervos con él? ¿Un centenar? ¿Estaba tan condenadamente sediento de sangre que iba a caer en una trampa? Se metió en el bosque, se recostó contra el tronco de un árbol, cerró los ojos y respiró hondo. Controlándose a sí mismo. Su ritmo cardíaco más lento. La rabia atenuada. Abrió los ojos y su vista volvió a la normalidad. Sacó el teléfono móvil de su bolsa. No había señal. Joder. Él no quería abandonar la zona sin vigilancia mientras se teletransportaba a Romatech. Se dirigió de nuevo hacia el albergue. Aún no había señal. No podía arriesgarse a enviar un mensaje telepático a Angus, ya que cualquier Malcontents cercano sería capaz de escucharlo. Su mirada se posó en las cabezas de granito relucientes en la distancia. El Monte Rushmore. Probablemente podría obtener una señal allí. Y tendría una visión panorámica de toda la zona. Si alguien se aventuraba a salir de las cuevas, podría detectarlos. El mundo se volvió negro por un segundo, entonces estaba allí, sus pies en contacto con la roca sólida. Antes de que pudiera orientarse, un viento fuerte le golpeó en la espalda y lo empujó hacia adelante. Maldita sea. Había aterrizado demasiado cerca del borde de la frente de Washington. Se deslizó hasta detenerse y algunas rocas sueltas se deslizaron por el precipicio. Con los pies más firmemente plantados, miró por la montaña. Ruidos silbaban como balas repitiéndose en el viento cuando las rocas rebotaban en su camino hacia abajo. Había estado cerca de caer en picado, pero probablemente no habría muerto. Simplemente se habría teletransportado a un lugar seguro antes de golpear el suelo.

En la colina frente a él, filas de bancos de aluminio subían la pendiente como una escalera gigante, formando un teatro al aire libre. La colina estaba rematada con un centro para visitantes y estacionamientos. Todo vacío. Una buena cosa ya que no quería una audiencia atestiguando como se teletransportaba. O viendo su culo frío cada vez que el viento tiraba su falda hacia arriba. Con un gruñido de fastidio, empujó a su falda hacia abajo de nuevo, luego, se centró en las colinas cercanas. Su visión superior se concentró en el campamento. Ningún movimiento allí. Vio el afloramiento rocoso cercano que albergaba las cuevas. Tranquilo por ahora. Marcó el número de Angus, y se fue a través de la llamada. —El diablo se lo lleve,— gruñó Angus. —Te dije que no fueras solo. ¿Deseas una muerte sangrienta? —Tengo un informe si te interesa saberlo. —Me preocupo por seguir órdenes,— gritó Angus. —Tal vez no valoras tu propia piel, lo siento pero… —Siete muertos en el edificio principal,— interrumpió Connor. Eso debería poner fin a la charla molesta. Le concedió un momento de silencio. —¿Siete? — Preguntó Angus en voz baja. —Sí. Modus Operandi habitual de Casimir. Las víctimas fueron drenadas, la garganta cortada.— Su mandíbula se apretó. —Tres niños. Angus maldijo en gaélico. —Ese maldito bastardo. ¿Cualquier signo de él? ¡Es más, olvídate de eso! No hagas una maldita cosa hasta que lleguemos allí. Una fuerte ráfaga de viento azotó a Connor, y levantó su voz. —Este atentado tuvo lugar esta tarde. Casimir podría haberse ido. —O podría estar escondido en las sangrientas cuevas,— dijo Angus. —Reuniré algunos hombres. Mantente fuera de la vista hasta que lleguemos allí. ¿Me has oído? No investigues por ti mismo. Es una orden.

La mirada de Connor parpadeó al sur, distraído por la luz de un relámpago. —Mierda.— Allí estaba, de pie en la parte superior de una montaña con una espada en la mano durante una tormenta eléctrica. —¿Qué?— Exigió Angus. —¿Has visto algo? Una visión de sí mismo frito como una patata. Connor arrojó su espada al bosque detrás de las cabezas esculpidas. El cielo parpadeó de nuevo, y se dio la vuelta para coger el final de otro relámpago. Extraño. El rayo había golpeado en el mismo lugar dos veces. —Connor,— dijo Angus. —¿Qué está pasando? —Algo... está mal.— Entrecerró los ojos. —Unas pocas millas al sur del campamento.— Otro relámpago iluminó el cielo oscuro. Se le cortó la respiración. No venía del cielo. —Te llamo después. —Connor, no… Colgó el teléfono y lo dejó caer en su bolsa. Pensó en ir a buscar su espada, pero decidió dejarla atrás. En cambio, sacó una estaca de madera de su bolsa. No tenía sentido provocar que le cayera un rayo. A pesar de que no estaba muy seguro de que fuera un rayo. Una gota de lluvia cayó sobre la parte superior de su cabeza, levantó la vista. Otra gota de lluvia salpicó su nariz, a continuación otra en la mejilla. Se limpió la cara, luego se concentró en la zona en la que había visto el haz de luz. Todo se volvió negro. Miró la oscura sombra de los árboles, sentía bajo sus pies las suaves agujas de pino. Sintió una leve lluvia sobre su cabeza, aún no era muy fuerte ya que no se filtraba a través de la gruesa cubierta de las copas de los árboles. Se movió en silencio por el bosque, siguiendo el olor de la madera quemada y el humo. Cuando oyó la voz de un hombre, permaneció oculto detrás de un gran tronco de árbol. —Lo dejaste vivo, —dijo el hombre —Tendré que ir a terminar el trabajo. Connor se puso rígido. O se había tropezado con Malcontents, o con mortales con algún muerto a sus espaldas.

—Recibimos nuestras órdenes, —continuó el hombre. —Los seres humanos se supone que deben morir. Eran Malcontents. Un mortal, nunca se refería a su propia especie, como seres humanos. Connor calmó la rabia que hervía en su interior. Tenía que mantener la calma y controlarse. Agarró fuertemente la estaca de madera. Tenía cuatro más en su bolsa y el puñal en su calcetín. Pero antes de atacar lo que necesitaba era saber a cuántos hijos de puta se enfrentaba. Oyó a una mujer, pero habló tan bajo que no entendió lo que había dicho. Aun así, el timbre de su voz le puso los pelos de la nuca de punta. Esta no era una manera de reaccionar ante una sangrienta Malcontent. Habló otra vez y ahora si la escuchó. —No puedo hacer eso. ¿Se estaba revelando? El corazón de Connor le dio un vuelco. Si pudiera capturarla viva, podía darle información. —Tienes que seguir las órdenes, —le espetó el hombre. —No había ninguna razón para matarlo, —argumentó.—Sólo quería salvar a los niños. —No has cumplido las órdenes, Marielle,— le riñó el hombre. —Pagarás las consecuencias. —No,—dijo en voz baja. —Zack, por favor. Connor sintió el miedo y tuvo una enorme necesidad de protegerla. Bah, proteger a un Malcontent. Ella merecía morir. —Esta es la tercera vez que desobedeces, —dijo el hombre con voz atronadora. —La decisión está tomada, serás desterrada. —¡No!

La angustia en su voz hizo que Connor no lo pudiera soportar. Maldita sea. Él la salvaría. Cogió el puñal de su calcetín. Por lo que había intuido, sólo había dos Malcontents: El Zack, la voz masculina y la voz femenina, Marielle. Él tomaría al hombre por sorpresa, le convertiría en polvo, luego agarraría a la mujer y se teletransportaría a Romatech donde podría interrogarla a fondo. Con el puñal en una mano y la estaca en la otra fue hacia las voces. Un destello intenso de luz le sorprendió, cerró los ojos por el dolor. ¿Cómo podría salvarla cuando no podía ver? —No, —gruñó. Luchó contra el dolor e intentó mantener sus ojos abiertos. Tropezó con una rama y luego contra el tronco de un árbol, podía diferenciar el brillo de un fuego por delante y se dirigió hacia allí. Olía a carne quemada, flotaba hacia él y tuvo una sensación de malestar. ¿Y si el hijo de puta le prendió fuego? Ella volvió a gritar. Corrió hacia ella, apartando las ramas del camino. Vio una explosión de luz. Volvió la cabeza, cerró los ojos. Boom. Una ráfaga de aire chocó contra él, lanzándole a través del aire y golpeándolo contra un árbol. Su cabeza se llevó un buen golpe y paró contra el suelo. Estaba aturdido, sentía un zumbido en la cabeza. ¿Qué demonios había sido eso? ¿Algún tipo de bomba? Incluso con sus ojos cerrados, podía sentir la luz brillante. Se frotó los ojos, dispuesto a soportar el dolor. En algún lugar de su mente confusa, se dio cuenta de que había perdido sus armas. Y la lluvia se había detenido. ¿Cuánto tiempo había pasado mientras estaba allí indefenso? Abrió los ojos. Las luces parpadeantes ya no estaban, ahora el bosque estaba completamente oscuro. Sintió el olor de la madera carbonizada y de la tierra quemada. A lo lejos, vio el resplandor de las brasas moribundas. ¿Podría estar viva? Recordó la muerte de su amada. Y de su pequeña. Las había acunado en sus brazos y había llorado. Fueron las últimas lágrimas que había derramado.

Se concentró en buscar sus armas. Su daga brilló con la luz de la luna. Él la cogió y se levantó. Por favor, que ella siga con vida. Se tambaleó hacia la brasa. Era una rama, afectada por el fuego, que se estaba extinguiendo. Extraño. Había una hilera de árboles verdes. En el medio había un circulo quemado, sin vegetación. Un metro de humo se cernía por encima del suelo. El aire apestaba a tierra quemada y a carne. Los dos Malcontents parecían haber desaparecido. Entró en el claro, el espeso humo rodeaba sus tobillos. La hierba quemada crujía bajo sus zapatos. Un trueno retumbó sobre su cabeza y un fuerte viento sopló en el claro. El humo comenzó a moverse, girando alrededor de la circunferencia del círculo como un huracán, las nubes eran oscuras, alrededor del centro negro. El humo se elevaba más alto, más allá de sus rodillas, hasta la cintura. Se tapó la boca y la nariz, el humo ahora se elevaba encima de su cabeza y se disipaba en el cielo nocturno. Efectivamente, había un cuerpo cubierto de hollín en el fondo de la fosa. Era demasiado tarde. Una vez más. Una suave lluvia comenzó, como si fuera para compensar las lágrimas que no podía llorar. Las gotas de lluvia cubrieron la negra tierra y formaron pequeños arroyos que serpenteaban en el hoyo. Los recuerdos de su amada esposa volvieron a torturarlo. No era ella. Él lo sabía y sin embargo sentía una terrible sensación de pérdida. Por un Malcontent. Él parpadeó. Tal vez no. Al igual que cualquier vampiro, un Malcontent se convertiría en polvo con la muerte. Esta mujer debía ser humana. ¿O era un vampiro con vida?

Él se deslizó hacia el hoyo para verla mejor. Ella estaba acurrucada como un niño recién nacido. La lluvia golpeaba su cuerpo, limpiando el hollín y revelando la carne blanca y suave. —¿Mi señora? Ella gimió. Estaba viva. La lluvia continuó quitándole el hollín y la suciedad. Parecía sana y salva. Era hermosa. Su mirada se desvió por encima de sus blancos brazos desnudos, sobre su pecho. Sus piernas estaban dobladas contra el pecho, parecían largas, su piel era bella y brillante. Había sangre y tenía quemaduras. El aroma de la sangre era fuerte, embriagador, tanto más rica que la sangre sintética que solía beber. Su cuerpo reaccionó. Sintió un hormigueo en las encías, sus colmillos buscaban la liberación. Apretó la mandíbula. La pobre mujer había sido atacada ¿y tenía la tentación de morderla? Qué hijo de puta insensible que era. Se acercó más, dando vueltas a su alrededor para examinar la parte posterior. Se quedó sin aliento. Santo Dios Todopoderoso. Marcas de quemaduras en la parte baja de la espalda, ronchas rojas y feas. Más arriba, a través de los omóplatos, la sangre manaba de las heridas abiertas. El hijo de puta le había atacado por la espalda. —Mi señora. —Se inclinó sobre ella. —Te voy a llevar a que te curen. Roman podía ayudarla. No respondió. No podía ver su rostro. Su cabello largo era una masa enmarañada, que le tapaba la cara y los hombros. Los extremos estaban chamuscados y con sangre. Vio un rizo dorado que caía sobre su rostro. —¿Me oyes?— Susurró y le apartó el pelo del rostro. Era suave. Como el pelo de un recién nacido. Sintió una opresión en el pecho cuando vio su rostro. En cien años, nunca había visto tal belleza, tal elegancia. Había un brillo nacarado en la piel, como si estuviera brillando desde el interior.

Las gotas de lluvia salpicaron su cara, ella se estremeció. —No te preocupes, — dijo en voz baja. —Te llevaré a un lugar seguro. Ella gimió y sacudió la cabeza. La cubrió con la tela escocesa de cuadros que llevaba sobre el hombro. Sus ojos empezaron a abrirse y vio su mirada de terror. —¡No! Él se levantó. —Tranquila no te voy a hacer daño. Ella se estremeció con un temblor repentino. —No me toques. Sacudió las piernas intentando separarse de él y se apoyó en su espalda y entonces gritó de dolor. Cerró los ojos —No me toques, —susurró y luego perdió el conocimiento.

- 3 - Connor se acercó a la entrada lateral de Romatech con la mujer envuelta en su tela escocesa y acunándola contra su pecho. Teletransportarse directamente a la instalación habría provocado que sonara la alarma e incitara el pánico, por lo que había llegado al estacionamiento ubicado al costado del edificio. Quien fuera que estaba en la oficina de seguridad ya debería haberlo visto en los monitores, así que esperaba que lo dejaran entrar, ya que al tener sus brazos ocupados, no podía sacar su tarjeta de identificación. Se detuvo ante la puerta de vidrio y vio que la esposa de Angus, Emma MacKay, subía por el pasillo a velocidad vampírica. Ella abrió la puerta y su mirada se desvió a la mujer en sus brazos. —¿Has encontrado una sobreviviente? —Sí.— Connor entró en la sala. —La llevo a la clínica. ¿Puedes avisarle a Roman? —Por supuesto.— Emma tocó el hombro de la mujer inconsciente. —Pobrecita. Huele a sangre y carne quemada. Debe haber sido torturada como Robby. ¿La encontraste en las cuevas? —No. Fue atacada a pocos kilómetros al sur de allí. Emma lo miró confundida. —¿Has visto a Angus? Él se teletransportó a la zona del campamento hace unos cinco minutos. —Debí haberme encontrado con él.— Connor se apresuró a seguir por el pasillo. —Dile a Roman que estaré en la clínica. Detrás de él, Emma dejó escapar un suspiro de exasperación. —No seguiste las órdenes de Angus, ¿no es cierto? Él siguió caminando. No tenía tiempo de explicarle sus decisiones cuando la mujer estaba sangrando en sus brazos. No es que se molestara en dar explicaciones. —¿Entonces Angus tenía razón?— Preguntó Emma detrás suyo. —¿Tienes deseos de morir? —No.— Él llegó al vestíbulo y giró a la izquierda. ¿Por qué iba a querer morir cuando iría directo al infierno?

Cruzó por unas puertas dobles y entró a un pasillo que tenía cristal a un lado. A través del cristal, podían verse el jardín y la cancha de baloncesto, iluminados por las brillantes luces exteriores, los niños, Constantine y Sofía, estaban haciendo rebotar pelotas de baloncesto, mientras su madre, Shanna, estaba sentada en un banco cercano charlando con su hermana. Roman salió al pasillo desde su oficina. Sus ojos se abrieron como platos al ver a la mujer herida. —Apenas tiene latido de corazón. ¿Qué pasó? —Fue atacada. Tiene unas feas heridas en la espalda. Roman miró por la ventana a su esposa e hijos. —Vamos a llamar a Laszlo para que nos ayude.— Golpeó en la oficina de al lado y llamó al químico para que saliera. —¿Sí, señor?—Laszlo se asomó y se quedó boquiabierto. —¡Dios mío!— Corrió junto a ellos mientras se dirigían a través de un sala de espera en la clínica que estaba a oscuras. El fuerte olor a productos de limpieza y antisépticos agredieron las fosas nasales de Connor. Recostó suavemente a la mujer de costado sobre una camilla cubierta por una sábana, luego se aseguró de que su tela escocesa cubriera las áreas privadas, dejando al descubierto las heridas en su espalda. —Entonces, ¿cuál es la historia?— Preguntó Roman al tiempo que tocaba el botón de la luz para encenderla. Connor hizo una mueca al ver las heridas de la mujer tan claramente iluminadas. —La encontré cuando estaba siendo atacada a unos pocos kilómetros al sur de la zona del campamento en el monte Rushmore. —¿Fuiste testigo del ataque?— Preguntó Roman mientras Laszlo y él se lavaban las manos en un fregadero de acero inoxidable de gran tamaño. —Lo escuché. Había un hombre enfadado llamado Zack, un Malcontent, creo, y le recriminaba a gritos por no matar a todos los humanos. Ella... —¿Es una Malcontent, también?— Lo interrumpió Roman mientras se secaba sus manos.

—Tal vez. Era evidente que estaba rebelándose y por eso el hombre la atacó. —¿Tiene colmillos?— Preguntó Laszlo y se colocó los guantes desechables. Connor sintió un momentáneo estremecimiento de vergüenza. Era algo muy simple, pero se había olvidado de revisar sus dientes. A pesar de que ciertamente había mirado el resto de ella. A fondo. Pero sólo para determinar sus lesiones. Un hombre tendría que estar muerto para no darse cuenta de esa hermosa forma de mujer con rostro adorable y esa piel húmeda tan suave y resplandeciente. Y él no estaba muerto. Por lo menos, parte del tiempo. Se inclinó sobre ella y le susurró, —No te inquietes muchacha. No te haré daño.—Apoyó un dedo contra el labio superior de la mujer y lo empujó suavemente hacia arriba. Sus dientes eran blancos y delicados. No tenía colmillos. Debía ser humana. Pero ¿qué pasaba con Zack? Él había llamado a la gente " humanos" y había dicho algo sobre que el maestro había ordenado sus muertes. Definitivamente sonaba como un Malcontent. ¿Había tratado de usar el control mental vampiro sobre esta mujer para obligarla a matar? Pero, ¿qué vampiro podía causar destellos de luz y una explosión en el aire como la que había lanzado a Connor unos doce metros por el aire? ¿Qué es lo que había quemado los árboles y la tierra? ¿Cómo había sobrevivido Marielle al ataque? Se incorporó lentamente. Roman le miraba con curiosidad, mientras que Laszlo preparaba una bandeja con los instrumentos quirúrgicos. —¿Y bien?— Roman tiró de sus guantes para ajustarlos. —¿Es una vampiro? —No.— Connor tomó una respiración profunda. —No sé qué hacer con ella. —¡Qué dramático!— Laszlo lo miró divertido mientras dejaba una pila de toallas en una mesa cerca de la camilla. —Ella definitivamente es una mujer. No tiene el aroma de una cambia formas, así que creo que podemos asumir con seguridad que es humana. —¿No pensáis que su sangre huele un poco rara?—Preguntó Connor. —Es muy sustanciosa. Laszlo ladeó la cabeza y olfateó. —Es cierto. No puedo detectar su tipo de sangre y por lo general puedo hacerlo.

—Basta de palabras.— Roman fue hasta la camilla. —Vamos a examinarla antes de que se desangre.— Le quitó la tela escocesa ensangrentada y la tiró sobre el suelo. —¡No!— Connor la acostó rápidamente sobre el estómago y le lanzó a Roman una mirada irritada. —Ya he revisado sus heridas.— Con velocidad de vampiro cogió una toalla de la mesa de al lado, la extendió y cubrió el trasero de la mujer. —¡Es sólo su espalda lo que necesitas atender! Ella gimió unas palabras entre dientes.—Todo estará bien, muchacha,— respondió él mientras metía cuidadosamente la toalla alrededor de sus caderas. ¿El sonido de su voz afectaba a los otros hombres tanto como a él? Tal vez no, ya que Laszlo tenía la misma expresión cortés de siempre. —¿Ella acaba de decir ―No me toques‖?— Preguntó Laszlo. —Sí. Fue lo primero que dijo cuándo la encontré. Puede que tenga miedo de que su desnudez provoque que los hombres abusen de ella.— Connor notó que el pelo había caído sobre su cara cuando la había acostado sobre su estómago. Le apartó el pelo hacia atrás para asegurarse de que pudiera respirar. — No te inquietes, muchacha, no vamos a hacerte daño. —No...— Los ojos de ella parpadearon y luego se cerraron. —Ay, está inconsciente de nuevo.— Connor se enderezó y descubrió que Roman lo estaba mirando con una mirada curiosa. Sus mejillas ardieron. Y que si estaba mostrando algo de gentileza humana y normal. ¿Era eso tan extraño? Levantó la barbilla. —Entonces, ¿ayudarás a esta mujer o dejarás que se desangre hasta morir? Lo ojos de Roman brillaron divertidos. —Vamos a limpiarla, Laszlo. El químico le pasó a Roman una botella de limpiador antiséptico y algunas gasas. Cuando Roman roció sus quemaduras con un antiséptico, la mujer se quejó. —Le estás haciendo daño,— protestó Connor. —Tenemos que prevenir la infección.— Laszlo le pasó un poco de ungüento sobre las quemaduras. —Esto le ayudará con el dolor y acelerará la curación. Puede que termine con algunas cicatrices,— comentó Roman cuando empezó a limpiar las heridas en los omóplatos.

Ella se estremeció, y luego se quejó de nuevo. Connor hizo una mueca al ver los dos cortes definidos que ahora se veían claramente en la espalda. Cada uno de ellos medía alrededor de unos quince centímetros de largo. Afortunadamente, habían dejado de sangrar. Roman terminó de limpiar sus heridas y luego arrojó las tiras de gasa ensangrentada en un recipiente de metal. Sus ojos se estrecharon al examinar los cortes. —Esto es extraño. Primero pensé que los cortes habían sido causados por un instrumento afilado como un cuchillo o una espada, pero si los miras de cerca, verás que la piel está quemada. —¿Tal vez la cortaron con un láser?— Laszlo se inclinó para mirar más de cerca. —Es extraño.— Él miró a Connor.—¿Estás seguro de que esto fue un ataque violento? —Por supuesto que fue violento. Ella estaba ensangrentada y herida. Laszlo frunció el ceño mientras jugueteaba con un botón de su bata de laboratorio. —Las dos heridas son perfectamente simétricas. Apostaría a que las longitudes son milimétricamente iguales. Esta clase de precisión no se produce en una pelea normal. —Laszlo tiene un buen punto.— Roman escogió dos pinzas de la bandeja quirúrgica y examinó con cuidado una de las heridas. —¿Qué estás haciendo?— Preguntó Connor. —Deberías estar cerrando las heridas, no abriéndolas. Roman exhaló un suspiro fuerte. —Laszlo, mira esto. Laszlo apartó a Connor de un codazo para poder acercarse. —¿Qué es eso? ¿Una especie de hueso o cartílago? —Sí,— susurró Roman. —Y ha sido cortado. Laszlo se enderezó de un salto y agarró un botón de su bata de laboratorio. —Nunca he visto algo así en un humano.— Se volvió hacia Connor con los ojos muy abiertos. —¿Qué es lo que has traído aquí? Connor tragó saliva. ¿Ella no era humana? Él tocó un mechón de su cabello. Se sentía tan humana.

—¿Hay algo más que sepas de ella?— Preguntó Roman. —¿Escuchaste algo que...? —Ellos estaban discutiendo.— Connor cerró los ojos un instante, tratando de recordar todo lo que había sucedido antes de que fuera lanzado contra un árbol y sintió el golpe en su cabeza. —El hombre, Zack, le estaba gritando. Ella había desobedecido tres veces. Ella estaba siendo desterrada.— Él abrió sus ojos y miró su rostro hermoso. —Él la llamó Marielle. Los ojos de Roman se abrieron y luego su mirada recayó en las heridas. —¡Sangre de Dios! —Susurró. —Sin duda no puede ser eso. —¿Qué?— Preguntó Connor. Roman retrocedió un paso, su rostro estaba pálido. —Gabriel, Miguel, Rafael. Laszlo negaba con la cabeza, haciendo girar nerviosamente el botón de su bata de laboratorio. —No. El hecho de que su nombre parece coincidir, no quiere decir... Las puertas de la clínica se abrieron y Shanna corrió al fregadero para lavarse las manos. —¿Por qué no me llamaste? Acabo oír hablar de la mujer herida. Emma pensaba que los Malcontents probablemente la habían torturado. Connor le dirigió una mirada de preocupación a Roman. El monje medieval parecía estar consternado. Laszlo aferraba tan fuertemente el botón que sus nudillos se pusieron blancos. Si estaban pensando lo que Connor sospechaba que estaban pensando, tenían que estar equivocados. Shanna se secó las manos y cogió un par guantes sintéticos. —¿Por qué tanto silencio?— Ella se quedó sin aliento. —Ella no ha muerto, ¿verdad? —No,— dijo Connor. —Está inconsciente. Shanna se ajustó los guantes mientras se acercaba e hizo una mueca al ver las heridas. —¡Qué terrible! ¿Le diste un anestésico local? Roman negó con la cabeza. —No. —Creo que antes deberías suturar las heridas,— dijo Shanna. —No estoy seguro de que hacer,— murmuró Roman. —Creo que será mejor que llamemos al Padre Andrew. —¿Por qué?— Shana abrió los ojos. —¿Te refieres a que le dé los ritos finales? Sin

duda, podemos salvarla. —Ella puso su mano sobre la cabeza de Marielle en un gesto protector. Sus ojos se pusieron en blanco y se desplomó. —Shanna.— Roman la atrapó mientras ella se caía. —¡Oh!— Laszlo corrió hacia ellos. —¿Shanna?— Roman le dio unas palmaditas en el rostro. Su cuerpo exánime se hundió en sus brazos, y la acomodó en el suelo. —¿Shanna? Connor miraba y se sintió horrorizado porque sus entrañas se enfriaban cada vez más. Él no quería dar crédito a sus ojos, o a sus oídos, porque por mucho que lo intentaba, casi no podía oír los latidos de su corazón. Laszlo debió estar pensando lo mismo, porque cayó de rodillas y agarró la muñeca de Shanna para sentirle el pulso. —¡Shanna!—Gritó Roman y la sacudió. —Señor,— dijo Laszlo en voz baja. —Está desvaneciéndose rápidamente. —¡No! Ella estará bien. Ella... ¡Oh Dios!— Agarró el rostro de su esposa. —¡Shanna, despierta! —Roman,— gritó Laszlo, sus ojos brillaba por la emoción. —Se está muriendo. Roman lo fulminó con la mirada. —No. Ella sólo se desmayó, eso es todo. Ella... —Ella se va a morir,— gritó Laszlo. —¡Tienes que convertirla, ahora! —¡Es demasiado pronto! Los niños son muy pequeños. ¡Sofía sólo tiene dos años! —No tienes elección,— gritó Laszlo. Roman se estremeció y luego bajó la mirada hacia su esposa. ¡Oh, Dios! ¡No puedo perderla! Su mirada desesperada vagó por la habitación y sus ojos brillantes se posaron en Connor. —¿Qué has hecho? Connor se apartó de los ojos acusadores. — Yo no quise... por favor, conviértela antes de que sea demasiado tarde. —Se supone que debías proteger a mi familia,— siseó Roman. —¡Has traído aquí a un ángel de la muerte!

La sangre de Connor se congeló. Santo Dios Todopoderoso, ¿y si realmente hubiera traído la muerte a la familia que había jurado proteger? Roman señaló a la mujer en la camilla. —¡Sácala de aquí antes de que también mate a mis hijos!—Con un grito ronco, Roman inclinó la cabeza hacia atrás, extendió sus colmillos y luego los hundió en el cuello de Shanna. Connor no sabía qué era peor: si el sonido de Roman chupando frenéticamente toda la sangre de su esposa, o el sonido desgarrador de sus sollozos mientras lo hacía. Es mi culpa. Connor se dobló ante las náuseas que le revolvían sus tripas. Es mi culpa. Shanna había confiado en que la protegería y él le había traído la muerte. Así como le había hecho a su propia esposa y a su hijo recién nacido. Cayó de rodillas, había fallado de nuevo. —Connor,— susurró Laszlo. Alzó la vista para ver a Laszlo que estaba de pie junto a la camilla. —Hay que sacarla de aquí. Él lo miró, luego miró a Shanna, que se estaba muriendo en el suelo, entre los brazos de su marido, y nuevamente a Marielle. ¿Podría Roman tener razón? ¿Era realmente un ángel de la muerte? Connor se puso de pie y se lanzó hacia ella y aferró fuertemente el borde de la camilla. —¿Por qué no me mató?— Gruñó. Dios sabía que se lo merecía. —Tal vez no pudo hacerlo,— dijo Laszlo en voz baja. De hecho... ya estamos muertos. Connor bufó. Una pequeña petición y Dios no podía concedérsela. —Pensé que él me quería en el infierno. Laszlo frunció el ceño. —Llévatela lejos de aquí. Rápido. Él tiró de la sábana que cubría la camilla y la envolvió alrededor de Marielle. ¿Cómo podía verse tan dulce e inocente cuando era tan mortal? La levantó en sus brazos. Ella gimió cuando su brazo tocó las heridas de la espalda —No me toques,— susurró.

—Sí. Debería haberte escuchado, muchacha.— Miró por última vez a Shanna, y se teletransportó lejos, llevándose al ángel de la muerte consigo.

- 4 - Dolor. Inundó sus sentidos, ahogó su cuerpo, y le hizo casi imposible pensar en otra cosa que la tortura que sufría. Con cada aliento que tomaba, el dolor aumentaba y la arrastraba a lo más profundo de un agujero negro. Marielle no se había dado cuenta antes de lo sensible que era el cuerpo humano.

No es de extrañar que algunas personas rogaran porque les llamaran pronto. Siempre se había sentido culpable cuando ordenaba la concesión de dicha solicitud, temiendo que el acto la convirtiera en una asesina, pero ahora, por primera vez, se dio cuenta que Zack había tenido razón. Los Deliverer no eran ángeles de la muerte, sino de la misericordia.

¿Por eso la había castigado Zackriel? ¿Estaba siendo forzada a soportar el dolor en forma humana, para que agradeciera la misericordia de Dios y dejara de cuestionar las órdenes? Con los ojos todavía cerrados, comenzó a orar.

—Padre Celestial, por favor perdóname. Me equivoqué al dudar alguna vez de tu infinita sabiduría. He aprendido mi lección. Por favor, devuélveme tu favor, para que pueda continuar sirviéndote.

No hubo respuesta. Sus ojos se abrieron de golpe. ¿Por qué no escuchaba una respuesta? El Padre Celestial siempre respondía a sus ángeles. Y ella seguía siendo un ángel. ¿O ya no lo era? El pánico se apoderó de ella. Luchó por sentarse, a pesar de que le causaba más dolor. Una sábana blanca se enrollaba en torno a ella como una mortaja, asustándola aún más.

—¡No estoy muerta todavía!— Tiró de la sábana hasta la cintura y luchó contra el dolor, lo suficiente para despejar un poco su mente. —¡Gloria a Dios en las alturas! — Gritó mentalmente.

Silencio. Se quedó sin aliento. ¿Dónde estaba la Milicia Celestial? Deberían haber respondido con la frase habitual. —Y en la tierra paz, a los hombres de buena voluntad. —Cientos de miles de ángeles Guardianes, Mensajeros, Guerreros de Dios, Curanderos y Deliverer, todos eran parte de la Milicia Celestial y siempre estaban ahí, conectados en espíritu. Habían estado con ella desde los albores de su existencia. En un momento dado, hubo un coro de ángeles que cantaban, y otros se unieron en espera de destino. Era una liturgia constante, un sin fin de elogios que les llenaba de alegría y paz. Frenéticamente abrió su mente. Tenían que estar allí. Si sólo pudiera superar el dolor, oiría sus hermosas voces.

—¡Gloria a Dios en las alturas!— Silencio. Un sollozo de incredulidad escapó de su

boca. Desterrada. No había canto. No había palabras de consuelo. No había comunicación alguna con sus compañeros los ángeles. No había respuesta del Padre Celestial. Estaba absolutamente sola. Abandonada y atormentada por el dolor.

Tenía que volver. De alguna manera.

Quiso hacer brotar sus alas, pero dos rayos de dolor le apuñalaron la espalda. Gritó, pero el dolor le había robado la voz y solo le salió un graznido jadeante.

Se volvió para mirar por encima del hombro. ¡Querido Dios, no! No lo había soñado. Zack se había llevado sus alas. No es de extrañar que sintiera tanto dolor.

Sin alas. Se tapó la boca para ahogar un sollozo. ¿Cómo iba a volver jamás al cielo? Estaba atada a la tierra.

Con una aguda punzada de miedo, se dio cuenta que no tenía ni idea de dónde estaba. Había estado tan distraída por el dolor y tan enfocada en el reino espiritual, que no había dedicado ningún pensamiento a su entorno.

El bosque había desaparecido. Estaba en un oscuro refugio de algún tipo. Sentada en una silla acolchada.

No, más grande que una silla. Era a lo que los seres humanos se referían como un sofá. ¿Cómo había llegado aquí?

Recordó un sueño oscuro que se había entrelazado como una cinta de terciopelo con el dolor.

Había una voz, una voz profunda y masculina, con un acento musical que había encontrado calmante. Brazos fuertes que la habían acunado con ternura. Había pensado que no era más que una ilusión. Ningún ser humano podía tocarla sin morir. Pero alguien, o algo, la había traído a este lugar oscuro. Lo más probable es que no fuera alguien de la Milicia Celestial, no cuando había sido desterrada de ella.

No eran los únicos ángeles. Su piel se erizó con un pensamiento terrible. ¿Y si ahora era un ángel caído?

¿Qué pasaba si uno de los siervos de Lucifer la había recogido?

El terror la golpeó con tanta fuerza, que se olvidó del dolor. Miró frenéticamente por la habitación oscura.

Las sombras de los objetos desconocidos la rodearon. Un crujido repentino la hizo saltar y se le tensaron hasta las orejas. Había alguien cerca. Justo fuera de la habitación. Pisadas yendo y viniendo, a veces golpeando una tabla que crujía.

Pisadas fuertes, muy probablemente de un varón.

¿Quién era? ¿La estaba vigilando para que no pudiera escapar? Se subió la sábana hasta la barbilla, como si pudiera esconderse de quien se encontraba afuera.

Su mirada vagó por la habitación. Se quedó sin aliento cuando vio un par de ojos vidriosos mirando hacia ella. Sin pestañear. Inhumanos. Alzó levemente la mirada, y su corazón dio un vuelco.

¡Por los cuernos de la Bestia!

Gritó.

La puerta se abrió y un hombre irrumpió en la habitación, encendió las luces y cerró la puerta. Ella se quedó paralizada, en estado de shock por la mirada feroz en su rostro y la daga reluciente en la mano. ¿Iba a ser asesinada para el placer de la Bestia?

Se volvió hacia los vidriosos e inhumanos ojos, y un agradecido chillido escapó de su boca. No era nada más que la cabeza de un venado en la pared. Había varios trofeos de caza: una cabeza de alce sobre la chimenea y colmillos de un jabalí en la otra pared, cerca de una mecedora y una librería. Envió una breve oración en su Nombre e hizo una mueca cuando se encontró con el silencio. Aún así, sintió alivio ya que los pobres animales no constituían una amenaza para ella. A diferencia del hombre con la daga. Con la hoja todavía fuertemente sujeta bajo la barbilla, miró en su dirección.

Echó rápidamente un vistazo a la habitación, luego se concentró en ella.

—¿Estás bien? — Ella asintió con la cabeza, aunque se sentía muy lejos de estar bien. Se sentía dolorida, asustada, confundida, y extrañamente nerviosa por la presencia de este hombre. Él la miraba de forma extraña.

Cuidadoso y alerta. Curiosidad, tal vez, aunque la intensidad de su mirada insinuaba algo más fuerte, algo que no podía captar.

Tenía el aspecto de un guerrero, pero no era un Guerrero de Dios. No había nada angelical a su alrededor. Ya fueran del cielo o el infierno, los ángeles y los demonios tienden a asumir una forma humana perfecta con ricos e impecables prendas de vestir.

Este hombre tenía que ser humano. Un escocés, tal vez, ya que llevaba una falda escocesa. Su camisa estaba rota y manchada, vieja, su falda deshilachada. La suciedad y el barro cubrían los calcetines hasta la rodilla y los zapatos. Era grande, en guardia, fuerte y resistente, como si acabara de terminar la batalla. Terrenal. Su larga cabellera era una maraña, enredada por el viento, de un hermoso color rojo fuego. Sus ojos, todavía la observaban, con el iris de color gris azulado, le

recordaban el cielo justo antes de que la tormenta desatara sus vientos furiosos. Tierra, fuego y aire, los tres elementos se fundían en una creación gloriosamente feroz.

Su mirada se desplazó a la daga. ¿Se proponía hacerle daño o protegerla?

—Oh. — Bajó la daga con un movimiento fluido. —No quiero asustarte. Pensé que a lo mejor estabas en peligro.

Su voz. Era la voz que había oído mientras se desliza dentro y fuera de la inconsciencia. El musical acento le recordaba a la música que estaba acostumbrada a oír en su mente.

Le miró de cerca cuando se inclinó para deslizar la daga en una funda en la rodilla, bajo el calcetín. Al parecer, se había precipitado en la sala, listo para defenderla. Dios no había respondido a su oración, pero la había provisto de un protector. Gracias, Señor. Con un suspiro de agradecido alivio, bajó las manos y la sábana a su regazo. — ¿Puedo preguntarle su nombre?

Él la miró, luego se enderezó con una sacudida. —Santo Dios Todopoderoso.

Ella frunció el ceño. —No, no creo que usted lo sea.

—No quise decir... — Él desvió la mirada hacia un punto detrás de ella y susurró, —Oh, Cristo.

—¿Él está aquí? — La esperanza creció en su interior. Se volvió para mirar, pero el dolor arrasó su espalda. Gritó, doblándose para agarrar sus rodillas.

—Ay, muchacha. — Él se movió hacia ella. — ¡Siento tu sufrimiento! ¿Hay algo que pueda hacer?

Ella gimió, deseando que el dolor desapareciera. El sofá en el que estaba sentada se movió, y le llevó un momento darse cuenta de que había tomado un asiento a su lado en el sofá de cuero marrón.

—No. — Se enderezó, haciendo una mueca de dolor. —Debe mantenerse a distancia de mí. Yo... podría ser peligrosa. — Sus alas habían desaparecido, su conexión psíquica con las Huestes Celestiales se había ido, pero no podía estar segura de que todos sus poderes angelicales se hubieran ido. Si este hombre la tocaba, podía morir.

Su mirada cayó a su pecho desnudo, y luego la apartó. —Tenemos que hacer algo respecto a su sostén, quiero decir, sus heridas. Las de su espalda. Es probable que necesite puntos de sutura.

¿Coser las articulaciones de las alas? — ¡No! — Presionó una mano contra su

pecho. Debajo de su mano, su corazón latía con fuerza. Miró su mano, y luego desvió la mirada.

—No podemos dejar las heridas abiertas. Yo... — Hizo una mueca, cerrando los ojos con fuerza. —Muchacha, no puedo hablar contigo de esta manera.

La miró como si sintiera dolor. Deseó poder consolarlo, pero no se atrevía a tocarlo. —¿Estás enfermo?

Abrió los ojos, lanzándole una mirada feroz. —¿No lo sabes? —El áspero borde de su voz raspaba su piel. Sus ojos se oscurecieron con un tinte rojizo. Su corazón tartamudeó. Nunca había visto a los ojos humanos hacer eso. Los ojos de demonio podían hacerlo, pero podría haber jurado que este hombre era un ser humano.

—Por el amor de Dios, muchacha, cúbrete.

Estaba tan aturdida por el cambio de color de sus ojos que no se dio cuenta de que había agarrado el borde de la sábana hasta que le vio levantarla hasta su pecho.

Ella abrió la boca. —¡No me toques! —Se retorció en el sofá, dándole patadas por debajo de la barrera de seguridad de la sábana. Sus acciones desesperadas arrancaron la sábana de su agarre y le hicieron perder el equilibrio.

Ella retrocedió, jadeando cuando su espalda golpeó el brazo acolchado del sofá, mientras él caía encima de ella, sus manos extendidas aterrizaron con firmeza en sus pechos. Ella se quedó inmóvil, aterrorizada porque habría podido matarle.

Con sus rostros a pocos centímetros de distancia, sus ojos se encontraron. Las chispas rojas en sus iris se desvanecieron hasta que sólo quedó el color azul. Los segundos se convirtieron en una eternidad cuando echó el primer vistazo a su alma. Un alma humana. En la superficie: honor, coraje, fuerza.

Debajo: soledad, remordimiento. Y había más. Se estaba escondiendo de algo oscuro, algo que le causaba un gran dolor.

Parpadeó y se dio cuenta de que la había estado mirando fijamente a los ojos con la misma intensidad. Dejó escapar un suspiro, el aliento suave contra su mejilla. Todavía estaba vivo.

—¿Me estás tocando? —Susurró.

Él se tambaleó hacia atrás, lanzándose hacia el otro extremo del sofá. —Perdóname. Yo...

—Y, sin embargo, todavía estás vivo.

—Sí, debería estar postrado. — Cerró los ojos y se frotó la frente. —Que Dios me ayude, encontré un ángel.

— ¿Sabes quién soy?

—Sí. — Él se derrumbó en el respaldo del sofá. —No quería... asaltarte.

—No hiciste nada malo. — Ella se sentó, haciendo una mueca de dolor. —Simplemente caíste y quedaste atrapado.

Él soltó un bufido. —Sí, y era un muy buen objetivo.

Ella bajó la mirada a sus pechos. Con el calor de sus manos, los pezones se habían transformado en guijarros. — ¿Cuan... interesante?

Con un gemido, él se pasó las manos por la cara. —Mátame ahora.

—No has hecho nada malo.

—Entonces cúbrete tú misma antes de que mis ojos exploten.

Recordó cómo Adam y Eva se habían cubierto por vergüenza. —Lo siento mucho. — Subió la sábana hasta su barbilla. —No me di cuenta que te estaba ofendiendo. — Él hizo un ruido extraño, algo parecido a un gemido.

—No estoy acostumbrada a tener este aspecto. A veces tomamos forma humana cuando tenemos que interactuar con los mortales, pero no es más que una ilusión. Este cuerpo es diferente, sin embargo. Se siente real.

—Lo parece, — murmuró.

—El dolor ciertamente es real, — Suspiró. —Me temo que se me dio este cuerpo, para que así pudiera experimentar plenamente el dolor.

Volvió la cabeza hacia ella. — ¿Nunca tuviste un cuerpo antes?

—No. — Ella miró por debajo de la sábana el pecho que había encontrado tan ofensivo. A ella le parecía bastante normal. Sus ojos se deslizaron a la mata de pelo en el vértice de sus muslos. — ¡Dios mío! — Apretó la sábana contra su pecho. Nunca se había mirado así antes. Se sentó.

— ¿Qué pasa?

—Me parece que soy más humana de lo que pensaba.

Su mirada se desvió hacia su regazo, y luego lentamente hacia arriba. Se dio cuenta, entonces, que él sabía exactamente a qué se refería. Sus mejillas se inundaron de calor, una repentina y extraña sensación, y apretó una mano contra su rostro. —Creo que tengo fiebre.

Sus ojos brillaron con la diversión. —Eso se llama rubor, muchacha.

—Oh. — Una docena de emociones diferentes se arremolinaban en su interior. Vergüenza, confusión, curiosidad, dolor, remordimiento, un miedo aterrador a no volver nunca al cielo, el temor a aventurarse en el peligroso y desconocido mundo de las sensaciones y las emociones humanas, y en medio de todo esto, sentía la urgencia de tocar a este hombre. Hacía mucho tiempo que no había podido tocar a un ser humano sin causarle la muerte.

—Nunca me dijiste tu nombre, — susurró.

La diversión se desvaneció de sus ojos. —Soy Connor. Connor Buchanan.

—Me encontraste en el bosque. Me salvaste.

Se encogió de hombros. —Cualquiera lo hubiera hecho.

Él se congeló cuando ella le tocó la mejilla. —Recuerdo haber escuchado tu voz. Era suave y cadenciosa y me tranquilizó. — Pasó los dedos por su mandíbula, maravillándose por el cosquilleo de su barba contra la punta de sus dedos. Los ángeles nunca necesitaban afeitarse. Cuando asumían forma humana, su piel era siempre suave y perfecta.

—Connor Buchanan, — susurró, y notó su garganta moverse al tragar. —Es tan increíble que pueda tocarte. Siempre me han parecido fascinantes, los seres humanos. Tan salvajes e imperfectos. — Pasó suavemente un dedo sobre una pequeña cicatriz cerca de la barbilla sobre la que no crecía la barba. —Y, sin embargo, tan hermosos.

Su mandíbula se movía bajo su mano, y ella se echó hacia atrás, sintiendo sus mejillas enrojecer una ver más. —Por supuesto, creo que todas las creaciones del Señor deben ser bellas.

—¿En serio? — Frunció la boca hacia arriba. —¿Incluso una cucaracha?

Sus mejillas estaban cada vez más calientes. —Bueno, debo admitir que te ves mucho mejor que una cucaracha.

—Tal adulación. Mi corazón puede pararse.

Ella sonrió. Le estaba tomando el pelo, al igual que le gustaba hacerlo a su amigo Buniel. Su sonrisa se marchitó, mientras se preguntaba si alguna vez volvería a ver a su mejor amigo. O a cualquiera de las Huestes Celestiales. Su situación se estrelló contra ella con un repentino ataque de dolor por el mundo que había perdido. Sus hombros cayeron. —Yo no pertenezco a este lugar.

—Marielle. —Connor asintió con la cabeza cuando ella le miró. —He oído al hombre llamado Zack llamarte por tu nombre. Y oí tus gritos cuando él te atacó.

—Su nombre es Zackriel. Él es mí… era mi supervisor.

—Estas mejor sin él. Es un abusador.

Ella inclinó la cabeza. —Yo estaba siendo castigada.

—¿Por qué? ¿Has hecho algo malo?

Ella le miró, preocupada porque pudiera juzgarla, pero todo lo que vio en sus ojos era una tierna preocupación. —Los ángeles deben tratar de ser perfectos en todo sentido. Yo... he fracasado.

—Tienes un aspecto perfecto para mí.

Su corazón se llenó con su elogio, aunque sabía que se había quedado corta. —Yo no soy muy buena siguiendo órdenes, no cuando no tiene sentido para mí.

Él asintió lentamente. —Entiendo.

Tenía la sensación de que realmente lo entendía. Estaba tentada a tocarlo de nuevo, pero hizo una mueca cuando sintió que algo húmedo goteaba por su espalda. Sus fosas nasales se dilataron.

—Estas empezando a sangrar de nuevo. Conozco a un médico en Houston, que puede coser tus heridas.

¿Coser las articulaciones de las alas para cerrarlas? Sus ojos ardían por las lágrimas. ¿Cómo podía hacer eso? ¿Cómo iba a renunciar a lo que era? ¿Pero todavía era un ángel? Estaba desconectada de la Milicia Celestial. Ya no era un Libertador, su contacto no había matado a Connor. Su cuerpo ahora era humano, frágil y sensible, susceptible a lesiones y enfermedades. De hecho, podría morir. Una lágrima rodó por su mejilla. Había perdido más que el cielo y sus amigos. Había perdido su inmortalidad.

—Ay, muchacha. — Él tocó su mejilla, rozando la lágrima con el pulgar.

Su piel se estremeció, y se maravilló por el escalofrío de la emoción que se deslizó a través de ella. Una reacción tan fuerte a un toque tan ligero. Debía ser por la novedad de su nuevo cuerpo. O tal vez estaba sufriendo la soledad, separada del Celestial Anfitrión. Pero cuando miró a los ojos de Connor, supo que era algo más. Se sentía atraída por este hombre. Quería que él la tocara. Y quería ver más de su alma. Puso la mano sobre la suya, sosteniéndolo contra su cara. Tal vez no debiera perder la esperanza, pues aún conservaba un poco de poder angelical. Cada vez que tocaba a un muerto o moribundo, su alma se abría a ella como un libro, y ella podía ser testigo de su vida en un instante. Con Connor, la habilidad se reducía considerablemente. No estaba muerto, pero cada vez que le tocaba, podía echar un vistazo a su alma. Y allí estaba, escondido muy por debajo de la apariencia externa

del honor y la tolerancia. Un pozo oscuro y profundo de desesperación y remordimiento. Era un lugar doloroso, muy doloroso para visitar con el sufrimiento que ya estaba experimentando. Lo soltó.

—Lo siento, no soy una sanadora.

—Sí, — dijo con voz ronca. —Sería bueno si te pudieras sanar a ti misma.

—Yo me refería a ti. — Se tocó el pecho. —Llevas un dolor oscuro dentro de ti.

—No. — Él saltó sobre sus pies y se alejó de ella, su cara pálida y rígida. —Son tus heridas las que debemos cuidar. — Se detuvo cuando el sonido de un timbre salió de la bolsa de cuero que llevaba al frente de su falda. —Tengo que contestar. — Sacó un dispositivo de comunicación de la bolsa y se lo llevó a la cara.

—Angus, ¿cómo está Shanna?

Escuchó un rato, a continuación, una expresión de alivio recorrió su rostro. Caminó hacia el fondo de la sala. —Estoy en la cabaña de caza. — Se volvió a mirar a Marielle. —Estaré junto a la puerta. No iré a ninguna parte. Volveré. — Abrió la puerta trasera y salió.

Vislumbró un cielo estrellado antes de cerrar la puerta. Su mirada vagó hasta la puerta principal que Connor había usado antes. Si salía, podría pedir ayuda a los curanderos. Su mejor amigo, Buniel, era un sanador, y probablemente era consciente de que estaba ausente de las Huestes Celestiales. Tenía que estar preocupado por ella. Pero Connor le había dicho que se quedara. Aunque no tenía sentido. Si Buniel podía ayudarla, valía la pena intentarlo.

Se puso de pie lentamente, su cuerpo rígido por el dolor de sus heridas. Se envolvió en la sábana, haciendo una mueca, ya que le rozaba la espalda. Se deslizó por la puerta principal y jadeó cuando el aire frío de la noche la envolvió. Nunca antes había sentido la temperatura. Envolvió sus brazos a su alrededor y se estremeció. Para su sorpresa, su aliento salía helado en el aire. Cruzó el porche de madera y bajó los escalones hasta el claro delante de la cabaña. La hierba era fría como el hielo bajo sus pies descalzos. No era de extrañar que los seres humanos fueran tan aficionados a la ropa y los zapatos.

Se volvió, mirando a su alrededor. A la luz de la luna y las brillantes estrellas, podía ver la suave silueta nevada de las montañas. Los blancos parches de nieve brillaban en la sombra de un bosque cercano. Las hojas recién brotadas llenaban el aire con el aroma de la primavera. ¡Qué sorprendente era la obra del Señor! —¡Gloria a Dios en las alturas! — No hubo respuesta. Debía ser fuerte. El hecho de que ya no pudiera oír a los ángeles, no significaba que ellos no pudieran oírla. Dejó caer la sábana en un charco a sus pies, y con un escalofrío, estiró sus brazos hacia el cielo.

- 5 - Connor cerró la puerta de atrás para que pudiera hablar por su teléfono móvil sin que Marielle escuchara. Ella no parecía tener ningún recuerdo de la catástrofe de Romatech, y él no tenía ninguna prisa para recordárselo. Ella estaba sufriendo bastante. Frunció el ceño en el cielo de la noche, brillante con estrellas y tres cuartos la luna. Estaba helando aquí en las montañas Adirondack, pero mucho más tranquilo de lo que había estado en Dakota del Sur. Aun así, una tormenta furiosa se estaba gestando en su interior. Él quería maldecir a los cielos y a un ángel en particular—Zackriel. El muy cabrón había abusado cruelmente de Marielle, y por su vida, Connor no podía imaginar lo que ella podría haber hecho para garantizar la tortura que estaba soportando. Ella había cuestionado las órdenes de Zack a fin de protestar por el asesinato de niños. ¿Qué había de malo en eso? Era dulce y de buen corazón, todo lo que se esperaría de un ángel. Había estado más preocupada por causarle daño a él, que aliviar su propio sufrimiento. Incluso había deseado poder curarlo en lugar de a sí misma. A pesar de sus buenas intenciones, en ese momento había asustado el infierno fuera de él. ¿Había logrado de alguna manera ver en el hoyo negro de su alma? Esto tenía que ser alguna clase del talento angelical, pero la hacía peligrosa. Lo hizo querer escapar. Aun así, sabía que tenía que quedarse. La muchacha necesitaba protección. Ella era condenadamente inocente, ni siquiera sabía que estaba mal mostrar sus senos. Y qué pechos. Llenos y suaves. La piel blanca luminosa hacía un sorprendente contraste con el color rojo intenso de sus pezones. Los pezones que habían sido presionados en las palmas de sus manos. Incluso ahora, sus manos se moría de ganas de tocarla de nuevo. Esa piel suave y dulce. Pervertido. Se dio una palmada mentalmente. Era un ángel, un ángel inocente, dulce, y la estaba codiciando. Una vez más. Incluso para un hijo de puta, estaba cayendo a un nuevo descenso. Ella era condenadamente hermosa. Cualquier hombre se reduciría a un idiota en su presencia. Y no era sólo su hermoso cuerpo. O la cara. O la voz. Había algo en

sus ojos. Había mirado en ellos y una extraña sensación de paz, lo había envuelto... hasta que se dio cuenta de que estaba buscando a tientas sus hermosos senos. —¿Connor?— Sonaba la voz de Angus impaciente. —¿Aun estás ahí? —Sí.— Descansó un codo en la barandilla de madera que rodeaba el porche de atrás. —Aun no respondiste a mi pregunta,— gruñó Angus. ¿Qué pregunta? Connor hizo una mueca. Su mente se había alejado una vez más a los pechos de Marielle. —¿Podrías repetirla? Angus lanzó un gruñido de frustración. —Te pregunté sobre la mujer que habías encontrado. ¿Es realmente un ángel? —Sí, lo es.— Admitirlo en voz alta parecía extraño, por lo que cambió el tema. —¿Habéis investigado las cuevas en el campamento? —Sí, pero estaban vacías. Casimir y sus secuaces se han trasladado después del asesinato de esas pobres familias. Connor gimió para sus adentros. Siempre pareció ir en esa dirección. Se podía realizar un seguimiento de Casimir con los cuerpos muertos que dejó atrás, pero andaba siempre un paso por delante. Y los dejaba incapaces de proteger a su grupo al lado de las víctimas. —¿Hubo algún rastro suyo en los otros lugares? —No. No tenemos ni idea de dónde está. Connor respiró hondo. —¿Cómo está Roman? —Está molesto. ¿Qué esperabas? —Pensé que dijiste que Shanna iba a estar bien. —Creemos que lo estará. Finalmente aceptó tomar parte de la sangre de Roman. Pero tuvieron que pasar unos quince minutos, y en ese tiempo, Roman estaba perdiendo la cabeza. Pensaba que la había perdido.— Angus suspiró. —Laszlo piensa que tardó mucho porque el subconsciente de Shanna no se dio cuenta de lo que pasaba.

—Sí,— estuvo de acuerdo Connor. —Pasó muy de repente. —Ella bebió una cantidad pequeña de la sangre de Roman, luego quedó en el estado de coma vampírico,— continuó Angus. —No sabemos a ciencia cierta si se transformará mañana por la noche. Connor suspiró fuerte. Al igual que los vampiros, Roman se despertaba justo después del atardecer, y con esperanzas, su esposa despertaría con él. —¿Cómo están los niños? —Su tía, Caitlyn, les ha llevado a su casa. Ella y Carlos se quedaran con ellos. Ellos... no saben lo que ha sucedido. Una oleada de culpa invadió a Connor. Si Shanna moría, sería culpa suya. Los chavales quedarían sin madre. La familia que había jurado proteger sería destruida. —Le he pedido a Robby y a Olivia que actúen como guardaespaldas de Roman y su familia,— dijo Angus en voz baja. Connor se puso rígido, como si lo hubieran golpeado en el pecho. Estaba siendo reemplazado. —Eso es lo mejor,— continuó Angus con apuro. —Olivia es psicóloga, por lo que será capaz de ayudar a los niños a adaptarse. Connor apretó los dientes. —He mantenido seguro a Roman durante más de sesenta años. Hubo una pausa antes que Angus respondiera. —Roman pidió a alguien nuevo. Connor se estremeció. —No. —No puedes imaginar lo molesto que está Roman. Estaba destrozando la clínica, con sus propias manos. Nunca lo había visto así antes. Emma tuvo que teletransportar al Padre Andrew aquí para calmarlo. Con un suspiro, Connor se inclinó sobre la barandilla. Sabía el peligro de la rabia descontrolada. —Nunca quise hacer daño a su esposa. —Lo entiendo, pero si no puedo confiar en que seguirás las órdenes...— la voz de Angus se fue apagando.

Connor tenía la profunda sensación de que estaba a punto de ser despedido. Era impensable. No es que necesitara el dinero. Había escondido un montón durante los largos siglos. Era el hecho de que estaba siendo visto como un fracaso, un traidor. —Angus, no había manera de que pudiera haber previsto lo que sucedió con Shanna. ¿Quién demonios hubiera creído que me iba a encontrar a un verdadero ángel? —Lo sé. Eso me lo explicaron en gran longitud. Estaba muy cerca de despedirte, pero tienes un firme defensor aquí, que me convenció que no eras ‗el culpable‘. El Padre Andrew piensa muy bien de ti. Connor se irguió con sorpresa. ¿El sacerdote había salvado su trabajo? —De hecho, el Padre Andrew cree que esto ha sucedido por algún tipo de propósito divino.— Resopló Angus. —No ha convencido a Roman de esto todavía. Ni a mí. Aún estoy molesto por no seguir órdenes sencillas. Si lo hubieras hecho, Shanna aún podría estar viva. Connor no lo creyó así. Incluso si hubiera vuelto a la zona de acampada para cumplir con Angus, habría visto aún las bolas de fuego a lo lejos y se habrían ido a investigar. ¿Podría el padre Andrew tener razón? ¿Se suponía que iba a encontrar esa noche a Marielle? Sólo un vampiro podría haberla recogido y haberle ayudado. Cualquier mortal habría caído después de tocarla, como Shanna. Suspiró. El Padre Andrew tenía que estar equivocado. Dios nunca lanzaría a su bárbaro, no unos signos que no existían. O tratando de ver la bondad en un vampiro que hacía tiempo se marchitó. Una brisa agitó los árboles en la distancia, y luego avanzó hacia Connor. En el momento en que el aire golpeó su rostro, se sintió más despierto, más alerta. Sus sentidos afilados, anticipando... algo. Echó un vistazo a su alrededor y escuchó cuidadosamente. Nada. —El Padre Andrew está ansioso por conocer al ángel,— dijo Angus. —Roman no la quiere aquí en Romatech, así que pensé que alguien tendrá que teletransportar al Padre a la cabaña. —Ahora no. Ella está herida y sangrando. Tengo que llevarla al Dr. Lee en Houston.— Connor hizo referencia al doctor vampiro que había ayudado a dar a

luz a los niños de Shanna y regularmente curado a vampiros y cambia formas. —Y necesito algo de ropa para ella. —Le diré a Emma que se haga cargo de eso. Avísame cuando estéis de regreso. —Una brisa más fuerte batió el pelo de Connor en su rostro, y empujó las hebras hacia atrás. La conciencia chiporroteó a través de él de que había algo fuera. Sus sentidos se tensaron, esperando algo. Pronto. Y entonces lo oyó. La voz de Marielle. Clara y hermosa. Cantando una melodía tan dulce que hizo que le doliera el corazón. —Cristo,— susurró. —¿Qué?— Exigió Angus. —¿Estás bien? —Te volveré a llamar.— Él desconectó y dejó caer el teléfono en su bolsa. Su voz continuó sonando clara en el aire de la noche. Ella debía estar fuera. Esto en cuanto al seguimiento de sus órdenes. Bajó los escalones del porche, y un fuerte viento lo empujó hacia el lado de la cabaña. Ahora se dio cuenta de que estaba disipado. El viento debía ser helado, pero no era así. Rodeó la cabaña, y el viento aún soplaba hacia él. Extraño. Parecía estar dando vueltas en la cabaña. Otra ráfaga cálida lo empujó hacia el claro en la parte delantera. Se detuvo con una sacudida cuando llegó a la vista. Estaba desnuda, de pie, de espaldas a él. Su piel brillaba en la luz de la luna, y su pelo rubio y rizado caía en su espalda. Sus caderas desaparecían en un culo que podría inspirar a la poesía. Por desgracia, nunca había sido poeta, por lo que simplemente inspiraba una nueva ronda de lujuria. Sal de ahí, se gruñó mentalmente a sí mismo. Ella es un ángel. Y estaba tramando algo extraño. Tenía los brazos extendidos sobre la cabeza, alcanzando las estrellas. Inclinó la cabeza hacia atrás mientras le cantaba a los cielos, y sus manos se movían delicadamente con la música, las bellas manos expresivas de una bailarina. Había oído una vez que el cuerpo era un templo, pero nunca había creído eso hasta ahora. Era tan hermosa. Y su voz… sólo un ángel podía sonar tan bien y puro. El viento se levantó, dando vueltas alrededor de la cabaña y haciendo estragos con su falda escocesa. Mientras observaba el vaivén de los árboles y el arco, se dio cuenta de que Marielle estaba en el centro del círculo.

Una brisa levantó sus cabellos dorados, y las largas trenzas parecían flotar sobre sus hombros. Algunos mechones eran oscuros y enmarañados en los extremos con su sangre. Hizo una mueca al ver su espalda herida. Oscuros chorros de sangre serpenteaban por la piel que brillaba intensamente blanca. Tenía que tener dolor, y sin embargo su canción sonaba muy alegre. Le hizo avergonzarse de los años que había pasado quejándose y triste. Pero, ¿cómo iba a sentirse cuando había perdido la única mujer que había amado, y que el amor le había llevado a destruir su propia alma? Él se sacudió cuando algo caliente tocó su mejilla, alguna suave pluma. Miró a su alrededor, pero no vio nada. Espera, allí, un atisbo de movimiento, algo puro y blanco en el viento. Pasó junto a él, luego se desvaneció en la nada. Un sonido tintineante como campanas de viento flotaba en el aire, dentro y fuera de su audiencia, y se esforzó por escuchar. Sí, ahí estaba. No podía decir si se trataba de campanas o arpas o tal vez ambas cosas, pero nunca había oído nada tan encantador. Muy tranquilo, como si su alma errante hubiera vuelto finalmente a casa. A continuación, las voces comenzaron. Masculina y femenina. Perfecto en el tono y armonía, cantando la misma melodía que Marielle. Y debajo de eso, podía oír y sentir una vibración baja, constante que se agitaba en el aire. Constante como un latido de corazón. El batir de las alas de un ángel. Cerró los ojos, sintiéndose como un pecador humilde que había tropezado accidentalmente con algo sagrado, algo que ningún ser humano estaba destinado a ver. Pero no podía cerrar los oídos. Las voces continuaron, tan dolorosamente dulces, que nunca quería que terminara. Más espirales de movimiento cepillaron a través de su rostro, y cada vez que ocurría, una pequeña explosión de alegría calentaba en su corazón. Abrió los ojos y dio un paso hacia Marielle. Su cuerpo zumbó cuando el viento caliente lo envolvió. Su corazón coincidía con el ritmo de las alas que golpeaban el aire. Gozo y paz… era adictivo. Hierba verde brillante brotó en el círculo de viento, y sintió la imperiosa necesidad de levantar los brazos al cielo como Marielle. Antes de que pudiera moverse, un destello de luz lo sorprendió. Parpadeó, tratando de mantenerse enfocado en ella. Ella había dejado de cantar y se quedó congelada, rodeada de una luz brillante. Este destelló con una intensidad que le obligó a cerrar los ojos. —Gracias,— le susurró Marielle. —El Señor es bueno.

Abrió los ojos cuando la luz se disipaba. Su espalda estaba completamente curada. Sin marcas ni manchas de sangre, justo como su brillante piel blanca. Incluso su pelo estaba limpio y brillante dorado. El viento se hizo más fuerte otra vez, y pudo sentir que el ciclón se movía hacia arriba girando. Las voces se desvanecieron. —¡No!— Exclamó Marielle. —¡No me dejes! Sus manos parecían agarrar algo que Connor no podía ver, a continuación, para su asombro, su cuerpo se levantó del suelo. Ella no estaba levitando, se dio cuenta. Por el contrario, estaba siendo levantada por lo que sostenía. —Por favor.— Su voz temblaba de emoción. —Llévame contigo.— ¿Volvía al cielo? ¿Fue perdonada? El corazón de Connor corrió cuando miró el ascenso de su cuerpo más y más alto. Cuatro pies de la tierra. Seis pies. ¿Había esperanza en los que habían caído? ¿Había esperanza para él? —¡No!— Marielle gritó cuando su agarre se rompió. Calló a la tierra, y con un silbido final, el viento se fue. Todo estaba en silencio excepto por el sonido de su llanto. El aire era helado de nuevo. Connor sintió que su cuerpo se deprimía. Debería haber sabido que no había esperanza. No había perdón para los que eran como él. Pero Marielle… maldita sea, ella era diferente. Su corazón era puro. Aún creía que Dios era bueno. Hizo que su corazón doliera el escuchar sus lágrimas. Él se acercó a donde estaba acurrucada en el suelo, inclinándose hacia adelante en los codos, los hombros temblando. —¿Estás bien?— Él hizo una mueca a la estúpida pregunta. —Me dejaron atrás,— exclamó. —Estoy sola. —No, muchacha.— El cayó de rodillas, cogió la sábana de la hierba y la colocó sobre su espalda. —Tú no estás sola. Volvió la cabeza para echarle un vistazo. Su mejilla brillaba con las lágrimas. —¿Los oíste? ¿Has oído la música? —Sí.

Ella se sentó y se quitó la sábana de la espalda. —Entonces sabes lo hermoso que es. —Sí.— Apresuradamente envolvió la sábana a su alrededor. Ella continuó, ajena a sus ojos errantes. —Y ahora entiendes por qué tengo que volver. Es el lugar donde pertenezco. Él ató los extremos de la sábana por encima de su hombro derecho. —No podía realmente verlos, pero los escuché. Y se sentían en el viento. Ella asintió con la cabeza. —El ejército del Cielo. Siempre he estado con ellos, desde el momento de mi creación. Su música está siempre en mi cabeza. Estamos conectados, siempre compartiendo nuestros pensamientos y alabanza. —¿Siempre?— Él hizo una mueca. —¿No os cansáis del constante ruido? —¿El ruido?— Ella le dio una mirada de indignación. —¿Estás llamando a nuestra música ruido? —Fue hermoso,— reconoció, luego respiró hondo. —Era el sonido más hermoso que he escuchado. Me he sentido muy lleno de alegría y paz. Ella sonrió. —Entonces, lo entiendes. Él negó con la cabeza. —No era real. —Por supuesto que era real. Tú lo sentiste. —Fue... alucinante, pero esto no puede ser. Yo vivo en este mundo donde no podemos evitar la muerte y el sufrimiento. Además, no querría las voces constantes en mi mente. Tampoco querría que nadie más oyera mis pensamientos. Necesito mi privacidad. Ella lo miró, sorprendida. —¿Prefieres estar solo? ¿Prefieres sufrir que estar en paz? —Prefiero ser yo mismo. Ella le tocó el pecho. —¿Incluso con el dolor que llevas? Él se deslizó hacia atrás, fuera de su alcance. —Por lo menos es mío.

Ella frunció el ceño y se puso en pie. —Nunca antes me di cuenta de lo aterrador y solitario que es el ser humano. ¿Cómo lo resistes? Él se encogió de hombros y se levantó. —Algunos se basan en la fe. —¿Qué quieres decir, Connor Buchanan? Hizo una mueca. —No soy una buena persona para preguntar. Yo solo sigo avanzando... por terquedad. La boca de ella se inclinó con una sonrisa. —Entonces debería ser terca, también.— Ella se estremeció, y luego desvió la mirada hacia las estrellas. —Encontraré mi camino de regreso. Y contaré mis bendiciones, porque el Señor es bueno. Connor contuvo su bufido, pero ella lo miró como si pudiera sentir su duda. —El Señor es bueno,— insistió, —porque he sido enviada a un protector feroz. Él casi miró sobre su hombro para ver a quién se refería. Era ridículo que lo considerara un "protector feroz." Había fallado a su esposa y a su retoño. Había fallado a Shanna. —Y el Señor dejó a Bunny curarme,— continuó ella con una sonrisa. Él parpadeó. —¿Fuiste sanada por un conejo? Ella se rió, el sonido fue el tintineo de las campanillas de viento. —Bunny es un apodo de Buniel. Hemos sido los mejores amigos durante mucho tiempo. Es un excelente sanador. —¿Él?— ¿Su mejor amigo era masculino? Y un ángel perfecto, también. Mierda. Su sonrisa se desvaneció. —Bunny quería llevarme con él, pero... no pudo. La mandíbula de Connor cambió. —Yo no te hubiese dejado ir. Sus ojos se abrieron con sorpresa. Ella lo miró fijamente, sin palabras, mientras que él luchaba para mantener su deseo sin mostrarse. El tiempo se alargó, y el aire era espeso entre ellos. Cerró sus manos en puños para no tocarla, para no atraerla a sus brazos.

Su mirada descendió por el cuerpo de él, luego volvió a subir. El latido de su corazón estaba acelerado. Él miró su boca, preguntándose si podría reaccionar como una verdadera mujer. ¿Podría ser consciente de que estaba estudiando la grosura del color rosa de su boca? Ella se lamió los labios. Sí. Él sonrió lentamente. Sus mejillas se sonrojaron de un color rosa bonito, y ella se dio la vuelta. —Un ratón acaba de morir,— dijo con voz entrecortada. —¿Cómo dices? —Un ratón ha muerto. Llevado por una lechuza. Forzó la vista, pero no podía ver una lechuza en el cielo nocturno. —¿Dónde? —A unos treintena kilómetros de distancia.— Ella miró el bosque con una mirada pensativa. —Al menos no todos mis poderes se han ido. Aun puedo sentir la muerte. —¿Sabes cuándo algo se está muriendo? ¿A qué distancia puedes sentirlo? Ella se encogió de hombros. —En cualquier parte del mundo. Es como los Deliverers que saben a dónde ir cuando la gente muere. Ella podía sentir la muerte. Connor paseó hacia la cabaña, entonces regresó. Esta era una habilidad valiosa. Si podía sentir a la gente agonizando mientras Casimir y sus secuaces los atacaban, entonces podría ser capaz de ayudar a los vampiros a encontrarle. Él echó un vistazo a las estrellas. ¿Y si Dios le había enviado un arma secreta que les ayudara a derrotar a Casimir de una vez y después de todo? Entonces, el Padre Andrew podría tener razón. Estaba destinado a encontrar a Marielle. Él la miró. Ella estaba mirando a las montañas distantes. —Siempre he pensado que la Tierra estaba llena de lugares hermosos. Ahora puedo vivir como un ser humano. Debe ser muy interesante, ¿no te parece?— Ella se volvió hacia él con una expresión de esperanza. —El llanto puede durar toda la noche, pero la alegría viene con el mañana.— Él hizo una mueca.

La mañana siempre le traía muerte. Iba a tener que explicar lo que era. Sólo podía esperar que ella no estuviera decepcionada. O asqueada. Ella se estremeció y se abrazó a sí misma. —Nunca me di cuenta cuánto los seres humanos sienten el frío. —Deberías ir dentro.— Hizo un gesto hacia la cabaña, y luego se congeló cuando oyó un ruido en el bosque. Ella lo oyó también, girando alrededor para hacer frente a la hilera de árboles. Las hojas se estremecieron cuando algo se abrió paso entre los arbustos. Connor se sacudió el puñal de la vaina por debajo del calcetín de su rodilla. Un hocico negro se asomó por entre los arbustos. ¿Un lobo? No, era lobo, pero más grande. La bestia negra, peluda salió del bosque. Marielle se puso rígida con un grito ahogado. Connor amplió su postura, su puñal preparado. Ella le tocó el brazo. —No puedes luchar. Está aquí por mí.— La bestia se movió hacia un lado, manteniendo sus ojos oscuros centrados en ella. Y los ojos se le volvieron rojos y empezaron a brillar. Connor respiró hondo. —¿Qué es? Su voz fue un suave susurro. —Un demonio.

- 6 - Marielle enderezó los hombros y miró a la bestia negra, fingiendo un valor que deseaba tener. Había tratado con ángeles caídos antes, pero siempre con el enorme poder de la Milicia Celestial respaldándola. Ahora estaba sola. No del todo sola. Connor se puso delante de ella, pero su movimiento de protección sólo aumentó su miedo. ¿No se daba cuenta que no era rival para un demonio? —Ve adentro, — susurró ella. Él negó con la cabeza ligeramente, sin quitar los ojos de la bestia. —No. Casi no la conocía, ¿pero estaba dispuesto a arriesgar su vida por ella? Las emociones se arremolinaban en su interior, fuertes emociones humanas que no estaba acostumbrada a sentir. No sabía si abrazar a Connor o gritarle. Una cosa era cierta, no tenía tiempo para hacer frente a la confusión ahora. Tenía que asegurarse de que él sobreviviera. Ella se apartó de él mientras miraba al demonio. —¡Vete! La criatura lobo inclinó su cabeza para ver como Connor se acercaba a ella una vez más. Ella gimió para sus adentros. ¿Estaba decidido a hacerse matar? Tendría que haberle gritado. La bestia llamó su atención con un gruñido bajo. Sus ojos rojos brillantes se centraron en ella. Sus labios echados hacia atrás para revelar una fila de dientes largos y puntiagudos, de color amarillo. —He venido a acompañarte a tu nuevo hogar,— lo dijo con una rasposa voz masculina. —Te sugiero que vengas tranquilamente. Ella levantó la barbilla. —Nunca. —Podría destrozarte,— silbó.

—Inténtalo, y ¡yo te enviaré de vuelta al infierno en pedazos!— Gritó Connor, levantando su daga. La bestia soltó un bufido. —¿Un Salvador? Me encanta matar a esos.— Estrechó sus ojos color rojo sangre en Marielle. —¿Está dispuesta a dejar que el tonto muera por ti? En ese caso, el infierno sería el lugar adecuado para ti. Por supuesto, podrías actuar como un angelito y rescatarlo de las garras de la muerte. Ven conmigo, y lo dejaré en paz. Connor la agarró del brazo. —Ella no va contigo,— dijo a toda prisa, como si estuviera preocupado de que ella se sacrificaría para mantenerlo a salvo. El remolino de emociones dentro de ella se detuvo, y entonces supo que deseaba abrazar a Connor mucho más que gritarle. Él tenía un corazón bueno y recto. Ella puso su mano encima de la suya. —No dejaré que te haga daño. La bestia hizo un ruido jadeante. —Así que te niegas a tener miedo o mandato a la sumisión. No es gran cosa. Tengo otras estrategias.— La cosa gruñó, enseñando sus dientes largos y amarillos. —De una forma u otra, voy a tener éxito. Su cuerpo brilló, luego cambió de figura, tomando la forma de un varón humano. Un hombre muy guapo con una flotante cabellera roja, brillantes ojos azules, un musculoso pecho desnudo, y una falda escocesa. Un cuerpo perfecto con la piel perfecta. Ella sintió a Connor ponerse rígido a su lado. No dudaba de que estuviera sorprendido al ver una versión mejorada de sí mismo. El demonio le dedicó una sonrisa blanca y brillante a ella. —¿Ahora te gusto? El demonio debía pensar que ella se sentía atraída por el escocés si estaba intentando este truco. Con una pequeña sacudida, se dio cuenta de que tenía razón. Sin embargo, el truco no funcionaría. Connor era real, y su exterior áspero, imperfecto sólo lo hacía más hermoso a sus ojos. —Vete. —¿Antes de que pueda presentarme?— El demonio tomó una expresión herida. —Ven, Marielle, ¿no te enseñaron buenos modales en el cielo? Ella tragó saliva. Él ya sabía su nombre. —Oh, sí.— Él asintió con la cabeza, adrede. — Hemos estado observándote por algún tiempo. Pobre angelito que se mantiene metiéndose en problemas. Sabíamos

que era sólo cuestión de tiempo antes de que los mocosos santurrones decidieran que no eras lo suficientemente buena para ellos. Su piel se erizó con la piel de gallina. Connor agarró su brazo tensamente. —Mi nombre es Darafer, por cierto. Mis amigos me llaman Dare. —Regresa al infierno,— dijo ella. — Por supuesto. Y estaría honrado de llevarte conmigo.— Su boca se curvó con la sugerencia de una sonrisa. —Si te atreves. —Nunca iré contigo. —Lo harás,— le espetó, su sonrisa desvaneciéndose. —Serías una tonta por querer regresar a los cielos. Mira lo que esos pedantes te hicieron. Te torturaron. Cortaron tus alas. Dejándote en la tierra para morir. Ella dio un respingo internamente. En su mente, sabía que no debía prestar atención a las palabras de un demonio, pero había suficiente verdad en lo que dijo para hacer que su corazón se apretara en su pecho. Desterrada. Connor parecía consciente de su dolor, porque se acercó. El labio superior de Darafer se curvó en disgusto. —Incluso tu mejor amigo te rechazó. Y eso la desgarró más dolorosamente que tener sus alas arrancadas. —Él tuvo que seguir órdenes. —¿De verdad? ¿Por qué no desobedeció?— Los ojos azules de Darafer brillaron. —Tienes el coraje de desobedecer. Eres más como nosotros de lo que crees. Eso la sacó de su dolor. —¡Nunca seré como tú! Extiendes el mal en todo el mundo. Él agitó una mano de forma desdeñosa. —Sí, sí, es un trabajo sucio pero alguien tiene que hacerlo. La ira brilló en su interior. —¿Tomas esto a la ligera cuando millones de personas sufren a causa de tu maldad? Sus ojos se volvieron de color negro sólido. A su lado, Connor se tensó.

—Yo no estaba bromeando,— gruñó Darafer. —Alguien tiene que hacerlo. Tu precioso Padre en el cielo no podría jugar al bueno, si no estuviéramos haciendo nuestra parte. Él nos necesita tanto como te necesita. ¿Dónde estaría Jesús sin Judas? Al unirte a nosotros, puedes jugar un papel importante en el gran esquema. Ella se estremeció. —Estás retorciendo la verdad para satisfacer tus propios fines. —¿Eso crees?— Resopló Darafer. —Tal vez ahora que estás desconectada de todo el colectivo santoral, empezarás a pensar por ti misma.— Él se paró más cerca. —¿Quién nos creó, Marielle? A todos nosotros, los ángeles caídos. ¿Quién nos hizo de la forma en que somos? Ella se puso rígida. —El Señor es bueno. Fue tu decisión rebelarte contra él. Darafer sonrió. —¿Y no fue tu decisión rebelarte, también, angelito? Su piel se enfrió. Connor le dio a su brazo un tirón como si quisiera hacerla retroceder. Ella se mantuvo en su lugar, a pesar de que en el interior, se encogió de miedo. ¿Había alguna vuelta atrás ahora? ¿Qué pasaría si ya se había perdido? Los ojos de Darafer se volvieron azules, y le dio una mirada de complicidad. —Sí. El libre albedrío. Tiene una manera de regresar para morderte el trasero. Su corazón se aceleró. —Sólo porque desobedecí varias veces eso no me hace como tú. Estaba tratando de proteger a los inocentes. Tú derivas un placer enfermizo de atormentarlos. Él se encogió de hombros. —Todo en el gran esquema, ángel. A veces, un poco de tormento impulsa a la oveja justo de vuelta a los brazos del Padre. Podrías decir que estamos haciéndole un favor.— La boca de Dare se curvó. —Por supuesto, a veces les lleva directamente al infierno. Hablando de lo cual...— Él extendió una mano hacia ella. —¿Estás lista? Con un estremecimiento, ella dio un paso atrás. Darafer se rió entre dientes. —Se está un poco más cálido allí. Te gustará. Ella sacudió la cabeza. —Nunca iré contigo. Connor se mantuvo cerca de su lado. —Tienes su respuesta, ahora vete. Darafer le dio al escocés una mirada suave, luego se volvió hacia Marielle. —¿Alguna vez has oído hablar de un ángel desterrado siendo reincorporado?

No, no lo había hecho. El pánico se hinchó dentro de ella, y luchó contra la oleada de miedo y desesperación. No podía renunciar a la esperanza. —Cuanto más tiempo permanezcas en la Tierra, más humana te volverás,— continuó Darafer. — ¿De verdad quieres perder todo tu poder? ¿Qué hay de tu inmortalidad? ¿Quieres envejecer y convertirte en polvo? Obligó a las palabras a pasar el nudo en su garganta. —Mejor perder mi inmortalidad que mi honor. Connor inhaló hondo, atrayendo su atención. Él estaba mirándola, sus ojos brillaban con emociones fuertes. Inclinó la cabeza. —Bien dicho, muchacha. Su corazón se expandió en el pecho. Él lo entendía. Estaba de acuerdo con ella, incluso cuando el cielo la había rechazado. Una fuente de gratitud y afecto brotó en su interior, y el pánico se desvaneció. —Gracias. Darafer resopló. —Perdóname mientras vomito. Ella lo miró. —No iré contigo. Vete. —Eres muy ingenua,— siseó Darafer. — No tienes ni idea de qué tipo de parásito se está aferrando a ti, ¿verdad? Connor se puso rígido. —Te dijo que te fueras. ¡Ahora vete! —Parece que toqué un nervio. — Darafer sonrió mientras miraba a Connor. —Supongo que Marielle podría ponerlo difícil para un guardaespaldas. El infierno sabe que has mostrado un talento distinto a la violencia. Connor levantó su daga. —No me tientes. —Oh, lo hago. Ese es mi trabajo, Connor Buchanan.— Darafer rió cuando el escocés dio un respingo. —Sí, sé quién eres. Has estado en nuestra lista desde hace mucho tiempo. Marielle tocó el brazo de Connor y se estremeció ante lo tenso que estaba. —Prestarle atención no tiene caso. Él es un mentiroso.

Darafer resopló. —¿Quién está engañando a quién? Tal vez por tu bien, ángel, deberías sacar la basura. No querrás al parásito ensuciando tu inocencia pura.— Él sonrió lentamente a medida que la miraba. —Estoy planeando hacer eso yo mismo. —¡No la tocarás! —Gritó Connor. Darafer le lanzó una mirada de enfado. —¿De verdad crees que puedes detenerme? Inténtalo. Entonces no tendré que regresar con las manos vacías esta noche. Se ve mal en mi currículo, ya sabes. El corazón de Marielle se tambaleó cuando los ojos del demonio se volvieron rojos. Él estaba planeando atacar. Connor se dio cuenta, también, por lo que saltó lejos de ella y asumió una postura defensiva. Su corazón latía con fuerza. Connor posiblemente no podría derrotar a un demonio. Y, sin embargo, en la cara de la muerte, trataba de protegerla. Siguió moviéndose a un lado para atraer al demonio lejos de ella. Su daga brillaba a la luz de la luna mientras él levantaba su brazo. Darafer dio un paso atrás y su cuerpo brilló, cambiando de nuevo al lobo negro bestial. Él se agazapó, preparándose para saltar. Un gruñido bajo retumbó en su garganta. Oh, Dios, no. No podía dejar morir a Connor. Lanzó una petición desesperada de ayuda, pero el cielo estaba en silencio. Le correspondía a ella. Doblando sus manos en puños, esperaba que todavía conservara el poder suficiente para evitar que Connor fuera despedazado. La bestia dio un salto. —¡No!— Ella lanzó los brazos fuera, las manos extendidas. Una descarga fuerte de aire explotó a su alrededor, disparándose en todas direcciones. Esto lanzó a la bestia hacia atrás, lanzándola doce metros hacia el bosque. Se estrelló contra unos arbustos. Desafortunadamente, la explosión también lanzó a Connor atrás doce metros y cayó sobre su espalda, golpeando con fuerza la cabeza en el suelo. Con un gruñido, la bestia se puso de pie.

Marielle levantó las manos, esperando que pudiera reunir la energía suficiente para otro ataque. El miedo se arrastró a lo largo de su piel, haciéndola estremecer. Darafer tenía las mismas habilidades que ella, incluso más ya que él podía cambiar su forma a voluntad. También podía pedir ayuda a otros sirvientes de Lucifer. Ella, en cambio, estaba atrapada en un cuerpo humano y separada de las Huestes Celestiales. Él se transformó en una forma humana masculina. El cabello largo y oscuro, ojos verde esmeralda, luminosa piel pálida. Esta era más probable su apariencia preferida, y ella odiaba admitir que estaba impresionante. Dramático y elegante, también, en sus pantalones de cuero negro y largo abrigo negro. —No quieres entrar en una batalla conmigo, ángel,— dijo en voz baja. —Sabes que perderás. Tragó saliva. —Por suerte para ti, no me está permitido forzarte a que me acompañes,— continuó. — Libre albedrío, ya sabes. A veces, la estrategia de la bestia negra funciona, y el pobre idiota dice que está dispuesto por miedo. Tú no caíste, sin embargo, tendré que esperar hasta que desees venir conmigo. —Eso nunca va a suceder. Él sonrió lentamente. —Tenía la esperanza de que serías un reto. Hace que la rendición final sea un tanto más dulce.— Levantó una mano, con la palma hacia arriba, y una brillante luz roja apareció, luego se condensó en un objeto de color rojo. La lanzó hacia ella. El objeto rodó hacia sus pies. Una brillante manzana roja. —Déjame saber cuándo estés lista para tomar un bocado.— Con un silbido, alas negras surgieron de su espalda, y él se había ido. Marielle tomó una respiración profunda. Gracias a Dios. Estaba a salvo por ahora. ¿Y Connor? Corrió hacia él. Todavía estaba de espaldas. El pobre hombre debió chocar con el duro suelo.

Con un jadeo, ella tropezó hasta detenerse. Cielos. La ráfaga de aire había alzado su falda hasta su pecho. —Oh,— dijo en voz baja. Nunca había visto a un ángel verse así. Ahora que lo pensaba, nunca había visto a un humano verse de esa manera. Como un Deliverer, había visto su parte de cuerpos humanos desnudos, pero tendían a ser viejos o enfermos, o heridos. Y eran por lo general grises, arrugados, y muertos. Ella se acercó más. Definitivamente no era gris. Sino de color rosa y saludable. Y definitivamente no arrugado. Incluso su pelo era interesante. Rojo y rizado, parecía muy suave y... palpable. Inclinó la cabeza, maravillada por el tamaño y la estructura. Todo estaba tan... afuera en el claro. Descarado. Masculino. El propósito invasivo del diseño era muy evidente, ella reaccionó instintivamente y apretó sus muslos juntos. Eso era curioso. Extrañamente agradable. Un escalofrío recorrió sus brazos, pero no creyó que fuera causado por el frío. Se sentía extrañamente cálida. Connor se quejó, y ella tiró de sus sentidos. Dios mío, había estado tumbado allí, posiblemente herido, y ella ni siquiera lo había revisado por lesiones. Abrió los ojos y la miró. Ella se agachó junto a él. —¿Estás bien? —¿El demonio se ha ido?— Se esforzó por incorporarse. —Sí, estamos a salvo ahora. —Oh, bueno.— Cayó de espaldas y con un gemido, se rascó la cabeza. —¿Estás herido? —La cabeza duele, — murmuró. —Sigo estando aturdido... — Sus ojos se abrieron. —¿Fuiste tú la que me atacó en un maldito árbol antes? ¿Cuándo Zack te estaba atacando? —Traté de defenderme. ¿Quedaste atrapado en el viento?

—Sí.— Se apoyó sobre un codo. —¿Por cuánto tiempo estuve desmayado? —Unos... pocos minutos. Se echó una mirada a sí mismo, y luego se movió a una posición sentada y se bajó la falda hasta las rodillas. —Maldición.— Le lanzó una mirada feroz a ella. Ella se puso de pie. —Yo… ruego que me disculpes.— Sus mejillas se calentaron. — Disculpa, no estés preocupado. Es verdaderamente un pequeño asunto. —¿Pequeño? —Sí. De poca importancia. —¿Poca?— Él arqueó una ceja. —¿Necesitas otra mirada? —Por el amor de Dios, no me estaba refiriendo a su tamaño. El Señor sabe que eres definitivamente…— Sus mejillas ardían más calientes, y no ayudaba que él pareciera estar disfrutando de su malestar. Ella se puso rígida. —La verdad, es que apenas lo noté. En el momento en que las palabras escaparon, se quedó paralizada en estado de conmoción. ¿Qué estaba haciendo? Nunca antes en toda su existencia había pronunciado una mentira. Su mirada cayó sobre la manzana que Darafer había tirado sobre la hierba. Un recordatorio de que cuanto más tiempo se quedará en la Tierra, más humana se volvería. Y sería más susceptible a pecar. Como ocultar la verdad. Decir mentiras. O sentir lujuria. ¡Dios mío! Nunca volvería al cielo si caía en el pecado. —¿Marielle?— Preguntó Connor en voz baja, y su voz envió un escalofrío por su espalda. Ella corrió a la cabaña y entró. Se paseó por la habitación grande, tejiendo un camino en torno al sofá y a través de lo que parecía ser una cocina y comedor. Dio vueltas y vueltas, y su corazón seguía golpeando, tronando en los oídos. Esto no

iba a ayudar. Se sentía enjaulada. Siempre había tenido alas antes. Siempre tuvo la capacidad de volar a cualquier lugar que quisiera. Tenía que volver a donde pertenecía. Tenía que haber una manera. Se detuvo y se llevó las manos crispadas a su cara. Sin pánico. Piensa. Desafortunadamente, sus pensamientos parecían rebotar alrededor, haciendo eco en la caverna vacía de su mente, donde estaba acostumbrada a escuchar miles de voces. Voces que cantaban alabanzas y ofrecían un flujo constante de aliento y consuelo. Se habían ido todas. Estaba tan sola. Sin asustarse. Darafer estaba contando con el pánico y el miedo para poder atraerla. Sin duda, pensó que ella echaría de menos la compañía de los ángeles tanto, que estaría dispuesta a unirse a los caídos sólo para recuperar algo del sentido de pertenencia. Pero la tentación era falsa. No habría ningún consuelo en el infierno. Tenía que haber un propósito para lo que estaba sufriendo. El Padre Celestial siempre fue grande en enseñar mediante la experiencia. Era indulgente, también. Sólo tenía que encontrar el camino correcto, la penitencia correcta que lo convencería de que había aprendido su lección. Tal vez había algo que se suponía tenía que hacer aquí en la Tierra. Alguna noble misión. Y una vez que se hubiera demostrado a sí misma digna, le sería permitido volver a los cielos. Volvió a su paso. Eso tenía que ser. Simplemente estaba siendo probada. El Padre nunca la abandonaría por completo. No era un ángel caído. No importaba lo que Darafer dijera. Al igual que todos los servidores de Lucifer, Dare era un engañador. Trataría cualquier cosa, diría cualquier cosa para confundirla. Y sin su conexión con la Milicia Celestial, habría sucumbido con demasiada facilidad al miedo. No podía dejar que eso pasara otra vez. Tendría que ser fuerte. Sin Miedo. Rodearse a sí misma con una armadura virtuosa. Dio un salto cuando la puerta se cerró. Oh genial, eso era valor en verdad de su parte. Le dirigió a Connor una mirada cautelosa. Él se paró junto a la puerta, mirándola con una intensidad que envió un escalofrío por su espalda. Su mano sujetaba su daga, una vez más. Debía de haber encontrado el arma en algún lugar de la hierba. Él se inclinó para meterla en la funda debajo de su calcetín a la rodilla.

La cabaña se sentía mucho más pequeña con él allí. Ella respiró hondo para calmar su corazón desbocado. —Siento que tuvieras que sufrir a un demonio. Él vendrá de nuevo, por lo que no es seguro para ti estar conmigo. Agradezco tus nobles intenciones, pero sería tu mejor interés irte. —¿Crees que me daré la vuelta y correré tan fácilmente?— Sus ojos azules brillaban. —¿Me consideras un cobarde? —¡No! Creo que eres muy valiente. Sorprendentemente valiente, en realidad, ya que es altamente improbable que un humano pueda derrotar a un demonio en batalla. No sin la ayuda de la Milicia Celestial, y me temo que no van a responder si los llamo. Así que no te culparía si quieres irte. Él la observaba atentamente. —No me iré. Soltó su respiración. No se había dado cuenta de que la estaba sosteniendo. Ella definitivamente no se había dado cuenta de lo mucho que quería que se quedara. —Gracias. Él asintió con la cabeza, luego se dirigió hacia la cocina. —Antes de que vayamos más lejos, tengo que hablarte de mí mismo. El demonio se refirió a mí como un parásito, y… —Por favor, no dejes que sus insultos te molesten.— Ella se dirigió hacia Connor. —Los demonios son conocidos mentirosos. Darafer probablemente quiere abrir una brecha entre nosotros, hacerme dudar de ti así te rechazaría y perdería tu protección. Él sabe que seremos más fáciles de vencer si nos puede separar. —Tú tratabas de separarnos. —Sí.— Ella se detuvo frente a él. —Porque estoy preocupada por tu seguridad. Realmente debería insistir en que te fueras.— Ella bajó la cabeza. —Estoy siendo egoísta por mantenerte. —No, muchacha. Me quedo porque quiero. Ella levantó la mirada para encontrarse con la suya. —Estabas dispuesto a luchar contra un demonio para mantenerme a salvo. Estuviste a mi lado y creíste en mí. Eres un hombre bueno, valiente, noble, Connor Buchanan. Me rescataste esta noche, y siempre estaré agradecida por tu valentía y fortaleza de carácter.

Se quedó quieto, mirándola con una expresión de asombro. Ella sonrió. No sólo era honorable, sino modesto, también. Se acercó, puso sus manos sobre sus sienes, y tiró su cabeza hacia abajo. —Dios te bendiga.— Ella lo besó en la frente, luego lo dejó en libertad. Se dio la vuelta para retomar su paseo, pero él agarró su muñeca y la detuvo. Ella abrió la boca cuando la empujó contra una pared, su muñeca aún sujeta en su puño y ahora clavada contra la pared cerca de su oído. Su corazón dio un vuelco. —¿Qué… qué estás haciendo? Él plantó la otra mano en la pared y se inclinó hacia ella. Sus ojos brillaban de un azul brillante. —Cuando beses a un hombre, deberías hacerlo correctamente. Su pulso se aceleró. —Te di un beso adecuado. —Para un niño.— Él se inclinó hacia delante hasta que su boca estaba cerca de su oído. Su suave aliento contra su piel, causando diminutos hormigueos. —Soy un hombre. Creo que te has dado cuenta de eso. —Apenas lo noté.— Se estremeció cuando su nariz acarició su oído. —Y me disculpé. No quise ofenderte. —¿Te parezco ofendido? —Yo… yo...— Dios mío, ¿era esa su lengua? —Estabas ofendido antes, cuando fui descubierta. Así que pareció... lógico suponer... — Ella no podía recordar lo que estaba tratando de decir, cuando su lengua le hizo cosquillas en la oreja. —Nunca estuve ofendido,— susurró él. —Me he estado muriendo por tocarte de nuevo. Su mente se arremolinaba, dejándola mareada. Ella temblaba mientras sus labios se movieron por su cuello. —Tu pulso está saltando,— murmuró. —Lo sé.— Luchó por respirar. —Creo que este corazón debe estar defectuoso. No está funcionando bien. Él se rió entre dientes. —Está trabajando perfectamente. Eres tan hermosa. Tan dulce.— Besó un rastro hasta su mandíbula.

Su corazón latía con fuerza. ¿Estaba dirigiéndose a su boca? Debería detenerlo. Los ángeles no se comportan así. Simplemente no tenían el deseo. Pero ella sí. Tenía que ser este cuerpo humano. Estaba tan bien afinado para disfrutar de los matices de cada toque suyo. La presión de sus labios, la humedad de su lengua. El mordisqueo. Las cosquillas. La raspadura áspera de sus bigotes hacía que sus rodillas se volvieran débiles. Y sus dulces palabras hacían que su corazón se hinchara con el deseo. —Connor,— susurró ella, sus parpados cerrándose. Ella sintió su aliento en los labios. Tan cerca. Su corazón se aceleró con anticipación. Dios mío, esto tenía que ser lujuria. No es de extrañar que fuera un pecado. Era tan fuerte. Ella abrió su boca para decir que no, pero sus labios tocaron los suyos. Suavemente, él se apartó. Se quedó paralizada. ¿Eso era todo? Seguramente no había nada pecaminoso en ello. Le había parecido bien... dulce. La boca de él encontró la suya de nuevo, quedándose en esta ocasión, presionando suavemente. Sí, definitivamente dulce. Él parecía estarla degustando, bebiendo de ella. Llevó su labio inferior a su boca y chupó suavemente. Ella gimió. Él la tomó en sus brazos y dispersó besos por sus mejillas, su nariz, su cuello. Con sus ojos todavía cerrados, le rodeó el cuello con sus brazos. Se sentía tan bien ser querida. Y por Connor. Este hombre bueno, valiente, noble. Regresó a su boca para otro beso. Trató de devolverlo, imitando la suave succión y los movimientos de mordisco. Un gemido retumbó profundo en su garganta, y el sonido reverberó a través de ella, asentándose entre sus muslos con una curiosa sensación. Eso era... extraño. Incómodo, de alguna manera, como si estuviera sufriendo por algo. Desesperada por algo. Sus dedos se clavaron en sus hombros, y ella gimió contra su boca.

Con un gruñido, Connor profundizó el beso, amoldando su boca con más fuerza contra la de ella. Campanas de advertencia sonaban en su cabeza. La dulzura había desaparecido, reemplazada por algo salvaje y hambriento. Lujuria. Dios mío, había sido seducida por la dulzura, sólo para caer de cabeza en la pasión. Y la parte más impactante era que no estaba segura de que quería parar. Él plantó las manos en su trasero y la empujó con fuerza contra él. Ella jadeó. Dios mío, él era más grande que antes. —Connor,— Ella se sobresaltó cuando vio sus ojos. De color rojo brillante y resplandeciendo. Saltó hacia atrás, golpeándose contra la pared. —Ten cuidado.— Él la tomó por los hombros, pero ella se escabulló. Recordó ahora que sus ojos se habían vuelto de color rojo antes. Lo había desestimado en el momento, porque había sabido todo el tiempo que no era un demonio. Habría sentido eso inmediatamente. Más temprano en el sofá, había tenido una visión de su alma, y era humana. No tenía sentido. Había estado tan segura de que él era humano. —No lo comprendo. Él levantó una mano como para tranquilizarla. —Está bien. Sabes que nunca te haría daño. Su mente daba vueltas, volando a través de todas las posibilidades. ¿Era de otro planeta? No, era escocés. ¿Un cambia formas? No lo creía. ¿Cómo lo había llamado Darafer? Un parásito. Con un jadeo, todo quedó claro. Y aterrador. Porque él era el mismo tipo de criatura que había matado a toda esa gente en el camping. —¡Eres un tramposo! Él parpadeó. — ¿Un qué? —Un tramposo.— Su corazón se hundió. —Así es cómo los llama Zack porque han engañado a la muerte. Él te odia.— Ella no podía evitar decirlo. Sus ojos se llenaron de lágrimas. —Eres un vampiro.

- 7 - Ella estaba decepcionada. Consternada. Connor apretó sus dientes mientras observaba una lágrima deslizarse por su adorable mejilla. Estaba tentado de enjuagarla, pero se figuró que ella saltaría hacia atrás para evitar su toque. Una cosa había aprendido en casi cinco siglos de existencia: todo podía cambiar en un pestañeo. Le había llevado solo cinco minutos condenar su alma allá en 1534. Solo un segundo para Shanna caer en una espiral de muerte después de tocar a Marielle. Solo otro segundo, para él abandonar todo sentido común y rendirse al anhelo que había estado creciendo en su interior desde el instante que escuchó por primera vez la voz de Marielle. Y hace menos de un minuto, ella temblaba en sus brazos y gimió de placer. Pensó que había ocurrido un milagro. Un hermoso ángel se preocupaba por él, lo admiraba, incluso lo deseaba. Pero segundos después, retrocedió con horror. ¿Cuándo aprendería por fin? Alegría y placer no estaban hechos para él. El amor siempre estaría más allá de su alcance. Siempre que se consentía un brillo de esperanza, se hacía pedazos. Y con razón. Que tonto había sido al querer a Marielle. Su contaminada y negra alma no era digna ni de los más bajos seres humanos, y aun así, ¿se atrevió a tocar a un ángel? Su reacción fue exactamente lo que se merecía. —Sabes sobre vampiros,— dijo él tranquilamente. —Sí.—Ella secó sus lágrimas. —Soy una Deliverer—era una Deliverer—así que he escoltado muchas almas que fueron asesinadas por tu especie. Su mandíbula se apretó. Eran los Malcontents quienes iban asesinando mortales, pero difícilmente podía reclamar ser nada mejor.

Ella respiró hondo, elevó su barbilla, y lo miró directamente a los ojos. Incluso con la desesperación retorciendo sus tripas, se sintió sobrecogido por Marielle. La pobre muchacha había sido herida y desterrada del cielo, amenazada por un demonio, y manoseada por un vampiro, todo en una noche. Y aun así, estaba de pie firmemente, fuerte y determinada. —¿Tú mataste a esas personas en el campamento?— Preguntó ella. —No. Ella se detuvo, una mirada de expectación en su rostro como si estuviera esperando que él se explicara. ¿Qué iba a decir? ¿Que era un buen hombre? ¿Que estaba insultado de que siquiera tuviera que hacer tal pregunta? No tenía sentido fingir. El demonio había confirmado lo que Connor había sospechado desde hacía mucho. Estaba en la lista del infierno. —¿Estabas en el campamento?— Preguntó ella. —¿Por qué? —Estaba buscando a alguien. Esperaba matarlo. Sus ojos se abrieron como platos. —¿Puedo preguntar su nombre? —Casimir. —Oh. — Miró a través de la habitación, sus ojos desenfocados mientras consideraba algo. —Interesante. Connor sacudió su cabeza ligeramente. Ser un vampiro era una cosa, excepto Dios lo prohibiera, ser aburrido. Ella caminó hacia la chimenea, entonces bordeó el lado más alejado del sofá, manteniendo su distancia con él. —Sabemos sobre Casimir. Zack ha estado entregando a las víctimas de Casimir durante siglos, y lo odia con una pasión que es impropia para un ángel. Ha sido reprendido varias veces por eso. Se detuvo de su paseo para mirar a Connor. —No debemos interferir en acontecimientos humanos. Podría afectar el derecho del libre albedrío. Él se burló. —Como si alguien fuera a elegir ser asesinado por un vampiro.

—Me cuestionaba lo mismo. — Suspiró ella. —Pero solo servía para enfurecer a Zackriel. Ya estaba en problemas por sus propios reclamos y no quería a nadie de su personal haciéndole verse peor. —Dios lo prohíba,— dijo Connor con sequedad. No tenía simpatía por el ángel que había abusado cruelmente de Marielle. —Pero pensaba que tenía un punto válido,— continuó ella. —Ya que los vampiros no son exactamente humanos, creo que los ángeles deberían tener permitido interferir. Casimir y su especie se supone que deberían estar muertos. Su propia existencia es antina...— Se detuvo con una mueca. —¿Antinatural?— Terminó su oración Connor. —¿Una abominable peste en la humanidad? Su rostro se puso pálido. —Eres rápido para condenarte a ti mismo. Ella había sido la que lo había llamado antinatural. Un tramposo. Se sintió tenso y frío hasta la médula de sus huesos. —Escuchaste al demonio. Estoy en la lista para el infierno. —¿Me escuchaste? Te dije que los demonios son impostores. No deberías creer nada de lo que te dijo. —Lo sabía desde hace mucho antes de que me lo dijera. —¿Por qué?— Ella caminó hacia él. —¿Qué has hecho para merecer el infierno? Él redujo sus ojos. Primero el sacerdote había querido saberlo, y ahora un ángel, pero nunca confesaría. —Soy un vampiro. ¿No es eso suficiente? —¿Lo es? Sangriento infierno, no lo sabía. El padre Andrew siempre predicaba que aún eran los hijos de Dios. Connor imaginaba que había esperanza para vampiros como Roman, pero no para él. Él estaba condenado, con nadie a quien culpar excepto él mismo. Y nunca debería haber tentado a alguien tan bueno y puro como Marielle. —Me disculpo por tocarte. No tenía derecho.

Ella comenzó a pasear otra vez y fue alrededor del comedor antes de dirigirse de vuelta al sofá. Se detuvo y puso sus manos sobre el respaldo del sofá donde una manta india reposaba. Trazó el diseño con sus dedos. —No creo que debas disculparte. No me forzaste. —Eres inocente en las costumbres carnales. Tomé ventaja en eso. Ella le miró, y arqueó una ceja. —Entonces me corrijo. Abusaste de mí gravemente. Él se estremeció como si le hubiese lanzado una estocada a través del corazón. Cerró sus ojos brevemente, dispuesto a que el gélido frío en su interior se esparciera y congelara el dolor. —Sí. — Fue todo lo que consiguió decir. El cansancio se arrastró hacia él, minando su fortaleza. Caminó a zancadas hacia el refrigerador, sacó una botella de sangre sintética y la empujó hacia el microondas. —¿Qué es eso?— Se movió más cerca. —Comida.—Él le disparó una mirada molesta. —Sangre. Si no la bebo de una botella, podría robarla de ti. —¿Lo harías? Prefería morir. —He tomado sangre de otros. Miles de personas. He estado en los alrededores durante siglos. Ella apoyó sus codos sobre el bar de desayuno y lo observó. —Me siento un poco indignada. Eso dolía. —Estoy seguro de que lo estás. — Agarró la botella del microondas y engulló algo de sangre. —¿Cuándo fue la última vez que mordiste a alguien? Secó su boca con el dorso de su mano. —¿Qué importa eso? —¿Fue anoche? —No. —¿El año pasado?

Él se detuvo, preguntándose qué estaba tramando. —No.— Terminó la botella y la puso en el lavaplatos de la cocina. Ella se sentó sobre uno de los taburetes del bar. —Como una Deliverer, cada vez que tocaba a los muertos o moribundos, sus vidas enteras eran reveladas ante mí. Veía todo. — Tamborileó sus dedos sobre la encimera. —La mayoría de las personas pasaban sus vidas tratando de hacer lo correcto, pero no todos. He tenido que ver algunas cosas espantosas. —¿Llevaste a esas personas al infierno?— Preguntó Connor en voz baja. Ella sacudió su cabeza. —No era mi lugar para hacer ese tipo de juicio. Pero he presenciado suficientes historias de vida para reconocer la enorme diferencia entre una persona que escoge la maldad porque se deleita con ella, y la persona que lucha contra una maldad que le ha sido impuesta. Se inclinó hacia delante sobre sus codos, observándolo intencionadamente. —Tal vez parezco inocente en algunas cosas—bueno supongo que lo soy. — Sus mejillas se pusieron de un ligero color rosado. —Pero cuando se trata del bien contra el mal, tengo milenios de experiencia. Reconozco la maldad cuando la veo. ¿Así que quieres saber qué es lo que me indigna? Él retrocedió, reacio a escuchar su respuesta. —La maldad, supongo. —No hay maldad aquí. Él pestañeó. ¿Qué estaba diciendo? Ella le frunció el ceño. —Me indigna tu falta para defenderte a ti mismo. ¿Qué demonios? —Estaba listo para defenderme en la batalla con Darafer. —No estoy hablando de una batalla física. ¡Te acusé de abusar gravemente de mí, y tú lo aceptaste! ¿Cómo pudiste? —Soy un vampiro, Marielle. Un tramposo. Un parásito. No tenía derecho a tocarte. Y no me digas lo contrario. Vi tu reacción cuando descubriste la verdad. Vi el horror en tu rostro, la lágrima que se deslizó por tu mejilla. —Estaba estupefacta, eso es verdad. Pero me llevó unos pocos minutos darme cuenta de que tenías que ser uno de los vampiros buenos. —¿Lo sabes?

—Por supuesto que lo sabemos. — Ella meneó una mano desestimadora. —¿Cómo podríamos perdernos el hecho de que durante la Gran Guerra de los Vampiros de 1710, miles de mortales fueron asesinados, drenados en seco por Casimir y su ejército, mientras que los vampiros opositores se las arreglaron para alimentarse sin matar ni una sola persona? Él la miró sin comprender. Ella se bajó del taburete del bar y rodeó la barra. —Estás actuando como si no fueras mejor que Casimir.— Señaló hacia la botella vacía en el lavaplatos. —Él nunca bebería sangre de esa forma. Me habría atacado y matado al igual que lo hizo con esas otras víctimas en el campamento. Él corazón de Connor golpeteaba en su pecho. —No puedes pretender que sea bueno. —¿No? — Caminó más cerca. —Me salvaste esta noche. Estabas dispuesto a combatir a un demonio para protegerme. ¿Esperas que olvide todos los valientes y nobles actos que has cometido simplemente porque eres un vampiro? ¿Podía realmente un ángel considerarlo bueno? —No conoces la oscuridad en mí. —¿Recuerdas lo que dije sobre tocar a los muertos y presenciar sus vidas?— Puso una mano sobre la mejilla de él. —No funciona tan bien contigo, pero pude ver... Él retrocedió fuera de su alcance. —¿Viste en mi alma? —Un poco. Mientras más te toco, más puedo ver. Sangriento infierno. Por eso quería sanarlo antes. Había visto la negra tormenta profunda en su interior. Joder. Todo el tiempo que pasó besándola, había estado abriendo su alma. —Sé que eres un buen hombre Connor. Vi tu fuerte sentido del honor e integridad. Vi un alma humana en toda su imperfección y gloria. Por eso es que no se me ocurrió que no fueras nada más que humano. Un vampiro malvado no tendría tal pozo negro de dolor y remordimiento escondido en su corazón. Él no conocería el significado de remordimiento. El dolor que hundía su pecho, comenzaba a liberarse. Ahí estaba una hermosa mujer, un ángel, que creía que aún era bueno. ¿Se atrevería a esperar que hubiera cualquier otra cosa que el infierno aguardándole? —Marielle,— susurró.

—Sí. — Ella puso sus manos en su rostro. La quería tanto. Quería agarrarla y nunca dejarla ir. Era todo lo hermosa y buena que había soñado jamás. Era un faro de luz en las tinieblas donde él moraba. Y por algún santo milagro, creía en él. Solo eso le hacía querer caer sobre sus rodillas y poner su corazón a sus pies. Ella miró intensamente sus ojos. —Muéstrame que es lo que te lastima. ¿Dejarla ver lo que había hecho? Lo odiaría si lo sabía. Perdería su respeto, su confianza en él. ¿Cómo podría soportarlo? —No. — Retrocedió, rompiendo el contacto con ella. Nunca podría confesar, nunca dejaría que lo supiera. Ella lo contempló silenciosamente, la decepción causando que los bordes de su hermosa boca se inclinaran hacia abajo. Quería besarla otra vez y persuadir a esos labios a un suspiro de placer. Pero no importaba cuanto quisiera sostenerla en sus brazos, nunca podría arriesgarse a tocarla y exponer sus oscuros pecados. —Estuviste ahí para mí en mi momento de necesidad,— dijo ella solemnemente. —Espero volver al cielo pronto, pero mientras tanto, si hay alguna cosa que pueda hacer por ti, lo haré con mucho gusto. No se atrevió a decirle la primera cosa que se le vino a la mente. Una vez que empujó a un lado esos lujuriosos pensamientos, recordó sus habilidades para sentir a la muerte. —Quizás haya algo que puedes hacer para ayudarnos, pero necesitaré discutirlo primero con mis amigos. —¿Te refieres a otros vampiros buenos? —Nos llamamos a nosotros mismos Vampiros. Junto con algunos cambia formas y mortales, intentamos proteger a la humanidad y derrotar a los vampiros malos. Los llamamos Malcontents. Ella asintió. —Siempre he estado agradecida de que haya vampiros buenos determinados a combatir a los malos, especialmente ya que los ángeles no tienen permitido interferir. Siempre que Zack se quejaba sobre los Malcontents, como tú

los llamas, se nos dijo que confiáramos en el Señor, que Él ya había sembrado las semillas para resolver el asunto. Creo que se refería a ti y a tus amigos. Connor tragó fuerte. Había escuchado al Padre Andrew decir muchísimo lo mismo durante los últimos pocos años, que los Vampiros estaban realmente satisfaciendo alguna clase de propósito divino en su intento de proteger a la humanidad y destruir a los Malcontents. Roman, el antiguo monje, lo creía, pero Connor lo había desestimado como una carga de bla–bla psicológico diseñado para hacerlos sentirse bien sobre ser no-muertos. Como si tuviera algún sentido para ellos sentirse cálidos y confusos sobre ser fríos y duros. —Me disculpo por la forma que reaccioné a tu condición,— continuó Marielle. —Estaba molesta por esos que murieron en el campamento, especialmente los niños, así que cuando me di cuenta de que eras un vampiro, por un breve momento, temí lo peor. —Está bien. Ella respiró hondo y extendió una mano. —Entonces estaría honrada de llamarte amigo, Connor Buchanan. —Sí. — Su corazón se expandió hacia el milagro de un ángel queriendo hacerse amigo suyo, pero dudó en tomar su mano. Ella suspiró. —Trataré de contenerme de mirar el negro muro del pasado alrededor de tu corazón. Él se estiró, lentamente envolviendo su delicada mano con la suya más grande, y dura. En el instante que su palma presionó contra la suya, sintió un estremecimiento de conciencia crepitando a través de él. Él reaccionó, doblando sus dedos callosos sobre su mano y sosteniéndola firmemente. Miró sus ojos, y supo entonces, con una sensación de fatalidad, que no sería capaz de resistirse a tocarla otra vez. Su corazón, su alma, su mente, su cuerpo—todo estaba gritándole que la acercara a sus brazos. Que la besara, la quisiera, le hiciera el amor, y nunca la dejara ir. Sus ojos se abrieron como platos, su boca se abrió ligeramente. Ella miró hacia abajo a sus manos, y luego de vuelta a su rostro. —Interesante,—murmuró. —No me había dado cuenta que los apretones de mano eran tan...— Un gruñido emanó de su estómago.

Con un jadeo, ella dejó caer su mano. —¿Esa fui yo?— Presionó una mano en su estómago. —¿Es normal para un cuerpo hacer ruidos? Connor sonrió. —Probablemente estás hambrienta, eso es todo. —Oh. — Acarició su vientre. —Estoy experimentando una curiosa sensación, como si estuviera terriblemente vacía y necesitara algo muy profundo en mi interior. Supongo que es hambre. O deseo. Su sonrisa se marchitó. ¿Podía un simple apretón de manos causar que ella sintiera el mismo tirón que él? ¿Qué lo anhelara? Había gemido de placer antes en sus brazos. ¿Se atrevería a tener esperanzas? —No creo que tengas algún maná aquí,— interrumpió ella sus pensamientos. —¿Maná? —Siempre ha sido mi principal fuente de alimentación.— Ella arrugó su nariz. —No creo que pueda aguantar ninguna de tus botellas de sangre. —No, probablemente te harían enfermar. — Él abrió algunas de las puertas de los estantes, buscando comida mortal. —Howard y Phil vienen a menudo a cazar. Debería haber algo... Aquí, esto podría gustarte. — Le pasó una barra de chocolate, luego buscó una botella de agua del refrigerador. —¿La comida está dentro?— Ella giró el empaque de la barra sobre sus manos. —Sí.— Él tomó la barra, rompió el envoltorio, y luego se la volvió a dar. Desenroscó la tapa de la botella de agua, y luego se congeló cuando ella dejó escapar un sonido de sorpresa. Tenía un bocado de la barra de chocolate en su boca. Masticó lentamente, sus ojos ampliándose. —Oh Dios mío,— murmuró. Tragó, luego miró la barra asombrada. —Esto es increíble. Nunca probé nada así. — Tomó otro bocado y gimió, inclinando su cabeza hacia atrás y cerrando sus ojos. Joder. Se veía como si estuviera llegando al clímax. Instantáneamente se endureció. —¡Tan bueno!— Tomó otro bocado y sus ojos estaban nublados de placer. Cambió su escarcela para esconder el problema en expansión debajo de su falda escocesa —¿Es mejor que el maná, entonces?

Ella asintió mientras tragaba. —Oh sí. El Maná es muy insípido, no es que importe, cuando estamos en nuestra habitual forma espiritual, no experimentamos el sabor. — Se llevó lo último de la barra a su boca, luego presionó una mano en su pecho y gimió. Él acomodó su peso. La muchacha estaba sin duda en sintonía con las sensibilidades de su nuevo cuerpo humano. El ritmo de su corazón se aceleró con el pensamiento de introducirla a todo tipo de placer sensual. Si podía reaccionar así de intenso a la comida, ¿qué haría si él acariciara sus pechos o besara la dulce carne entre sus piernas? Sus suaves brazos y piernas lo sostendrían tensamente, sus gemidos sonarían como música, y se haría pedazos en sus brazos. Prácticamente podía escuchar el grito de su liberación. Ella lamió sus labios. —¿Cómo se llama? Sexo. Se detuvo a sí mismo justo a tiempo. —Chocolate. —¡Me encanta! Gracias.— Ella sonrió. —¿Tienes algo más que pueda comer? No lo digas. —Miraré. Bajo mi falda escocesa. Le pasó la botella de agua y se giró para hurgar por los armarios. Santo Dios Todopoderoso, lo llevaría a la ruina. Pero ya estaba condenado, así que seducir a un ángel podía difícilmente dañar su alma inmortal mucho más. Pero podría dañarla. Ella quería volver a casa en el cielo. Y creía que era un buen y honorable hombre. Si lo fuera, no haría nada para menguar sus oportunidades. Se aseguraría de que permaneciera casta y pura así podría tomar su legítimo lugar con los ángeles. Además, tocándola podría causar que viera por qué su alma estaba maldita. Nunca podía dejar que pasara. Así que, estaba resuelto, decidió con el corazón hundido. No la besaría de nuevo. No la sostendría en sus brazos. El amor siempre estaba más allá de su alcance. Su móvil sonó, y lo sacó de su escarcela. El morral de cuero colgaba en un extraño ángulo debido al problema bajo su falda escocesa. —Connor,— dijo Angus. —No llamaste otra vez. ¿Terminaste con lo del médico?

—No tenemos que ir a Houston,— respondió, mirando hacia Marielle. —Aún estamos en la cabaña, y ella está completamente curada. Ella sorbió de la botella de agua, mirándolo con curiosidad. —¿Cómo...? Olvídalo,— continuó Angus. —Estoy enviando a Robby así puede tener un informe completo y determinar si es una amenaza. —Ella no... —Roman cree que lo es,— interrumpió Angus. —Quiero más información antes de decidir cómo proceder. Connor apretó sus dientes para no discutir con su jefe. Marielle no era una empleada de Angus, así que su futuro no era suyo para decidir. —Robby llevará algunas ropas que Emma juntó,— dijo Angus. —El Padre Andrew insiste en ir, y Gregori se ofreció a teletransportarlo. Deberían llegar en breve. —Muy bien. —¿Necesito recordarte que no la dejes en ninguna parte cerca del Padre? —No. — Connor cortó y lanzó el teléfono de vuelta a su escarcela. —Vienen tus amigos,— dijo Marielle en voz baja. —Sí. Dos Vampiros y un sacerdote mortal que está ansioso por conocerte. —Será bueno tener a alguien con quien rezar. Me siento sola con mis propios pensamientos. —No estás sola, Marielle. Los ojos de ella se suavizaron y sonrió. Él encrespó sus manos en puños para no agarrarla. Ella cambiaba su peso adelante y atrás. —Tengo una extraña, urgente sensación como que debería... derramarme. Él pestañeó. Cristo, ¿realmente era así de inocente? —¿Necesitas usar el cuarto de baño?

Ella sacudió su cabeza —No creo que necesite descansar. —Me refiero al váter. ¿El W.C?— Cuando continuó mirándole sin comprender, él señaló hacia el baño. —Ven, te lo mostraré. Ella lo siguió a la pequeña habitación y miró curiosamente. No podía creer que tuviera que hacer esto. —Has estado observando a los humanos durante siglos. ¿Nunca viste a uno hacer pis?— ¿O hacer el amor? Ella sacudió su cabeza. —Nunca prestamos atención a las funciones corporales. Como seres espirituales, no es algo con lo que podamos relacionarnos. —Bueno.— Sintió que sus mejillas se ponían calientes. —Te sientas ahí,— señaló hacia el inodoro, —y lo dejas ir. Ella asintió. —Interesante. —Entonces te secas y tiras de la cadena. — Señaló hacia el papel higiénico y la palanca de la cadena. —¿Esto?— Tocó ligeramente la palanca, y el inodoro enjuagó. Ella saltó hacia atrás, luego se rió. —¡Mira eso! Los humanos son tan listos. El pestañeó. Podía jurar que no había tirado de la palanca. Él señaló hacia el lavamanos. —Luego lavas tus manos. Ella tocó el grifo y el agua brotó. —¡Brillante!— Con una sonrisa, balanceó sus dedos en el agua. Ella no había girado la llave. Connor salió de la habitación, perplejo. —Te dejaré sola, entonces. Cerró la puerta y podía oírla tarareando dentro, feliz con sus nuevos juguetes. El inodoro tiró de la cadena otra vez. ¡Santo Dios Todopoderoso! ¿Qué pasaría si accidentalmente tocaba un arma o un arco? Angus podría decidir que en efecto era una amenaza. Agarró otra botella de sangre del refrigerador y la calentó en el microondas. Necesitaba mantener su fuerza con Marielle alrededor.

Nunca sabía que esperar a continuación. ¿Cómo podía un ángel de la muerte causar que las cosas funcionaran? ¿Había algo mágico sobre su toque? Ciertamente había disfrutado cuando lo había tocado. Escuchó la cisterna otra vez, entonces el sonido de agua. Recuperó su botella del microondas. No importaba qué, debía mantener su decisión. No besarse. No abrazarse. Ni siquiera pensaría en sexo. O cuan maravillosamente bien sus voluptuosos pechos habían llenado sus manos. Miró con pesar hacia su botella de sangre sintética. Lo que realmente necesitaba era algo de Blissky1. El whisky añadido podría entumecer su deseo. La puerta del baño crujió abriéndose, y él miró el lavaplatos, sin mirarla a propósito. —Creo que lo hice correctamente,— anunció ella orgullosamente. —Eso es bueno. — Él engulló algo de sangre. No pienses en hacer el amor. —Y descubrí algo asombroso. Tengo un conjunto entero de partes femeninas privadas. — Él escupió sangre en el lavaplatos. —¡Connor!— Se apresuró hacia él y puso una mano sobre su espalda. —¿Te encuentras bien? Dios lo ayudara, lo llevaría hacia la desesperación. Secó su boca con el dorso de su mano. —Muchacha, no puedes decir lo que sea que aparezca en tu mente. Hay cosas de las que no hablamos. —¿Qué clase de cosas? —Cosas personales. — Como todo un conjunto de partes femeninas privadas. ¿Cómo podía siquiera mantener eso fuera de su mente? —Estoy acostumbrada a compartir todos mis pensamientos con las Huestes Celestiales, y ellos conmigo. —Bueno, los humanos no comparten todo. Nos gusta mantener algunas cosas privadas.— Partes privadas femeninas. ¡No pienses en eso!

1 fusión de las palabras blood que es sangre en español y whisky

Ella frunció el ceño. —¿Como los oscuros secretos que mantienes escondidos en tu corazón? Su boca se apretó. —Eso y otras cosas. Ella sacudió su cabeza. —No estoy segura de que mantener secretos sea una forma saludable de vivir. —Así es como somos. Mis amigos estarán aquí pronto. — Cambió el tema y hurgó entre algunos de los estantes de la cocina hasta que encontró algo que podía usar. —Tenemos que hacerte más presentable. Levanta tu brazo derecho. Ella lo hizo, y él usó un clip de madera para cerrar los bordes sueltos de la sábana en su cadera. Ahí, eso evitaría a los otros hombres ver más de Marielle de lo que él quería. Como su completo conjunto de partes femeninas. Mía. Quien lo encuentra se lo queda. ¿Pero podía realmente reclamar a Marielle para él? Ella no lo quería; quería volver al cielo donde todo era hermosa música y perfectos ángeles compartiendo adorables pensamientos. Sin secretos y pecadoras criaturas como él. Tres formas oscilaron cerca del sofá, luego se hicieron sólidas. Él respiró hondo. —Tenemos compañía.

- 8 -

—Este es Robby MacKay. —Connor presentó al biznieto de Angus, que se dirigió hacia ellos, con una bolsa de mano.

—Robby, esta es Marielle.

—¿Cómo lo lleváis?— Robby colocó la bolsa en la cocina. —Te hemos traído algo de ropa.

—Gracias.— Ella sonrió y le tendió la mano. —¿Así que eres un vampiro, también?

—Sí.— Robby miró la mano. —He oído que eres un ángel de la muerte.

—Ella no puede hacerte daño, —murmuró Connor.

Robby le dio un rápido apretón de manos y luego una palmada a Connor en el hombro. —¿Qué pasó con tu espada?

—Está en la parte superior del monte Rushmore. Iré a buscarla más tarde.

Marielle notó que estaba estudiando la mano con una mirada perpleja.

—¡Guau!— Gregori se acercó a ella, sonriendo. —Eres como una niña.

Ella miró por encima del hombro. A pesar de la imperiosa necesidad de lanzarle el objeto más cercano al vampiro mujeriego, el pecho de Connor se llenó de calor. Marielle no tenía ni idea de lo hermosa que era. Se inclinó y le susurró, —El idiota está refiriéndose a ti.

—He oído que...— murmuró Gregori.

—Pero nunca he sido una niña, —protestó Marielle. —Fui creada como soy, aunque en una forma espiritual. Este cuerpo es nuevo para mí.

Gregori la miró, con sus ojos brillantes. —Bueno, si necesitas cualquier ayuda para familiarizarte con él, sólo déjame a mí.

—Muestra algo de respeto, puerco sangriento.— Connor miró el mostrador de la cocina para ver lo que podía lanzarle. La tostadora, tal vez.

—Oye, si es una muestra de lo que nos espera en el cielo, —dijo Gregori, —mátame ahora.

Ella sacudió la cabeza. —¡Oh no! No quiero hacerte daño.

Connor se inclinó a su lado. —No dejes que te moleste. Está actuando bajo la falsa percepción de que es de alguna manera encantador.

Robby se rió entre dientes. Gregori bufó. —Por lo menos no soy un viejo cascarrabias.

Se volvió hacia Marielle y le guiñó un ojo. —Gran equipo. La toga tiene que adaptarse a ti.

Ella echó un vistazo a la sábana. —Gracias. Connor me ayudó a fijarlo.

—¿En serio?—Gregori torció la boca. —No sabía que él era tan... habilidoso.

—Vete a la mierda,— se quejó Connor. La tostadora no. Tal vez el machete de carnicero.

—Estoy encantado de conocerte, mi hermoso ángel.

Gregori le tomó la mano y la besó, su boca fue persistente en su piel.

Connor apretó los dientes. Tal vez con el cuchillo de carnicero.

—Encantada de conocerte.—Ella recuperó su mano del agarre de Gregori. Frunció el ceño, una vez más con una mirada perpleja.

Connor cogió el salvamanteles de caucho negro. —¿Por qué estás aquí, Gregori?

—Mi madre insistió en que tenía que darle un informe completo.— Le lanzo a Marielle una mirada de disculpa. —Ella realmente quería venir, se muere por conocerte, pero Roman tiene miedo de que pudiera que morir de alguna forma… ¡Oye! —Dijo evitando el salvamanteles cuando pasaba cerca de su oreja y rebotó en la pared de detrás de él. —¿Qué demonios fue eso?

Connor arqueó una ceja cuando cogió un segundo salvamanteles.

—¿Por qué le tiras las cosas?— Preguntó Marielle.

Se encogió de hombros. —Prácticas de tiro.

Robby estrechó los ojos. —¿Ella no lo sabe?

—No hay nada que saber.

Connor dejó caer el salvamanteles y la llevó hacia la chimenea, donde la tercera persona estaba esperando. El sacerdote había permanecido en silencio desde su llegada, mirando al ángel con una mirada de asombro y reverencia.

—Te presento al padre de Andrew,— dijo Connor sonriendo a Marielle.

—Dios te bendiga, querida.—El sacerdote se llevó la mano a su pecho, mientras sus ojos brillaban con lágrimas. —No sé cómo expresarte la alegría y el honor que siento. Tantos años de confiar y luchar por mi fe y aquí estás como prueba de que no he creído en vano, de que todas las palabras que he hablado en los últimos años son verdaderas.— Sus ojos brillaban con la humedad.

—Hijo del hombre, vuestro Padre os ama profundamente.— Ella extendió la mano para tocarlo.

Connor la agarró por la muñeca y la llevó de nuevo a la mecedora. —¿Os podéis sentar?

El sacerdote no se había dado cuenta de la interferencia de Connor. Él cogió un pañuelo de algodón del bolsillo de su chaqueta, secándose las lágrimas de su rostro.

Sin embargo, Marielle se dio cuenta y le susurró, —¿Qué está pasando, Connor? —Él abrió la boca para decir,—Nada, —pero le resultó difícil mentir directamente a su ángel a la cara.

—Ella necesita saberlo. —Robby se acercó al sacerdote.

—No. Ha tenido suficiente por esta noche. —Connor le envolvió un brazo protector sobre los hombros y la atrajo hacia sí. —No te tendré molestándola.

Robby elevó las cejas. El Padre Andrew se quedó quieto mirando cuando iba a meter el pañuelo en el bolsillo. Y Gregori, hizo una mueca.

Connor sentía el calor inundando su cara, pero mantuvo su brazo alrededor de ella. —Ella ha pasado por un infierno esta noche, desterrada de su casa, atacada, con la espalda quemada y la pérdida de sus alas. Estuvo tirada herida y sangrando. También fue amenazada por un demonio.

—¡Un demonio!— La cara del padre de Andrew se puso pálida. —Dios mío. ¿Te encuentras bien?

—Sí, —respondió ella en voz baja. —Pero me temo que hay algo que no me está diciendo. —Cuando el sacerdote asintió con la cabeza, Connor gimió y bajó el brazo. ¿No habían pasado suficientes cosas por esta noche?

—Considero un gran honor ser tocado por un ángel, —explicó el padre Andrew. —Pero mis amigos están preocupados de que si me tocas pudieras hacerme daño.

—Oh. ¿Eso es todo? —Ella exhaló cansinamente. —No es necesario que tengas miedo. He perdido la mayor parte de mis dones angelicales. Ya no puedo volar o comunicarme con las Huestes Celestiales. Y mi toque ya no mata. He estado tocando a Connor y a casi todos toda la noche sin efecto alguno.

Gregori resopló. —De acuerdo. No tiene efecto en absoluto.

Connor frunció el ceño. —Ella nunca le haría daño a propósito a nadie.

—Que se lo digan a Shanna,— murmuró Gregori.

—¿Quién?— Preguntó Marielle.

—Deja de machacarla, — gruñó Connor a Gregori.—Podemos advertirle que no toque a los mortales y dejar las cosas así.

—¿Estás diciendo que soy un peligro?— Sus ojos se abrieron con alarma.

—Sólo para los mortales,— se quejó Connor. —Puedes tocarnos a los vampiros sin ningún problema. Ya estamos un poco muertos.

—¿Y cómo lo sabes? ¿Qué pasó? —Ella le miró molesta cuando él permaneció en silencio. —Será mejor que me lo digas. Es posible que tengas siglos de antigüedad, pero yo tengo milenios de antigüedad, por lo que no me trates como a una niña.

Él arqueó una ceja ante ella y le susurró, —¿Has sido tratada como a una niña?— Sus mejillas se sonrojaron.

—Querida mía...— empezó el padre Andrew. —Tal vez podamos ayudarte a llenar los espacios en blanco si nos dices lo que recuerdas de esta noche. — Él hizo un gesto hacia la mecedora y se sentó en el sofá. —Yo, por mi parte, estoy muy ansioso por escuchar tu historia.

—Está bien.— Se sentó en la mecedora, mientras Connor se quedó de pie a su lado.

Robby y Gregori se sentaron en el sofá, dejando al sacerdote entre ellos.

Cruzó las manos sobre el regazo. —Esta tarde, fuimos enviados a un campamento en la zona conocida como Dakota del Sur.

—¿Quiénes?— Preguntó Robby.

—Mi supervisor Zackriel y yo, —explicó. —Teníamos los pedidos recibidos para

entregar siete almas. Después de que llegué, me encontré a una pareja casada. Ya estaban muertos, pero sus almas se aferraban una a la otra con mucho miedo y desesperación por sus hijos. —Ella sacudió la cabeza, cerrando los ojos un instante. —Les comenté que podrían estar en paz, pero pidieron los niños, y yo... —Ella apretó las manos herméticamente. —No lo podía soportar. Dos de los niños estaban aún con vida, a duras penas, pero pensé que podían ser salvados, por lo que me negué a tomarlos.

Connor le tocó el hombro. Su dulce y hermosa Marielle, que lo había perdido todo, tratando de proteger a dos niños. Ella lo miró con lágrimas en los ojos. Dios lo ayudara, quería tirar de ella a sus brazos y consolarla. Pero no podía hacerlo delante de los demás. Lo que sentía era demasiado intenso para que nadie más lo viera.

—¿Qué pasó entonces?—Preguntó el padre Andrew.

Ella arrastró su mirada lejos de Connor de mala gana, pensó y continuó, —Zackriel y yo discutimos, pero al final, vinieron más para ayudar con los niños. Volé por los bosques llorando y rezando. A continuación, un poco más tarde, Zack me encontró y me dijo que iba a ser expulsada.

—Maldita sea, —murmuró Gregori.

—Eso es duro. Todo lo que quería hacer era salvar a unos niños. —Ella se secó una lágrima de la mejilla. —Desobedecí las órdenes. Y era la tercera vez. Debería haberlo sabido mejor. Cada vez que alguien ha desobedecido, las consecuencias han sido nefastas. Los trágicos acontecimientos que se produjeron en el mundo de los humanos podrían haberse evitado si tan sólo hubiera hecho lo que me dijeron.

Robby miró a Connor y luego a ella. —¿Así que vosotros tenéis órdenes sobre problemas futuros? ¿Dónde he oído decir eso antes?

Connor le dirigió una mirada irónica.

—Así que fui castigada, —continuó, con los hombros caídos. —Zackriel tomó mis alas. No me acuerdo mucho de lo que pasó después.

—He oído que te atacaron.— Connor le apretó el hombro. —Vi las bolas de fuego y escuché los gritos. Él te dejó en un pozo sucio, sangrando y herida.

Ella lo miró, con los ojos llorosos. —Recuerdo a alguien sujetándome y una voz suave y melodiosa infundiéndome aliento.

—Oh, sí.— Sonrió Gregori. —Nuestro Connor es un amor.

Connor cogió un libro de bolsillo de una estantería cercana y se lo arrojó a Gregori, quien logró esquivarlo con velocidad de vampiro.

—¿Recuerdas dónde estabas? —Preguntó Robby.

Marielle negó con la cabeza. —Recuerdo el dolor, un montón de dolor. Y la oscuridad. Era muy extraño, porque nunca me había sentido así. Supongo que sucedió debido a este cuerpo humano que tengo ahora. Cuando me desperté, estaba aquí. Con Connor. —Ella le miró, con sus ojos azules suplicando. —Por favor, dime lo que pasó.

Él gimió interiormente. —Quería evitarte los detalles. No fue tu culpa muchacha. Les dije que no te tocaran pero lo hicieron de todos modos y no pasó nada. Emma, Roman y Laszlo te tocaron también.

—¿Cuándo?— Preguntó Marielle. —¿Dónde?

—En Industrias Romatech, —explicó Connor. —Es el lugar donde se fabrica la sangre sintética que has visto. Roman y Laszlo son brillantes científicos, por lo que te llevé allí, pensando que podrían ayudarte.

—Estaban tratando de salvar mi vida, —dijo en voz baja.

—Sí.—Él no quería admitir que había sospechado que era un Malcontent, o que había querido mantenerla viva para poder interrogarla.

—Les advertí que no te tocaran varias veces pero no me hicieron mucho caso...

Ella se puso rígida. —No maté a alguien, ¿verdad?— Ella se puso en pie. —¡Dímelo! Si él no está en el esquema, entonces tal vez no sea demasiado tarde para deshacerlo.

—Ella no está muerta, —dijo Robby con ira en sus ojos. —Está en coma.

—Oh, Dios mío. —Marielle levantó una mano temblorosa hacia su boca. —Rezaré por ella para que sane. Bunny puede hacerlo.

—¿Un conejo?—Preguntaron Robby y Gregori a la vez.

Ella sacudió la cabeza y luego inclinó la cabeza, con sus manos juntas cerca de su boca mientras murmuraba en voz baja.

—Buniel es un ángel de la curación, —explicó Connor.

Él tocó el brazo de Marielle. —Shanna se encuentra en un estado de coma vampírico. Su esposo trató de transformarla.

Ella se volvió hacia él, abriendo los ojos. —¿Su marido es un vampiro?

—Sí, Roman Draganesti. Shanna ya tenía previsto convertirse en un vampiro. Pero sucedió antes de lo que esperaba.

—No estamos seguros que vaya hacerlo, —gruñó Robby.

—Entonces rezaré para ayudarla a pasar.— A Marielle se le llenaron los ojos de lágrimas. —Lo siento mucho. Estabas tratando de salvarme y saldé tu amabilidad provocando su... muerte.

—No fue tu culpa, —insistió Connor. —Nosotros se lo advertimos...

—Por supuesto que es mi culpa.— Una lágrima rodó por su rostro.—Desobedecí otra vez. Y eso siempre provoca terribles consecuencias. —Ella agarró la camisa de Connor. —¡Siempre lo lío! ¡Y lo odio!

—¡Muchacha!— Él la agarró de las manos y las apretó. Él sabía que habían sido demasiadas cosas en una sola noche. —Ven, vamos a ver lo que Emma empaquetó para ti.

—¿Qué?

—Ven.— Él la arrastró de vuelta a la cocina y agarró la bolsa del mostrador. Miró hacia atrás los tres hombres que estaban todos de pie y observando. —Ella necesita un descanso.

Robby frunció el ceño. —Todavía tengo un montón de preguntas.

El Padre Andrew levantó una mano. —Déjala por ahora.

Connor le hizo al sacerdote un gesto agradecido, a continuación, Marielle fue escoltada a una habitación cercana. Tropezó junto a él, como si se estuviera durmiendo. Abrió la puerta de la habitación y le entregó la bolsa. —Tómate todo el tiempo que haga falta.

Ella lo miró, sus mejillas brillaban por las lágrimas. —No era mi intención hacerle daño a tu amiga.

—Lo sé, muchacha.—Él anhelaba limpiarle las lágrimas, incluso darle un beso, pero no quería hacerlo delante de los tres chicos. —Eres buena y pura.

Ella se echó a llorar.

—Maldita sea. Había pensado que estaba diciendo lo correcto.

—No soy buena, —se lamentó. —Sigo desobedeciendo.

—Desobedecer no es tan malo, —se quejó. —Yo lo hago todo el tiempo.

—¿Pero no te das cuenta? Cada vez que desobedezco, soy cuestionada por la sabiduría del Padre. Es la rebelión.— Ella sacudió la cabeza. —Tal vez Darafer tenía razón...

—¡No!— Él la agarró por los hombros. —No le creerás a ese bastardo. — Él la metió en el dormitorio y cerró la puerta para que los chicos no la vieran inquieta.

Por desgracia, Robby y Gregori aún podían oírlo con sus sentidos aumentados de vampiros. Tiró la bolsa sobre la cama y la llevó hacia la puerta del baño.

—No tienes que pensar tan mal de ti misma.

—Maté a la esposa de tu amigo,— murmuró.

—No la mataste.—Mojó una toalla en el lavabo. —Está en estado de coma, se convertirá en vampiro, que es lo que había planeado hacer con el tiempo.

—Si su marido no la convierte en un vampiro, ella morirá.

—Ella estará bien.—Limpió el rostro de Marielle. —Es culpa mía haberte llevado allí.

—No deberías culparte. No sabías lo que era, —suspiró. —Supongo que debería estar agradecida con su marido porque inició la transformación. Por lo general, cuando toco a un mortal, su muerte es inmediata.

—No la tocaste. Ella te tocó. —Puso la toalla mojada sobre el mostrador. —Ella tenía guantes de látex.

—Oh.— Asintió Marielle con la cabeza lentamente. —Entonces mi poder fue menor. Gracias a Dios.

—No hables más sobre creer a ese condenado demonio.— Él le dirigió una mirada feroz. —Metí la pata. Yo lo hice. Lo hago a menudo, y estoy bien.

Ella sonrió. — Me siento mejor ahora. Rezaré por tu amiga.

—Bueno. Veamos lo que Emma ha preparado para ti. — Se dirigió al dormitorio.

Marielle le siguió lentamente. —No debería haber dudado de mí misma. Eso es exactamente lo que me dijo Darafer. Él sabe que estoy separada de la Milicia Celestial, por lo que tengo falta del flujo constante de alabanza y confirmación.

Nunca me di cuenta de lo difícil que es para los seres humanos mantenerse firmes en su fe. Tú eres verdaderamente increíble...

La miró con asombro y reverencia en sus ojos, él no lo podía soportar. Se dio la vuelta, sintiendo que siglos de desesperación y remordimiento se filtraban a través suyo como un veneno. Había perdido la fe hacía mucho tiempo. Y su esperanza. En realidad, había tenido una pequeña chispa de esperanza de que Marielle regresara al cielo. Pero Buniel la había dejado y las esperanzas de Connor se habían desvanecido. Tal vez si podía ayudarla a llegar al cielo, de alguna manera se libraría de algunos de sus pecados. ¿Se atrevería a tener esperanza?

—¿Qué es esto?— Ella había extendido un par de vaqueros y camisetas sobre la cama, pero ahora estaba tirando de la ropa interior de la bolsa.

—Eso es un sujetador. Se pone en los... pechos.— El frunció el ceño. No parecía lo suficientemente grande. —No, debajo de tus ropas, —añadió cuando se colocó encima de la sábana. — Tienes que retirar la sábana.

—Oh.— Ella la quitó y la arrojó sobre la cama.

—¡Ahora no! —Dio un salto, sorprendida por su grito. Bajó la voz. —No te tienes que desvestir delante de los hombres.

Ella le lanzó una mirada de frustración. —Me has visto antes. Pensé que podrías ayudarme.

Dio un paso hacia atrás. —No, no puedo.

—¿Por qué no?

Se pasó una mano por el pelo. —El sujetador se abrocha por la parte de atrás, los vaqueros en la parte delantera.

—Está bien.— Ella lo miró con curiosidad. —¿Es porque sientes deseo?

—Eres la mujer más hermosa del planeta. Cualquier hombre te desearía.

Ella le lanzó una mirada dudosa. —No lo creo. El padre Andrew me mira como si fuera un santuario. Robby con desconfianza y Gregori...

—Es un cerdo.

Ella sonrió. —Él no quiere hacer daño. Él es simplemente juguetón.

—Un cerdo juguetón.

Su sonrisa se ensanchó. —¿Tomarás mi mano?

¿Matrimonio? El corazón de Connor dio un vuelco y luego se dio una palmada mentalmente. Tonto. El ángel no quería casarse. Sólo quería darle la mano. Él envolvió su mano en la suya. Cuando las palmas se tocaron, respiró rápido. El latido del corazón se aceleró y la apretó con más fuerza.

—¿Sentiste eso?— Ella tenía su mano entre las dos de ella. —Al principio, pensé que había algo extraño sobre los apretones de manos, pero no sentí nada cuando los demás me cogieron la mano. Es curioso, ¿no te parece?

—Marielle.— Hizo una mueca cuando ella se llevó la mano a su pecho. Santo Dios Todopoderoso, podía sentir la suave plenitud de sus pechos. Su vista se oscureció, se puso roja.

Ella inclinó la cabeza, con curiosidad. —He estado tratando de entender esto. Pensé que podría ser lujuria, pero siempre lo he considerado pecado y en última instancia, destructiva. Esto no se siente así. ¿Cómo lo llamarías?

Tragó duro. —Deseo. Lujuria.—Sus ojos se abrieron de asombro. —Sí. Eso es todo, exactamente. —Él agarró la parte posterior de su cuello para tirar de ella hacia adelante, luego se detuvo con la boca a menos de una pulgada de la de ella. Maldita sea, había jurado que no lo haría. Si la besaba, ella volvería a ver más de su alma. Le soltó la mano y la rodeó con sus brazos alrededor de su cuello.

—Sí, —repitió y todas las restricciones se perdieron. La besó, liberó toda la pasión que se había acumulado durante la noche. ¿Cómo podía sentir tanto, tan rápido? No lo sabía, pero Marielle había caído del cielo, en su vida, despertando sus sentidos muertos hacía mucho tiempo y llenándolo con un propósito. Él la protegería con su vida. Él velaría por su seguridad hasta su regreso al cielo. Y la pequeña semilla de esperanza en su corazón crecería debido a un hermoso ángel. Incluso lo deseaba.

Ella se apretó contra él, lo besó de nuevo, enredando sus dedos en el pelo. ¿Cómo podía ser condenada al fracaso cuando lo deseaba?

Él invadió su boca y degustó el chocolate en su lengua. Ella gimió, hundiéndose más en el beso. Sus manos le recorrieron la espalda, disfrutando de la columna vertebral, el estrechamiento de la cintura y de sus caderas.

Metió la mano en la abertura lateral de la camisa y ella se estremeció cuando sus dedos recorrieron sus costillas. Le cogió el pecho y ella gritó contra su boca. Él la beso en la mejilla y luego acarició su oído. Rodeó su pezón con el pulgar y la piel vibró. En el momento en que rozó con el dedo pulgar su pezón, se endureció como un capullo apretado.

—He estado esperando tocarte de nuevo.—Le beso en el cuello. Se aferró a sus hombros.

—Creí que no te gustaban mis pechos. —Él levantó la cabeza y la miró ferozmente.

—Es culpa mía que fueras vista después de manosear a un ángel. Tus pechos son los más hermosos que he visto o tocado ... — Él le dio un suave apretón.

Con un gemido, cerró los ojos. —Estoy muy contenta de que te gusten.

—¿Quieres saber lo mucho que me gustan?

Abrió los ojos lentamente. —¿Cómo...?

Llamaron a la puerta. Dio un salto hacia atrás.

—¿Va todo bien ahí dentro?—Preguntó el padre Andrew.

Mierda, la puerta no estaba cerrada con llave. —Sólo un minuto. — Le abrochó la prenda. Y rápidamente reunió la sábana. —¿Estás bien?— Susurró. Ella asintió con la cabeza.—Te dejaré para que te vistas. —Ella asintió de nuevo, un poco aturdida. Le tocó la mejilla. —Estarás bien.

Ella sonrió. —Sí. Adelántate.

Abrió la puerta y la cerró detrás de él. El Padre Andrew se quedó cerca, observándolo de cerca. Robby estaba junto al sofá, con los brazos cruzados sobre su pecho y el ceño fruncido.

Los ojos de Gregori brillaban por la diversión.

—¿Está bien Marielle?—Preguntó el Padre Andrew.

Connor sintió que sus mejillas se enrojecían.

—Se siente mejor ahora,— Gregori resopló y Robby le dio un codazo.

—¿Puedo hablar contigo en privado?—El Padre Andrew hizo un gesto hacia la puerta de atrás.

Un recuerdo revoloteaba por la mente de Connor mientras caminaba hacia la puerta. La primera vez que había robado un beso había sido en el campanario de la iglesia. La chica se había largado a llorar y todavía se acordaba de la reprimenda del sacerdote. Esperemos que su forma de besar hubiera mejorado. Echó una mirada al rostro de piedra del sacerdote. Algunas cosas nunca cambiaban.

- 9 -

Connor permaneció en silencio mientras se unía al sacerdote en el claro detrás de la cabaña. El Padre Andrew estaba mirando las estrellas, murmurando una oración, su aliento se congelaba en el aire frío de la noche.

El sacerdote se persignó y luego se volvió a Connor.

—Tengo que darte las gracias. Esta ha sido una ocasión memorable para mí...

Connor ocultó su sorpresa. Él había esperado que el sacerdote lo reprendiera.

—¿Piensa que Shanna estará bien?

—Sí. —El sacerdote miró a las estrellas una vez más. —Tengo fe en que saldrá adelante.

Connor asintió. Por costumbre, recorrió el bosque, en busca de peligro.

—Entonces tal vez Roman será capaz de perdonarme.

—Yo creo que lo hará. —El Padre Andrew miró a Connor.— ¿Puedes perdonarte a ti mismo?

Él hizo una mueca.

—Roman es el que me transformó. Es un delito grave en nuestro mundo el traicionar a tu señor.

Las cejas del sacerdote se levantaron. —¿Y el señor de Roman es Cassimir?

—Sí. Cassimir nos odia a todos los Vampiros, pero alberga un odio especial hacia Roman. Esa traición era algo personal.

—Ya veo. —El Padre Andrew asintió con la cabeza, pensativo. —Sin embargo, no creo que lo sucedido esta noche constituya una traición. Fue un accidente. No tenías manera de saberlo.

—Debería haberlo sabido. Los signos de advertencia estaban ahí.

Al igual que antes había perdido a su esposa y su hija. Siempre estaba demasiado condenadamente ciego, y los que amaba pagaban por sus errores.

—Tengo una larga historia de meteduras de pata.

—Puede que te sientas mejor si hablabas de ello.

Le dio al sacerdote una mirada irónica.

—Hemos tenido esta conversación antes. No confieso nada.

—Testarudo como siempre. —Sonrió el padre Andrew ligeramente. — Eso puede ser una virtud en tiempos peligrosos. Estoy seguro de que te das cuenta de que Marielle necesita un protector.

Él asintió con la cabeza. —Ella es sabia en las cosas espirituales, pero ingenua cuando se trata de sobrevivir en este mundo.

—Sí, eso también, pero me preocupa sobre todo el demonio que has mencionado.

—Darafer.

El Padre Andrew se santiguó. —¿Crees que va a volver?

—Estoy seguro de ello. Él la considera un ángel caído.

—Ella necesita protección. ¿La protegerás? —El sacerdote lo miró con severidad. —No pregunto a la ligera. Esperaré que la defiendas con tu vida.

Connor tragó saliva. —Lo haré.

—Voy a imprimir algunas oraciones especiales que quiero que tengas a mano. Y me aseguraré de que tengas algunos viales de agua bendita.

Connor soltó un bufido. —Me sentiría mejor con unas pocas espadas.

El sacerdote lo tomó del hombro. —El demonio atacará donde eres más débil. Debes ser tan fuerte en tu fe como físicamente.

—Entonces probablemente este condenado al fracaso. Nunca he encontrado la fe fácilmente.

—Por supuesto que no. Esa es la naturaleza de la fe. —El sacerdote le apretó el hombro. —Tengo fe en ti, y más importante, Marielle tiene fe en ti. Puedo ver que hay un vínculo entre vosotros. Ella confía en ti.

—Yo no soy digno…

—Ninguno de nosotros es digno, —replicó el padre Andrew, la irritación destellando en sus ojos. Con un suspiro, dejó caer su mano. — ¿Sabes por qué me hice sacerdote?

—Para ayudar…

—Esa es mi razón ahora. Pero originalmente tomé mis votos por la culpa. Cuando era joven, fui estúpido y egoísta. Mientras conducía en estado de ebriedad me estrellé contra un árbol. Asesiné a mi mejor amigo.

Connor respiró hondo.

—Espantoso, lo sé. —El padre Andrew torció la boca. —¿Crees que los vampiros tienen el monopolio de trágicos errores?

—Lo siento.

El Padre Andrew le dio una palmadita en la espalda y volvió a mirar las estrellas.

—¿Puedes imaginarte a miles de ángeles a nuestro alrededor y no los vemos? Hay tanto que no se puede ver, pero tengo una fuerte sensación de que esta noche es importante. Hay una razón por la que encontraste a Marielle.

—Tal vez. —Connor no estaba seguro de si su fe podría extenderse tan lejos. Aún así, tuvo la suerte de que un vampiro la encontrase. Un mortal habría muerto tratando de ayudarla.

—Ten cuidado.

—Lo tendré. —Tendría que mantener sus manos fuera de ella. Que siguiera siendo inocente y angelical.

—Ella quiere volver al cielo.

—No todos lo hacemos. —El Padre Andrew se dirigió de nuevo al porche. —Vamos a ver cómo lo está haciendo nuestro ángel.

* * *

—¡Di queso! —Gregori se inclinó junto a ella, sonriendo.

—¿Por qué? —Marielle parpadeó cuando una luz brillante destelló.

—Salió bastante bien, creo. —Robby giró la cámara para mostrárselo.

Tenía una imagen de su cara sorprendida junto a Gregori antes de agarrar la cámara para mirarla más de cerca.

—Gracias Marielle. A mi madre le va a encantar.

—Lo siento, no puedo conocerla. —Suspiró Marielle. —Y estoy verdaderamente arrepentida por tu amiga Shanna. Espero que sepas que nunca dañaría a nadie adrede.

Robby le dirigió una mirada escéptica. —Tú eres un ángel de la muerte. Sin ánimo de ofender, pero llamaría a eso un poquito de daño.

—Somos llamados Deliverers, en realidad. Y no se supone que tomamos a alguien antes de tiempo.

—¿Cómo es eso? —Gregori levantó su cámara, centrándose en ella. —Quiero decir, ¿bajas, diciendo: ―Eenie Meenie mynie moe, lo siento, amigo, tienes que irte‖?

—¿Perdona? —Ella miró sus ojos deslumbrados por la cámara. Pequeñas luces brillaban en frente de ella.

—¿Qué demonios estáis haciendo? —Retumbó la voz de Connor desde la parte trasera de la cabaña.

Su corazón se calentó con el sonido de su voz.

—Oh, ahora hay una sonrisa bonita. —Gregori tomó otra foto de ella.

Ella sacudió la cabeza mientras miraba hacia Connor. Luces parpadeantes bailaban a su alrededor mientras caminaba por la cocina seguido por el sacerdote.

—Oye, deberíamos hacer un video, —sugirió Gregori. —Podríamos ponerla en una bata de seda blanca del coro y lo llamaríamos Visita de un ángel. —Se volvió hacia ella, sus ojos brillantes de emoción. —¿Puedes hacer cualquier tipo de trucos sobrenaturales?

—Sangriento infierno, no es una artista de circo. —Connor tomó algo de la mesa de la cocina.

—Sería la cosa más caliente jamás vista en internet, —anunció Gregori.

—¡Nosotros no comercializaremos con un ángel! —Connor apuntó y tiró.

—¡Hey! —Gregori saltó a un lado. —¿Podrías dejar de tirarme posavasos? No estoy hablando acerca de hacer dinero con ella.

—Eso es un alivio, —dijo el Padre Andrew con sequedad.—Estaba a punto de excomulgarte.

Gregori se burló. —Estoy hablando de hacer algo bueno por la humanidad. Imagínate lo maravilloso que todos se sentirían si supieran que todas esas cosas santas son reales.

—¿Cosas? —Masculló el Padre Andrew. —Cuatro años de dar sermones, y, ¿eso es lo que recibo? ¿Cosas Santas?

Robby rió entre dientes.

Gregori cerró los ojos. —Yo quería decir el cielo y esas cosas de Dios. ¿No crees que daría a la gente un poco de consuelo y tranquilidad tan necesaria si ven a Marielle?

—¡No! —Ella sacudió la cabeza. —¡Por favor! No puedes hablarle a nadie sobre mí.

—¿Qué? —Gregori le dio una mirada de incredulidad. —¿No quieres que la gente crea?

—No sería creencia si es por mi presencia,— insistió Marielle. —Eso lo arruinaría todo.

—Ella tiene razón. —Se dirigió hacia ellos el Padre Andrew y se detuvo al otro lado del sofá. —La gente tiene que creer por la fe. Si pruebas su existencia, entonces todo el mundo lo aceptaría como un hecho.

Marielle asintió con la cabeza. —Y perderían su libre albedrío. Nuestro Padre quiere que nosotros... elijamos. —Sintió un nudo en la garganta con una repentina sensación de picor, desesperada. Era la última persona en la Tierra que debía dar una conferencia sobre la toma de decisiones. Había tomado las equivocadas, y ahora estaba pagando las consecuencias.

—¿Estás bien? —Connor estrechó sus ojos.

Ella abrió la boca para hablar, pero se ahogó. Tosió, le faltaba el aire, luego tosió un poco más. Y más.

Sintió una punzada de pánico ya que no tenía control sobre su nuevo cuerpo. Las lágrimas se filtraron a sus ojos. Eso fue extraño. ¿Por qué la tos provocaba el llanto?

Connor puso una botella de agua en su mano. —Bebe.

Bebió un poco de agua, luego tosió un poco más, aunque no tan desesperadamente.

—No sé lo que pasó. —Ella se secó las lágrimas de su rostro.

—No te preocupes. —El Padre Andrew sonrió mientras se sentaba en el sofá. —Le pasa a todo el mundo.

Bebió más agua. ¡Dios mío! Ahora su nariz estaba goteando.

Connor le entregó un pañuelo blanco.

Ella limpió su nariz, pero la fuga no se detuvo.

Connor se puso delante de ella y le susurró, —Necesitas sonarte.

¿Sonar? Ella respiró hondo y soltó aire hacia la nariz.

La boca de Connor se torció. Tomó el tejido de su mano y lo colocó sobre la nariz.

—Sopla por la nariz, muchacha.

Volvió a colocar sus manos sobre las suyas y se sonó.

Asombrada, se limpió la nariz.

—Eso fue muy extraño. La tos, las fugas y el soplado, estos cuerpos hacen las cosas más extrañas.

—Sí, lo hacen. —Echó una mirada a sus ojos azules llenos de humo y se perdió al instante en la intensidad de su mirada. Quería volver a tocarla, ella lo sentía.

El calor se extendió a sus mejillas. ¿Qué tenía este hombre que la hacía reaccionar con tanta fuerza? Sólo tenía que mirarlo, y su corazón se apretaba en su pecho. Si la tocaba, los latidos de su corazón aumentaban y sus rodillas se debilitaban. Ella le besó dos veces. ¡En una noche!

El deseo que sentía era tan nuevo para ella, y era obviamente no angelical. Era tentador echar la culpa por completo a este nuevo cuerpo y su capacidad para hacerla sentir sensaciones que nunca había experimentado antes, pero en su corazón, sabía que no era del todo cierto.

Había otros hombres en la habitación, y no tenía ningún deseo por ellos. Todo era tan extraño.

Durante miles de años, siempre había amado a los hombres en general, todos por igual y desde la distancia.

Pero ahora, su corazón sentía el anhelo de estar cerca de una única persona. Connor.

Y él se sentía de la misma manera. Ya lo había admitido. Deseo. Anhelo. Su piel se estremeció con piel de gallina. Quería que la tocara de nuevo.

Cuando la había besado en el dormitorio, había echado otra mirada a la oscuridad que rodeaba su corazón. Una imagen de una mujer joven rubia había brillado través de su mente, una mujer llamada Darcy. ¿Por qué causaba tanta culpa en Connor?

Marielle estaba impaciente por preguntarle, pero sabía que se debía hacer en privado. Incluso entonces, él podría insistir en que era una de esas cosas personales sobre las que los humanos no hablaban.

Quería hacer algo más que hablar. Quería besarlo otra vez. Quería sentir sus brazos alrededor de ella y su aliento contra su mejilla. Tal deseo humano. El

demonio la había advertido que cuanto más tiempo permaneciera en la Tierra, más humana se convertiría.

Tenía que resistir involucrarse demasiado con él. Los Arcángeles nunca la dejarían volver de nuevo al cielo si no podía probarse a sí misma como digna.

—Gracias. —Ella le entregó el pañuelo.

Una mirada extraña pasó por su rostro, luego caminó rígidamente hacia más allá de un sonriente Gregori para tirar el pañuelo a la basura.

—Querida, me gustaría saber acerca de tu vida como ángel, —dijo el Padre Andrew. Miró fijamente a los otros hombres. —Todo lo que escuchemos debe ser confidencial.

Gregori estaba tumbado en el sofá. —Mi madre me mataría si no le digo todo.

—Mi mujer va a querer saberlo, también, —protestó Robby.

—Y Angus y Emma. —Suspiró el sacerdote. —Está bien. Probablemente tendré que contárselo a Roman. Vamos a mantener esto dentro de nuestra pequeña comunidad. ¿Está bien contigo, Marielle?

—Sí. Estoy agradecida de que tus amigos y tú me estéis ayudando. —Sabía lo suficiente sobre el mundo actual para saber que tendría grandes dificultades para sobrevivir por su cuenta. No tenía ninguna identificación, sin certificado de nacimiento, ya que nunca había nacido, ni una moneda para comprar alimentos, ropa o cobijo. Por otra parte, sería casi imposible vivir entre los humanos sin tocar a alguien sin querer y provocar una muerte.

El mejor lugar para ella era esta comunidad de vampiros buenos, y sabía que era más que una coincidencia que hubiese sido encontrada por uno de ellos. Sus pensamientos anteriores volvieron a ella. Si pudiera lograr algún tipo de noble misión aquí en la Tierra, podría ser considerada digna de reunirse con las Huestes Celestiales.

Se sentó en la mecedora y se estremeció ante la extraña sensación de los jeans abrazando sus muslos y juntando sus rodillas. Su camiseta era negra con la palabra Muérdeme en el pecho. Una camisa de vestir rara entre los vampiros, pero al parecer, la muerte no disminuía su sentido del humor. De hecho, para ser un grupo de almas no-muertos eran muy animados.

Se aclaró la garganta, consciente de que los cuatro hombres la miraban expectantes. Robby y Gregori estaban compartiendo el sofá, una vez más con el Padre Andrew, mientras que Connor se puso detrás de ellos, los brazos cruzados sobre su camisa manchada de sangre. Su sangre. Una ola de tristeza la inundó una vez más por la pérdida de sus alas. ¿Y si nunca volvía a volar otra vez?

Tragó saliva. —Quiero aseguraros que no quiero hacer daño a nadie. Creo que mis poderes se desvanecen con el tiempo, pero por ahora, tendré mucho cuidado de no tocar a cualquier ser humano.

—Gracias. —Sonrió el padre Andrew. —Pero para ser honesto, será difícil saber si se desvanece tu poder. Probablemente ningún mortal se ofrezca para ser voluntario para probarlo. —Ella asintió con la cabeza.

—Entonces, ¿cuántos años tienes? —Preguntó Gregori.

Robby gruñó. —No es de extrañar que no logres tener novia.

Marielle sonrió. —Es difícil de decir. No consideramos el tiempo de la misma manera que tú. Mi nombre completo es Marielle Quadriduum. Fui creada, junto con miles de otros ángeles, en el cuarto día.

—Maldita sea, —murmuró Gregori. —Eres como... antigua. —Hizo una mueca cuando Connor le dio un coscorrón en la parte posterior de la cabeza. —Bueno, lo es. Y yo que pensaba tú eres viejo. —Connor arqueó una ceja ante él.

—El Cuarto Día,— murmuró el Padre Andrew. —El mismo día, Dios creó el sol y la luna.

—Sí. Y millones de soles y lunas. —Suspiró. —Yo estaba asignada para supervisar un sistema solar.

—¡Guau! —Sonrió Gregori. —Eras como la emperatriz de la Galaxia. Genial. —Ella le lanzó una mirada dudosa.

—Hubo sólo tres planetas. —Gregori se inclinó hacia delante. —¿Y uno de ellos tenía vida inteligente?

—Sí, —murmuró Connor. —Pero no lo reconoceríais.

Gregori le lanzó una mirada de fastidio, mientras que Robby se rió entre dientes.

El Padre Andrew sacudió la cabeza. —Por favor, continúe, querida. —Se echó hacia atrás en la mecedora.

—Cada uno de mis planetas consistía en una enorme roca congelada, rodeada por una densa atmósfera de gas metano.

—¡Qué fastidio! —Gregori se ofendió en su nombre. —De todos los planetas en el universo, te quedaste atascada con porquerías.

Ella se echó a reír. —Odio tener que decirte esto, pero la mayoría de ellos son inútiles. O parecen serlo. Muchos todavía tienen un propósito importante.

—¿Al igual que Júpiter atrae a los meteoros para proteger a la Tierra? —Preguntó Connor en voz baja.

Ella asintió con la cabeza, sonriendo. —Sí. —Dejando así conocer a Connor que los planetas servían como protectores.

Gregori miró por encima del hombro a Connor. —¿Tú sabes acerca de astronomía?

Él le frunció el ceño. —He estado buscando en el cielo nocturno durante casi quinientos años. ¿Por qué no aprender acerca de él?

—Al sexto día estaba tan aburrida que pedí una transferencia, —continuó ella. —El Padre había creado a la humanidad y toda clase de animales en la Tierra, y Él se complacía en gran manera. De hecho, estábamos fascinados, y el Padre quería proteger a sus nuevas creaciones por lo que muchos ángeles fueron reasignados. Algunos se convirtieron en Guardianes y Guerreros de Dios. Otros se convirtieron en Sanadores y Deliverers.

—¿Como tú? —Preguntó Robby.

Ella frunció el ceño. —Yo era originariamente una Sanadora. Buniel fue mi supervisor, y nos hicimos buenos amigos. Me encantaba la curación.

—¿Qué pasó? —Preguntó Gregori.

—Yo... desobedecí. La primera vez, fue en Europa del Este, hacia el final de lo que los humanos llaman la época medieval. Recibí una reprimenda, y me las arreglé para comportarme durante varios siglos. Pero la segunda vez que desobedecí… —Se estremeció. —Fue realmente malo.

—No hace falta que nos digas si no quieres, —dijo el Padre Andrew en voz baja.

No le gustaba hablar de ello, pero cuando miró a Connor, sintió un repentino deseo de confesar. Quería que él lo supiera.

—Me dijeron que sanara a una mujer en un hospital de Missouri. Lo hice, pero cuando me iba, oí las plegarias desesperadas de otra mujer que estaba llorando por un niño moribundo. El niño sólo tenía un año de edad, y yo podía entender por qué no estaba en mi lista. La mujer y el niño tenían tanto dolor, no podía soportarlo, así que la toqué para darle comodidad, y luego toqué al niño. Cuando Zackriel llegó para recoger al niño, estaba furioso porque lo había sanado. Él quería llevarse al niño, pero recibió órdenes de no interferir. Tendría que ver el resultado de mi mala conducta.

—¿Qué podría estar mal con salvar a un niño pequeño? —Preguntó Connor.

Ella hizo una mueca. —La madre llegó a creer que su hijo era especial, incapaz de ser dañado, y por lo tanto, superior a todos los demás. Lo crió con esa creencia, y él... él se convirtió en un ser retorcido.

—¿Qué hizo? —Preguntó el Padre Andrew.

Se le formó un nudo en la garganta, pero se obligó a decir las palabras.

—Asesinó. Una y otra vez. Y le gustaba. —Ella cerró los ojos. —Fue culpa mía. Debería haberle dejado morir.

—No tenías forma de saberlo, —dijo Connor.

Abrió los ojos para ver la compasión en el rostro de Connor. No la estaba juzgando y eso tocó su corazón.

—Todavía estaba mal por mi parte. Debería haber confiado en la sabiduría del Padre.

—Creo que la fe es difícil para todos nosotros, —dijo el Padre Andrew, con lágrimas en los ojos.

Ella asintió con la cabeza. —Mis poderes curativos me fueron despojados, y me convertí en un Deliverer. Mi castigo era recoger a todas las mujeres que fueron violadas y asesinadas por el monstruo que había permitido vivir.

—¿Él mató mujeres? —Preguntó Robby, con el rostro pálido. —¿Cuál era su nombre?

—Otis Crump.

Los cuatro hombres se estremecieron.

—¡Sangriento infierno! —Robby saltó a sus pies.

Marielle se puso rígida ante la mirada furiosa que Robby le disparó antes de alejarse. Su mente daba vueltas, buscando una explicación a su reacción. Otis había sido humano todos los años en los que ella había recogido a sus víctimas. Estaba tan aliviada cuando finalmente había sido encarcelado, que de inmediato había puesto una solicitud para convertirse en una Sanadora una vez más. Mientras su solicitud se estaba considerando había sido asignada a la recogida de ancianos. No había encontrado el trabajo ofensivo hasta esta noche, cuando Zackriel le había mandado recoger a los niños que habían sido atacados por los Infieles.

La orden la había enfurecido. Eran los infieles los que debían ser recogidos, no los niños inocentes.

—He oído suficiente, —gruñó Robby mientras se paseaba por el comedor. —Angus tendrá mi informe. Nosotros no vamos a tener nada que ver con ella.

Connor se dirigió hacia él. —Espera.

—¡No! —Robby miró a Marielle. —¡Ella pudo haber matado a Shanna, y llegó bastante cerca de matar a mi esposa!

Marielle se quedó sin aliento.

El Padre Andrew y Gregori estaban en pie por lo que se levantó también. Su corazón latía con fuerza mientras trataba de entender lo que estaba sucediendo.

—Esto demuestra lo peligrosa que es para nosotros,—anunció Robby.

—No, —protestó Connor. —Esto demuestra lo importante que es. Su destino ya ha sido vinculado al nuestro.

—Estoy de acuerdo con Connor, —añadió el Padre Andrew, luego se volvió a Marielle. —La esposa de Robby, Olivia, trabajó para el FBI. Ella fue la que puso a Otis Crump en la cárcel. —La piel de Marielle sentía escalofríos.

—¡Sí, pero el hijo de puta siguió atormentándola durante años! —Gritó Robby.— Y entonces Casimir le teletransportó fuera de la cárcel y lo transformó. ¡Casi mató a Olivia!

Marielle se tambaleó hacia atrás y se golpeó contra la silla mecedora. —Yo... yo no lo sabía.

—Eres un condenado ángel. Se supone que lo sabéis todo, —gritó Robby.

Ella sacudió la cabeza. —No lo hacemos. Los seres humanos, incluso los vampiros, tienen libre albedrío. No podemos predecir lo que harán.

—Puedes predecir que no quiero tener nada que ver contigo, —gruñó Robby. —Y le diré a Angus que haga lo mismo.

—Entonces eres un tonto, —dijo Connor en voz baja.

Robby giró para mirarlo de frente, su rostro se ensombreció. Sus manos se apretaron en puños. —¿Te importaría repetirlo, Connor?

—¡Basta! —Se dirigió hacia ellos el Padre Andrew. —Robby, tu mujer está bien, y Otis Crump está muerto. Marielle no tuvo nada que ver con que él se transformara.

Robby lanzó una mirada enfadada hacia ella. —Se suponía que debía dejarlo morir.

—Sí, ella desobedeció, —dijo Connor. —Y fue castigada por ello.

La visión de Marielle se tornó borrosa mientras las lágrimas amenazaban con caer. —Soy consciente de que mis errores han causado sufrimiento a los demás. Lo siento de verdad. —Su mirada se encontró con Connor y la fiera determinación en sus ojos le dio comodidad.

—Robby, —comenzó Gregori. Se pasó una mano por el cabello. —Amigo, no podemos simplemente... dejarla. ¿Qué pasaría con ella?

Robby cruzó los brazos sobre su pecho, con el ceño fruncido.

—Ella puede percibir la muerte, —anunció Connor.

Robby le fulminó con la mirada.

—La próxima vez que Casimir y sus secuaces se alimenten y las víctimas comiencen a morir, Marielle lo sabrá, —explicó Connor antes de mirar hacia ella. —Sabes exactamente donde está sucediendo la muerte, ¿no?

Ella asintió con la cabeza.

—Guau, —susurró Gregori.

—Siempre hemos seguido el rastro de Casimir por los cadáveres, —añadió Connor. —Pero siempre llegamos después de los hechos, cuando Casimir y sus secuaces se han escapado. Imaginaos, ¿cómo será si podemos llegar mientras se están alimentando y cogerlos por sorpresa?

Los ojos de Robby se iluminaron. —Por fin podré matar a Casimir.

El corazón de Marielle se expandió en el pecho. Esta era la noble misión que necesitaba llevar a cabo para que pudiera regresar al cielo. ¡Era perfecto! Todos estos argumentos con Zackriel donde había insistido en que los vampiros malos debían detenerse, ahora podía usar sus poderes para hacer que sucediera.

Connor la miró, sus ojos brillantes.

—La necesitamos. Ella es nuestra arma secreta.

—Estoy de acuerdo en que Marielle fue enviada a nosotros para un propósito —dijo el Padre Andrew. Se volvió hacia ella con una expresión preocupada. — Pero hay que ser francos contigo, querida. La batalla con Casimir es peligrosa. ¿Estás dispuesta a ayudarnos?

Ella asintió con la cabeza. —Sí. Lo estoy. —Su mirada se desvió de nuevo a Connor, y su corazón se llenó de alegría.

El Padre Celestial no la había abandonado. Había enviado a Connor a rescatarla y protegerla. Pero más que eso, Connor y sus amigos le estaban presentando una

oportunidad maravillosa para hacer del mundo un lugar más seguro y, al hacerlo, demostrar que era digna de volver al cielo.

Estaba ansiosa por pasar más tiempo con Connor. Y sentía curiosidad sobre la oscuridad escondida en su corazón. Quizás en algún momento tendría el coraje de preguntarle acerca de Darcy.

- 10 -

El plan de Marielle no estaba funcionando.

Connor se había teletransportado a Romatech con Robby para discutir la estrategia con Angus MacKay y Emma. Antes de partir, explicó que Angus había servido como general del ejército vampiro, y ahora, él y su esposa eran los jefes de MacKay Seguridad e Investigación, la empresa que hoy en día luchaba contra Casimir y sus Malcontents.

—No puedo protegerte cuando el sol esté arriba, —le dijo Connor.

—¿No vas a estar aquí? —Preguntó, desconcertada por lo decepcionada que estaba. La rapidez con que había aprendido a depender de él. Pero no había ninguna dependencia cuando estaría muerto en unas dos horas.

—¿Qué pasa con el demonio? —Preguntó el Padre Andrew antes de que Connor pudiera responder a su pregunta. —¿Vendría aquí durante el día?

—Es posible, —murmuró ella. De alguna manera, el pensamiento de comprender que Connor iba a estar muerto durante el día era más inquietante que la posibilidad de ver a Darafer de nuevo. No era de extrañar que Connor pareciera envuelto en tristeza. Ella no podía imaginarse no ver nunca más un amanecer o ver un arco iris.

—Encontraré a alguien para que te proteja, —dijo Connor, y luego desapareció.

Lo echó de menos inmediatamente.

El Padre Andrew se ocupó de la cocina, hizo a cada uno una taza de té. Sabía muy bien, pero no tan bueno como el chocolate que Connor le había dado. El sacerdote tenía muchas preguntas, pero Gregori pronto declaró que necesitaba un descanso, y él sabía exactamente lo que le levantaba el ánimo.

Se llamaba bailar música disco. Y consiguió hacerla reír. El Padre Andrew les observaba, sonriente, pero con el tiempo, se desplomó en el sofá durmiéndose rápidamente.

—Pobre hombre. —Gregori bajó el volumen en el reproductor de CD. —Tiene que ser más allá de su hora de dormir.

Poco después, tres formas vacilaron, luego se solidificaron.

—Hola, señoras. —Gregori les dio la bienvenida con una sonrisa encantadora. — ¿Puedo presentarles a nuestro ángel de la residencia, Marielle?

Ellas la miraban como atontadas.

Ella sonrió como bienvenida, a pesar de que sintió una punzada de decepción de que Connor no hubiera regresado. Las tres mujeres se veían interesantes, sin embargo. Una de ellas tenía el cabello morado de punta y estaba vestida con un traje ceñido negro, con botas de tacón alto negros y un látigo negro alrededor de su cintura. Ella se aferraba a otra mujer que vestía pantalón de mezclilla, una camisa de franela y botas de vaquero. Su cabello grueso y largo era una hermosa mezcla de marrón, dorado y rojo. Tan pronto como se materializó, se alejó de la mujer con el cabello morado.

La tercera mujer parecía muy joven, a pesar de que su habilidad para teletransportarse indicaba que era una vampiresa y que podría tener cualquier edad. Tenía el cabello castaño, retirado severamente en una coleta, y llevaba pantalones de mezclilla y un suéter de color crema claro. Sus brazos estaban llenos de bolsas.

—Vanda, me alegro de verte. —Gregori sonrió mientras le daba a la mujer de cabello púrpura un abrazo. — Veo que la vida de casada no ha doblado tu estilo. Oye, Marta, ¿cómo estás? —La joven vampiresa sonrió tímidamente en su dirección mientras se dirigía a la cocina.

—Estoy bien. —Dejó las bolsas sobre el mostrador. — Hemos traído algunas cosas para el… —Su mirada se precipitó nerviosamente de nuevo a Marielle.

—Dios te bendiga. —Sonrió Marielle, y la cara de Marta enrojeció antes de que ella se girara.

—¿Así que eres un ángel? —Preguntó la mujer con botas de vaquero mientras enganchaba los pulgares en el cinturón de lazos.

—¿Nos conocemos? —Preguntó Gregori. — Me pareces familiar.

La mujer le dirigió una mirada impaciente.

—Podría ser. He luchado en la batalla de Dakota del Sur, pero estaba en forma de lobo durante la mayor parte de ella.

Marielle se puso tensa. ¿La mujer era un hombre lobo? No tenía nada en contra de los cambia formas, pero la forma de lobo tendía a hacerla sentir incómoda, ya que era un disfraz que muchos demonios disfrutaban adoptando.

—Esta es Brynley, —presentó Vanda. — Hermana gemela de Phil. —Ella miró a Marielle y aclaró, —Phil es mi marido. Y Marta allí es mi hermana.

—Ya veo. —Marielle trató de no verse confundida. ¿Hermanas vampiro? ¿Y una de ellas se casó con un hombre lobo? ¿Y tenía el cabello morado?

—Encantado de conocerte. —Gregori sonrió mientras se acercaba a Brynley. — Phil y yo somos buenos amigos.

—¿Ah, sí? —Brynley echó una mirada irónica a Vanda. — Bueno, tiene un gusto raro.

Vanda resopló.

—Creo que te está incluyendo en ese insulto, Gregori.

—Desde luego que no. —Gregori presionó una mano en su pecho, afectado con una mirada herida. —Soy uno de los mejores hombres que jamás hayas conocido.

Brynley parecía impresionada.

—Bien vestido, también. —Gregori se ajustó los gemelos.

Brynley arqueó una ceja.

—¿Puedes derribar un alce en sesenta segundos? —Cuando Gregori vaciló, se encogió de hombros. — No lo creo. —Ella se volvió hacia Marielle y la miró con curiosidad. — ¿Eres realmente un ángel de la muerte? No te ves muy aterradora para mí.

—Ella podría derribarte en sesenta segundos, —murmuró Gregori.

Brynley palideció un poco, pero alzó la barbilla. —No tengo miedo.

Marielle podía ver que la mujer lobo no era tan dura como pretendía. —¿Eres la voluntaria para protegerme durante el día?

Brynley se encogió de hombros. —Alguien tenía que hacerlo. Los vampiros son completamente inútiles por el día, y las mujeres mortales son demasiado nerviosas. Pensé, ¿por qué no? No todos los días se llega a conocer a un verdadero ángel, en vivo.

—Te agradezco tu valentía, —dijo Marielle. — Y te aseguro que no quiero hacerte daño.

Brynley asintió con la cabeza. —Eso es bueno saberlo.

Vanda dio a su cuñada una mirada cariñosa.

—Brynley vino a vivir con nosotros hace una semana. Phil y yo estamos encantados.

Brynley parecía avergonzada. —Bueno, me puse enferma y me cansé de que mi padre me dijera qué hacer. Él tuvo el descaro de arrojarme a una gran fiesta de cumpleaños y anunciar mi compromiso sorpresa frente a un centenar de miembros de la manada.

—¿Te vas a casar? —Preguntó Marta mientras descargaba las bolsas en la cocina.

—No, —replicó Brynley. — No había conocido al tipo antes. Cierto lobo alfa de Alaska. De todos modos, hice las maletas y me fui. Sabía que Phil me daría la bienvenida en su escuela.

—Te acogimos con gusto,—dijo Vanda en voz baja.

—¿Eres de una escuela? —Preguntó Marielle.

—Dragon Nest Academy, —explicó Vanda. — Enseño arte allí. Brynley planifica enseñar inglés, y Marta trabaja en la oficina. —Se pasó una mano por el cabello morado de punta. — Para decirte la verdad, me alegro alejarme por un rato.

—Yo también, —murmuró Marta desde la cocina.

—¿Por qué? —Preguntó Gregori. — ¿Qué pasa?

Vanda resopló.

—¿Diez chicos lobos adolescente aprendiendo para convertirse en Alfa? Tendremos suerte si no se matan unos a otros.

Brynley hizo una mueca de dolor.

—Hay una razón por la cual una manada sólo tiene un Alfa.

—Y luego mete cinco huérfanos cambia formas pantera, además de un nuevo cambia forma tigre de Tailandia… —Vanda negó con la cabeza. — Los gatos y los perros no se mezclan bien.

—Necesitamos más chicas allí. —Marta metió un plato de comida en el microondas. — Los chicos lobos siempre están tratando de golpearme.

Brynley se echó a reír. —Bueno, parece que tienes catorce años.

Con un gemido, Marta marcó algunos botones. —Tenía quince años cuando fui transformada, pero eso fue en 1939.

—¿Así que es una escuela para niños cambia forma? —Preguntó Marielle.

Vanda asintió con la cabeza. —Tenemos algunos niños mortales, también, que saben demasiado para ir a una escuela regular. Y luego están los híbridos, mitad mortal, mitad vampiro.

—Roman ha descubierto una manera para que los chicos vampiros puedan tener hijos, —explicó Gregori. — Él y Shanna tienen dos.

¿La mujer que casi había matado tenía hijos? Marielle envió una oración para que Shanna saliera adelante.

Silencio. Sus hombros se hundieron.

—¿Por lo tanto deduzco que Connor te ha puesto al día rápido? —Preguntó Gregori a Vanda.

—Sí. Parecía realmente… preocupado. —Miró a Marielle con curiosidad. — Es un honor conocerte.

—Connor cree que podríais estar hambrientos, —dijo Marta mientras quitaba el plato del horno microondas. — Hemos traído un poco de comida de la cafetería.

—Y hemos traído otras cosas, también, —agregó Vanda. — Champú y loción, y todo tipo de cosas de chicas. Connor dijo que nunca habías tenido un cuerpo antes, así que es posible que necesites unos pocos… consejos femeninos.

—Parece que es el momento de que me vaya, —murmuró Gregori. Se acercó al sofá y recogió al sacerdote en sus brazos.

—Gracias por venir, Gregori. —Marielle inclinó la cabeza.

Gregori sonrió. —Hasta luego, cariño. —Desapareció, llevándose al Padre Andrew con él.

—Bueno, comamos mientras aún está caliente. —Marta puso un bol y un plato en el extremo de la mesa.

—Ella necesita cubiertos. —Vanda se apresuró a la cocina.

Marielle se dirigió lentamente hacia la mesa y se sentó en la silla que Marta indicaba. Una comida humana real. El olor ascendía hasta la nariz, picante y atractivo. El hambre creció en su vientre, pero un pequeño miedo la acompañaba. ¿Qué pasa si le gustaba demasiado ser humano?

Ciertamente había disfrutado sintiendo los brazos de Connor alrededor y sus labios contra los suyos.

—Esta es la ensalada. —Marta hizo una seña al bol, y luego al plato. — Y eso es lasaña y pan. —Se veía tan extraño. Y colorido. Marielle no sabía por dónde

empezar.

—Y aquí está el cuchillo y el tenedor. —Vanda puso algunos utensilios en la mesa junto con un plato más pequeño. — Y eso es tu postre. Pastel de chocolate. —Se sentó.

¿Chocolate? Ella tomó el tenedor y hurgó en el pastel.

—Oh no, —le susurró Marta. — Se supone que debes comer el pastel después.

—¿Por qué? —Marielle puso un bocado de pastel en su boca.

Brynley se echó a reír cuando se sentó en el extremo opuesto de la mesa.

—Siempre me he preguntado lo mismo.

Vanda puso un vaso de agua y una servilleta en la mesa.

—Después de lo que has pasado esta noche, yo diría que al infierno con las reglas.

Marielle asintió con la cabeza con el chocolate derritiéndose en la boca. Tan delicioso.

—Yo no soy buena siguiendo órdenes.

Brynley suspiró.

—Yo estoy pasando por un período de rebeldía ahora mismo.

—¿No quieres casarte? —Marta trajo dos botellas de sangre sintética a la mesa y le dio una a su hermana. Ella y Vanda se sentaron en las sillas laterales.

—Podría vivir durante cientos de años. —Brynley se repantigó en su silla. — ¿Por qué iba a querer atarme a mí misma a una persona?

—Tu hermano lo hizo. —Marta dio un sorbo de su botella.

Brynley se encogió de hombros.

—Phil está enamorado. —Ella le dio una mirada molesta a Vanda, a continuación, se quejó, —Pero parece que es feliz.

Vanda sonrió. —Lo es. —Ella tomó un trago de su botella.

Marielle siguió comiendo el pastel, mientras observaba a las mujeres.

—Puedes cambiar de opinión sobre el matrimonio cuando encuentres el hombre adecuado, —sugirió Marta.

Brynley se burló.

—No hay tal cosa como el hombre adecuado. Son todos iguales. Los mortales o cambiantes… están interesados en la misma cosa. —Ella tamborileó los dedos sobre la mesa. — No es que tenga nada en contra del sexo. Realmente me gusta el sexo. Una gran cantidad.

Marta hizo una mueca y miró a Marielle.

—No sé si ese es un tema apropiado.

—Por favor, no sintáis que tenéis que censuraros por mi culpa. —Marielle tomó otro bocado del pastel.

—Exactamente. Si se supone que debemos darle consejos sobre ser una mujer, entonces necesita saber acerca de los hombres. —Brynley se levantó de un salto y se dirigió a la cocina. — ¿Hay algo más de ese pastel?

Vanda miró a Marielle con curiosidad.

—¿Qué piensas tú? ¿Son todos los hombres iguales?

—No. Creo que cada ser humano es único. —Una visión de Connor flotaban en su mente.

—Admito que pueden parecer y actuar un poco diferente, —gritó Brynley desde la cocina. — Pero todavía tienen una sola cosa en su mente.

Marta negó con la cabeza. —No todo el tiempo.

Brynley regresó a la mesa, un plato de pastel en una mano y un tenedor en la otra.

—¿No has oído hablar de la Regla de los Tres Pasos?

—¿La qué? —Preguntó Marta.

Brynley puso su plato en la mesa y tomó asiento.

—Así es como funciona. En un momento dado, el sexo está sólo a tres pasos en los pensamientos de un hombre.

Vanda sonrió. —¿En todo momento? ¿Y si le pido a Phil que saque la basura?

Brynley contó los pasos con los dedos.

—Uno: Voy a sacar la basura para ella. Dos: ¿qué puede hacer por mí? Tres: una mamada.

Vanda se echó a reír, mientras que Marta se volvió rosa y dio a Marielle una mirada de disculpa.

—No es divertido, —dijo entre dientes a su hermana.

Vanda se tapó la boca para ocultar su sonrisa.

—Es que hace dos noches le pedí a Phil que sacara la basura y luego…

—No quiero oírlo. —Brynley levantó las manos para detener a Vanda.

—Por supuesto que no. —Marta tomó un sorbo de su botella.

—¿Qué es una mamada? —Preguntó Marielle.

Marta se atragantó. Vanda y Brynley se echaron a reír, y luego se miraron entre sí.

—¿Se lo vas a contar? —Preguntó Brynley.

—Cuéntaselo tú, —murmuró Vanda. — Tú lo mencionaste.

Brynley apuñaló su pastel.

—Es el sexo oral, la boca de alguien en las partes privadas de alguien. —Se metió un gran bocado en su boca.

—¿Así que es similar a besar? —Preguntó Marielle.

—Mmm. —Brynley asintió con la boca llena. Ella señaló hacia abajo con el tenedor. —Pero más abajo.

Marielle recordó la imagen de Connor boca arriba con su falda tirada por el pecho. Sus mejillas se calentaron cuando el significado completo se hizo evidente.

—Sin ánimo de ofender, Brynley, pero no estoy convencida de tu Regla de los Tres Pasos,—anunció Marta. — Hay momentos, tiempos peligrosos, cuando los hombres tienen que pensar en cosas más importantes que el sexo.

Marielle asintió con la cabeza. Eso tenía sentido para ella. Había estado en compañía de los hombres esta noche, y no habían hablado del sexo.

—Estoy de acuerdo, —dijo Vanda. — He estado alrededor de vampiros durante años, y si los chicos siempre estuvieran pensando en el sexo, entonces sus ojos estarían brillando intensamente todo el tiempo.

—¿Los ojos de vampiro resplandecen? —Preguntó Brynley.

Marielle se puso tensa, y su corazón comenzó a acelerarse.

—Sí, —respondió Vanda. — Siempre se puede ver cuando un vampiro está de humor para el sexo. Nuestros ojos brillan de color rojo.

El tenedor se cayó de la mano de Marielle.

—¿Estás bien? —Preguntó Marta.

—Sí. —Rápidamente tomó el tenedor. — Es que esto es nuevo para mí. —¿Connor había querido tener sexo con ella? ¿Tres veces? Sus mejillas ardían con el calor.

—No hay necesidad de sentirse avergonzada, —le aseguró Marta. — Te acostumbras a ser humana.

—Yo… Yo creo que estoy satisfecha. —Dejó el tenedor en el plato.

Marta envolvió la comida y la metió en la nevera, mientras que Vanda apresuraba a Marielle al baño y le mostraba los productos que había traído. Después de que Marielle los hubiera usado, Vanda le ayudó a entrar en un camisón de seda azul.

—¿Alguna pregunta? —Preguntó Vanda, sentada en la cama junto a Marielle.

—No lo creo. —Se peinó el cabello húmedo, disfrutando del aroma de flores del champú que había utilizado. El material de seda se sentía bien en su piel. — Tengo que verme como una niña indefensa.

Vanda sonrió. —No te ves como una niña. Eres realmente hermosa, ya lo sabes. Estoy segura de que los hombres lo notaron.

Sus mejillas se calentaron, pensando en Connor. ¿Cuándo iba a verlo de nuevo?

Vanda le dio unas palmaditas en el hombro, se puso de pie.

—Es casi el amanecer. Mi hermana y yo tenemos que irnos. Pero volveremos mañana por la noche, si lo deseas.

—Eso sería encantador. Gracias. —Marielle siguió a Vanda de nuevo a la sala principal para decir adiós a Marta.

Las dos vampiresas desaparecieron.

Brynley levantó una escopeta del estante de armas de la pared.

—Voy a tener esto listo en caso de que lo necesitemos.

Marielle asintió con la cabeza, aunque no estaba segura de lo bien que podía trabajar un arma humana en un demonio.

Una forma se materializaba en la cocina, y el corazón le dio un vuelco a Marielle cuando se dio cuenta que era Connor.

Ella sonrió. —¡Estás de vuelta!

Sus ojos se abrieron cuando él la miró por encima. Se dio cuenta de que había

cambiado a una falda y una camisa limpia. Su cabello estaba húmedo y recogido cuidadosamente. En sus brazos, llevaba tres espadas envainadas.

—Hola, —saludó Brynley desde la mesa de la cocina donde estaba cargando la escopeta. — Tú debes ser Connor.

—Sí. Tú debes ser Brynley, hermana de Phil. —Él inclinó la cabeza. — Gracias por venir.

—No es problema, —dijo Brynley. — Has venido bien armado.

—Sí. —Puso dos de las espadas en el mostrador de la cocina, pero se quedó con una. — Siéntete libre de utilizar éstas, si las necesitas. —Dio a Marielle una mirada de preocupación. — El sol está a punto de levantarse. No tengo tiempo para enseñarte esta noche.

—Estaré bien, —le aseguró. — Todavía tengo algunas de mis propias habilidades.

—Sí. Me golpeaste dos veces con la ráfaga de aire. —Trató de no pensar en cómo le había puesto en el suelo sobre su espalda con su falda hacia arriba.

No pienses en ello.

Abrió la puerta de un armario, luego fue al interior y puso la tercera espada en el suelo. Tomó una manta fuera de la estantería y la extendió al lado de la espada.

Ella miró el interior. —¿Qué estás haciendo?

—Voy a caer en mi sueño mortal en breve.

—Yo... no me gusta pensar que mueres.

Su boca se torció. —Por lo general, le doy la bienvenida.

—¿Cómo puedes decir eso? —Se encogió de hombros. — No puedes sentir nada cuando estás muertos.

Él le dio una mirada de preocupación. —Esta noche la odio. Odio no estar aquí para ti, no saber si estarás bien.

—Estaré bien. —Ella miró al suelo. — ¿No estarías más cómodo en la cama?

—La habitación tiene ventanas. La luz del sol me fríe. —Él inclinó la cabeza, la estudió. — Tú debes usar la cama. Ha sido una noche larga. Debes estar muy cansada.

Ella asintió con la cabeza. Estaba empezando a sentirse cansada. Y triste.

—Me tengo que ir, muchacha, —susurró. — Estoy a punto de desmayarme. —Ella

dio un paso atrás, y luego se congeló cuando él le acarició la mejilla. — Ten cuidado.

Ella sonrió un poco. —Tú, también. —Ella cerró la puerta. ¿Por qué tenía ganas de llorar?

En lugar de entrar en el dormitorio, ella salió por la puerta de la calle y se paró en el porche.

El sol aparecía en el horizonte por el este, lanzando rayos gloriosos a través de los árboles y pintando el cielo de oro y rosa.

—El camino de los justos es como la luz de la aurora, —susurró. Su visión borrosa por las lágrimas, y parpadeó. Siempre le habían gustado los amaneceres en el pasado.

Pero ahora, sólo podía pensar en Connor muerto en el armario.

Unas horas más tarde, apenas podía mantener los ojos abiertos. Brynley la animó a ir a la cama y dormir un poco.

Mientras llevaba la sábana hasta la barbilla, pensó en Connor en el armario. Muerto.

Sus ojos parpadeaban cerrándose.

Un momento de pánico estalló cuando sintió una sensación de arrastre en su conciencia. Abrió los ojos, mirando al techo. Nunca había dormido antes. Siempre había descansado en el séptimo día, pero nunca había escapado en un sueño real. Era una sensación extraña, muy tranquila y reconfortante, pero aterradora cuando todo su control se iba.

Sus ojos ardían mientras trataba de mantenerlos abiertos, pero al final, el cansancio se apoderó de ella, y se quedó dormida.

* * *

Se despertó con una sacudida, y luego esbozó una sonrisa al darse cuenta de lo fresca que se sentía. Después de usar el cuarto de baño, se lavó la cara y se cepilló los dientes, agradecida de que Vanda le hubiera enseñado cómo hacerlo. A continuación, se vistió y se fue a la habitación principal.

Olores gloriosos llenaban la cocina, y su estómago retumbó.

—Ahí estás. —Brynley estaba apoyada lejos para mantener una distancia segura. Hizo un gesto hacia el mostrador. — Hice un poco de tocino y huevos. Y hay tostadas y mermelada.

—Gracias. —Ella se preparó un plato. — ¿Sucedió algo mientras yo dormía?

—No. —Brynley se estableció en el sofá con un libro de bolsillo. — Ha estado realmente tranquilo. El sol ya está bajando.

Marielle sonrió ante la idea de ver a Connor pronto y comenzar su nueva misión para ayudar a los vampiros. Después de comer, salió al porche a ver el sol descendiendo en el oeste.

Una nueva aventura le esperaba. Ayudaría a los vampiros a destruir a los Malcontents. El mundo sería un lugar más seguro. Los Arcángeles estarían tan contentos, que le darían su voto de nuevo para el Ejército del Cielo.

Se dirigió de nuevo a la cabaña y se dirigió hacia el armario.

—¿Estás segura de que es una buena idea? —Preguntó Brynley desde el sofá.

—Estaré bien. —Ella entró en el armario, encendió la luz, cerró la puerta.

Connor estaba tendido sobre su espalda con las manos apoyadas sobre el vientre plano. Se arrodilló junto a él, admirando su hermoso rostro. A pesar de que su cabello era de un color rojo brillante dorado, las cejas eran de un color marrón rojizo.

Sus pestañas parecían espesas y oscuras contra su piel pálida. Debía haberse afeitado, porque la barba a lo largo de la barbilla había desaparecido.

Llevaba una camisa de color verde oscuro que se abrazaba a sus amplios hombros e iba bien con su falda escocesa roja y verde. Incluso sus calcetines hasta la rodilla eran verdes. Sonrió ante la daga escondida debajo de su media en la rodilla derecha. Había intentado matar a un demonio con esa arma.

Su pecho se expandió de pronto, como si una ráfaga de energía hubiera golpeado su corazón. Sus manos se sacudieron, y abrió los ojos.

—Buenos días. —Ella sonrió. — O más bien, noches. Es confuso… ¡agh! —Ella jadeó cuando él la agarró por los brazos y la empujó hacia el suelo. — Connor, ¿qué estás… —Ella abrió la boca otra vez cuando él se inclinó sobre ella, sus ojos brillando de color rojo. ¡Dios mío!

Había estado despierto por sólo dos segundos. ¿Estaba ya pensando en el sexo?

Su mano se deslizó hasta el cuello. —Muchacha, nunca debes despertar a un vampiro dormido.

—Te has despertado solo. —Ella le empujó el pecho. — Y no me importa la Regla de los Tres Pasos. No voy a hacerte una mamada.

- 11 -

Connor se tambaleó hacia atrás.

—¿Qué...? —¿En realidad había escuchado esas palabras de la boca de su inocente ángel?

Miró fijamente a Marielle, estaba tan estupefacto que por un momento se olvidó de lo hambriento que estaba. ¿O hasta qué punto la visión de ella era lo que había incitado instantáneamente el hambre en su cuerpo, así como el olor dulce de su sangre?

—Tú no... ¿Qué es lo que…?

—No hay necesidad de que estés tan sorprendido. Vanda me dijo lo que significaban los ojos rojos brillantes. —Marielle se puso de pie y lo miró indignada. —Estás pensando en el sexo. ¡Otra vez!

Maldita sea. Él se levantó de un salto.

—¿Y qué estabas pensando al hacer esto? ¡Sabes que no debes acercarte a un vampiro en estado de vigilia! ¡Podría haberte mordido!

Ella se cruzó los brazos. —No creo que fuera la comida lo que estaba en tu mente. Ahora conozco lo de la Regla de los Tres Pasos.

—¿La qué...? —Su estómago se retorció de dolor mientras el hambre lo asaltaba demandando sangre. — No importa. Tengo que alimentarme. —Él abrió la puerta y se precipitó directamente en dirección a la nevera.

Le lanzó una mirada de fastidio cuando ella salió del armario.

—Nunca vuelvas a hacer eso. —Agarró una botella de sangre, le quitó la tapa y la colocó con su contenido en el microondas. Sus encías le dolían por el esfuerzo de evitar que sus colmillos saltaran.

—¿Por qué te quejas de mí? —Preguntó ella. —Eras tú el que tenía los ojos brillantes y me empujaste al suelo.

Oyó una exclamación desde el sofá. Mierda. Ahora la hermana de Phil sabía lo que estaba sucediendo. Cogió la botella del microondas y bebió un poco de sangre. Se

sintió aliviado, el dolor de las encías fue desapareciendo y su visión volvió a la normalidad.

Marielle se acercó más, observándolo. —Tus ojos dejaron de brillar tan intensamente.

Él gimió interiormente. —Muchacha, el hambre del vampiro es muy poderosa cuando recién se despierta. Tiene un modo de provocar la lujuria. —Y gracias a la interferencia de Vanda, ahora Marielle sabía que la había deseado la noche anterior. No tenía sentido negarlo. — Me pareces muy tentadora y hermosa...

Cuando ella sonrió, él le dijo apretando los dientes, —No te lo dije como un cumplido, muchacha. Te estoy haciendo una seria advertencia. Debes permanecer alejada de mí hasta que haya bebido mi primera botella de sangre. Podría ser peligroso.

Ella sonrió ligeramente. —Nunca he pensado en ti como alguien peligroso.

—Vampiro. —Él le lanzó una mirada irónica y bebió un poco más.

Ella se encogió de hombros. —No creo que vayas a lastimarme. Incluso en el armario, con toda el hambre y la lujuria, no me mordiste ni me exigiste sexo.

Él se atragantó con el último trago de sangre. Miró hacia el sofá desde donde podían oírse algunas risitas ahogadas. Mierda. ¿Y si había cometido un gran error pidiéndole a Vanda que trajera unas cuantas mujeres para que pudieran darle consejos femeninos a Marielle?

Él dejó la botella en el fregadero. —¿De qué hablaste con las mujeres?

—De un montón de cosas, —respondió ella. — La Regla de los Tres Pasos, el sexo oral.

—Santo Dios Todopoderoso. —Él se presionó la frente con la mano. — ¡Se suponía que te debían enseñar a lavarte el cabello con champú y no que te dieran instrucciones sobre sexo oral! —Su corazón se sobresaltó al pensarlo. — ¿Lo hicieron?

—¿Tenían que hacerlo? —Preguntó ella.

La risa estalló en el sofá y le lanzó una mirada furiosa a Brynley. Se volvió a Marielle, y como de costumbre, su belleza le quitó el aliento. Bajó la voz, esperando que la cambia formas femenina no pudiera escucharlo.

—¿Ellas te dieron... instrucciones?

Ella asintió con la cabeza. —Sí.

Su ingle se contrajo. —¿En serio? —Él parpadeó, tratando de que sus ojos no volvieran a ponerse rojos.

—Sí. Aprendí a ducharme y a lavarme los dientes. Y todo tipo de cosas útiles. —Le sonrió a Brynley. — Y estuve bien vigilada durante todo el día. Gracias.

Brynley le retribuyó con una sonrisa y sus ojos brillaban. —No hay de qué.

—Disculpad. —Connor se deslizó en el cuarto de baño para procurarse alivio y calmarse. Tenía que dejar de pensar en el sexo y enfocarse en los negocios. Después de lavarse las manos y la cara y cepillarse los dientes, regresó a la cocina. Marielle todavía estaba allí, bebiendo un vaso de agua.

—¿El demonio no ha vuelto? —Preguntó él. Al mismo tiempo que ella negaba con la cabeza, el teléfono sonó en su bolsa. Él respondió rápidamente. — ¿Sí?

—Buenas noticias, —informó Emma. — Shanna se despertó y está tomando su primera botella de sangre.

Él dejó escapar un suspiro de alivio. —Gracias a Dios.

—¿Vas a empezar hoy con el entrenamiento tal como estaba previsto? —Le preguntó Emma.

—Sí. —Connor miró a Marielle. Tendría que explicarle lo que se había decidido en la reunión estratégica de anoche.

—Te dejaré que te pongas manos a la obra entonces, —dijo Emma. — Sólo quería que supieras que Shanna está haciéndolo bien y que está ansiosa por ver a los niños.

—Estoy seguro de que lo está.

—Ella expresó su deseo de encontrarse con el ángel, pero Roman dijo que no, no con los niños alrededor. Volveré a llamar si se las arregla para hacer que Roman cambie de idea. —Emma se echó a reír. — Por lo general lo hace.

—Sí. —Connor cortó la llamada y dejó caer el teléfono en su bolsa.

Marielle lo estaba mirando con expresión esperanzada. —¿Shanna está bien?

—Sí, si quieres llamar estar bien a ser un vampiro.

—Estoy segura de que su marido y sus hijos están felices de que todavía esté con ellos. —Marielle suspiró. — Me he sentido tan mal por eso. La había matado.

—No fue tu culpa, —insistió él. — Yo fui quien te llevó allí.

Ella le sonrió nostálgica. —Te extrañé durante el día.

Él deseaba poder decirle lo mismo, pero no sentía nada durante su sueño de muerte. Eso siempre había sido una bendición anteriormente, pero sospechaba que nada volvería a ser lo mismo ahora que había conocido a Marielle.

—Tienes buen aspecto. ¿Descansaste?

Ella asintió con la cabeza. —Dormí por primera vez.

—Bien. Necesitas estar fuerte para esta noche. —Él estaba a punto de explicárselo cuando una forma se materializó cerca.

Ian MacPhie dejó dos bolsas en la encimera de la cocina.

—Vanda pensó que podrías necesitar un poco más de suministros, —le dijo a Connor, aunque su atención se desplazó rápidamente a Marielle. — Saludos.

Ella saludó a Ian con una inclinación de cabeza.

Él abrió más los ojos. Miró a Connor, luego otra vez a Marielle. Abrió la boca para hablar, pero cambió de idea y se inclinó.

—Él es Ian, —le explicó Connor. — Por lo general no es alguien que se quede sin palabras, o que esté tan bien vestido. —Escondió una sonrisa. Ian vestía su falda escocesa, chaleco negro con botones de latón, y una camisa blanca con puños de volantes y corbata.

Ian le lanzó una mirada molesta. —¿Por qué no debería vestir mis mejores galas para encontrarme con un ángel del cielo?

—Te ves muy bien, —le dijo Marielle. — Me encanta la camisa.

Ian se ruborizó. —Gracias.

Connor se cruzó de brazos y murmuró, —Yo también tengo una camisa así.

Marielle lo ignoró y continuó hablando con Ian. —Los colores de la falda son preciosos.

Ian le lanzó una mirada de triunfo a Connor. —Sí, siempre he pensado que la tela escocesa de los MacPhie era uno de los mejores.

Connor resopló, aunque se preguntó si a ella le gustaba la Buchanan a cuadros.

—¿Os habéis enterado de las buenas noticias? —Preguntó Ian. — Shanna se despertó y está haciéndolo bien.

Marielle asintió con la cabeza. —Me sentí muy aliviada.

—Yo también. —Ian vaciló y se removió inquieto. — Si no es un atrevimiento de

mi parte me gustaría pedirte un favor. Mi esposa está esperando nuestro primer hijo, y si pudieras recordarlos en tus oraciones, quedaría eternamente agradecido contigo.

Cuando Marielle sonrió, Connor se quedó sin aliento. Era lo más cerca que estuvo de un rayo de sol en cientos de años.

—¡Eso es maravilloso! Felicidades. —Mariella tocó a Ian en el hombro. — Dios te bendiga a ti y a tu familia.

Ian inclinó la cabeza. —Gracias. Si hay algo que pueda hacer por ti, sería un honor. —Retrocedió un paso. — Pero no debería estar entreteniéndote por más tiempo. Ya tienes mucho que hacer esta noche.

—¿Tengo que hacer algo? —Preguntó ella.

Ian la miró sorprendido. —¿Connor no te lo dijo?

—Estaba a punto de hacerlo,—gruñó Connor. — Pero fuimos interrumpidos.

Ian torció su boca en una mueca. —Trata de no ser tan cascarrabias. Ella es un ángel, sabes.

Connor levantó una ceja.

Los ojos de Ian brillaban divertidos cuando se volvió hacia Brynley. —¿Necesitas que te lleve de regreso a la escuela?

—Sí. —Ella saltó del sofá y saludó a Marielle con la mano. — Hasta mañana.

—Sí, gracias, —le respondió Marielle a modo de saludo.

Ian se acercó a Brynley y le pasó un brazo alrededor de sus hombros.

—Fue un honor conocerte, ángel. —Y desapareció, llevándose a Brynley junto con él.

Al fin solos. Connor vio que Marielle se acomodó sus largos y rubios cabellos detrás de sus hombros. Parecía ensimismada en sus pensamientos y momentáneamente ajena a su presencia. Él se aprovechó de ello y dejó que su mirada vagara lentamente por su cuerpo. Su ropa, que Emma le había prestado, era más adecuada para alguien más delgada y de constitución más atlética. La camiseta era de color azul cielo, como los ojos de Marielle, y le quedaba ajustada en el pecho.

Esos pechos suaves y plenos habían llenado sus manos hasta desbordarse cuando se había caído encima de ella en el sofá. No debes pensar en eso. Desvió la mirada y la bajó. Sus vaqueros abrazaban muy bien las caderas redondeadas y, como ella diría,

el conjunto completo de partes privadas femeninas.

¡No pienses en eso! Levantó la mirada hacia su rostro, era tan precioso y angelical que seguramente sus pensamientos serían más castos. Ella se mordió el labio inferior, provocando que la atención se dirigiera a su boca. Sus palabras en el armario retornaron rápidamente. No voy a hacerte una mamada.

Maldita sea, era patético. Agarró otra botella de sangre de la nevera y la metió en el microondas. ¿Cómo podía sentir tanta lujuria por alguien tan inocente? No era digno de tocar los dedos de sus pies, y sin embargo, anhelaba tomarla en sus brazos y adorarla con la boca. Debía haber estado desquiciado cuando le dijo a Angus en la reunión de ayer por la noche que iba a hacerse cargo de su seguridad y entrenamiento. La pobre ángel no estaba a salvo cerca de él.

—La esposa de Ian está embarazada. —Ella frunció el ceño y continuó ensimismada en sus pensamientos. — Entonces ella debe ser mortal.

—Sí.

Ella se volvió hacia él. —¿Y su hijo será otro híbrido como los niños de Shanna?

—Sí. Y hay otros en camino. Jean-Luc y su esposa tuvieron gemelos.

—¿Tienen características tanto humanas como vampiras?

Connor asintió.

—Ellos se parecen a los niños normales, están despiertos durante el día y comen alimentos verdaderos. Pero tienen otros dones... como la levitación, la teletransportación, la capacidad de sanar.

Ella lo miró sorprendida. —¡Qué fascinante! Me encantaría conocer a algunos de estos niños, —suspiró. — Pero me temo que eso sería demasiado peligroso.

Connor se encogió de hombros mientras sacaba la botella del microondas.

—Nuestra comunidad siempre lidia con algún tipo de peligro. Casimir y sus Malcontents quieren destruirnos a todos. Y si el mundo de los mortales alguna vez se entera de nuestra existencia, también querrán matarnos a todos.

Ella frunció el ceño. —Tal vez los humanos os acepten una vez sepan que habéis estado protegiéndolos de los Malcontents.

Levantó la botella. —Antes de que Roman inventara estas cosas, nos alimentábamos de los seres humanos. No los matábamos pero me imagino que ellos no estarán muy contentos. Nos verán como lo que somos: parásitos chupasangres. Criaturas impías de la noche.

Ella hizo una mueca. —No quiero que hables así de ti mismo. Eres un hombre bueno y noble. Y todos tus amigos parecen ser perfectamente adorables.

Él resopló. —Tú sigues pensando como si estuvieras en el cielo. Esta es la Tierra y los seres humanos creen que es su deber sagrado el matarnos. Es por eso que no hay nada más importante que mantener en secreto nuestra existencia.

—Entonces estamos en el mismo barco. También tengo que mantener mi existencia en secreto, —suspiró. — Hasta que pueda volver al cielo. Si es que puedo volver.

—Regresarás. Nos aseguraremos de ello.

La mirada de ella se suavizó y las comisuras de sus labios se curvaron hacia arriba. —Gracias.

El corazón se le encogió en el pecho. Mierda, ¿cómo iba a sobrevivir a solas con ella? Tragó un poco de sangre y luego se dirigió hacia el sofá.

—Tenemos que hablar.

Él se sentó y dejó la botella en la mesa de café, tomando nota de la escopeta y la espada que Brynley había dejado cerca. ¿Qué pasaría si Marielle tocaba la escopeta? Él no quería saberlo, y rápidamente le quitó las municiones. Ella se sentó en el otro extremo del sofá. Él escondió la escopeta vacía debajo de la mesa de café.

—Debes permanecer lejos de las armas hasta que sepas cómo utilizarlas.

—Eso no será un problema. —Ella se sentó de lado en el sillón para mirarlo de frente y metió sus pies desnudos por debajo de su cuerpo. — No quiero tener nada que ver con ellas.

Él había sospechado que ella se sentiría de esta manera. Incluso se lo había dicho a Angus, pero eso sólo provocó otra discusión, dado que ambos estaban de acuerdo en que ella tenía que estar a salvo, pero estaban en desacuerdo sobre la manera de hacerlo. Puso las municiones en la mesa y cogió la botella.

—Tan pronto como encontremos a Casimir, trataremos de derrotarlo en batalla. Y en vista de que nos ayudarás a localizarlo, podrías encontrarte en medio de una situación muy peligrosa.

—Entiendo.

Él bebió un sorbo de su botella.

—Angus quería que te entrenara en la autodefensa. Yo le dije que... no. —Escuchó que ella tomaba aire abruptamente, por lo que se dio la vuelta en su dirección. — No me malinterpretes. Quiero que estés a salvo y protegida. Pero no quiero que

entres al campo de batalla con una espada en la mano. Los Malcontents han tenido años, algunos de ellos centenares de años, para formarse. Unas noches de entrenamiento no serían suficientes. Sería suicida que participes en la batalla.

Ella hizo una mueca. —No creo que pueda, incluso si quisiera hacerlo.

Él tragó más sangre. —Te estás poniendo en un gran riesgo para ayudarnos. ¿Puedo preguntarte por qué?

—Creo que el mundo sería un lugar mucho más seguro sin Casimir y sus malignos secuaces. —Ella suspiró. — Pero no puedo pretender que estoy haciendo esto sólo para proteger a los seres humanos. Espero ser capaz de demostrar mi valía, para que los Arcángeles me dejen regresar de nuevo al cielo.

—Ya veo. —Ese parecía un buen plan, pero tenía que mantenerla con vida hasta que pudiera cumplir su objetivo final. — ¿Qué haces por lo general cuando estás en peligro?

—Normalmente no estoy en peligro. —Ella giró la cabeza para mirar por la ventana. — Antes siempre podía escapar volando.

—¿Qué pasa con la forma en que me derribaste con una ráfaga de aire?

La mirada de ella permaneció en la ventana, y sus ojos brillaron por las lágrimas.

—Eso sólo se permite en un caso de extrema urgencia.

—Permanecer con vida cuenta como una emergencia.

Ella lo miró y parpadeó para eliminar las lágrimas. —Tienes razón. Lo utilicé para tratar de detener a Zackriel. Y de nuevo otra vez, cuando pensé que Darafer te iba a matar.

—¿Entonces puedes controlar el aire?

—Todos los ángeles pueden controlar los elementos hasta cierto punto. Y algunos son más hábiles que otros. Por ejemplo, el agua, puedo hacer que hierva o se congele. Incluso puedo hacer que llueva. Algunos ángeles pueden hacer que la corriente de un río fluya hacia atrás o...

—¿Puedes dividir el Mar Rojo?

Ella asintió esbozando una sonrisa. —Sí. Aunque algo tan grande requiere aprobación previa y un gran esfuerzo coordinado. No hacemos ese tipo de cosas muy a menudo, ya que tienden a llamar la atención.

Él soltó un bufido. —¿Y el fuego? ¿Puedes controlar eso?

Ella se encogió de hombros. —Un poco. Deberías ver a los Guerreros de Dios. Son magníficos. Pueden blandir grandes espadas de fuego y conducir carros de fuego.

Eso sonaba impresionante. —¿Te ayudarían si tú estás en peligro?

—Yo... no lo sé. —Sus hombros se desplomaron. — Antes lo hubieran hecho.

—El rayo que vi en el bosque, ¿era Zackriel manipulando el fuego?

Ella hizo una mueca. —Él tiene mucho talento para lanzar bolas de fuego.

—¡Él las estaba arrojando hacia ti! Vi las marcas de quemaduras en tu espalda.

Ella se pasó una mano por la frente. —Él estaba tratando de cortar mis alas. Yo me negué a permanecer quieta, por eso acabé quemada.

—Esa no una excusa, —gruñó Connor. — Si alguna vez le pongo mis manos encima, va a lamentar el día en que nació... o fue creado... o nació de un condenado huevo, no lo sé. Sólo sé que es un hijo de puta.

Ella torció su boca.

—Eso no es divertido.

Ella sonrió.

—No puedo evitarlo. Hay algo muy atractivo en ti cuando te pones tan feroz y rudo.

Él se encogió de hombros a pesar de que sentía algo de calor en su rostro.

—¿Así que puedes protegerte con fuego?

Ella hizo una mueca. —Nunca fui muy buena en eso.

—Muéstramelo.

Ella dudó.

—¿Tenemos que salir al exterior? ¿Supongo que si inicias un incendio forestal, puedes hacer que llueva para apagarlo?

Ella gimió.

—Eso no será necesario. —Ella extendió un brazo, con la mano en dirección a la chimenea. Connor sintió un escalofrío leve al sentir la energía que atravesaba la habitación. Una pequeña llama se encendió en los leños de la chimenea y luego se apagó.

Él parpadeó. —¿Tú... tú apenas estabas calentando?

El rostro de ella se enrojeció mientras bajaba la mano.

—Eso fue todo.

Él echó un vistazo de nuevo a la chimenea, donde sólo un zarcillo de humo se encrespaba sobre el leño.

—He visto más fuego sobre un pastel de cumpleaños.

Ella suspiró.

—Nunca he desarrollado la habilidad. No quise hacerlo. Me parecía muy destructiva y todo lo quería hacer era ayudar a la gente. Me encantaba ser una Sanadora.

Ella parecía tan abatida, que él trató de pensar en algo reconfortante para decirle. —Me... me gusta la forma en que eres.

La boca de ella se curvó y sus ojos se suavizaron de nuevo con esa mirada tierna que hacía que su corazón se encogiera en su pecho. Él tragó el resto de la sangre y posó la botella sobre la mesa.

—¿Qué elementos faltan? ¿La Tierra?

—Podría hacer temblar la tierra. Eso podría detener al que me ataque.

Él hizo una mueca.

—Eso nos afectaría a todos. Al igual que si lo haces con el aire, eso noquearía a todo el mundo. Es difícil ganar una batalla de esa manera... a menos que... ¿crees que podrías aprender a focalizar sus efectos?

—Supongo que podría. He visto que los Guerreros de Dios lo hacen.

—Entonces así es como te vas a defender por ti misma. —Connor se puso de pie y le extendió la mano.

Ella la aceptó, y tiró de él para ponerse de pie. Él comenzó a soltarla, pero los dedos de ella se enroscaron alrededor de su mano.

—Gracias por ayudarme, Connor Buchanan.

Él tragó saliva. Santo Dios Todopoderoso, ¡cómo ansiaba tomarla en sus brazos y besarla! ¿Ella se negaría? ¿O se fundiría en un abrazo con él? ¿Utilizaría algunas de esas instrucciones que las mujeres le habían dado?

Parpadeó y miró hacia otro lado. No podía permitir que su visión se tornara roja. Ella sabía lo que eso significaba. Y si la besaba, podría ver el interior de su alma negra. En este momento ella actuaba bajo la falsa impresión de que él era bueno y

noble, y, ¡Dios lo ayude! eso le gustaba. No podía soportar perder su confianza y respeto. Además, no tenía sentido el acercarse demasiado a ella.

Ella quería regresar al cielo. Lo último que necesitaba en su vida eran más dolores de cabeza.

Él la soltó y retrocedió un paso.

—¿Tienes algunos zapatos?

—Sí.

—Ve a ponértelos y ven conmigo afuera. —Él se dirigió a la puerta de entrada. — Tenemos trabajo que hacer.

- 12 - Cuando Marielle salió, el aire fresco de la montaña, al instante, le levantó el ánimo. Un pájaro cantaba en el bosque, y el aroma de pino flotaba hacia ella en un suspiro. ¡Gloria a Dios en las alturas!

No hubo respuesta, pero se negó a rendirse. Tenía un plan para volver al cielo, a pesar de que estaba atrapada en la Tierra durante un corto periodo de tiempo, tenía que admitir que estaba disfrutando. Especialmente el tiempo que pasaba con Connor.

La luz del porche estaba encendida, por lo que era más fácil verlo. Connor se movía rápidamente hacia adelante y hacia atrás sobre una pila de leña en el claro.

La luna creciente se reflejaba en su cabello rojo. Su falda escocesa se agitaba sobre sus rodillas mientras permanecía cortando troncos enteros en un gran círculo.

Ella se había puesto una sudadera, calcetines y calzado de la ropa de Emma. Estaba contenta ahora porque había logrado ponérselo. El aire nocturno era frío y, al parecer, iba a estar fuera durante un rato.

—Ven. —Connor hizo un gesto para que lo acompañara.

Bajó las escaleras, consciente de los cordones sueltos del calzado. Echó un vistazo a los zapatos.

—Oh, podrías atármelos.

—¿Perdón?

Señaló sus zapatos.

—Oh, ya veo qué los cordones están desatados. Siéntate y te enseñaré.

Ella se sentó en el escalón del porche. Cuando él se arrodilló frente a ella, su ritmo cardíaco se aceleró. Tenía la cabeza inclinada tan cerca de ella, que podía ver lo fino y brillante que era su cabello. Estaba pendiente de los cordones y sus gruesas pestañas proyectaban sombras sobre sus pómulos. Había algo en la forma de su rostro, los pómulos y la mandíbula que le hacía sentir extraña, como si sus entrañas se estremecieran. Le costaba respirar y se preguntó si él podía sentir sus respiraciones temblorosas contra su cara.

—Observa cuidadosamente y así aprenderás a hacerlo. —Él miró hacia arriba y sus ojos azules se agrandaron.

El corazón le dio un vuelco. La había pillado admirando su rostro. El calor se deslizó hasta sus mejillas.

Su mandíbula se movió.

—Voy a empezar de nuevo. Observa.

Ella se centró en cómo ató el cordón, pero su corazón seguía golpeando. ¿Qué que estaba mal en ella? No debía exacerbar su situación mediante el desarrollo de fuertes sentimientos hacia Connor.

Tenía la esperanza de regresar al cielo tan pronto como fuera posible. No podía caer en el deseo humano y la nostalgia.

—Listo. —Concluyó. — ¿Quieres probar?

—Sí. —Ella se inclinó a imitar sus movimientos. Su cabello cayó hacia delante ocultando su punto de vista. Lo retiró para atar el segundo cordón. Cuando se le cayó el cabello de nuevo hacia delante. Hizo un pequeño sonido de frustración. No podía ver y si movía la mano para retirar el cabello, tendría que empezar de nuevo.

Él le recogió el cabello con cuidado y lo sostuvo en la espalda. Su corazón saltó a su garganta. Con dedos temblorosos, terminó el lazo. Él le soltó el cabello.

—Lo hiciste. Aprendes rápido.

—Eres buen maestro.

Se puso de pie.

—Sí, bueno, eso fue el tipo de instrucción que se supone que debes recibir.

Él se alejó hacia el claro. Se preguntó si le molestaría que se uniera a él en el centro del claro.

Tal vez Brynley tenía razón acerca de los hombres y la Regla de los Tres Pasos.

—He puesto doce pilares en círculo, como los números en un reloj, —comenzó diciendo.

—Me recuerda a un henge2 de piedra. —Ella giró en círculo. — Siempre me han gustado.

—No es un henge.

2 Henge: Es una estructura arquitectónica prehistórica de forma casi circular u ovalada, en un área

de más de 20 metros de diámetro que consiste en una excavación limitada por una zanja y un terraplén. Fueron usualmente construidos en el período neolítico y se sospecha que tienen relación con actos rituales.

—Yo creo que lo es.

Él le miro impaciente. —No. Sé lo que es un henge. Tengo uno en casa.

—¿En serio? ¿Puedo verlo?

Una mirada de dolor revoloteó sobre su rostro antes de que él se volviera frío como la piedra.

—Nunca irás allí. Olvida lo que he dicho.

Su boca se abrió. ¿Por qué un hombre se negaría a que fuera a su casa? Debe tener algo que ver con el agujero negro de dolor en su alma. Ahora que estaba a solas con él, tal vez debería preguntarle acerca de la mujer rubia. Darcy. O podría descubrir más acerca de él abrazándolo. Esa estrategia le hizo palpitar el corazón.

—Ponte aquí en el centro. —Él la agarró de los hombros por detrás y la colocó en posición. Señaló por encima del hombro al gran tronco recto delante de ella. —Eso representa uno de los doce. Nuestro objetivo es que aprendas a derribarlo. ¿De acuerdo?

—Sí. —Ella asintió con la cabeza, frunciendo el ceño. Tendría que tener cuidado para conservar su energía si iba a hacer esto una y otra vez.

—Está bien, —dijo Connor, de pie detrás de ella. — No utilices toda tu fuerza en el primer intento, trata de utilizar solo la mitad. ¿Puedes hacer eso?

—Voy a intentarlo. —Miró de lado a lado, concentrándose en los pilares. ¿Podría controlar realmente el alcance de la explosión? ¿Y la intensidad? — Tal vez no es buena idea que permanezcas detrás de mí.

—¿Por qué? ¿Estás planeando fallar?

Ella lo miró por encima del hombro.

—Nunca he intentado esto antes.

Si no lograba bajar la intensidad, se quedaría sin energía en tan sólo unos pocos intentos.

—De acuerdo. —Se puso entre dos troncos. — Vamos a hacerlo.

Con un gemido, ella extendió sus manos. No estaba segura de cómo hacerlo aparte de usar sus pensamientos. Menos potencia. La mitad. Cerró los ojos y soltó lo que esperaba que fuera un chorro pequeño de la energía.

Oyó un ruido sordo y una maldición ahogada detrás de ella. Abrió los ojos. Los pilares frente a ella se habían movido unos seis metros, estrellándose en el bosque,

pero por lo general tenía un promedio de cuarenta metros, por lo que se las había arreglado para disminuir su energía de salida.

No está mal, pensó con una sonrisa. Se dio la vuelta e hizo una mueca.

Los troncos detrás de ella habían volado seis metros, también. Y a Connor también lo había empujado. Corrió hacia donde había aterrizado, en un montón de nieve, debajo de un árbol. Estaba tumbado sobre su espalda, aturdido y su falda escocesa levantada. Apartó la mirada, pero la imagen quedó en su mente. De alguna manera, parecía aún más grande esta noche. Recordó la descripción de Brynley del sexo oral y sus mejillas ardieron de calor.

—¿Qué demonios fue eso? —Se sentó, mirándola mientras se bajaba la falda. — Sólo tenías que golpear una parte del círculo.

—Yo... perdí.

Sus ojos se estrecharon y apretó su boca.

—Si quieres ver mis partes íntimas, muchacha, sólo dilo. No hay necesidad de tirarme al suelo.

—Yo no vi... —Ella agarró uno de los troncos caídos y volvió al claro. — Estos troncos sólo se movieron unos seis metros, y eso es la mitad de la distancia a la que normalmente muevo las cosas, así que en realidad tuve algo de éxito.

Se levantó de un salto.

—Bien. Te creo. —Se fue hacia el borde del bosque, buscó los troncos y los colocó en el círculo, lo hizo tan rápido que parecía sólo un borrón.

Ella volvió al centro del círculo.

—Te mueves rápido. ¿Es una de tus habilidades de vampiro?

—Sí, tenemos una gran resistencia y velocidad, también tenemos los sentidos agudizados. —Él caminó hacia ella. — Puedo escuchar cómo se te acelera el corazón.

Se puso rígida.

Él la miró con complicidad.

—Como ahora.

El corazón le dio un vuelco.

—Es porque estoy muy contenta porque puedo ayudar a derrotar a los Malcontents. Esto hará que el mundo sea un lugar más seguro.

Su boca se torció.

—Será mejor no conseguir un mundo más seguro porque podría darte un ataque al corazón. —Se detuvo. — Entonces que, ¿has pensado en tirarme al suelo otra vez?

—Voy a tratar de hacerlo mejor, pero no puedo garantizarlo. Seguro que estás mejor en el porche.

Uno de los extremos de su boca se curvó hacia arriba en una media sonrisa.

—No te preocupes, asumiré el riesgo.

Una vez más, se colocó junto a los troncos detrás de ella. Se concentró en el semicírculo frente de ella y lanzó una ráfaga pequeña. Esta vez, los troncos se movieron sólo unos cinco metros antes de que se volcaran. Echó un vistazo por encima del hombro y cuatro de los troncos se mantenían en pie, junto a Connor.

—Lo has conseguido. —Caminó hacia ella. — Excelente, muchacha.

Su corazón se hinchó con su alabanza. Se volvió hacia él y él le sonrió. Se quedó sin aliento. Era tan joven y guapo cuando sonreía de esa manera, como si sus siglos de desesperación hubieran desaparecido. Su sonrisa se desvaneció y entrecerró los ojos.

¡Dios mío! Estaba frente a él, no sería capaz de controlar su corazón desbocado. Se llevó una mano al pecho. ¿Cómo iba a detenerlo? No parecía tener ningún control sobre él.

Él corrió alrededor del círculo para colocar los troncos caídos.

Ella respiró hondo para calmar sus nervios.

Una y otra vez lo hizo. Después de una docena de intentos, había conseguido solo derribar tres pilares, dos de ellos a cada lado de ella.

Se tambaleó.

—Lo siento. Estoy baja de energía.

—Ven a descansar. —La llevó al porche y la sentó en una mecedora.

Apoyó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Unos pocos minutos más tarde, oyó pasos.

—Toma. —Le dio una botella de agua.

—Gracias, —dijo tomando un sorbo. — ¿Hemos terminado por esta noche?

—No. —Él se inclinó contra un poste de madera y cruzó sus brazos. — ¿Cuándo hayas sentido la muerte, serás capaz de decir cuáles son causadas por Casimir y sus secuaces?

Ella bebió un poco de agua.

—No directamente. Puedo decir cómo han muerto, si hay un montón de miedo y terror involucrados, eso lo puedo sentir.

Él asintió con la cabeza lentamente.

—Ya veremos cuando me despierte al atardecer, el tiempo nos dará una pista, también. ¿Puedes localizar ubicaciones? ¿Puedes dar coordenadas como un GPS?

Ella frunció el ceño.

—No funciona de esa manera. Normalmente, siento a dónde ir y mis alas me llevan allí. —Suspiró. — No puedo ser de alguna utilidad sin mis alas.

—¿Puedes sentirlo con la mente? —Cuando ella asintió con la cabeza, se apartó del pilar y dio un paso hacia ella. — Entonces yo seré tus alas.

—¿Cómo? ¿Puedes volar?

—Te voy a teletransportar. Tengo un dispositivo de localización incorporado en mi brazo, por lo que los otros vampiros pueden seguirme.

—¿Cómo vas a saber a dónde ir? No sé cómo decírtelo.

—Los vampiros tienen una cierta capacidad psíquica, por lo que debería ser capaz de deslizarme en tu mente.

Lo miró, sorprendida. Ella había sentido el vacío y la soledad, sin las voces constantes de las Huestes Celestiales llenando su mente con el canto y la alabanza. Las echaba de menos, pero de alguna manera pensar que Connor podía estar en su mente era... preocupante. Sus pensamientos no serían angelicales. Y tener una sola persona en su mente lo hacía parecer también... íntimo.

Tragó saliva.

—Eso funciona en ambos sentidos. Hay una conexión, veré en tu mente, también.

Su mandíbula se endureció.

—Es un riesgo que tendré que tomar. —La fulminó con la mirada. — Espero que cooperes cuando entre en tu mente, tienes que concentrarte en el sitio donde tenemos que ir. Tan pronto como nos transportemos se rompe la conexión. Todo el procedimiento sólo dura unos segundos.

—Ya veo. —Tenía la esperanza de que iba a suceder tan rápido que no tendría tiempo para ver en su pozo negro de dolor y remordimiento.

—Tenemos que practicar, —continuó. — Cada noche Casimir y sus secuaces se permiten vagar libremente, alimentarse y matar.

Ella dejó la botella y se levantó. —Está bien. Vamos a hacerlo.

Él asintió con la cabeza. —Tenemos que empezar con algo fácil.

Ella le lanzó una mirada irónica. —¿Una muerte dulce? Que se lo digan a la persona que está muriendo.

—Quiero decir una muerte violenta. Uno cercano para que no haya riesgo que me teletransporte a un lugar que sea de día y me fría.

—Entiendo. —Cerró los ojos lentamente para acceder a su sentido de la muerte. Había aprendido años atrás, que no podía abrir la puerta del todo, de lo contrario podría sentirse abrumada por la cantidad de muerte que se producía en todo el mundo. Alargó la mano suavemente a la ciudad más cercana donde la muerte se estaba produciendo.

—He encontrado una. —Abrió los ojos y vio a Connor mirándola atentamente antes de que desviara la mirada. —Hay un pueblo cercano, donde un hombre de edad avanzada se está muriendo en un asilo de ancianos.

—¿Puedes centrarte en un lugar cercano? Si nos teletransportarnos directamente al hogar de ancianos, vamos a provocar un susto. O podríamos terminar accidentalmente rozando a alguien y causar más muertes. Alguno al aire libre y aislado sería lo mejor.

Ella asintió con la cabeza, frunciendo el ceño. —Voy a intentarlo.

Él comprobó el puñal del calcetín.

—Lo más seguro es que no tendremos ningún problema pero es mejor estar preparados. —La miró y agarró el borde de su chaqueta con capucha. — Hace un poco de frío aquí afuera. —Le subió la cremallera hasta la barbilla.

—Oh, me preguntaba cómo funcionaba. —Sonrió tímidamente. — Sabía que se parecía al cierre de mis pantalones, pero no sabía cómo subirla. —Movió la cremallera de arriba a abajo. — Me encanta esto. Los seres humanos son tan inteligentes.

—Para. —Él le cubrió la mano con la suya para detenerla. — ¿Estás lista?

¿Para dejarlo entrar en su mente? Tragó saliva. Siempre había sido un libro abierto antes, compartiendo todo con las Huestes Celestiales. Pero nunca había tenido

estos sentimientos de deseo antes. No quería que Connor supiera que estaba causándolos ni que ahora ella quería que él la abrazara y la besara.

Respiró profundamente. Se centraría en un lugar próximo a la residencia de ancianos. Eso sería lo único que podría sentir.

—Estoy lista.

Él la agarró por los brazos y la atrajo hacia sí.

Ella se quedó sin aliento. ¡Dios mío!

—Tienes que aferrarte a mí, —dijo en voz baja. — Para que puedas teletransportarte conmigo.

—Oh, está bien, —dijo poniéndole los brazos alrededor de su cuello. Su corazón retumbaba en su pecho.

Concéntrate. Piensa en la ubicación. No sobre estar en sus brazos.

Sus brazos la envolvieron y juntó su mejilla a la suya.

—Abre la mente, —susurró. — Déjame entrar.

Se estremeció cuando sintió una punzada fría en la frente.

Marielle. Su voz resonó en su mente.

Él estaba con ella, su presencia era fuerte, determinada, masculina. Y audaz, como si estuviera vigilando una reclamación en su alma. Marielle, repitió, y quería derretirse alrededor de su voz.

Convocó sus pensamientos y se centró en la ubicación.

La tengo dijo la voz, entonces todo se volvió negro.

* * *

Connor revisó los alrededores para ver si alguien había sido testigo de su llegada.

Marielle había tropezado un poco cuando se materializó, por lo que continuó abrazándola. Parecían estar en un oscuro callejón.

—Bueno. Nadie nos vio. —Él miró su pálida cara y su corazón se apretó como siempre lo hacía cuando la miraba. Sólo que ahora, era más fuerte. Había estado dentro de su mente y era un lugar hermoso, lleno de amor y compasión, tanto era así que se preguntó si se podría perdonar las cosas monstruosas que había hecho en el pasado.

Ni siquiera pienses en ello. Era un hombre condenado, ya en la lista para el infierno. Un ángel no podía cuidar de él, no uno tan hermoso como Marielle. Por lo menos sospechaba que sus secretos estaban a salvo. Había estado demasiado ocupada en proteger sus propios pensamientos para siquiera intentar romper el grueso muro que había tardado cinco siglos en construirse.

La condujo hacia la calle.

—¿Estás bien?

—Sí. —Ella miró a la derecha. — El hogar de ancianos esta por ahí. —Aparentemente, habían llegado a una de las principales calles de la ciudad, estaba bastante concurrida.

Había mucho tráfico y varios coches estacionados en la calle. La acera era amplia y varias farolas iluminaban una larga lista de tiendas con carteles luminosos y toldos.

Los peatones caminaban en pequeños grupos, charlando y riendo. Bocinas sonando en la distancia. El olor de la carne a la parrilla derivaba de un restaurante cercano. Cruzando la calle, una verja de hierro forjado separaba la acera de un jardín. Un gran arco se extendía en una abertura en la valla con las palabras Hudson Park. Un hombre con uniforme de seguridad estaba en la puerta.

—Vamos al hogar de ancianos, —dijo Connor. — Quiero ver lo cerca que nos has dejado.

—Hay demasiadas personas aquí, —susurró. — Me temo que voy a lastimar a alguien.

—Mantente cerca de las vitrinas. Me aseguraré de que nadie te toque. —Excepto yo. La tomó por el codo y la condujo por la calle.

Ella se aferró a su brazo, con los hombros encorvados por la tensión mientras observaba los mortales pasar de largo.

Recordó la forma en que su contacto había activado el inodoro y el lavabo del baño. Parecía un regalo curioso para poseer un ángel de la muerte.

—¿Tu toque siempre mata?

Ella frunció el ceño.

—Mi toque era utilizado para curar, pero ahora... —Sacudió la cabeza. — Fue difícil adaptarme a ser un Deliverer. El trabajo no está destinado a ser destructivo, aunque los seres humanos tienden a verlo de esa manera. Entregamos almas, dándoles consuelo y compañía, para que crucen.

—Pero cuando te toca alguien, se muere.

Ella suspiró.

—El toque no destruye. Libera energía, la energía suficiente para poner el alma libre. Y cuando toda la energía se ha ido, el cuerpo desaparece.

—Ya veo. Así que cuando tocas objetos inanimados se libera energía, lo que hace que las cosas funcionen hasta que la energía se agota.

Después de unas pocas calles, se relajó y miró alrededor con curiosidad.

—Esto es increíble. Nunca he hecho esto antes.

—¿Caminar por la calle?

Ella sonrió.

—Me gusta la manera en que lo dices. —Su sonrisa se amplió. — Y no, nunca he caminado por una calle. Por lo general, venía a completar una tarea, y luego me iba. ¡Oh, mira! —Se detuvo ante el escaparate de una tienda.

Connor miró lo que le había llamado su atención. Era un prendedor en forma de sol y un ángel con alas y un halo dorado.

Él sonrió.

—Sí, mira eso. Eres famosa.

Ella se rió y el sonido le calentó el corazón. Su cabeza se volvió cuando una mujer joven pasó por delante de ellos comiendo un helado.

—¿Qué es eso?

—Helado. —Él se golpeó mentalmente. Probablemente tenía hambre. Había hecho su trabajo durante varias horas y él ni siquiera había pensado en que necesitaba comer.

—Vamos por uno.

Vio la heladería dos tiendas más abajo y se dirigió hacia allí. Dos clientes humanos estaban en el mostrador y ella tiró de su brazo.

—No te preocupes, —susurró. Se colocó entre ella y los clientes. Ellos recibieron sus pedidos y se alejaron hacia una mesa en la esquina.

Se acercó al mostrador. —Un cono, por favor.

El joven detrás del mostrador, miro su falda escocesa y sonrió.

—Lo que tú digas, hombre. ¿Qué sabor?

Connor ignoró al joven con acné en la cara y se volvió a Marielle. —¿Qué sabor?

—Hay muchos para elegir. —Vagó por el congelador, mirando por la ventana y a continuación, se enderezó con una sonrisa. — Chocolate. —Sonrió a Connor.

—Uno de chocolate para la señora.

—¿Es la que lleva los pantalones en la familia? —Murmuró el chico mientras recogía una bola de helado de chocolate.

Connor entrecerró los ojos. Estaba tentado a golpear al joven en la cabeza, pero quería el helado para Marielle.

Ella se acercó a él y le susurró en voz alta, —¿Te he dicho lo mucho que me encanta tu falda escocesa?

—No. —Él se preguntó si estaba diciendo la verdad o era por la grosería del empleado. — ¿En serio?

—Oh, sí. —Asintió con seriedad. — Me hace pensar en... una mamada.

Chilló el muchacho y dejó caer la bola de helado en el suelo.

—No te preocupes, te voy a poner otra. —Él se inclinó furioso y rojo de vergüenza.

Connor arqueó una ceja ante Marielle, y ella apartó la mirada, sus mejillas se ruborizaron. Se mordió el labio para no reírse a carcajadas.

El muchacho terminó y se lo acercó a Marielle.

—Ya lo tengo. —Connor tomó el cono, luego se lo pasó a Marielle. — ¿Cuánto te debo?

El muchacho se lo dijo y después le susurró, —Es una falda impresionante, amigo. ¿Dónde la conseguiste?

—En Edimburgo. —Connor sacó dinero de su bolso y se lo entregó al muchacho, que parecía perplejo.

—Eso está en Escocia.

—Oh, claro. Eso está... muy lejos, ¿eh?

—Probablemente podrías pedir una por internet, —murmuró Connor mientras dejaba caer el cambio en su bolsa.

—¡Eso es! —Sonrió el muchacho. — Gracias, amigo. —Miró a Marielle y luego le hizo a Connor el gesto de los dos pulgares para arriba.

Se encontró sonriendo mientras conducía a Marielle fuera de la heladería.

—Aprecio lo que hiciste muchacha, pero hay ciertas cosas que no se deberían hablar en público. Por ejemplo la mamad… —La miró y se detuvo de golpe.

Santo Cristo Todopoderoso, estaba pasando su lengua por todas las partes de la bola de helado. Una gota de chocolate caía por el cono. Ella la atrapó con la punta de la lengua.

Su miembro reaccionó.

—Dios mío, —susurró.

Ella se lamió los labios. —¿Quieres un poco de esto?

Dios, sí.

—No. —Él frunció el ceño cuando le ofreció el helado. — Probablemente me haría daño.

—Oh, es una pena, está realmente bueno. Aunque no estoy muy segura de cómo se come. —Abrió la boca, abarcando toda la bola y la succionó.

Él gimió.

Ella le dirigió una mirada de preocupación.

—¿Estás bien?

Él miró hacia otro lado.

—Estaré bien. ¿Dónde está el asilo? —¿Tendrán bolsas de hielo?

—Está al otro lado de la calle. Al pasar el parque.

—Está bien. —Caminó lentamente por la acera, tratando de hacer todo lo posible para ignorar la succión y los ruidos que estaba haciendo. La dama no necesitaba que se le diera alguna instrucción.

Era natural.

A pesar de la incomodidad creciente en su falda escocesa, se encontró a sí mismo sonriendo de nuevo. Ella le había avergonzado a propósito en la heladería, con el fin de prestarle apoyo.

Un fuerte ruido atrajo su atención. Alguien tenía problemas para arrancar un coche que estaba estacionado en la calle. El motor hizo un ruido de vibración y luego murió.

Captó las palabras de angustia de la mujer dentro del coche.

—Por favor, arranca. No te mueras ahora. Por favor, sólo llévame hasta casa, —se lamentó. — Oh Dios, ayúdame.

Tomó a Marielle por el codo y la llevó hasta el coche.

—Vamos a cruzar la calle aquí.

—Está bien. —Ella tomó un bocado del helado y luego bajó de la acera.

Él fingió tropezar con ella, lo que la hizo tropezar contra el parachoques trasero del coche.

—Lo siento.

El coche arrancó y la mujer dentro chilló de alegría.

Se mordió el labio para no reírse mientras llevaba a Marielle de nuevo a la acera.

—¿Estás bien?

Ella asintió con la cabeza y lamió el helado.

—Está realmente bueno. Siento que no puedas tener uno.

Él sonrió. —Estoy bien.

Ella lo miró mientras masticaba.

—¿Generalmente, sonríes tanto?

—No. —Él miró como se dirigía el coche calle abajo. — No he sido tan feliz en siglos.

—Te ves muy guapo cuando sonríes.

La ternura en sus ojos casi le derritió el corazón.

—Ven. —Él la tomó de la mano y empezó a caminar.

Llegaron a la residencia de ancianos cuando ella se acabó el helado.

—Hemos quedado demasiado lejos, —dijo. — Vamos a intentarlo de nuevo mañana por la noche.

Ella inclinó la cabeza hacia atrás para mirar las estrellas.

—Fue un paso bueno. Su familia y amigos estaban a su lado.

—¿Puedes sentir eso?

Ella asintió con la cabeza, sin dejar de mirar el cielo nocturno.

—Él está muy feliz por estar con su esposa. La perdió de cáncer, hace unos años y la echaba mucho de menos. Esa clase de amor es increíble, ¿no te parece?

Su pecho creció. Cerró los ojos y respiró profundamente.

—¿Puedes sentirlo?

—¿Sentir qué?

—Tanto amor. Está aquí. —Una lágrima rodó por su mejilla. — Gloria a Dios en las alturas.

Algo se clavó en el pecho, provocando una grieta en sus defensas. Levantó una mano para limpiar la lágrima de su cara, pero se detuvo. ¿Cómo podía siquiera tocarla? Ella era tan perfecta y él había cometido tantos errores. Y sin embargo, la quería tanto. Bajó la mano.

Ella abrió los ojos y le sonrió.

Dios Todopoderoso, estaba enamorado de ella.

—Debemos teletransportarnos de vuelta. —Miró alrededor.

El estacionamiento era muy visible desde la calle muy transitada. El parque. Se veía vacío y oscuro.

—Ven. —Hizo un gesto para que ella le siguiera.

La puerta lateral estaba cerrada con una cadena, pero con un rápido tirón, la cadena se rompió. Él la llevó al interior.

Caminaron por un sendero de ladrillo, flanqueado por brillantes flores amarillas y rojas. En la distancia, pudo ver árboles frutales llenos de flores por la primavera. Aspiró profundamente el aire perfumado. Esta era una noche que recordaría durante siglos.

Ella suspiró. —Es precioso.

—Sí. —Se detuvo junto a una fuente de agua. — ¿Tienes sed? —Presionó el botón y un chorro de agua salió.

Ella tomó un trago, luego se lavó las manos y reanudó su paseo.

Cuando llegaron a un cruce de caminos, se detuvo con un jadeo.

—¿Eso es un carrusel? —Corrió hasta la valla que lo rodeaba. — Mira los diferentes animales. Me encanta.

—¿Quieres subir?

Ella agitó una mano despectivamente. —Está cerrado.

Saltó la baja cerca. —Vamos. —La agarró por la cintura, la levantó por encima de la valla y la depositó junto a él.

—Connor, no está funcionando.

Saltó a la plataforma del carrusel y extendió una mano hacia ella.

—Confía en mí. —Ella puso su mano en la suya. Tiró de ella hacia la plataforma y se puso en marcha.

Ella jadeó, tambaleándose hacia un lado, pero él la tranquilizó.

La música sonó a su alrededor, un vals interpretado por un órgano. Todas las luces parpadeantes blancas se encendieron.

—Dios mío. —Sus ojos se abrieron con asombro. — Es tan hermoso.

—Ven. —La llevó a un unicornio blanco con un cuerno dorado y silla de montar.

Se movía hacia arriba y hacia abajo, por lo que era difícil para ella montar, así que la levantó y la colocó sobre la silla de montar. Ella inclinó la cabeza hacia atrás y se rió.

Cuando él subió al caballo a su lado, ella lo miró y se rió un poco más.

—Connor, estás montado en un caballo de color rosa con una guirnalda de flores.

Él miró hacia abajo y frunció el ceño. —Mierda.

Ella se rió de nuevo y su ceño se convirtió en una sonrisa. ¿Cuándo había sonreído tanto en una noche? Nunca, ni siquiera como un ser humano. La vida había sido demasiado dura hasta entonces y la supervivencia había sido un reto constante.

Miró a Marielle, maravillado por la expresión de pura alegría en su rostro. Era realmente sorprendente que hubiera tenido que ver con su alegría. Después de siglos de miseria y remordimientos, ni siquiera había pensado fuera capaz de ser feliz.

O el amor. Su corazón se encogió. Cristo, estaba fuertemente enamorado.

—Hola, —gritó una voz a través de la música. — ¿Qué demonios hacen aquí? El parque está cerrado.

A medida que el carrusel daba la vuelta, vio a un hombre de seguridad sacar un teléfono.

—¡Voy a llamar a la policía!

Marielle quedó sin aliento. —¿Estamos en problemas?

Él saltó de su caballo y la agarró. —Confía en mí.

Se teletransportaron y se materializaron ochenta metros más allá. El carrusel al instante se apagó.

El guardia de seguridad miró. —¿Qué demonios?

Connor disparó una oleada de control de vampiros a su mente.

No pasó nada. Volverás a casa y no recordaras nada.

El guardia se alejó hacia la puerta principal. Connor sonrió a Marielle y la llevó más lejos. Sus sentidos agudizados habían percibido el aroma de las rosas. Efectivamente, no tardaron mucho en localizarlas.

Marielle giró para mirar alrededor.

—Es un pedazo de cielo. —Lo miró y sonrió. — Gracias. Siempre recordaré esta noche.

—Opino lo mismo. —Cortó una rosa y se la dio. Con una sonrisa, ella la aceptó. Era una flor grande y hermosa. Pero luego se secó y se volvió marrón. Ella lo dejó caer con un suspiro horrorizado.

Mierda. Él debería haber sabido que iba a suceder.

Ella dio un paso atrás.

—La marchité. Lo siento.

—No, la marchitaste en el momento que la cogiste.

Ella sacudió la cabeza.

—No me gusta ser un Deliverer. Lo odio. —Las lágrimas brillaron en sus ojos. —Todo lo que quería ser era una Sanadora.

—Eres una Sanadora. —Dio un paso hacia ella. Me has sanado.

Se acercó más. Y más cerca. Su mirada se mantuvo estable, no mostró duda en su rostro.

Santo Dios Todopoderoso, no debería hacer esto. Podría ver en el pozo negro de su alma.

Podría ver la clase de hijo de puta insensible que era en realidad.

Le tocó la mejilla. Ella no se apartó.

¡No lo hagas! Él deslizó la mano por la parte trasera de su cuello.

—¿No me vas a parar?

—No, —susurró y le tocó el pecho. Y él se sintió perdido.

- 13 - El corazón de Marielle latía con fuerza y al mismo tiempo se fundía. Su mente consideraba que eso era poco probable, pero no podía negar que algo le estaba sucediendo desde la noche anterior, algo diferente. Esos besos habían sido exigentes y la pasión de Connor la había dejado con las rodillas débiles y sin poder casi pensar. Ella había sido arrastrada instantáneamente a una tormenta de sensaciones maravillosas, lo que la hizo estar muy consciente de su nuevo cuerpo humano. Ahora, en algún lugar de su mente deslumbrada, ella supo que este beso era diferente. Era tierno, vacilante, casi temeroso. Y a cada delicado movimiento de sus labios, podía sentir el por qué. Le importas. Ella gimió y rodeó su cuello con sus brazos. Quería que él supiera lo mucho que también a ella le importaba. Cuando el beso se profundizó, ella se fundió con él. Cuando él empujó sus labios con la punta de la lengua, ella los abrió y lo dejó entrar. Su intención había sido dar, pero cuando sintió una pequeña descarga, se dio cuenta de que también estaba recibiendo. Con cada invasión de su lengua, ella sentía un chisporroteo atravesando su cuerpo que le hacía temblar y desear más. Ella hundió los dedos en los hombros de él y presionó su cuerpo contra el suyo. —Marielle,— susurró él mientras dejaba un rastro de besos por su cuello. Más chispas le hicieron cosquillas en su cuerpo. Ante otra pequeña descarga, ella se dio cuenta de todas los sensaciones que estaban congregándose entre sus piernas, una necesidad imperiosa estaba surgiendo en su interior. Un vacío doloroso que exigía a gritos ser llenado. Él puso sus manos sobre el trasero de ella y la empujó contra sí. Ella abrió la boca, la entrepierna de él estaba dura y grande. El vacío doloroso en su interior sólo podía significar que su cuerpo humano quería unirse con el suyo. Y los dos serían uno. —¡Cielo santo!— Ella se apartó. —¿Qué estoy haciendo?

Connor parpadeó, sus ojos estaban rojos y brillantes. —Esto se llama hacer el amor. Ella retrocedió un paso. —¿Estas cosas realmente suceden con tanta rapidez? Nos conocimos la otra noche. Él frunció el ceño. —Pensé que eras bella desde el momento en que te vi. Y hemos pasado juntos por un montón de cosas. ¿Puedes negar que no hay algo entre nosotros? —No. Yo...—Sus emociones se entremezclaban por completo, pero había un par de cosas que sabía a ciencia cierta. Enderezó los hombros. —Me importas mucho, Connor Buchanan. El resplandor rojo en los ojos de él se intensificó. —Pero tengo la intención de volver al cielo. Tengo que permanecer... La boca de él se retorció en una mueca. —¿Sin mácula? Ella hizo una mueca. —Yo iba a decir concentrada. Los ojos de él volvieron de nuevo a su color azul ahumado de costumbre. —Soy una distracción. —¡No! Tú me salvaste la vida. Siempre te estaré agradecida. —¿Eso es lo que estabas haciendo? ¿Mostrando gratitud? La próxima vez envíame una tarjeta. —¡Eso no es todo! ¡Yo estuve peligrosamente cerca de querer hacerlo contigo!— Ella hizo una mueca y se tapó la boca, pero las palabras ya habían salido. Él pareció sorprendido por unos segundos, pero luego se burló. —Un destino peor que la muerte. Ella cerró el puño, lista para golpear su propia garganta si decía cualquier otra cosa embarazosamente honesta. Siempre había compartido los pensamientos que tenía con la Huestes Celestiales, pero las reglas en el mundo de los humanos eran confusamente diferentes. Y las emociones eran más poderosas de lo que nunca había imaginado. —No creo que lo entiendas. —Lo entiendo muy bien.— Su rostro se tornó frío y sin emoción. —Tú necesitas permanecer pura e inocente. Yo no debo sentirme resentido por eso. Eso es parte de lo que tú eres, y no deseo destruir tus posibilidades de regresar al cielo.

Ella bajó la mano. —Deseo mantener mi naturaleza de ángel. —Por supuesto.— Él inclinó la cabeza. —Me disculpo por abusar sexualmente de ti. —¡Tú no abusaste de mí!— Ella lo miró. —Tú eres un hombre bueno y noble y no voy a dejar que hables mal de ti mismo. Él soltó un bufido. —¿Qué esperas de mí, Marielle? Sé muy bien que no soy lo suficientemente bueno para ti. Ella hizo un ruido de pura frustración. —Todavía no lo entiendes. Yo te deseo Connor. Estoy sorprendida por lo mucho que te deseo. Él abrió los ojos. —¿Tú me deseas? —¡Sí! Pero si los dos nos hacemos uno, entonces serías una parte de mí. ¿Cómo voy a ser capaz de dejarte? —¿Tú... tú tendrías problemas para dejarme? —Por supuesto que sí, ¡imbécil! Te dije que me importabas mucho. Las palabras tienen un significado, ¿no lo sabes?— Ella gimió en su interior. Lo había hecho de nuevo y dijo más de lo que debería haber dicho. Él continuó pareciendo asombrado por un momento y luego un brillo iluminó sus ojos. —¿Acabas de llamarme imbécil? — Ella hizo una mueca. —Eso no fue muy angelical de tu parte.— Él adoptó un expresión dolida. —Las palabras tienen un significado, ¿no lo sabes? Ella entrecerró los ojos. —Ten cuidado. Todavía puedo tumbarte con una ráfaga de aire. Él hizo una mueca torciendo hacia arriba una de las comisuras de sus labios. —¿Todavía quieres echar un vistazo debajo de mi falda, muchacha? Ella no pudo evitar sonreír. —Eres incorregible. —Sí. Es por eso que me amas.— Él hizo una mueca. —No debería haber dicho eso.... es simplemente una expresión, me refiero a que eso no implica... —Se pasó una mano por el cabello.

Eso fue casi un alivio. Ella no era la única que decía más de lo debido. Sin embargo, la palabra amor parecía estar suspendida en el aire entre ambos. Era extraño. Ella había vivido toda su existencia rodeada de amor. El Padre era amor y ella siempre había gozado de su calor. Pero ahora, se había convertido en una cosa terrible y bochornosa que ni ella ni Connor podían admitir. —Haré todo lo que esté a mi alcance para ayudarte a regresar al cielo,— dijo él en voz baja. —Te doy mi palabra. —Gracias. —Debería llevarte de regreso a la cabaña.— Él dio un paso hacia ella. —Y luego tengo que pasar por Romatech para informarle a Angus sobre nuestros progresos. Ella levantó una mano para detenerlo. —Antes de irnos, ¿puedo preguntarte algo? Es personal. Él se inquietó y la miró con expresión cautelosa. —¿De qué se trata? —Me preguntaba...— Ella respiró profundamente. —¿Quién es Darcy Newhart? Él se estremeció. ¿Qué? ¿Cómo? Sus ojos se estrecharon. —¿Mientras estaba derramando mi corazón sobre ti en un beso, estabas jugando a la fisgona y husmeaste en mi alma? Ella lo miró con el ceño fruncido. —Yo no vi nada entonces. Estaba demasiado abrumada. Él arqueó una ceja. —No lo suficientemente abrumada. Ya que no fuiste capaz de detenerte. —Si no te hubieras detenido, ¿tú habrías continuado? —Sí.— Él se cruzó de brazos sobre el pecho. —Un hombre no debe empezar algo si no va a terminarlo. Ella recordó lo dura que se había sentido su ingle. Él verdaderamente había estado listo para tener relaciones con ella. Sus mejillas se acaloraron. —Entonces me espiaste cuando entré en tu mente para ver dónde teletransportarnos,— exclamó él. Ella negó con la cabeza. —Sucedió ayer por la noche. No fue intencional. Su

nombre y su rostro pasaron por mi mente mientras nos besábamos. La segunda vez. —¿En el dormitorio? —Sí. —¿Cuándo te toqué los pechos? Ella le lanzó una mirada molesta. —No, no en ese preciso momento.— Él asintió lentamente con un brillo en sus ojos, —¿Así que puedo acariciarte los pechos con seguridad sin revelar más información? —¿Cómo dices?— Cuando él se rió entre dientes, se dio cuenta de que estaba burlándose de ella y le dio una palmada en el hombro. —Brynley debe tener razón sobre la Regla de los Tres Pasos. —¿Qué es eso? Ella entrecerró los ojos. —Sé lo que estás haciendo. Estás tratando de distraerme del tema principal de conversación. —No, nuestros temas principales sólo son diferentes. Quiero hablar sobre tus pechos. En realidad, me gustaría ver tus pechos. Y luego me gustaría besarlos. Ella lanzó un resoplido. —Tres Pasos. Brynley estaba en lo cierto. El teléfono sonó en su bolsa y lo sacó. —¿Sí?— Escuchó por un momento. —Muy bien. Veré si ella quiere ir.— Dejó caer el teléfono en la bolsa. —¿Qué pasa?— Preguntó ella. —Shanna quiere conocerte. ¿Vienes a Romatech conmigo? Ella asintió con la cabeza. —Sí, por supuesto.— Ella le debía una disculpa a la pobre mujer. Y Connor estaba lamentablemente equivocado si pensaba que ella se olvidaría de hacerle preguntas sobre Darcy Newhart de nuevo.

***

Cuando Connor se teletransportó con Marielle a la entrada lateral de Romatech, Phineas estaba allí para darles la bienvenida. Connor le presentó al joven vampiro negro. —Este es Phineas McKinney. Él también trabaja para Angus y es el

encargado de la seguridad de aquí. —Dios te bendiga, querida alma.— Ella le dio una de sus sonrisas deslumbrantes. —Guau.— Phineas abrió los ojos. —Robby acaba de decirnos que era peligrosa. ¡No mencionó que era tan atractiva! Connor lo fulminó con la mirada. —Su audición también funciona bien. —No son sus oídos los que me preocupan,— murmuró Phineas. Se volvió hacia Marielle. —Tenemos unos cuantos empleados mortales y cambia formas aquí esta noche. Se les advirtió que permanecieran en sus cargos hasta que salgas del establecimiento. Ella asintió con la cabeza, su rostro lucía cada vez más triste. —Entiendo. —Ella no dañaría intencionalmente a nadie,— se quejó Connor. —Lo sé.— Phineas miró a Marielle con una mirada de disculpa. —No quise insultarte, pero como jefe de seguridad de aquí, sería personalmente responsable de cualquier accidente. Ella metió las manos en los bolsillos de su chaqueta con capucha. —Voy a tener cuidado. Phineas abrió la puerta del costado e hizo un gesto para que entraran. —Shanna está esperándote en la cafetería. Roman está afuera con los niños. Radinka y el Padre Andrew están con ellos. —Radinka es la madre de Gregori,— le explicó Connor mientras caminaban por el pasillo, seguidos por Phineas. —Ella es mortal y ayuda a Shanna con los niños.— Él hizo una mueca. —Ahora Radinka tendrá que vigilar a los niños todo el día. —¿Gregori tiene una madre mortal que todavía está viva?— Preguntó Marielle. —Sí, es un vampiro joven. Fue transformado en el aparcamiento de aquí después de que Casimir lo atacara. Radinka lo encontró casi sin vida y le rogó a Roman que lo salvara. Marielle asintió con la cabeza. —Pensé que él era más joven. No está tan

fuertemente agobiado como otros.— Ella miró a Connor preocupada. Obviamente ella se estaba refiriendo a él y al hoyo negro de remordimiento que seguía tratando de excavar. Él no quería hablar de ello o incluso pensar en ello. Esta noche había sido una noche mágica, le había comprado su primer cono de helado y compartido su primera vuelta en carrusel. Y la había oído admitir que él le importaba mucho. Esta noche su corazón se había llenado de alegría. Sería un recuerdo que atesoraría mucho tiempo después de que ella regresara al cielo. Él se estremeció por dentro cuando sintió una punzada en su corazón. Tampoco quería pensar en eso. Le dolería como el infierno cuando ella se fuera. Pero, por supuesto, él estaba en la lista para el infierno, porque era exactamente lo que se merecía. Llegaron al vestíbulo principal, Connor giró a la izquierda y le hizo un gesto a Marielle para que lo siguiera. —Creo que un ángel como tú debe ser realmente muy viejo,— dijo Phineas mientras caminaba detrás de ellos. Connor lo miró irritado. Phineas sonrió. —Apuesto a que eres incluso más vieja que el viejo malhumorado Connor. Marielle sonrió. —Lo soy.— Ella miró a Connor. —¿Cuántos años tienes? Él contrajo su mandíbula. —Yo no voy a hablar de mi vida privada. —Yo puedo traducirte eso,— ofreció Phineas. —Eso significa que se avergüenza porque era un hombre de las cavernas y comía hamburguesas de brontosaurio para el almuerzo. Connor lo miró con la ceja arqueada. —La traducción correcta es ―Vete a la mierda.‖ —Amigo, esa no es manera de hablar delante de un ángel. Sólo porque tú estás teniendo una crisis de la mediana edad, no significa que puedas ser grosero. Connor se burló. —No estoy teniendo la maldita crisis de la mediana edad. Y no soy grosero, así que vete al cuerno. Phineas se le acercó. —Te puedo dar algunos consejos sobre cómo endulzarla. —Ella puede escucharte,— murmuró Connor.

—De acuerdo. Y ella también te escuchó a ti, hermano. Necesitas desesperadamente la ayuda profesional del Doctor Amor. —¿Eres médico?— Preguntó Marielle. —Del amor,— aclaró Phineas y luego infló el pecho. —Nunca encontrareis tantas parejas felizmente casadas como las que hay por aquí. ¿Es una coincidencia que todos los romances acontezcan cuando el Doctor Amor anda por los alrededores? ¡Yo creo que no! Connor negó con la cabeza y los llevó hacia abajo por un pasillo revestido de vidrio que conducía a la cafetería. A través del cristal, podía ver a Roman jugando con sus hijos en la cancha de baloncesto. Radinka y el Padre Andrew estaban sentados en un banco cercano. —Ahora déjame decirte cómo tienes que armar la cita perfecta con tu adorable dama,— continuó Phineas. —Tienes que llevarla a un lugar romántico. —¿Como un parque?— Preguntó Marielle. —Sí, eso servirá,— estuvo de acuerdo Phineas. Connor miró de reojo a Marielle y ella lo estaba mirando divertida. —Y luego hermano, tienes que comprarle algo dulce para comer,— dijo Phineas. —¿Algo como un helado?— Preguntó Marielle. —Sí, eso es.— Phineas le dio a Connor una palmada en la espalda. —Sólo debes hacer lo que tu ángel aquí presente quiera. Ella te dirá qué es romántico. Ella le sonrió a Connor y el corazón de éste se encogió como era habitual. —Mi objetivo no es salir con ella sino hacer que regrese al cielo. —Oh.— Phineas parecía decepcionado cuando se dio vuelta en dirección a Marielle. —¿No quieres quedarte aquí con nosotros? La sonrisa de ella se desvaneció. —Yo no pertenezco aquí. Vivo en constante temor de rozar a los seres humanos y causarles la muerte. Phineas asintió con la cabeza. —Eso es un fastidio. Roman sigue estando un poco

enfadado por lo sucedido. Marielle suspiró. — He venido a disculparme, pero sé que lamentablemente eso no basta. Connor apretó la mandíbula. —Fue mi culpa.— Se detuvo afuera de las puertas de la cafetería. —Shanna está aquí. Te dejaré sola unos minutos mientras le informo a Angus. —Angus no está aquí, hermano,— dijo Phineas. —Emma y él se fueron a Nebraska. Robby y Olivia se fueron con ellos. Connor se puso tenso. —¿Cadáveres? —Sí. Sean Whelan llamó para avisarnos que un alguacil local descubrió diez cadáveres en un pequeño pueblo. Fueron para constatar si Casimir estaba detrás de eso. Marielle bajó la cabeza. —Lo siento mucho. Debería haber sentido eso. —No es tu culpa,— dijo Connor. —Yo te pedí que buscaras muertes pacíficas por los alrededores. Vamos a intentarlo de nuevo mañana por la noche. —¿Fuisteis capaces de teletransportaros al sitio de la muerte?— Preguntó Phineas. —Sí.— Asintió Connor. —Cuando veas a Angus, dile que el entrenamiento marcha bien. Deberíamos estar listos en unas pocas noches. Phineas asintió con la cabeza. —Lo haré.— Se volvió hacia Marielle. —Tengo que volver a la oficina para vigilar todos los asuntos. Gracias por ayudarnos. —No hay de qué.— Ella tocó el hombro de Phineas. —Dios te bendiga. Mientras Phineas se dirigía a la oficina de seguridad, Connor abrió la puerta de la cafetería y acompañó a Marielle al interior. Shanna estaba al otro de la gran sala, de pie junto a la ventana y mirando a sus hijos. Cuando la puerta se cerró de golpe detrás de ellos, se dio vuelta. Connor mantuvo su cara en blanco, pero sintió un agudo pinchazo en su corazón. Shanna siempre le había parecido tan vibrante y llena de vida, pero ahora se había unido a las filas de los no-muertos. Había una nueva palidez frágil en su piel y algo un poco diferente en sus ojos. El

azul irisado era más intenso. —Gracias por venir,— dijo ella en voz baja y sonrió. Connor se estremeció por dentro. Los colmillos de Shanna estaban retraídos, pero todavía podía ver las puntas afiladas. Mierda. Él no lo entendía. ¿Cómo era posible que muchos de sus amigos se casaran con mujeres mortales, sabiendo muy bien que este sería su futuro? Los ojos de Shanna se agrandaron mientras miraba a Marielle. —Realmente eres un ángel. Marielle se arrodilló e inclinó la cabeza. —Querida alma, te cause un mal terrible. Te ruego que me perdones. Shanna se acercó a ella. —El Padre Andrew me contó lo perturbada que estabas cuando te enteraste del accidente.—Se inclinó hacia delante. —Fue un accidente. No hay nada que perdonar. Marielle la miró con lágrimas en sus ojos. —Estoy tan aliviada de que estés bien. Dios te bendiga y a tu familia. Los ojos de Shanna también brillaban por las lágrimas y ella le tendió la mano. —Gracias.— Marielle tomó la mano y se levantó. Connor miró hacia otro lado. Probablemente ellas eran capaces de perdonar tan fácilmente, porque ninguna de las dos había tenido la culpa. Él era el que había traído a Marielle aquí, haciendo caso omiso de todas sus protestas de que no debía tocarla. Se sentó en una de las mesas, dando a las mujeres algo de espacio para que pudieran charlar. Sin embargo, con sus sentidos mejorados podía oír todo lo que decían. Como siempre ocurría con Shanna, la conversación pronto giró a sus niños. Ella llevó a Marielle a la ventana para señalarle a Constantine y Sofía, que seguían jugando en la cancha de baloncesto con su padre. —Son preciosos,— murmuró Marielle. —Tu esposo y tú realmente habéis sido bendecidos.— Shanna asintió con las lágrimas brillando de nuevo en sus ojos. —¿Cómo lo llevan?— Preguntó Marielle. Shanna suspiró. —No es fácil para ellos. Desde que nacieron, crecieron sabiendo que su padre no estaba disponible durante el día, así que sólo lo aceptaron. Y siempre me tuvieron a mí.— Una lágrima resbaló por su mejilla. —Ahora no me

tienen. Connor notó el tinte rosado de las lágrimas de Shanna y apartó su rostro. Las lágrimas inundaban sus propios ojos. La culpa se abalanzó sobre él. —Vamos a adaptarnos,— continuó Shanna. —Van a aprender a dormir más durante el día para que puedan estar más tiempo despiertos por la noche. Y pueden pasar más tiempo en la escuela. Gracias a Dios tengo a Radinka. Ella es como una abuela para ellos. Y mi hermana Caitlyn es una gran ayuda. —Me alegro de que tu familia esté aquí para ti,— dijo Marielle. Shanna suspiró. —No toda mi familia. Mi padre es el jefe del equipo Stake-Out de la CIA. Él odia a los vampiros. Y a los cambia formas. No sé cómo voy a decírselo. Marielle tocó el hombro. —¿Cuál es su nombre? Rezaré por él. —Sean Whelan.— Shanna sonrió con tristeza. —Vas a necesitarse un montón de oraciones para lograr influir sobre él. Todavía está furioso porque Caitlyn se convirtió en una mujer pantera. Los ojos de Marielle se abrieron como platos. —¿Cómo ocurrió eso? ¿Fue atacada? —Ella se casó con un hombre-pantera,— respondió Shanna. —Arriesgó su vida para estar con el hombre que amaba. —Dios mío,— susurró Marielle. —Ella fue muy valiente. —Ella se dio vuelta hacia Connor y sus ojos se encontraron. Él sintió una opresión en el pecho. ¡Dios lo ayudara! se estaba enamorando de ella. Apartó la mirada. ¡Qué imbécil que había sido! Siempre regañando a los otros hombres porque se enamoraban y aquí estaba él, enamorándose más rápido que cualquiera de ellos. Era patético. —Caitlyn espera mellizos en unos meses,— continuó Shanna. —Estamos muy emocionados por ello. Marielle sonrió. —Eso es maravilloso. Un golpecito en la ventana cercana captó la atención de Connor. Levantó la vista para encontrar que el Padre Andrew le estaba haciendo una señal para que fuera con ellos afuera. Él caminó hacia la puerta de vidrio y asintió con la cabeza a las damas. —Disculpadme.— Y se fue al patio.

Radinka aún estaba sentada en el banquillo, pero estaba mirando hacia la ventana con expresión de asombro. —No puedo creer que esté viendo a un verdadero ángel. Ella es tan hermosa. —Sí.— Connor miró a Roman. Un destello de ira brilló en los ojos de Roman y luego se volvió hacia sus hijos. —Él regresará en su momento,— dijo el padre Andrew con voz queda y luego hizo un gesto hacia un banco de cemento que estaba más alejado. —Él tiene todo el derecho a estar enfadado,— murmuró Connor y siguió al sacerdote. El Padre Andrew retiró tres ampollas del bolsillo de su chaqueta. —Estas contienen agua bendita para ayudarte a combatir contra el demonio. ¿Ha vuelto? —No, todavía no.— Connor guardó las ampollas en su bolsa. —Gracias por acceder a proteger a Marielle.— El Padre Andrew se sentó en el banco. —He estado reflexionando sobre cómo podemos regresarla a los cielos. Connor se sentó junto a él. —Ella espera que al ayudarnos a derrotar a Casimir y a los Malcontents demostrará su valor y los Arcángeles la llevarán de vuelta. —¿Ella cree que puede ganar el perdón?— El Padre Andrew frunció el ceño. —En mi experiencia, eso no suele funcionar de esa manera. El Señor honra los corazones verdaderamente arrepentidos. Connor se mofó. —Ella estaba verdaderamente arrepentida y mira adónde la llevó eso. Herida y dejada sangrando en el suelo. El sacerdote suspiró. —No puedo presumir de comprender todo lo que está pasando, pero sí siento que somos testigo de la Divina Providencia. Tal vez el Señor nos la prestó con el propósito expreso de derrotar a Casimir. —¿Y luego tiene la intención de llevarla de vuelta?— Connor miró hacia las ventanas donde ella estaba parada junto a Shanna. —Yo creo que sí,— dijo el padre Andrew. —¿Puedo contar con tu ayuda para que ella regrese a su hogar? Él continuó mirándola. —Le di mi palabra de que haría todo lo posible para que

regrese. El sacerdote se quedó en silencio por un momento. —Tal vez tu asistencia ayudará a probar tu propio valor. Él soltó un bufido. —Yo estoy más allá de la redención Padre. Incluso el demonio conoce mi nombre y me dijo que estaba en su lista. —Hay una palabra para un hombre que cree en lo que un demonio le dice.— El Padre Andrew le dirigió una mirada irónica. — Lo llaman tonto. Connor se burló. —Soy realista. —Dios es real. —Y también el demonio. Lo he visto. El Padre Andrew suspiró. —¿Comprende ella cuan peligrosa podría ser esta misión? —Sí. Hemos trabajado esta noche en un modo para que pueda defenderse por sí misma. Y nos transportamos con éxito a un lugar cerca en donde detectó la muerte. —¿Cómo supiste dónde debías teletransportarte? Connor se removió en el banco. —Tuve que... deslizarme en su mente por unos segundos. El sacerdote sentó más atrás. —¿Estuviste dentro de la mente de un ángel? —Durante unos segundos. —Eso debe haber sido increíble. ¿Qué... qué es lo que viste, si no te importa que te lo pregunte? Él se reclinó hacia delante y apoyó los antebrazos sobre sus muslos. —Era un lugar hermoso y tranquilo, lleno de amor y compasión. —Apuesto a que lo era.— El Padre Andrew se quedó en silencio por un momento. —Nunca he conocido a un hombre a quien el Padre no pueda perdonar. Si tú te confiesas... —No. No confieso nada.— Connor se puso de pie. —Soy una causa perdida,

padre. Es por eso que soy la perfecta elección para proteger a Marielle. No tengo nada que perder. —Y todo para ganar,— murmuró el sacerdote y luego se puso de pie. —Ven. Vamos a ver si podemos convencer a Roman para que hable con Marielle. —¿Para que pueda perdonarla?— Preguntó secamente Connor. ¿O perdonarme? El Padre Andrew se acercó a la puerta de cristal para entrar a la cafetería. —Padre, ¡no!— Roman se dirigió hacia él. —No es seguro. El sacerdote lo miró gentilmente. —Hablé con ella anoche sin ningún problema. —Había varios vampiros para protegerlo,— argumentó Roman. —Entonces ven conmigo.—El Padre Andrew abrió la puerta y entró. —Por la sangre de Dios,— murmuró Roman, luego miró a Connor. —¿Tú no vas a entrar? —Después de ti. Los ojos de Roman se estrecharon y luego volvió la mirada hacia los niños. —Quedaos aquí con Radinka. Regresaré. —Quiero conocer al ángel,— dijo Constantine. —¡Yo también! — Dijo Sofía saltando hacia él. —¡No!— Roman hizo una mueca y luego suavizó su tono. —Necesito que os quedéis aquí. Podéis verla a través del cristal. —Vengan, mis queridos.— Radinka abrazó a los niños. —Vamos a tener una hermosa vista desde aquí. Roman le lanzó a Connor una mirada contrariada y entró en la cafetería. Connor lo siguió y vio que el sacerdote estaba hablando con Marielle, pero manteniéndose a una distancia segura. Shanna agarró la mano de Roman y lo llevó hacia Marielle. —Hubiera pensado que un ex monje estaría deseoso de conocer a un ángel.

Roman parecía verdaderamente apenado cuando se detuvo frente a Marielle. —Es un honor conocerte. Marielle inclinó la cabeza. —Estoy muy triste por el dolor y la pena te causé. Me acordaré de tus hijos en mis oraciones de cada día. —Gracias.— Roman extendió una mano. Ella la tomó, entonces se estremeció y lo miró más de cerca. —Me he encontrado con tu alma antes. —Sí.— Roman asintió con la cabeza. —Te conocí la noche anterior, aunque estuviste mayormente inconsciente. —No, no fue...— Ella ladeó la cabeza y lo observó. Entonces dando un suspiro soltó la mano y retrocedió un paso. —¡Dios mío! No puede ser. Connor acudió a su lado. —¿Qué pasa? Ella sacudió la cabeza. —Fue hace mucho tiempo. ¿Cómo puede...?— Ella miró a Roman, su expresión era una mezcla de conmoción y horror. —Tú fuiste mi primer error.

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Roman se puso tenso.

—¿Me estás llamando error? ¿Después de que casi matas a mi esposa? ¡Eso es lo que llamaría un gran error!

Marielle se estremeció. Tenía que aprender a no decir todo lo que le venía a la mente.

Roman se dirigió hacia la puerta. —Esta reunión ha terminado.

—Dale una oportunidad para explicarse, —dijo Connor.

Roman se dio la vuelta y lo miró. —¿Qué te pasa? ¿Has olvidado en dónde se encuentra tu lealtad?

Marielle vio las manos de Connor convertirse en puños, y lo agarró del brazo para detenerlo. —Por favor, no culpes a Connor por mis errores, —pidió a Roman.

Él se burló. —¿Y tus errores me incluyen a mí?

Connor le disparó una mirada de enfado. —Suéltame. Puedo luchar mis propias batallas. —Ella lo dejó ir, sorprendida de su arranque de furia, el cual la hirió más que el de Roman. ¿Por qué buscaba protegerlo? Él siempre la protegía.

—¡Basta! —Andrew frunció el ceño hacia ellos. —Vamos a sentarnos y dejar que Marielle se explique.

Ella se sentó y miró con recelo a Roman.

Él se sentó con un impaciente gruñido. Shanna se sentó junto a él, tomó su mano entre las suyas, y se inclinó para susurrarle algo al oído. Su expresión tensa se relajó.

Ellos tenían un buen matrimonio, se dio cuenta Marielle, lleno de comprensión y ternura. El mal humor de Roman surgía del miedo que había sufrido, el miedo de perder a su amada esposa.

Echó un vistazo hacia Connor que estaba sentado cerca, con los brazos cruzados, con el ceño fruncido. Ella suspiró. Había sido tan feliz antes de esa noche, pero ahora parecía francamente de mal humor. Él sabe que me está perdiendo. Iba a volver

al cielo tan pronto como pudiera. Y sería dejado atrás, solitario y lleno de dolor y remordimiento.

Sus palabras volvieron a ella. Tú puedes salvarme. Querido Dios, eso esperaba. No podía soportar la idea de que existiera desde hacía siglos, con tanto dolor y desesperación.

—Por favor, comienza cuando estés lista, —dijo el Padre Andrew, interrumpiendo sus pensamientos.

Ella tomó una respiración profunda.

—El Padre Andrew y Connor escucharon parte de mi historia la noche anterior. He sido desterrada del cielo por desobedecer órdenes. Anoche fue mi tercera vez.

—Su segunda vez fue cuando curó a un bebé que iba a morir,— explicó el Padre Andrew. —El niño creció para ser un asesino en serie.

Roman asintió con la cabeza. —Otis Crump. Robby nos habló de eso.

Marielle cambió de postura en la dura silla. —Ahí es cuando los Arcángeles decidieron despojarme de las habilidades curativas. Como castigo se me convirtió en un Deliverer, tenía que entregar las almas de las mujeres que fueron asesinadas por Otis.

—Eso debe haber sido muy doloroso para ti, —dijo Shanna.

Roman resopló. —Estoy seguro de que era mucho más difícil para las mujeres.

—Sí,—admitió Marielle. —Estás en lo correcto.

—¿Qué tiene eso que ver conmigo?— Preguntó Roman.

—Creo que lo sé. — El Padre Andrew se inclinó hacia adelante. —¿Mencionaste que la primera vez que desobedeciste fue en Europa Oriental en la Edad Media?

—Sí, en 1461. —Se dio cuenta de la reacción atónita de Roman. — Yo era una Sanadora. Me enviaron a una Villa pequeña en Rumania, donde la esposa de un granjero había dado a luz a su tercer hijo.

Roman se puso de pie. —¿Tú fuiste testigo de mi nacimiento?

Marielle le dirigió una mirada triste. —Tú y tu madre os estabais muriendo. Me dieron la orden de curar a tu madre. Pero no a ti.

Él se estremeció. —¿Yo iba a morir?

—Toque a tu madre para sanarla, y tu padre rompió en llanto, alabando a Dios. Luego prometió que si Dios te sanaba, también, te dedicarían a la Iglesia.

Roman palideció. —¿Mi padre hizo un voto?

—Sí. Se comprometió a darte al monasterio local.

Roman se alejó poco a poco hasta que llegó a una pared de ventanas de cristal con vistas al jardín.

—No podía ver ningún daño en curarte, —continuó Marielle. — El mundo estaba lleno de pobreza y enfermad. Pensé que podrías hacer algo bueno como monje.

Roman puso el antebrazo contra la ventana y miró hacia afuera. —Nunca lo supe. Mi padre me llevó al monasterio cuando cumplí cinco años y me dejó allí. Pensé que no me quería.

—Él te quería mucho desde el momento en que naciste, —dijo Marielle en voz baja. — Lloró y suplicó por ti hasta que mi corazón no pudo soportarlo. Así que te sané.

—Tú le salvaste la vida,— susurró Shanna, las lágrimas brillando en sus ojos.

Roman apoyó la frente en su antebrazo. —Cuando mi padre me dejó con los monjes le dieron un saco de harina. Pensé que me había vendido por comida.

Shanna corrió hacia él y lo abrazó por la espalda. —Probablemente fue un regalo, ya que sabían lo pobre que era tu familia.

—Estoy seguro de que lo era. —El Padre Andrew estuvo de acuerdo. — Pero como un niño abandonado en el dolor, Roman lo malinterpretó.

—¿Fuiste castigada por su curación? —Le preguntó Connor.

—Recibí una reprimenda. —Ella suspiró. — Pero no aprendí mi lección muy bien. Todavía tengo problemas siguiendo órdenes.

—Bien, gracias a Dios que desobedeciste. —Shanna se giró hacia ella. — Yo no tendría a Roman ahora si lo hubieras dejado morir. O a mis hijos.

—Yo tampoco estaría aquí,—dijo Connor. — Ni Angus o Jean-Luc o Gregori o cualquiera de los otros que fueron transformados por Roman.

Roman se volvió y pasó un brazo alrededor de los hombros de su esposa. Sus ojos brillaban con lágrimas no derramadas.

—No puedo evitar preguntarme por qué iba a morir. Desde que fui transformado por Casimir, he creído que era mi destino lograr su derrota.

—Tú has hecho mucho para proteger a los mortales y fomentar a los vampiros para vivir de una buena manera, —le dijo Shanna. — No tengo que decirte que siempre he estado orgullosa de ti.

Él sonrió y la besó en la frente. Luego miró a Marielle. —¿Realmente me consideras un error?

Ella sacudió la cabeza. —El error fue mío, pero no puedo arrepentirme. Has llevado una vida buena y noble. Siempre he estado agradecida de que haya vampiros buenos y que estén dispuestos a luchar contra los malos. Y estoy agradecida de poder ofrecerte mi ayuda.

—El Señor trabaja de maneras misteriosas. —El Padre Andrew sonrió. — Creo que tu destino ha estado durante mucho tiempo vinculado a estos vampiros.

Ella tomó una respiración profunda. ¿Podría ser verdad? ¿Podría de alguna manera estar exactamente donde se suponía que estaba?

Echó un vistazo a Connor y lo encontró mirándola fijamente. Su corazón se sacudió con una ráfaga de emoción. No, esto no podía ser lo que el Padre tenía para ella. Un ángel no debía sucumbir a las emociones humanas como el deseo y el anhelo.

Ningún ángel se suponía que se enamorara.

***

Fue cerca de una hora más tarde antes de que Connor fuera capaz de teletransportarse con Marielle de nuevo a la cabaña.

Shanna insistió en una comida en la cafetería, que se convirtió en una clase de cocina.

Mientras tanto, Angus y Emma regresaron de Nebraska, junto con Robby y Olivia.

Connor pasó algún tiempo en la oficina de seguridad MacKay, describiendo los progresos que estaba haciendo con Marielle.

Angus estaba ansioso para un enfrentamiento final con los Malcontents. Los cuerpos sin vida en Nebraska habían sido víctimas de Casimir. El padre de Shanna, Sean Whelan, les había dado la dirección de los cuerpos, y ahora, a cambio, exigía que se le incluyera en su batalla.

—El hombre está loco si cree que puede luchar contra un vampiro,—murmuró Robby.

Angus se encogió de hombros. —Se lo dije varias veces, pero insiste en que puede debilitarlos con balas de plata antes de que alguno se acerque a él.

Connor soltó un bufido. —Un Malcontent puede teletransportarse a su espalda y romper su cuello. Nunca podría verlo venir. —Miró a la esposa de Robby. Como una ex psicóloga del FBI, había recibido algún tipo de formación en defensa

personal, pero no creía que fuera suficiente. En lo que a él respecta, ningún mortal que fuera susceptible al control mental, jamás debía tratar de luchar contra un vampiro. — Esperó que no permitas a las mujeres mortales participar en la batalla.

—Me resulta desalentador,—dijo Angus. — La esposa de Ian puede defenderse a sí misma, pero ahora que está embarazada, accedió a quedarse fuera de la batalla.

Emma sonrió. —Hay muchos bebés en camino. Caitlyn tendrá gemelos en junio. El bebé de Toni llegará en septiembre. Y Darcy tendrá su segundo bebé en octubre.

Connor se sentó. No sabía que Darcy estaba embarazada de nuevo. Él se mantenía al margen de su vida ahora que estaba casada con Austin Erickson. En realidad, ella nunca había dado la bienvenida a su intromisión, pero al menos ahora sabía que ya no lo odiaba. Ella y Austin había llamado a su hijo Mateo Connor. Después del nacimiento del bebé, casi dos años atrás, ella le había enviado una nota que decía que nunca hubiera estado viva para tener un hijo si no la hubiera salvado.

Olivia tomó la mano de su marido. —¿Vamos a darle la noticia?

Robby sonrió. —Por supuesto. Adelante.

Ella le devolvió la sonrisa. —Estamos esperando.

—¿Qué? —Angus saltó a sus pies.

Emma se levantó de un salto con un chillido. —¿Estás embarazada? —Después de que Olivia asintiera con la cabeza, Emma chilló de nuevo y se abalanzó hacia ella para darle un abrazo grande.

—¡Maldición! —Dijo Phineas y chocó los cinco con Robby, a continuación, le dio una palmada en la espalda. — ¡Condenado hombre!

Emma se acercó a Angus y echó los brazos a su alrededor. —¡Vamos a tener un bebé hermoso!

Angus le dio unas palmaditas en la espalda con una aturdida expresión. —¿Voy a ser tatarabuelo?

Connor sospechaba que le faltaba un poco para desmayarse. —Felicidades. —Sacudió la mano de Angus y Robby, luego se sentó y esperó a que la celebración terminara.

Las risas y abrazos se prolongaron durante cinco minutos, y luego inició el interrogatorio.

¿Cómo fue que sucedió Olivia? ¿Cuándo nacerá el bebé?

Connor se removió en su asiento. En primer lugar todos los hombres vampiros

estaban casándose. Ahora estaban teniendo niños. Era malditamente deprimente.

—¿Podemos volver al trabajo? —Se quejó. — Estábamos discutiendo la próxima batalla, y el absurdo deseo de Sean Whelan por luchar. ¿O pensáis tratar de hacer a los mortales parte de la lucha en equipo, también?

Emma le dirigió una mirada irónica. —Es curioso que lo preguntes. Sean ha estado enfadado contigo últimamente. Debido a que Alyssa se siente atraída por ti.

Connor parpadeó. —¿Quién?

—La mujer en el equipo Stake-Out, —explicó Emma. —Al parecer, le dijiste que era bonita.

Connor pensó, intentando recordar, luego fue consciente de que todos en la sala lo miraban con expresiones de diversión.

—Guau, Connor. —Phineas movió las cejas. — No sabía que eras un peligro para las señoras, hombre.

—No me acuerdo de ella, —murmuró.

—Fue hace unos años, —dijo Emma. — Austin me lo contó. Él y Alyssa mantenían prisionera a Shanna en un cuarto de hotel cuando te teletransportaste a su rescate. Ahí es cuando le dijiste a Alyssa que era bonita.

Connor se encogió de hombros. —Entonces no era más que una maniobra estratégica destinada para distraerlos mientras escapaba con Shanna. —Su rostro se sonrojó. ¿Una observación tan improvisada realmente causó que una mujer desarrollara un flechazo por él?

—Maldición caliente, hermano. —Phineas le dio un pulgar hacia arriba. — Tienes un club de fans.

Connor dijo, —No era mi intención. —Él se dirigió a la puerta. — Tengo que llevar a Marielle a casa, quiero decir, regresar a la cabaña. —Su rostro se puso más rojo, y salió rápidamente.

Mierda. Tenía que ser más cuidadoso. Si una observación tonta había causado que la mujer desarrollara un flechazo, ¿qué le pasaría a Marielle si seguía tocándola? ¿Y besándola? La pobre muchacha quería ir de nuevo al cielo. Ese era su hogar. No la tierra. Si de alguna manera le hacía sentir demasiado afecto hacia él, sólo sería más difícil para ella dejarlo.

El problema era que quería su afecto. Infiernos la quería a ella, y punto. ¿Qué clase de tonto podría pensar que podía competir con el cielo? Él se estaba preparando para la severa angustia. Y peor aún, podría terminar causando dolor a Marielle,

también.

Tenía que retroceder, poner distancia entre ellos. Y sin embargo, tenía que seguir entrenando con ella y entrar en su mente para saber a dónde teletransportarse.

Maldita sea. Menudo caos.

Encontró a Marielle discutiendo de tecnología con Roman y el Padre Andrew.

Shanna había salido a jugar con los niños.

Cuando se acercó, levantó la vista y Marielle sonrió. Su corazón se aceleró como de costumbre. —Estoy listo para volver a la cabaña, siempre que lo desees.

—Estoy lista. —Ella recogió sus platos. — Me gustaría hablar contigo de nuevo, Padre. Y contigo, Roman.

Él se puso de pie. —Gracias... por salvarme la vida.

El Padre Andrew salió de su camino. —Espero con ansias verte de nuevo, querida.

Connor tomó la ensaladera de vidrio. —Te ayudaré.

—Connor. —Roman lo detuvo con una mirada incómoda. — Te juzgué con demasiada dureza.

—Es mi trabajo protegerte a ti y a tu familia. Tienes todo el derecho de estar enfadado.

—Estoy convencido de que necesitamos a Marielle, —dijo Roman. — Por favor, ten mucho cuidado con ella.

—Lo haré. —Él la acompañó a la cocina donde pusieron los platos en el fregadero. —¿Lista para irte? —La tomó suavemente por los brazos.

—¿No es necesario sostenerme con más fuerza? —Ella envolvió sus brazos alrededor de su cuello. —No quiero perderme por el camino.

Tendría que perderla con eventualidad. Él la envolvió en sus brazos. —Te tengo. —Por ahora.

El vacío negro los envolvió, luego se materializó en la cabaña al lado del sofá. Tan pronto como ella se mantuvo estable en sus pies, él la soltó.

Ella le dio una sonrisa tímida. —Ha sido una larga noche.

—Sí.

Ella se sentó en el sofá. —Ahora que estamos solos, me gustaría poder hablar. —

Hizo un gesto hacia el espacio a su lado.

Él no se sentó. Sabía hacia dónde se dirigía. —Tengo algunas diligencias por hacer antes de que el sol se levante.

—¿Vas a dejarme aquí sin protección? Darafer puede aparecer.

Connor hizo una mueca. Ella lo tenía ahí.

Ella dio unas palmaditas en el cojín del sofá. —Quiero hablar.

—No tiene sentido.

—Sí, lo tiene. Estás sufriendo mucho y tienes demasiados remordimientos.

—No tengo nada de eso.

—Tú dijiste que te estaba curando. ¿Cómo voy a hacerlo si no me dejas?

Él cambió su peso hacia el otro pie. —Lo he hecho bien por siglos. No necesito tu ayuda.

—Pero quiero ayudar. No puedo soportar la idea de que sigas sufriendo solo…

—¡No quiero tu misericordia!

Ella se puso de pie. —Entonces, ten piedad de mí. Debido a que seré miserable en el cielo si sé que estás aquí sufriendo y te sientes solo.

Él respiró hondo para aliviar su frustración. —Una vez te vayas de nuevo al cielo, olvidarás...

—¡No me digas eso! —Sus ojos brillaron con furia. — Siempre recordaré esta noche, y la guardaré como un tesoro.

Pero aun así, me dejas. Se dio la vuelta y se frotó una mano contra su frente. —No creo que sea una buena idea que estemos más cerca. Será más difícil... decir adiós.

—Si tengo que dejarte sabiendo que no te ayudé, sería el golpe más duro de soportar. Te lo dije, Connor Buchanan, me preocupo profundamente por ti.

Él la miró, con lágrimas en los ojos arrancadas de su corazón.

—Te hablé de mis errores, —continuó ella. — Fue mi culpa que un asesino en serie se saliera de control en la Tierra. Aquellas mujeres murieron por mi culpa. ¿No te molesta? ¿Quieres que me odien porque…?

—¡No! Creo en ti. Tuviste misericordia de un niño moribundo.

Ella levantó la barbilla. —Así que no me juzgas. Dame el mérito de ser tan

comprensible como tú. Habla conmigo sobre ti. No pensaré mal de ti.

Lo haría, sí sabía todo lo que había hecho.

Ella había cometido un error por misericordia, creyendo que estaba haciendo lo correcto. Él había actuado por rabia, a sabiendas que estaba equivocado.

Ella se sentó en el sofá.

Esperó a que dijera algo, pero simplemente estaba esperando, observándole con una mirada esperanzadora.

Se sentó junto a ella rígidamente.

Ella aún no dijo nada. ¿Por qué no podía fastidiarle? Sería más fácil rechazarla entonces.

Él suspiró. ¿Qué de bueno podía salir de esto? —Nací en 1512.

—Tan joven,—murmuró ella, sus ojos brillaban con humor. — Prácticamente un bebé.

Él le frunció el ceño. —Pensé que no ibas a juzgarme.

Ella sonrió. —¿Qué edad tenías cuando fuiste transformado?

—Treinta. —Él le dirigió una mirada nerviosa. — ¿No podías adivinarlo? ¿Me veo más viejo?

Ella lo miró indignada. —No me atrevería a juzgarte.

Su mandíbula se abrió. Estaba tentado a ir hacia ella para empujarla o hacerle cosquillas. Para besarla sin sentido.

En realidad, se podría saltar el cosquilleo e ir directamente a los besos.

—¿Siempre has sido guapo?

Sus cejas se alzaron. —Sí.

Ella se echó a reír.

Su boca se torció. —Por supuesto que podrías pensar que soy vanidoso, pero afortunadamente no me juzgas.

—Yo no sueño con eso. —Sus ojos se tornaron tiernos. — Así que, ¿cómo sucedió? ¿Roman fue el que te transformó?

—Sí. Ian MacPhie y yo estábamos luchando en la Batalla de Solway Moss, al sur de la frontera con Escocia. Esas tierras siempre estuvieron en disputa, el Rey inglés y

los escoceses siempre peleaban uno contra el otro, y los pobres como Ian y yo pagábamos el precio. —Suspiró. — Fue una humillante derrota, aún más humillante cuando me di cuenta de que iba a morir.

Ella tocó su brazo. —Lo siento mucho.

Se encogió de hombros. —Esa noche, Roman y Angus nos encontraron y me preguntaron si quería seguir viviendo y luchando por una causa justa. Los dos dijimos que sí, sin darnos cuenta de lo que había reservado para nosotros, pero ninguno de nosotros quería morir.

—Por supuesto que no.

—Roman me cambió, y Angus cambió a Ian. El pobre muchacho sólo tenía quince años.

—Se ve más viejo.

Connor asintió con la cabeza. —Roman inventó una droga que puede mantener despierto a un vampiro durante el día, y lo envejece un año por cada día. Ian tomó la droga para parecer más viejo.

—Qué interesante. Y ahora está casado y está esperando su primer hijo. —Sonrió Marielle. — Me alegra que todo saliera bien para él.

—Sí.

—¿Por qué Phineas dice que estabas en la crisis de la mediana edad? —Se burló de él.

—Hay una teoría ridícula de que un vampiro desarrollará algunos problemas… emocionales después de haber vivido la mitad de un milenio.

Ella inclinó la cabeza, considerándolo. —Quinientos años no me parece mucho. Pero estoy de acuerdo en que estás demasiado agobiado por el remordimiento.

Él cruzó los brazos sobre su pecho. —He vivido con él durante siglos. Estoy acostumbrado.

—¿Y quién es Darcy Newhart?

Él hizo una mueca. —Un error.

—Ella estaba en el borde de tu remordimiento, no estaba bien oculto.

—Sí, supongo que eso es cierto. Las cosas han salido bien para ella, así que no necesito sentirme mal por lo que hice alguna vez.

—¿Qué pasó?

—Gregori me arrastró a un bar en el que a los jóvenes mortales les gusta fingir que son vampiros. Darcy era una reportera de televisión, haciendo una grabación del lugar, y cuando trató de entrevistarnos, pensamos que era divertido. Pero entonces, fue atacada por algunos Malcontents, y para el momento en que la encontré, estaba a punto de morir.

—Qué terrible.

—No podía soportar verla morir así, por lo que la transformé. —Suspiró Connor. —Pensé que me daría las gracias por salvar su vida, pero intentó quitarse la vida de inmediato. Perdió todo lo que era importante para ella. Su trabajo, su familia y amigos.

—¿No le gustaba ser un vampiro?

—No. Me odiaba por haberla cambiado y no darle ninguna opción.

Marielle asintió con la cabeza. —Y eso es por lo que sientes culpa y remordimiento. ¿Pero dijiste que todo salió bien para ella?

—Sí. Roman descubrió una manera de hacerla mortal otra vez, y ahora está felizmente casada con otro mortal. Tienen un retoño y otro en camino. Ella y él trabajan para Austin MacKay S y I, también.

Marielle sonrió. —Eso es maravilloso. Me encantan los finales felices. —Ella descansaba su espalda contra el sofá. — Gracias por hablar conmigo. No fue demasiado doloroso, ¿verdad?

—Podría estar traumatizado por algunos siglos.

Ella se burló. —Te dije que era fácil. Sé que hay una gran cantidad de cosas que estás ocultando aquí. —Ella le tocó el pecho.

Él apretó su mano, agradecido de que no lo presionara más. Era sorprendente, sin embargo, lo fácil que había sido hablar con ella.

Ella se acercó más a él en el sofá y apoyó la cabeza en su hombro. Cuando él la miró, frotó su barbilla contra su cabello, tan sedoso y suave. El perfume de su champú saturó sus fosas nasales.

Apartó la mirada. —Debemos tener cuidado de no estar demasiado cerca.

—Pero te considero un amigo cercano, Connor. Sin duda, dos amigos pueden abrazarse sin causar problemas. —Ella pasó un brazo alrededor de su torso y apoyó la cabeza en su pecho.

Él tragó saliva. —Supongo que un abrazo ocasional está bien. —Extendió su brazo alrededor de sus hombros.

Ella se acurrucó más cerca. —Me gusta ser capaz de tocarte. Por mucho tiempo no he podido tocar a nadie sin marchitarlos y matarlos.

Desde luego, no se arrugaba cuando ella lo tocaba.

Ella acarició con sus dedos su mandíbula. —Me gusta la forma en que tu barba se siente. Un poco delicada.

Una visión vino hacia la cabeza de él, haciéndole cosquillas en sus pechos con sus bigotes.

—Gracias por una noche maravillosa. —Ella besó su mejilla.

—Muchacha. —Le tocó la cara. —No me deberías besar.

—Fue sólo uno pequeño en tu mejilla.

Él apretó los labios contra su frente. —Entonces no nos besaremos... en la boca. —La besó en la sien.

—Eso probablemente es lo mejor. —Su mano se deslizó alrededor de su cuello.

Él se arrastró besando su mandíbula. —Debemos evitar involucrarnos demasiado.

—Exactamente. —Ella inclinó la cabeza para que accediera más fácilmente su boca a su cuello. —¿Quisiste decir lo que dijiste antes sobre mis pechos?

—¿Que quería tocarlos y besarlos?

—Sí.

—Sí, lo hice, —le susurró al oído. — Pero tenemos que tener cuidado. —Le plantó besos a través de su mejilla.

Con un gemido, ella se inclinó más cerca.

—Debemos poner en práctica... la moderación. —La besó en la esquina de su boca.

—Sí.

Hizo una pausa, con la boca solamente a una fracción de la de ella.

Sus labios estaban abiertos, llenos y húmedos.

Su respiración se agitó suavemente.

¡Basta, te estás engañando! Antes de que fuera demasiado tarde, volvió la cabeza y la besó en la otra esquina de la boca.

Alguien se aclaró la garganta a través de la habitación, y él dio un salto hacia atrás.

Mierda.

Vanda, Marta, y Brynley estaban de vuelta, y por la expresión de sus rostros, estaban disfrutando del espectáculo.

- 15 -

Marielle jadeó. El calor se precipitó a su cara. No sabía qué era peor— la forma en que las mujeres parecían divertirse o la manera en la que Connor parecía horrorizado. Avergonzado, incluso.

Ella se detuvo. Connor hizo lo mismo, rígidamente, a unos metros de distancia de ella.

―Hola, muchachos, ― Vanda les saludó, sus ojos parpadeando. —¿Cómo va el entrenamiento?

―Bien, ―masculló Marielle al mismo tiempo que Connor refunfuñó, ―Bien.

―Me parecía genial, ―dijo Brynley con una sonrisa satisfecha.

Marta sacudió la cabeza, sonriendo, mientras depositaba dos bolsas en el mostrador de la cocina.

―No nos dimos cuenta que íbamos a interrumpir tu… entrenamiento.

―Bueno, podría haber sido peor. ―La boca de Vanda se estremeció. ―Ellos estaban practicando la moderación, ya sabes.

Marielle se estremeció. ¿Cuánto tiempo habían mirado las mujeres?

Connor murmuró algo en gaélico que sonó como una maldición. ―Apreciaría si usarais alguna restricción y no repetís lo que habéis visto.

―Yo no vi nada. ―Vanda se volvió a Brynley. ―¿Viste algo?

―No, pero tengo un ansia extraña de ostras crudas.— Mientras las mujeres se echaban a reír, Marielle lanzó una mirada a Connor. El enfado ardía a fuego lento en sus ojos azules llenos de humo, cuando se encontró con su mirada.

―Pido disculpas por la vergüenza... ―Su mandíbula se tensó. ―No volverá a suceder.

Una punzada se clavó en su corazón. ¿Quería decir que nunca la besaría otra vez?

―Tengo algunas diligencias que hacer. ―Alzó la voz. ―Volveré un poco antes del amanecer.

―Connor, no tienes que... ―Vanda se detuvo cuando se teletransportó. ―Demonios, no queríamos echarle.

―Aguafiestas, ―murmuró Brynley.

Marielle miró con el ceño fruncido al lugar vacío donde Connor había estado parado. No había dicho adiós

―¿Estás bien? ―Preguntó Marta desde la cocina cuando descargó las bolsas de asas.

Marielle asintió con la cabeza. ―Sí.

Vanda se encaramó a la parte de atrás del sofá. ―No quiero parecer entrometida, pero, ¿qué diablos está pasando? Pensé que querías volver al cielo.

―Lo hago.― Marielle colocó sus manos en los bolsillos de su chaqueta con capucha. ―Connor me está ayudando.

―¿Así es como lo llamas? ―Los ojos de Vanda se estrecharan. ―Es mejor que no se esté aprovechando de ti.

―No lo hace,― protestó Marielle. ―Yo quería… ― Su rubor regresó.

—Santa mierda, ―susurró Brynley. ―¿Te has enamorado de él?

―Yo... —Marielle vaciló. ―No lo sé. Tal vez.

―¿No lo sabes?― Brynley plantó los puños en sus caderas. ―El tipo está legalmente muerto. ¡Y lleva una falda!

―Me gusta su falda escocesa,― dijo en voz baja. ―Y no está realmente muerto.

―Él habla raro. ¡Y tiene el cabello rojo! ―Brynley arrugó la nariz con disgusto. ―No puedes pensar que sea guapo.

Marielle se puso tensa. ―Connor es muy guapo. Y no te permito que lo insulte más.

―¡Te pillé!― Señaló Brynley con un dedo. ―No nos digas que no lo sabes. Estás seriamente enamorada de él.

Marielle tragó saliva.

―Oh, eso fue inteligente de tu parte,― le dijo Marta a Brynley. ―La hiciste revelar sus verdaderos sentimientos.

Brynley se encogió de hombros. ―He estado alrededor de la calle algunas veces.

Marielle jugueteó con la cremallera de su chaqueta, recordando como Connor la

había abrochado antes esa noche. ―Creo que la Regla de los Tres Pasos también puede ser exacta.

Brynley se rió entre dientes. ―Sé que lo es.

Vanda levantó una mano. ―No creo que esto es sea motivo de risa. ―Ella consideró a Marielle con una mirada preocupada. ―¿Alguna vez has estado enamorada?

Ella comenzó a decir que amaba a toda la humanidad, pero sabía que no era lo que Vanda había preguntado. Se refería a la forma en que su corazón se sacudía cada vez que miraba a Connor. Y la manera que el deseo y el anhelo se presentaban hasta el punto que temía que podía explotar.

―Nunca he sentido algo así antes.

―¿Y Connor?― Preguntó Vanda. ―¿Cómo se siente?

Con una punzada de dolor repentino en el pecho, Marielle se dio cuenta de que quería que él la amara.

Ella se estremeció. ¿Cómo podía ser tan egoísta? ¿Realmente quería dejarlo destrozado cuando regresara al cielo? Él tenía suficiente carga de dolor. ¿Cómo podría añadirle más?

―No quiero lastimarlo. ¿Qué debo hacer?

Vanda exhaló lentamente. ―Bueno, si realmente estás pensando en dejar...

―Tienes que dejarlo, ― finalizó Brynley.

Marielle se estremeció. ―Pero... él es mi protector. Me cuida por la noche.

―Podemos encontrar a alguien que te pueda proteger,― sugirió Brynley.

Vanda asintió con la cabeza. ―Estoy segura de que Ian lo haría. Y Phil también sería de ayuda. No tienes que preocuparte que alguno de ellos haga un movimiento hacia ti.

El pecho de Marielle se apretó. ―Connor me está entrenando y protegiéndome y él puede entrar en mi mente para decir dónde teletransportar...

―Cualquier vampiro puede hacer eso,― interrumpió Vanda. ―Mira. Sé que quieres mantener a Connor a tu alrededor. Eso es natural cuando tienes sentimientos por él. Sin embargo, cuanto mayor se la cercanía con él, más dolerá cuando te vayas.

―Entonces, está arreglado,― anunció Brynley. ―Hay que deshacerse de él.

Marielle asintió con la cabeza mientras las lágrimas se presentaban en sus ojos. Dios la ayude. No había manera de evitar el dolor a Connor. Ella podía

hacerle daño ahora... o después.

―Y cuanto antes lo dejes, mejor,― añadió Brynley.

―Esto parece duro,― dijo Marta mientras caminaba hacia el sofá.

―Sí, pero así son las cosas. ―Brynley se acomodó en una silla de la cocina. ―La vida apesta y luego te mueres.― Sus ojos se estrecharon en Marielle. ―Y ahí es cuando te presentas, ¿no?

Una lágrima rodó por su mejilla. ―Sí.

―No seas tan dura,― le espetó Vanda a Brynley. ―Este tipo de cosas es nuevo para ella.

Marta tocó el hombro a Marielle. ―Por favor, no llores.

Marielle se secó su mejilla. ―Nunca supe lo difícil que era ser humana.

Brynley suspiró y apoyó sus botas de vaquero sobre la silla vecina. ―Sólo estoy diciendo que el amor no es para los débiles. Si no tienes el coraje para llevarlo a la zona de anotación, entonces no entres en el juego. ―Ella se cruzó de brazos, frunciendo el ceño. ―He aprendido de la manera más difícil.

―Bueno, no tomes tu miseria con el resto de nosotras,― se quejó Vanda. Se acercó a Marielle y le dio unas palmaditas en el hombro. ―Vas a estar bien. Las cosas tienen una forma de funcionar al final.

Marielle parpadeó para alejar sus lágrimas. ―Tienes razón. Tengo que mantenerme fuerte.

Ella tenía que seguir creyendo, costara lo que costara.

Vanda sonrió. ―Hemos traído una sorpresa para ti esta noche.

Marielle respiró hondo para aliviar los nervios. ―¿Qué tipo de sorpresa?

―He hecho en casa de galletas de chocolate y leche,― dijo Brynley. ―Garantizamos que te hará sentir mejor.

―Y llenamos una bolsa con cosas de spa,― agregó Vanda. ―Ya que no podemos llevarte a un spa, lo trajimos a la casa.

―¿Spa?― Preguntó Marielle.

Vanda asintió con la cabeza. ―¡Va a ser divertido!

* * *

Era una tortura. Por lo menos al principio, cuando Vanda le puso cera en las piernas. Sirvió, sin embargo, para tener su mente despejada de Connor. Pero cuando se sumergió en la bañera, sus pensamientos se deslizaron de vuelta a él.

―La hora de la pedicura. ―Vanda la empujó fuera de la bañera y la envolvió en una toalla gruesa.

―Es mejor que te muevas, ―advirtió Vanda a Brynley cuando llevó a Marielle de nuevo a la sala principal.

Brynley se levantó de un salto del sofá. ―Voy a buscar leche y galletas. ―Ella se dirigió a la cocina, dejando libre el sillón.

Vanda sentó a Marielle en el sofá, luego colocó la mesa de café frente a ella. Puso uno de los pies de Marielle en su regazo.

―Tienes la piel como nueva, como un bebé.

―Aquí está. ―Marta trajo un recipiente de plástico, con una increíble variedad de esmalte de uñas. ―Elije un color.

Marielle eligió un color rosa luminoso que le recordaba a las puestas de sol, y Vanda comenzó con los dedos de sus pies.

―¿Se supone que esto me hará más atractiva?― Preguntó Marielle.

―Mmm-hmm, ―contestó Vanda concentrada en su trabajo.

―¿Es eso prudente? Quiero decir, no crees que Connor y yo…

―No sé qué pensar,― comenzó Vanda con su otro pie. ―Pero sé que Connor ha sido miserable por mucho tiempo, y... quiero que sea feliz. Tú, también.

Marielle suspiró. No estaba segura de cómo lograr esto, pero sabía una cosa. Quería que Connor fuera feliz, también.

Brynley depositó un plato de galletas y un vaso de leche en la mesa de café, luego se retiró de nuevo a la mesa de la cocina.

Marielle disfrutó de las galletas hasta que fue hora de pintar las uñas de las manos. Mientras el esmalte se secaba, Vanda y Marta se sentaron en el sofá junto a ella, cada una disfrutando de una copa de sangre sintética. Brynley se sentó frente a ellas en la mecedora, comiendo galletas y tomando leche.

―¡Puedo ver por qué le gustas a Connor! —Vanda bebió un sorbo del vaso. —No solamente eres hermosa. Eres muy cariñosa, y... creo que él necesita eso.

Marielle se inclinó hacia atrás. ―Estoy tratando de no pensar en ello ahora mismo.

―Él te necesita. Necesita el amor.

―Entonces vamos hablar de cosas que odio de los hombres,― sugirió Brynley. ―Son igual que bebés grandes cuando tienen dolor.

Vanda se rió entre dientes.

Marielle no creía que Connor fuera de esa manera.

―A veces me despierto de mi sueño mortal, —dijo Vanda, —y Phil finge a mi lado que ronca de manera horrible. Así que le doy un puñetazo y le digo que ronca tan alto que puede despertar a los muertos.

Brynley se echó a reír.

―No creo que Connor ronque, ― dijo Marielle.

―¡Por supuesto que no! ¡Está muerto! ―Brynley hizo una mueca.

―Hablando del diablo. ―Marielle se sentó y miró más allá de su hombro. El corazón le dio su sacudida de costumbre. Connor había regresado. Vestía ropa limpia, el cabello húmedo, y estaba tan guapo como siempre.

―El sol se eleva en quince minutos, ―anunció.

―Correcto. ―Vanda se paró. ―Marta y yo nos vamos.

Marta terminó el último trago de su sangre y dejó el vaso.

—Fue bueno verte de nuevo, Marielle. Ten cuidado.

Marielle abrazó a Marta y a Vanda.

―Gracias. Por todo.

Vanda sonrió. ―Fue muy divertido. ―Dejó el vaso vacío sobre la mesa junto a la bandeja de los implementos para pulir las uñas. ―Buena suerte con tu... problema. ―Ella echó un vistazo a Connor, y luego bajó la voz. ―Hablaré con Ian.

Marielle asintió con la cabeza.

―No os preocupéis por el desorden,― dijo Brynley. ―Yo lo limpiaré. No tengo mucho que hacer durante todo el día.

Vanda y Marta se teletransportaron.

Connor inclinó la cabeza.

―Voy a prepararme para mi sueño mortal ahora mismo. ―Se volvió y entró en la habitación de Marielle.

―Gauu, ―susurró Brynley. ―¿Va dormir en tu cama?

―Yo… no creo que pueda.― ¿No había dicho que si la luz entraba por la ventana lo freiría?

―Extraño,― murmuró Brynley. Recogió las cosas de la mesa de café y las llevó a la cocina.

Marielle deseaba poder ayudar, pero necesitaba mantener la distancia con Brynley.

La puerta de su habitación se abrió, y Connor surgió. Su mirada buscó a Marielle, y luego apartó la mirada.

―Buenas noches. ―Se metió en el armario junto a la cocina, cerrando la puerta firmemente detrás de él.

―Connor está en el armario, ―susurró Brynley en una cantarina voz, luego se rió.

Marielle bostezó. Había sido una noche larga.

―Creo que yo también me voy a la cama. ―Ella se dirigió hacia el dormitorio. ―Gracias por cuidarnos durante el día.

―No hay problema. ―Brynley sonrió mientras lavaba los platos. ―Si ese demonio desagradable aparece, le llenaré de cartuchos de escopeta.

Marielle se detuvo en la puerta del dormitorio. ―No me gusta dejarte sola durante el día, pero he estado despierta toda la noche.

―Está bien. Duerme un poco.

Marielle asintió con la cabeza. ―Dios te bendiga.

Un indicio de dolor parpadeó en los ojos de Brynley antes de que le devolviera la sonrisa. ―Buenas noches.

Marielle cerró la puerta detrás de ella y se acercó a la ventana. El cielo de la noche se tornaba más ligero, tomando ese luminoso resplandor justo antes de que el sol rompiera en el horizonte con gloriosa luz y color.

El amanecer siempre había sido su momento favorito, un tiempo lleno de esperanza y la promesa de un nuevo día. Pero ahora, sólo podía pensar en Connor acostado en el armario tan cerca de ella.

Muerto. Absolutamente solo.

Con un suspiro, se volvió hacia la cama. Un rayo de sol de la mañana entraba por la ventana y caía sobre su almohada. Algo brillaba.

Se acercó y se quedó boquiabierta. Allí sobre su almohada estaba el prendedor del ángel con el sol que había admirado antes en un escaparate. Connor debía haber vuelto para conseguirlo.

Ese hombre dulce, adorable.

Lo tomó y pasó los dedos sobre el suave cristal de oro del cuerpo del ángel, y las facetas talladas de las alas de cristal.

¡Cómo echaba de menos sus alas! Las lágrimas llenaron sus ojos, y se sentó en el borde de la cama. Sostuvo el ángel en su regazo rozando los dedos sobre sus alas. Una lágrima cayó en el ángel, y utilizó el borde de su bata de baño para secarlo. Había perdido sus alas. Y cuanto más tiempo estuviera aquí en la Tierra, más humana llegaría a ser.

Había perdido sus alas. Pero había encontrado a Connor.

Con un sollozo, apretó el ángel contra su pecho. No tenía sentido negar la verdad que estaba en su corazón.

Estaba enamorando de él.

* * *

Caía la tarde cuando se despertó. Se duchó y se vistió, y luego se asomó a la puerta del dormitorio. Prefería saber exactamente dónde estaba Brynley para no tropezar accidentalmente con ella.

Un olor delicioso flotaba hacia ella. Brynley debía haber cocinado algo, pero ya no estaba en la cocina.

―¿Hola? ―Dio un paso en la habitación principal.

―Aquí, ―llamó Brynley desde el armario.

Marielle se quedó sin aliento. ¿Qué diablos estaba haciendo Brynley ahí? Corrió hacia la puerta abierta y se quedó sin aliento otra vez.

Brynley le había quitado a Connor los zapatos y calcetines hasta la rodilla, y estaba ocupada pintando las uñas de sus pies de color rosa caliente.

―¡Dios mío! ― Marielle vio con horror. ― ¿Qué estás haciendo?

―¿Qué te parece? ―Brynley sonrió, a continuación, hizo un gesto hacia su falda. ―Oye, ¿debemos levantarla y echar un vistazo?

―¡No! ―La cara de Marielle se llenó de calor. No quería admitir que ya había visto sus partes íntimas.

Dos veces.

―Acabas de demostrar mi punto.― Brynley volvió a la pintura de las uñas del pie derecho. ―No tienes un hueso de maldad en tu cuerpo.

―¿Qué tienen mis huesos que ver con pintar las uñas de sus pies? Se va a poner hecho una furia.

―Cuento con eso. ― Brynley comenzó con el pie izquierdo. ―Estuve pensando en ello todo el día, y no creo que seas capaz de dejarlo. Eres demasiado agradable. Por lo tanto, la única opción es llevarlo a la mierda y ahuyentarlo.

Marielle hizo una mueca. ―¿Ahuyentarlo? ―Ella echó un vistazo a su hermoso rostro. ¿Podría realmente hacer eso?

Brynley la miró. ―Si tratas de razonar con él, sólo discutirá contigo hasta que la cueva se derrumbe. Por lo tanto es mejor la estrategia de dejarlo tan enfadado, que se quiera ir.

Marielle tragó saliva.

―Escucha con atención, ―continuó Brynley. ―Cuando él vaya detrás tuyo, furioso, exigiendo saber por qué le hiciste esto, le dices, ‗Porque me dio la gana. Y si no te gusta, puedes irte y no volver nunca más.‘

―Eso suena terrible.

―Sí, pero funciona. ―Brynley torció la boca. ―Lo sé. ―Empezó con las uñas de la mano de Connor.

―¡Oh, no! ― Protestó Marielle. ―Esas no.

Brynley le dio una mirada severa. ―Es tú única esperanza. Ahora déjame oírte decirlo.

Marielle se estremeció, a continuación, en voz baja dijo, ―Porque me dio la gana. Y si no te gusta, puedes irte y no volver nunca más.

―Una vez más. Con más fuerza. Tiene que creerte.

Ella lo repitió, aunque cada palabra se sentía como si estuviera siendo arrancada de su alma. Salió de la casa y se sentó en una mecedora en el porche delantero. ¿Cómo había llegado a esto en unos pocos días?

Un rato después, Brynley salió con un plato de comida y un vaso de agua. Lo puso en la pequeña mesa de madera al lado de Marielle. ―Debes tener hambre. Y necesitas conservar las fuerzas.

―Gracias. ―Ella comió un poco, pero perdió el apetito mientras observaba el sol descender en el cielo. ¿Podría hacerlo? ¿Podría alejar a Connor?

Cuando el sol se cernía sobre el horizonte, la temperatura cayó. Se estremeció y se llevó los platos a la cocina.

Brynley había encendido las luces.

―Casi a tiempo. ― Ella cogió la escopeta. ―Estoy lista para él.

Marielle dejó caer el plato con estrépito en el fregadero de la cocina. ―¿Cuán enfadado crees que estará?

Un ruido de golpes salió del armario, y Marielle dio un salto. Estaba despierto. Él se daría cuenta de inmediato que le habían quitado sus zapatos y los calcetines.

―¿Qué demonios?

―Recuerda las líneas, ― susurró Brynley mientras se dirigía a la puerta principal, llevando la escopeta. ―Estaré aquí si me necesitas.

La puerta del armario se abrió y Connor estaba descalzo en la entrada, con los ojos de un azul brillante, su cabello color rojo suelto sobre sus hombros.

Marielle tragó saliva.

Su mirada se concentró en ella. ―Mujer, ―gruñó.

Dio un paso atrás. ―Tus ojos brillan de color azul.

―Rabia. ―Sus colmillos saltaron.

Con un suspiro, dio un paso atrás de nuevo.

Abrió la puerta del frigorífico, tomó una botella de sangre, y en seguida la colocó en el microondas. Pulsó los botones, pero se detuvo para mirar sus uñas de color rosa calientes. Su mano se cerró en un puño.

Su cabeza se volvió hacia ella.

―Tú.― Sus ojos quemaron dentro de ella. Agarró la botella del microondas, todavía fría, y la consumió.

Cerró la botella y la depositó sobre la mesa de la cocina, luego avanzó hacia ella. Sus colmillos estaban todavía fuera y manchados de rojo sangre. ―¿Por qué lo hiciste?

Ella levantó la barbilla. —Porque me dio la gana. ―Su voz temblaba. ―Y si no te gusta, puedes…

Él arqueó una ceja mientras seguía avanzando hacia ella. ―Yo puedo, ¿qué?

Las lágrimas picaron sus ojos. ―Puedes irte y no volver nunca más.

- 16 - ¿Irse? Connor detuvo su avance hacia Mariele. Su visión se volvió de un azul más intenso cuando su ira se disparó a un nivel peligroso. ¿Qué le estaban haciendo esas mujeres locas a su ángel? La primera noche le había enseñado sobre trabajos de mamadas, y ahora obviamente estaba envuelta en una especie de dramática estupidez por la que se suponía que él se iría. ¿Irse? Por encima de su cadáver. —¿Y tu entrenamiento? ¿Intentas ir a la batalla incapaz de defenderte a ti misma? Ella se puso rígida en un gesto de fuerza, pero las lágrimas en sus ojos contaban otra historia. —Puedo entrenarme yo misma. —¿Puedes teletransportarte a ti misma? —Ian podría llevarme. Y él y Phil pueden protegerme. —¿Estás diciendo, reemplazarme? —Ella bien podría haberlo apuñalado en el pecho. —¿De repente me encuentras poco fiable? —Bramó él. Cuando ella se estremeció, hizo un esfuerzo por aplacar su rabia. Agarró la botella del mostrador y se bebió el resto de la sangre fría. Tenía un sabor horrible, pero ayudó a enfriar su furia un poco. Sus colmillos se retractaron, pero su visión se quedó teñida de azul, un signo seguro de que aún estaba a punto de perder el control. Bajó la botella vacía. —¿Sabes qué es lo que más me enfurece? No es el maldito esmalte de uñas. Tampoco es el hecho de que las mujeres te hayan engatusado con algún tipo de trama infantil. Cuando ella no respondió, volvió la cabeza para mirarla. —Te di mi palabra de que te ayudaría, que te llevaría de regreso al cielo, sin importar cómo.— Su cara palideció. Avanzó hacia ella una vez más. —¿Y ahora esperas que me vaya? ¿Mi palabra no

significa nada para ti? — Su voz se elevó en un grito. —¿Esperas que rompa mi promesa? Sus ojos brillaban con lágrimas no derramadas. —Esperaba que te fueras. Su mandíbula cambió. —Has olvidado algo. — Dio un paso más cerca. — Los ángeles son terribles mintiendo. Abrió la boca para protestar, pero antes de que dijera una palabra, apretó la mano alrededor de la parte posterior de su cuello y la empujó contra su pecho. Ella jadeó. —Tu corazón late algo feroz. — Él tocó su mejilla. — El corazón no miente. — Una lágrima se deslizó por su mejilla y la atrapó con el pulgar. —Tus lágrimas no mienten. — Él arrastró la mano por su garganta, y luego más hacia abajo. —Tiemblas a mi tacto. Tu cuerpo no miente. Él apretó suavemente su pecho, y ella gimió. — Por fin, algo de verdad viniendo de tus labios. — Le dio un beso ligero. —Ahora dime si... La puerta principal se abrió de golpe. —Ella te dijo que te fueras, así que ¡vete! — Brynley irrumpió en el interior con una escopeta. Tonta sangrienta. Si apretaba el gatillo podría matar a Marielle. Connor se teletransportó detrás Brynley, arrancó la escopeta de sus manos con una mano y con la otra la empujó contra la pared. Ella abrió la boca, sin duda sorprendida por su velocidad de vampiro y su fuerza. Intentó moverse, pero él la mantuvo cautiva. —Fuiste tú, ¿no? Quien me pintó las uñas. Brynley agarró el brazo y trató de soltarse. — ¡Déjame ir, asqueroso no-muerto! Él deslizó su mano hasta hacer un círculo alrededor de su cuello, luego se inclinó más cerca. —No me vuelvas a molestar mientras estoy en mi sueño mortal. —¡Muy bien! — Sus ojos brillaban de furia. —Y tú deja de manosear al ángel. Él la soltó y dio un paso atrás. Santo Dios Todopoderoso, ¿de eso se trataba? ¿Las mujeres no querían que tocara a Mariele? Él la miró. Se veía miserable, con los ojos bordeados de rojo. Ella había seguido con su ridículo estúpido. Eso sólo podía significar que también quería que dejara de tocarla. Una ola de frío helado barrió a través de él, un escalofrío que le llegó al hueso. —

De acuerdo.— Él caminó al exterior. El dolor se expandió en su pecho, tan repentino y agudo que le robó el aliento. Mierda. Había pensado que era un bastardo insensible para ser herido así. Marielle había demostrado sin duda que estaba equivocado. Sacó los proyectiles de la escopeta y puso el arma en el porche junto a la casa. El tinte azul de su visión había desaparecido por completo ahora. No había más rabia. Sólo dolor. Y tristeza. Él sacó su teléfono móvil de su bolsa y llamó a Ian... —¿Puedes venir a recoger a Brynley? —Sí, en tan sólo unos minutos, —dijo Ian. —Yo… eh, Vanda me pidió pasar la noche allí con Marielle como su protector. —No. El trabajo es mío. Ven y llévate a Brynley. Y... tráeme un poco de quita esmalte de uñas. Ian se detuvo. —¿Algún, qué? —¡Quita esmalte de uñas! Supongo que tienes algo de tu mujer. —Sí. Estaré allí pronto. Connor colgó y dejó caer el teléfono en su bolsa. Mierda. Ian iba conseguir una gran carcajada de esto. —¿Connor? — La voz de Marielle sonaba suave y vacilante detrás de él. Su corazón se apretó en su pecho. Él no se dio la vuelta, no quería que ella viera el dolor en su rostro. —Vuelve adentro. —¿Vas… aún vas a entrenarme? —Sí. Continuaremos tu entrenamiento y practicaremos la teletransportación. Deberíamos estar preparados para hacer frente a los Malcontens en unos días más.— Él apretó los dientes. —No tendrás que aguantarme por mucho tiempo. Hubo una larga pausa, y se preguntó si ella se había ido hacia el interior. —Gracias por el ángel de cristal, — susurró. — Lo conservaré como un tesoro... durante el tiempo que este aquí.

Maldita sea, ella hizo que su corazón doliera. — ¿Supongo que no te lo puedes llevar de vuelta al cielo? —No. —Ella hizo un ruido triste que sonaba como un cruce entre un sollozo y una tos. —Lo siento. La puerta se cerró y lo dejó solo en el porche. —Yo también lo siento.

***

Para las próximas horas, Marielle estaba determinada a no llorar. Connor se mantuvo fiel a su palabra y continuó su formación, pero era frío y distante, ladrando órdenes, y nunca haciendo contacto visual. Él instaló un reloj de madera delante de la cabaña. Cuando ella bromeó con él que se parecía más a un henge, él no respondió. Trabajó duro durante varias horas y aprendió a derribar a un solo leño. Sus esfuerzos se vieron recompensados con un gruñido ―Bien‖. Sin sonrisas. Ni palmaditas en la espalda. Sin brillo en sus ojos. Él la abrazó con rigidez cuando se teletransportó cerca de un hospital en Cleveland, donde una mujer se estaba muriendo en una cirugía. Cuando él la animó a ampliar su ámbito de aplicación y buscar múltiples muertes acompañadas por el horror, les llevó a lo que resultó ser un violento tiroteo entre dos jefes de la droga a lo largo de la frontera sur. Con balas volando a su alrededor e inocentes espectadores cayendo en la calle, los había transportado rápidamente a la cabaña. Ella estaba visiblemente sacudida, por lo que la puso en el sofá, le trajo un vaso de agua, y le dijo que descansara. Ella trató de cerrar los ojos, pero cada vez que lo hacía, repetía en su mente la escena del violento tiroteo. Los gritos de los inocentes hacían eco en su cabeza. El mundo de los humanos podría ser muy cruel. Querido Dios, ¡cómo quería volver al cielo! Ella echaba de menos la paz y el amor que había impregnado su alma, el flujo constante de elogios y el apoyo que tenía siempre se presentó a su mente. Echaba de menos a su amigo Buniel y sus hermosas alas blancas. ¿Y si nunca podía volver a escuchar el canto de la Milicia Celestial otra vez? ¿Y si nunca volvía a volar, a sentir el viento contra su rostro, y ver las estrellas brillando a su alrededor mientras se disparaba a través de los cielos? Ella parpadeó apartando las lágrimas. No quería que Connor viera su debilidad.

Desde su regreso a la cabaña, había paseado como un animal enjaulado. Un par de veces, miró su camino y lo encontró mirándola. Siempre se dio la vuelta, pero eso no era lo suficientemente rápido como para que ella no viera el destello de dolor en sus ojos. Su paseo continuó hasta que recuperó su espada del armario y salió. Después de un rato, ella se acercó a la ventana para mirar afuera. La casi luna llena brillaba en el claro delante de la cabaña. Connor había erigido enemigos imaginarios a los troncos y balas de heno, y estaba practicando con su espada. No, era algo más que practicar. Era la matanza de sus enemigos imaginarios. La fuerza de sus golpes era aterradora. La rabia en sus gritos atravesó su corazón. —Connor, — susurró, al presionar una mano contra la ventana. —No pertenezco aquí. Lo siento. Tan pronto como llegaron las mujeres, se teletransportó lejos. —Él parece muy triste, — murmuró Marta cuando ella llevó a Marielle un plato de comida. —Por supuesto que está triste. — Brynley agarró una cerveza del refrigerador que estalló al abrirla. —Se levantó pintado. —Brynley nos habló de las uñas de color rosa. — Vanda se sentó en el sofá cerca de Marielle y la miró preocupada. —He oído que estaba realmente molesto. —Sí. —Marielle se sentó frente a su plato de comida en la mesa de café. —Pero no era tanto por el esmalte. Era por la forma en que los he rechazado a él y a su palabra. — Las lágrimas que habían retenido durante horas escaparon y corrieron por sus mejillas. —Yo no quería hacerle daño. —Él se lastimó cuando se enamoró de ti. — Brynley caminó a la mesa de la cocina. —Shh, — Vanda la hizo callar. —Él no es el único dañado. —No me hagas ser la mala de la película, —gruñó Brynley mientras se extendía sobre una silla de la cocina. —Todas sabíamos que tenía que dejarlo. Siento que te duela, Marielle, pero hubieras hecho mucho más daño si te hubieras involucrado más con él. Marielle suspiró. —Supongo que tienes razón. Marta le entregó una caja de pañuelos, y luego se sentó frente a ella en la

mecedora. —No estás comiendo. Necesitas conservar las fuerzas. —No tengo hambre. —¿Estás enamorada de él? —Preguntó Vanda en voz baja. —Sí. — Ella se limpió la cara con un pañuelo de papel. —Una parte de mí se pregunta cómo pudo haber sucedido con tanta rapidez. Pero entonces lo veo, y mi corazón se siente como si fuera a estallar, y pienso en ¿cómo podría no amarlo? Los ojos de Vanda se estrecharon. —¿Cuánto le amas? — ¿Cuánto crees tú? — Tomó una caja de pañuelos de la mesa de café. —Al amor que viene del Padre es considerado digno. —Esta es la Tierra, — dijo Vanda. —Todo lo que hacemos aquí tiene un precio. Incluso el amor. —Yo nunca buscaría en el amor un beneficio personal o financiero. —No estoy hablando de dinero. —Vanda le dio una mirada severa. —¿Cuánto estás dispuesta a sacrificarte por tu amor? Marielle asintió cuando finalmente entendió la pregunta de Vanda. ¿Cuánto amaba a Connor?

***

Para consternación de Marielle, Connor siguió siendo frío y distante en su cuarta noche juntos. Él creó el reloj, y luego gritó sitios diferentes varias veces, desde el porche delantero. Las tres. Las siete. Se suponía que reaccionaría para derribar sólo el objetivo que correspondía a su fin. A veces, tuvo éxito, a veces no. Con el ceño fruncido, él anunció que no estaba lista todavía. Una pequeña voz dentro de su cerebro, se le ocurrió que si era lenta con su formación, le haría pasar más tiempo con Connor. Pero luego se reprendió a sí misma por ser egoísta. Los Malcontens se alimentaban y mataban todas las noches. Tenían que ser detenidos. Cuando detectó un número de muertes en Colorado, Connor se vinculó con su mente durante unos segundos para ir allí. El último informe de ubicación dada de los Malcontens era en el estado de Kansas, por lo que estaba lo suficientemente

cerca y quería comprobarlo. Sin embargo, las muertes fueron el resultado de una mina al derrumbarse, y la zona era un hervidero de medios de comunicación. Connor no quería que fueran notados, por lo que rápidamente les teletransportó de nuevo a la cabaña. ¿Era sólo su imaginación o él se demoró más tiempo de lo necesario cuando llegaron? Ella se quedó muy quieta, esperando que los segundos se extendieran a una eternidad, pero eventualmente la dejó ir. En su quinta noche de formación, trabajó duro para mejorar, y con una voz triste, vacía él reclamó que estaba lista. Ella no tenía ganas de celebrarlo, tampoco. Sintió las muertes múltiples, junto con el miedo y el horror en una zona montañosa en Arkansas, por lo que se teletransportaron a una corta distancia del incidente. Llegaron al lado de una carretera de dos carriles que terminaba a través de las montañas. La grava cambiaba bajo sus pies, y Connor la agarró del brazo para mantener el equilibrio mientras ella chocaba contra una barandilla de metal. —Cuidado. Hay un precipicio ahí. — Él hizo un gesto del otro lado de la endeble barandilla de metal. Estaban de pie hombro con hombro al lado de la estrecha carretera. Marielle se estremeció ante lo cerca que había llegado a estar fuera de la carretera por completo. Estaba oscuro, la única iluminación casi útil era la de la luna y las estrellas. Todo lo que podía ver era el camino negro, un árbol fuerte inclinado a un lado y el precipicio rocoso en el otro. —Por aquí. — Connor empezó a bajar la carretera, permaneciendo en el lado estrecho. —Puedo oír los gritos. Ella caminó detrás de él cuando el camino hizo una gran curva alrededor de la montaña. Entonces también oyó los gritos. Se subió al pavimento, por lo que podía ver alrededor de Connor. Por el camino, donde torcía en una peligrosa curva en forma de herradura, un coche se había estrellado a través de las barreras y se salió hacia el precipicio. —Dos están muertos. Sin embargo, el tercero aún está con vida. — Ella tiró del brazo de Connor, empujándolo por el camino. —¡Vamos! Tenemos que ayudarlos.

—No puedes tocarlos. —Puedes. Tienes una gran resistencia y velocidad. —Muy bien. — Él llegó a su bolsa. —Te daré mi teléfono, por lo que… — Unas luces de repente iluminaron el camino. Marielle se dio la vuelta para ver un enorme camión de dieciocho ruedas dando la curva y la recta a toda velocidad hacia ellos. Un claxon sonó. Los frenos chirriaron. Connor la empujó fuera del camino, y ella cayó en el otro carril. —¡No! — Gritó ella. —Connor aún estaba en peligro de ser golpeado. —¡No! —Se puso de pie, se dio cuenta de por qué Connor aún estaba de pie en el camino del camión. Estaba congelado. El camión estaba congelado. El tiempo había llegado a una parada abrupta. No había sonido. No había claxon o frenos chirriantes o gritos del accidente de coche en el camino. No había movimiento. La silueta contra la luna casi llena, un pájaro se congeló en pleno vuelo. La expresión del rostro de Connor se congeló, sus ojos en blanco y no veían. Sus brazos estaban extendidos aún sacándola de en medio. Un escalofrío se deslizó por su espina dorsal, y giró, a la búsqueda de la persona que había manipulado el tiempo. Tanto como ella sabía, sólo unos pocos seres pueden lograr tan tremenda hazaña. El Padre Celestial y algunos de sus Arcángeles de más confianza. O un demonio muy poderoso.

- 17 -

Marielle se tensó cuando escuchó pasos sobre el pavimento. Se dio la vuelta para enfrentar el final del camión. Una alta, oscura forma caminó hacia la luz de la luna. Un abrigo largo negro.

Camisa negra y corbata. Pantalones de cuero negro. Alas negras que se doblaron con un chasquido y desaparecieron.

Darafer.

Respiró hondo para calmar sus nervios. Mantén tu buen juicio. No te puede llevar al infierno a menos que estés de acuerdo. Pero por su puesto intentaría todo tipo de trampas para hacerla estar de acuerdo.

Él caminó a zancadas hacia ella, sus costosas botas de cuero golpeteando sobre el negro asfalto.

La luz de la luna brilló sobre su cabello negro-cuervo y luminosa piel pálida. Una esquina de su amplia boca se curvó hacia arriba en una sonrisa seca.

Miró hacia Connor. No podía ayudarla. Él estaba, de hecho, en peligro de ser atropellado por el camión cuando Darafer decidiera liberar el tiempo.

El demonio la rodeó, estudiándola intensamente con sus ojos verde esmeralda.

—¿Por qué te vistieron tan mal? ¿No se dan cuenta lo bella que eres? —Él caminó hacia delante y enganchó un dedo bajo su barbilla.

Ella retrocedió con cuidado.

Él sonrió, una genuina sonrisa que realmente lo hizo parecer apuesto.

—Te trataré como a una rara princesa. Usarás las más finas sedas y joyas.

Ella comenzó a decirle: Vete, pero cerró la boca de golpe, si él se iba, el tiempo se descongelaría. El camión estaba muy cerca de Connor. Tendría solo unos pocos segundos para reaccionar.

Podría teletransportarse o saltar fuera del camino a velocidad vampírica, ¿pero y si se desorientaba por un segundo? ¿Tendría suficiente tiempo para escapar, o sería aplastado por el enorme camión?

Darafer frunció el ceño cuando ella miró nerviosamente hacia Connor.

—Aún pasando el rato con el parásito, ya veo. —Caminó hacia Connor y lo estudió con una mirada de desdén.

—¿No tiene mucho de protector, no? —Darafer chasqueó sus dedos frente al rostro de Connor. —No sé qué ves en él. —Golpeteó su dedo contra la nariz de Connor.

—No. —Marielle caminó hacia delante, entonces se paró cuando los ojos de Darafer brillaron. Hizo una mueca interiormente. Había revelado una debilidad.

—Te gusta. —Darafer le dio una sonrisa de suficiencia. —¿Aún no ha dormido contigo? ¿Se ha acurrucado entre tus piernas blancas como la nieve y se ha llevado tu angelical virginidad?

Ella levantó su barbilla, determinada a no caer en más trampas. —Es un hombre honorable.

Darafer se rió. —Claro. Dile eso a todas sus víctimas con marcas de mordidas en sus cuellos.— Él se inclinó contra el frente de la parrilla del camión, cruzando sus piernas en los tobillos y sus brazos sobre el pecho. —Está a mi merced, lo sabes.

—Déjalo en paz.

—Di que vendrás conmigo, y entonces lo salvaré.

—No te creo.

Darafer sonrió. —Tienes razón. Está en mi lista para el infierno, así que bien podría llevármelo. —Arqueó una ceja hacia ella. —¿Por qué no vienes conmigo? Entonces podríais vivir felices por siempre.

Ella se burló. —Nadie es feliz en el infierno.

—Te sorprenderías. —Una mirada de disgusto revoloteó sobre su rostro, luego se desvaneció.

Ella lo observó con atención. A la más ligera indicación de que iba a descongelar el tiempo, tendría que actuar con rapidez.

Él levantó la mirada hacia las estrellas y suspiró. —Te están usando, sabes.

—¿Los Vampiros? Acordé ayudarlos.

—No los vampiros. —Darafer señaló arriba al cielo. —El Gran Kahuna3. ¿No crees que es extraño que salvaras a Roman Draganesti de bebé, y ahora es un líder entre los vampiros?

Ella se encogió de hombros. —Desobedecí. Lo sabes. Por eso estamos los dos aquí.

Él resopló. —¿Desobedecer? ¿Realmente crees eso? —Se alejó del camión. —Han jugado contigo, Marielle. Todo el tiempo. Desde el mismo principio.

Ella retrocedió. —Eso no es cierto.

—¿No te enfada? Eres sólo una maldita marioneta, y ellos no tienen el coraje de dejar que lo sepas.

Ella tragó fuerte.

Él caminó hacia ella. —Arrancaron tus alas, te hicieron sufrir, así podrías jugar tu rol en su estúpido juego.

—¡No es un juego!

—Pero podrías engañarlos a todos. —Darafer extendió una mano hacia ella. —Deja de ser su marioneta y ven conmigo.

—Nunca. —No podía ser verdad. Era solo otro truco. —Gloria a Dios en las Alturas, —susurró ella.

—Y en la tierra, guerra, pestilencia, y desesperación a los hombres.

Ella se estremeció. —Detente.

—¿Por qué debería? Todo es parte del gran juego. Bien y mal, ying y yang, tú y yo. Nos necesitamos. —Caminó más cerca. —¿Sabes qué, Marielle? Estoy harto de ser una marioneta, también. — Él trazó un dedo por su mejilla. —Podemos tomar a unas pocas personas de esta roca y comenzar nuestro propio planeta. Sin guerra, ni pestilencia. Podríamos hacerlo perfecto. —Él tocó sus labios. —Sólo di la palabra, y podremos ser dioses.

Ella giró su cabeza. No lo escuches. Son solo mentiras.

Él se inclinó hacia delante para susurrar en su oído. —Ven conmigo.

El miedo se coló en su estómago por las consecuencias de su siguiente palabra. —Vete.

Con el ceño fruncido, él retrocedió. —¿Estás segura? Tu precioso pequeño parásito será atropellado. No es la tradicional estaca a través del corazón, pero aún, dudo

3 era el título que se daba en Hawái a un Sacerdote, Experto, maestro o Consejero

seriamente que pueda sobrevivir teniendo sus sesos y tripas salpicados por todo el…

—¡En el nombre de Jesucristo, vete!

La furia destelló en los ojos verdes de Darafer, luego se volvieron negros. Sus enormes alas negras se desplegaron.

Rápidamente, Marielle dirigió una estrecha explosión de aire hacia Connor. Él voló hacia atrás justo mientras Darafer desaparecía y el tiempo se ponía rápidamente de nuevo en movimiento.

La bocina resonaba mientras el camión zumbaba pasándola. Por unos pocos interminables segundos, todo lo que podía ver era el plateado costado del camión. No podía ver a Connor, no sabía si había sobrevivido.

El camión pasó, pero él no estaba en ninguna parte a la vista. Ella jadeó hacia la barandilla arrugada. En su desesperación por evitar que fuera golpeado, usó demasiada fuerza.

Lo había lanzado sobre el precipicio.

—¡Connor! —Corrió hacia el arcén y miró hacia abajo al negro precipicio.

Dios mío, ¿lo había matado? ¿Cómo podría sobrevivir a semejante caída?

Caminó sobre la barandilla.

—¡Connor! —Caminó hacia la pendiente, colgándose en los arbustos para evitar caerse.

Vio algunas ramas quebradas. Debió golpearlas en su descenso. Las usó como un rastro, esperando que pudieran guiarla a él.

—¿Connor, puedes escucharme? —Se paró a escuchar, pero no oyó nada.

El pánico causó que su corazón corriera y sus manos se sacudieran. Era tan difícil ver en la oscuridad.

Las ramas arañaban sus brazos y abofeteaban su rostro. Unas pocas veces, sus pies se deslizaron bajo ella y cayó sobre su trasero, arrastrándose unos pocos centímetros antes de arreglárselas para agarrar otra rama.

—¡Connor! —Sus pies se deslizaron de nuevo, y gritó mientras una afilada roca la pinchaba en la espada.

¡Si solo tuviera sus alas! Podría volar directo a él y llevarlo a algún lado por ayuda.

Apretó sus dientes y continuó. Sus pies se arrastraron para detenerse en tierra llana.

Había logrado llegar hasta el fondo.

—¿Connor? —Ella entrecerró los ojos, intentando ver. La luna estaba casi llena, pero había muchos árboles obstruyendo la luz.

¿Eso era él? Se apresuró hacia una forma oscura en el suelo, pero sólo era un tronco caído.

Ella giró, respirando pesadamente. —¿Dónde estás?

Escuchó un gemido y corrió hacia el sonido.

Las lágrimas llenaron sus ojos cuando lo vio.

—Gracias a Dios te encontré. —Él estaba recostado en la oscura sombra bajo un árbol. En realidad, se dio cuenta, debió golpear el árbol después de caer lo último de la pendiente.

Se arrodilló a su lado.

—Connor, estoy aquí. —Se estiró hacia él, entonces recordó cuán sucias estaban sus manos, así que se las limpió en sus muslos. —¿Me escuchas? —Lo giró sobre su espalda.

Él gimió. —¿Estás a salvo, muchacha? El camión no...

—Estoy bien. —Una lágrima se deslizó hacia abajo por su mejilla. Cómo podía Connor preocuparse más por su seguridad que la suya propia.

—Bien. —Sus ojos revolotearon cerrados.

—¿Connor? —Su corazón se tambaleó. ¿Había muerto? No, lo habría sentido. Estaba entrando en pánico, temiendo lo peor. Porque lo amaba tanto.

Más lágrimas escaparon. Tenía que ayudarlo de alguna forma. Él salvó su vida, empujándola fuera del camino del camión. Ahora tenía que salvarlo.

¡Si solo tuviera sus alas! Connor estaba inconsciente, así que no podía teletransportarlos. Pero los otros vampiros podían teletransportarlo.

Abrió su bolsa y excavó hasta que encontró su móvil.

—Todo estará bien, Connor. Llamaré a tus amigos, y ellos te llevarán a Romatech y te arreglarán. —El teléfono se iluminó en su mano, y estudió frenéticamente las extrañas imágenes, tratando de descubrir cómo llamar a Roman.

—Qué rápido te estás volviendo humana, —dijo una voz detrás de ella.

Ella se giró, soltando el teléfono y cayendo sobre su trasero. Una luz blanca tembló en la distancia. Blancas alas se retrajeron y desaparecieron, dejando la forma de un alto hombre. Él vestía una larga túnica blanca sobre pantalones blancos, cubierto con una larga túnica blanca con capucha. Empujó la capucha hacia atrás, revelando un apuesto rostro y cabello rubio ondulado.

—¡Bunny! —Se revolvió poniéndose de pie y corrió hacia él.

Él sonrió y la envolvió en sus brazos. Instantáneamente, sintió todas sus raspaduras y moretones desaparecer.

Él la movió hacia atrás, tomándola por los hombros mientras buscaba sus ojos.

—¿Por qué buscaste una solución humana? ¿Por qué no me llamaste?

Ella inclinó su cabeza con vergüenza. —Yo… no pensé en ello. Parece que ha pasado mucho tiempo desde que fui arrancada de ti.

—Siempre he estado cerca. —Frunciendo el ceño, alisó un pulgar sobre su mejilla húmeda. —Parece que cada vez que te reviso, estás llorando.

—Ha sido duro. —Ella miró sobre su hombro hacia Connor. —¿Puedes ayudarlo?

—Déjame ver. —Buniel la acompañó de vuelta y consideró a Connor con curiosidad. —Éste es el hombre que te salvó esa primera noche.

—Sí.

—Y ha estado velando por ti y protegiéndote.

—Sí.

—Y aún con todo el bien que ha hecho por ti, te hace llorar.

Ella limpió sus mejillas. —Estoy enamorada de él.

Buniel inclinó su cabeza, observándola. —¿Debería el amor ser tan doloroso?

—Tendré que dejarlo cuando vuelva al cielo. —Ella hizo una mueca. —Si puedo volver.

Buniel asintió. —He puesto numerosas solicitudes en tu nombre. —Él se puso en cuclillas a un lado de Connor. —Amamos a toda la humanidad a distancia. ¿No es suficiente amar a este hombre de la misma forma?

—Yo… —Ella no quería admitir que quería más. Se arrodilló. —¿Puedes ayudarlo?

—Está gravemente herido. —Bunny puso una mano en la frente de Connor. —Fractura de cráneo, conmoción cerebral, hemorragia interna, costillas rotas, contusiones múltiples. Pero nada que no pueda arreglar. —Él cerró sus ojos y rezó. Un resplandor blanco rodeó su mano. —Ahí, está hecho. —El resplandor desapareció, y él se elevó en sus pies. —Estará dormido por un corto tiempo.

Marielle respiró hondo. —Gloria a Dios en las Alturas.

Buniel sonrió hacia ella. —Y en la tierra, paz, buena voluntad hacia el hombre. —Se sacó su gruesa túnica blanca y la puso sobre Connor. —Esto lo mantendrá caliente hasta que despierte.

Ella se puso de pie. —Gracias.

—¿Qué sucede? —Preguntó una voz masculina bruscamente.

Ella se giró para ver a Zackriel dirigiéndose hacia ellos.

—Marielle. Me alegro de verte sobreviviendo como humana. —Él asintió hacia Buniel. —Podrían usarte en el accidente de coches.

—Estaré ahí en breve, —replicó Buniel.

Zack lo consideró con recelo. —Dos de mis Deliverer estaban trabajando en el accidente cuando informaron sobre una anomalía en el tiempo. ¿Fuiste tú?

—No. —Buniel señaló hacia Connor. —Estaba curando a este hombre.

Zack bajó la mirada hacia Connor y se burló. —Eso no es un hombre. Es un Tramposo. ¿Por qué sanarías a un Tramposo?

—Yo se lo pedí, —dijo Marielle en voz baja.

Zack le dio una mirada curiosa. —¿Mantienes compañía con Tramposos ahora?

—Él es uno de los vampiros buenos, —explicó ella. —Lo ayudaré a él y a sus amigos a derrotar a Casimir y a su pandilla malvada de Malcontents.

—Suena peligroso, —murmuró Buniel.

—Merecerá la pena si podemos deshacernos de los vampiros malos y hacer del mundo un lugar más seguro para los humanos, —continuó. —Y tal vez… pueda ser perdonada.

—Ah. —Asintió Zack. —La agenda escondida. Quieres volver al cielo.

—Ella necesita volver, —insistió Buniel. —El mundo humano es demasiado peligroso para ella.

—¿Y la anomalía del tiempo? —Le preguntó Zack—. ¿Qué sabes sobre eso?

—Fue causada por Darafer, —dijo ella en voz baja.

Buniel se tensó. —¿El demonio? ¿Qué quiere de ti?

Ella suspiró. —Me considera un ángel caído.

—Tal vez lo eres, —susurró Zack

Buniel levantó una mano hacia Zackriel, sus ojos un furioso resplandor azul. —Ella no lo es.

Zackriel retrocedió, pasmado. —¿Me estás amenazando, Sanador?

—Bunny, por favor. —Ella lo tocó. —Estoy bien. Darafer trata de engañarme para que vaya con él al infierno, pero siempre lo mando lejos. —Se giró hacia Zackriel. —Sé que no crees en mí, pero me probaré a mí misma que soy digna.

Zack le dio una mirada preocupada, entonces frunció el ceño hacia Connor. —Vigila tu cuello. —Él desapareció.

Buniel sonrió hacia ella y la atrajo en un abrazo. —Sé fuerte, Marielle. Sé cuidadosa.

—Tú sé cuidadoso. —Ella le devolvió el abrazo. —No quiero que te metas en problemas por ayudarme.

Con una risa entre dientes, él retrocedió. —Puedo cuidar de mí mismo. —Miró hacia Connor, entonces de nuevo hacia ella. —Tienes un buen corazón. Si lo sigues, no te arrepentirás. —Sus alas se desplegaron, y desapareció.

—Adiós,—susurró ella, extrañándolo de inmediato. Extrañando sus propias alas.

Se apresuró de vuelta hacia Connor y se arrodilló a su lado.

—¿Cómo estás? —Ella puso su mano en su pecho y lo sintió moverse lenta y firmemente mientras respiraba.

Metió la gruesa túnica blanca de Bunny bajo sus hombros.

—No queremos que cojas frío.

Apartó su cabello de su frente.

—Fractura de cráneo y conmoción cerebral. Supongo que tu cabeza no es tan gruesa como pensaba.

Ella tocó su mejilla.

—Sólo diré esto mientras estás dormido, así no complicará las cosas. Te amo, Connor Buchanan.

Su boca se curvó hacia arriba.

Ella retrocedió sentándose con un jadeo.

—Estás despierto.

Sus ojos revolotearon abiertos.

—Ahora, ¿por qué querrías desperdiciar tales palabras en un hombre dormido?

- 18 - Ella lo amaba.

El corazón de Connor palpitó con alegría. No era una sensación que sentía muy a menudo en sus cuatrocientos noventa y nueve años de existencia, por lo que llegó junto con el miedo. Con temor de que no iba a durar. No podía durar. Ella eventualmente volvería al cielo, donde pertenecía. Pero por ahora, saborearía el momento.

Ella lo amaba.

Él sonrió, recordando la noche en que había entrado en el parque y montado en el carrusel. Él le había comprado su helado y consiguió ver como se lo comía. Tenía que dejar de distanciarse de ella. En su lugar, debía crear los recuerdos más hermosos que pudiera acariciar después de que se hubiese ido.

Ella lo amaba.

Él se rió entre dientes. Marielle parecía muy avergonzada. Debería estar avergonzada. Un hermoso ángel como ella enamorada de un hijo de puta muerto insensible y viejo como él. ¿Cómo podía ser tan afortunado? Mejor no lo discutía, y sólo disfrutaba del momento. Allí estaba él, tumbado debajo de un árbol con…

Su sonrisa se desvaneció. ¿Dónde demonios estaba? Se esforzó por recordar, pero sus pensamientos estaban borrosos. Un recuerdo pasó por su mente. Un claxon y luces brillantes.

—¡El camión!— Él se sentó y se estremeció ante el dolor en sus costillas.

—Ten cuidado.— Ella le tocó el hombro. —Puedes sentir un poco de dolor.

—¿Dolor de qué?— Él la revisó. —¿No fuiste golpeada?

—No, tú me salvaste. Y sé que debería estar agradecida, pero realmente, Connor, me da rabia. Te quedaste parado en la trayectoria del camión. Tienes que ser más cuidadoso. Me habría muerto si hubieras sido atropellado.

Su boca se torció. —¿Por qué me amas?

—Lo digo en serio. No te atrevas a ponerte en peligro de nuevo.

—¿Cómo llegué aquí?— Él tocó el manto blanco y espeso que había en su regazo. —¿Y de dónde salió esto?

—Bunny te lo dio.

Sus ojos se abrieron con horror fingido mientras examinaba la longitud de la túnica. —Es un conejo malditamente grande.

Ella se echó a reír. —Es de Buniel. Mi amigo, el Sanador.

—Me di cuenta de eso.— Su mandíbula se tensó mientras la imaginaba con su angelical novio perfecto. —¿Por qué estaba aquí? ¿Y por qué se quitó la ropa?

—Él te sanó. —Ella le lanzó una mirada irónica. —Le puedes dar las gracias más tarde. Tuviste una fractura de cráneo, una conmoción cerebral, fractura de costillas, contusiones múltiples…

—¿Me lastimé?— Él se frotó la caja torácica. En vez de asombrado se veía sensible. —¿Fui golpeado por el camión?

—No. Me las arreglé para sacarte con una ráfaga de aire.

—Ay, eso es bueno. Gracias. — Sonrió. —El trabajo duro y la práctica dio sus frutos.

—Supongo.— Ella agachó la cabeza, se veía avergonzada.

Él tocó su cabeza. Había sangre seca en su pelo. ¿Fractura de cráneo? No es de extrañar que no pudiera recordar mucho. —¿Cómo me lesioné, entonces?

—Tú... eh...— Ella señaló una pendiente rocosa. —El camino está ahí arriba. Tú... caíste aquí abajo.

—¿Me caí por un mortífero acantilado?— ¿Cómo podía haber sido tan torpe? ¿Por qué no simplemente se teletransportó a la seguridad?

—Yo... fue mi culpa.—Ella bajó la cabeza. —Puede que haya utilizado un poco de fuerza excesiva con la ráfaga de aire.

—¿Me lanzaste por un acantilado?— Gritó.

Ella hizo una mueca. —No es realmente un acantilado. Es más una... pendiente.

Él resopló. —¿Es así como tratas el hombre que amas?

—Bueno, sí. —Ella levantó la barbilla. —Estaba desesperada por salvarte. Y cuando

Darafer te congeló….

—¿Qué?— Connor saltó a sus pies. —¿Darafer estaba aquí?

—Allá arriba. —Ella se ubicó y señaló a la carretera. —El congeló el tiempo. Él te congeló justo en frente del camión.

Connor negó con la cabeza. Esto era muy extraño. —¿Él congeló el tiempo?

—Sí. Darafer congeló todo, excepto a sí mismo y... a mí.— El corazón de Connor se desplomó. Ella había estado en un terrible peligro, y él, había estado completamente indefenso. —Yo…— Él se tambaleó hacia atrás, chocando contra el árbol.

—Ten cuidado.— Ella lo agarró del brazo. —Puede ser que estés un poco aturdido por la conmoción

—No.— Él se movió a un lado, rompió su agarre. Maldición. La ira hervía dentro de él. Ella estaba tratando de cuidar de él, tratando de protegerlo.

¡Ese era su trabajo! Se suponía que la protegería. Y él le había fallado. Al igual que no pudo proteger a su esposa y su hijo.

—¿Cómo puedes amarme? ¡Fui un inútil!

Ella se puso rígida por la sorpresa. —No digas eso.

Él se alejó. —Todo este tiempo, he estado esperando que ese hijo de puta se presentara. Y cuando lo hizo, no hice nada.

—No es tu culpa. Él tiene poderes que están más allá de nosotros.

Connor se precipitó hacia ella y la agarró por los hombros. —¿Te duele? Si ese hijo de puta te ha hecho daño, encontraré la manera de ir al infierno y…

—¡No digas eso!— Ella presionó su mano sobre su boca. —No vuelvas a tratar de luchar contra él. Por favor.

Connor le tomó la mano en la suya. —¿Qué bueno puedo ser para ti si no puedo protegerte?

—Tú me protegiste. Tú me salvaste del camión. Me salvaste la primera noche.

La besó en la palma de la mano. —Se me rompería el corazón si no pudiera protegerte del demonio.

—Estoy bien. Darafer no puede llevarme al infierno a menos que esté de acuerdo, y

nunca volveré a estar de acuerdo.— Apoyó sus manos en sus mejillas. —Nunca me has fallado. Has sido una bendición para mí desde el momento en que me encontraste.

—Ay, muchacha.— Él envolvió sus brazos alrededor de ella con fuerza. Hizo que le dolieran las costillas, pero no podía quejarse. Él la tendría sólo por un corto tiempo.

—¿Nos vamos a casa?— Preguntó.

—Sí.— Ella tomó la túnica blanca de la tierra y la sacudió. —Tuvimos suerte de que Bunny se presentara. — Ella levantó el teléfono de Connor de la tierra, y al instante se iluminó. —Yo iba a llamar a tus amigos en busca de ayuda, pero no sabía cómo.

—Más adelante te lo mostraré.— Dejó caer el teléfono en su bolsa y la puso nuevamente entre sus brazos. —Vámonos.

***

Connor dejó caer su falda rota y desgarrada en el suelo del baño. Estaba más allá de la reparación. La camiseta que había usado estaba desmenuzada, también. Examinó su bolsa de cuero. Rasgada un poco, pero aún servía. Echó un vistazo rápido sobre su cuerpo. Aparte de un poco de dolor, parecía intacto.

El novio angelical de Marielle le había remendado bien. No sabía si estar agradecido o enfadado. Sólo de saber que había estado inconsciente y congelado mientras los demonios le habían hecho una visita a los ángeles, era demasiado.

Se metió en la ducha y se enjabonó su ensangrentado pelo. Se decidió por estar molesto. Sí, eso le sentaba bien. Él era un vampiro, maldita sea. Un ser sobrenatural con su propio increíble conjunto de poderes. Había sido capaz de controlar las mentes mortales durante siglos. Había sido capaz de derrotar a cualquier mortal o Malcontent en la batalla. Era el perro superior. Estaba en la parte superior de la cadena alimentaria.

Ya no era así. ¿Podía ser congelado y estar indefenso? ¡Infierno sangriento! ¿Cómo podía derrotar a un enemigo que lo podía controlar? ¿Cómo podría Marielle confiar en él? Se puso de pie bajo la ducha, dejando caer el agua caliente en la cabeza. Ese era el verdadero problema. Tenía miedo por ella.

Él había fallado antes, y había perdido a su esposa y su hijo. Y entonces, había perdido su alma. Se había convertido en un hijo de puta insensible, que se alimentaba de otros para mantenerse vivo.

Pero ella todavía te ama.

Cerró los ojos y dejó correr el agua por su cara.

Su ángel lo amaba. Ella lo había llamado una bendición.

Con un suspiro, apagó el agua. Ella estaría con él sólo por un corto tiempo. Se vistió con un par limpio de pantalones de franela y una camiseta que Howard o Phil habían dejado. Estaba en el apartamento de Howard. Él y Phil lo utilizaban para cambiar cuando había luna llena y salían a cazar.

Pero ahora, Phil cambiaba con los otros muchachos hombre lobo en la escuela, y Howard fue a unirse a ellos.

Connor sonrió, imaginando al oso grande cazando con una manada de lobos.

Él se asomó a la habitación para asegurarse de que Marielle no estaba allí a medio vestir. O desnuda. La habitación estaba vacía. Era una lástima.

Cuando habían llegado al apartamento, cubiertos de suciedad y mugre, había insistido en que se duchara primero. Él necesitaba una botella de sangre para recuperar su fuerza. Usualmente se habría duchado en su habitación en el sótano de Romatech, pero no podía dejar sola a Marielle, así que usó la ducha de aquí.

Entró en la habitación principal, mientras se secaba el pelo mojado con una toalla. Vio a Marielle, tumbada en el sofá con la cabeza apoyada en el brazo. A medida que se acercaba, se dio cuenta de que estaba envuelta en la túnica blanca de Buniel. El prendedor del ángel y el sol estaba en sus manos, y lo estaba estudiando, pasando los dedos sobre las cristalinas alas.

Se sentó en el otro extremo del sofá, al lado de sus pies desnudos. —¿Echas de menos el cielo?

—Sí.— Ella se sentó y sacó las piernas para hacerle más espacio. —Ha sido mi hogar desde que fui creada.

Ella tiró de la túnica y la colocó alrededor de su cuello, y luego frotó la barbilla contra el material suave y blanco.

Sin duda, ella había perdido a su novio angelical, también. Él miró su rubio cabello húmedo que se rizaba en las puntas y su hermosa cara recién lavada. —¿Os parecéis todos en el cielo?—Sonrió.

—Mi forma es similar, pero no soy sólida o detallada. Soy más espíritu allí.

—Ah.— Bien. Buniel no podía tocarla o besarla.

—Extraño mis alas.— Ella levantó el prendedor del sol a la luz del techo. —Echo de menos elevarme a través del cielo y la sensación del aire caliente pasar a través de mí. Echo de menos la libertad de ir a cualquier sitio que me plazca.— Con un suspiro, bajó la mano. —Realmente me hicieron falta mis alas cuando resultaste herido, y no podía ir por ayuda.

—Sé cómo es la sensación de impotencia.— Connor arrojó su toalla sobre la mesa de café. —Me siento de la misma manera.

—Tienes un montón de maravillosos poderes.— Marielle lo empujó con un pie descalzo. —Deja de menospreciarte a ti mismo.

Él sonrió. —No puedo volar, pero puedo levitar. ¿Podrías conformarte mientras subes un poquito?— Señaló el aire.

Ella le lanzó una mirada dudosa. —¿Hasta dónde puedes ir?

Se encogió de hombros. —Marte. Venus.—Cuando ella se rió, él sonrió. —¿O la parte superior de la chimenea?

Ella se rió de nuevo, y el sonido era música para su alma.

Se puso de pie y extendió su mano. —Ven.

Ella tomó su mano y lo siguió fuera. La hierba picaba en sus pies descalzos. Se detuvo en el centro del claro. —Lo bueno es que llevas esto.— Él dobló la voluminosa bata blanca a su alrededor. Había visto una par de pijamas así. —Me han dicho que es un poco picante en Marte.

—O para la parte superior de la chimenea.— Ella le sonrió. —Así que ¿cómo funciona esto?

—Tienes que aferrarte a mí.— Él puso sus brazos alrededor de su cuello, y luego agarró su cintura.

Empezó a subir lentamente. Tres pies. Cinco pies. Ella miró hacia abajo. —¿Es esto lo más rápido que puedes ir?

Subió otros diez metros, y ella se rió. Se apretó alrededor de su cuello. —Me gusta. Te lo agradezco. — Él se levantó lentamente otros diez metros. Miró hacia abajo con una mirada especulativa. —Me pregunto ¿qué pasaría si dirijo una ráfaga de aire hacia abajo en la tierra?

Él frunció el ceño. —Eso no sería muy inteligente.

—Oh, vamos.— Estiró una mano y ¡bum! Despegó como un cohete, hacia arriba al cielo.

—¡Infierno sangriento!— Él la apretó.

Ella lanzó un grito de risa. —¡Sí! Esto es lo que me gusta. ¿No te gusta?— Ella extendió sus brazos y arqueó la espalda con el rostro hacia las estrellas.

—¡No!— Él luchó para mantenerla agarrada. Redujo la velocidad, flotando en el aire. A Connor el corazón le latía con fuerza y miró hacia abajo. Santo Dios Todopoderoso, tenía que estar a un kilómetro por encima de la Tierra.

—¿No fue divertido?— Ella envolvió sus brazos alrededor de su cuello.

—Tenía miedo de que te cayeras.

Trazó la línea de su mandíbula con un dedo. —¿Realmente te preocupas tanto por mí?

—Sí.

—Eres un hombre dulce.— Ella le besó la mejilla. —Nunca nadie se preocupó por mí. Confío en ti.— La ingle se le apretó. Genial. Consiguió ponerse duro a una milla de distancia en el aire. Y tan ferozmente como la sostenía, iba a estar seguro que lo notaría.

—Quiero probar algo.— Ella estiró la mano hacia un lado y soltó una pequeña ráfaga. Volaron en la dirección opuesta. Ella lo repitió una pocas veces más, riéndose cada vez. Al poco tiempo, Connor se estaba riendo de ella. Ella tenía razón, lo hizo disfrutar del viento contra su cara y la copa de centelleantes estrellas a su alrededor.

Ella lo abrazó fuerte. —Muchas gracias, Connor. Tenía miedo. Nunca pensé que volaría de nuevo.—

Él frotó su barbilla contra su cabeza. —Esto se llevó los poderes de ambos.

Ella se echó hacia atrás y le sonrió. —Hacemos un buen equipo.— Ahora que ya no estaban volando y riendo, se dio cuenta una vez más de la fuerza con que la sostenía. Su cuerpo estaba moldeado contra el suyo, y flotaba en el aire, rodeada de estrellas.

Debajo de ellos, estaba el mundo, con árboles y exuberantes praderas verdes. Un pájaro voló, alrededor de ellos, después, graznó y se alejó apresuradamente. Los dos se rieron.

—Gracias por esto.— Él besó su frente. —Siempre lo recordaré.

—También yo.—Estudió su hermoso rostro.

—Quiero tocarte, pero no me atrevo a dejarte caer.— Se inclinó hacia delante y frotó la nariz contra la suya.

—¿Cómo es eso?— Fue suficiente para que la ingle creciera aún más. Y su visión se pusiera de color rojo.

Él la besó en la mejilla. —¿Realmente me amas?

—Sí. ¿Cómo…?— Ella parpadeó con una mirada de asombro.—Tus ojos están brillando.

—Sí. Deben tener un aspecto rosado como una rosa.— Su mirada se centró en sus labios rojos, ahora tan rojos. —Quiero besarte.

Sus ojos se abrieron, pero ella no se negó. Se acercó, con sus labios entreabiertos. Cuando tocó su boca, ella se derritió contra él. Estaba perdido. Y se desplomó cerca de media milla. Ella chilló, para agarrarse a sus hombros. Recuperó el control, y se detuvieron, situándose una vez más.

Ella tomó una respiración profunda. —¡Dios mío! ¿Qué fue eso? — Le dio un vuelco el corazón, le palpitaba en sus oídos.

—Lo siento. Perdí mi concentración y se me olvidó que estaba levitando.

Miró hacia el suelo. —Quizás deberíamos ir abajo. Poco a poco. Hacer un aterrizaje suave.

—¿En lugar de un accidente? Suena bien para mí. — Ella se echó a reír. —Tus ojos no están brillantes y de color rojo ahora.

—Sí. El terror suele hacerle eso a un hombre.

Ella sonrió. —Ha sido un paseo salvaje. Gracias.

—¿Te gustó?— Él los hizo descender lentamente. Podía pensar en otros paseos salvajes que podría disfrutar.

—¿Dónde estamos exactamente?

—No importa. Siempre nos puedo teletransportar de nuevo al apartamento.— Ellos aterrizaron en medio de un verde pasto, rodeado de montañas boscosas. El pasto era suave y fresco bajo sus pies.

Ella lo soltó y se acercó a través de la pradera. —¡Qué hermoso lugar! ¿Nos quedamos por un rato?

Ella se dio la vuelta. Su pelo era salvaje y arrastrado sobre sus mejillas de color rosa por los vientos terrestres.

Caminó hacia ella. —Si pierdo mi concentración ahora, caeremos en picado a nuestra muerte.

Ella sonrió lentamente. —¿En qué deseas concentrarte?

La colocó entre sus brazos. —Me gustaría darte placer.

- 19 - —Tú me gustas.— Marielle apoyó las manos en su pecho. —No me he reído tanto en mucho tiempo.

—Cariño, me encanta escucharte reír.— Él le quitó el pelo de su frente. —Pero tengo la esperanza de escucharte suspirar y gemir.

—Oh.— Sus ojos se volvieron de color rojo otra vez. Brynley tenía razón sobre su Regla de los Tres Pasos. —¿No creo que te refieras al chocolate?

—No. — Él pasó los dedos por su mejilla hasta el cuello. —Quiero darte placer como a una mujer.

Ella respiró fuerte y trató de ignorar el aleteo de su corazón. —No estoy segura de que pueda darte lo que quieres.

La besó en la frente. —Lo que quiero es sentir que te estremeces en mis brazos. — La besó en la mejilla. —Quiero escucharte gemir y gritar.

—¿Gritar?— Ella inclinó la cabeza mientras él acariciaba su cuello. Gemir, ella podía entenderlo. Y estremecerse. Estaba a punto de hacer todo eso en este momento.

¿Pero gritar? —¿Por qué gritaría? ¿Duele?

—No, no voy a hacerte daño. — Le pasó la lengua por su cuello, y ella se estremeció.

—Connor, no puedo convertirme en uno contigo.

—Lo sé. — Él le hizo cosquillas al oído. —No quiero tomar nada de ti. Quiero sólo darte. —Él mordisqueó su oreja.

—¡Oh!— Su corazón se sacudió. Tenía los dientes afilados. Pero cuando chupó su lóbulo de la oreja en su boca, ella gimió. Sus piernas temblaban y tenía un extraño y abrumador deseo de acostarse.

—¿Puedo tocarte? ¿Y darte un beso?

—Sí. — Ella agarró sus hombros. —Pero no estoy segura. Me siento tan... débil.

—¿Débil?— Él le dio una mirada de preocupación, y sus ojos se volvieron azules. —¿Estás bien?

—No estoy segura. Me sentí débil de repente, y mis rodillas están muy inestables.

—Ah. — Sus ojos brillaron. —Tal vez debas acostarte.

Ella le lanzó una mirada sospechosa. —Sé lo que quieres. Quieres llevarme de nuevo al apartamento y meterte en la cama conmigo. Después, llegan las mujeres y nos encuentran allí, y eso sería muy embarazoso. Y cuando caigas en tu sueño mortal, ellas harán un alboroto por mí. Me querrán alejar de ti.

—No. No quiero meterte en la cama.

Su corazón tartamudeó. —¿No quieres?— ¡Dios mío, era aún más agravante!

Él se rió entre dientes. —Pareces muy molesta conmigo. Quiero acostarme contigo aquí.

—¿Aquí? — Ella miró alrededor.

—Sí, bajo las estrellas. — Él le quitó la bata y la extendió sobre la hierba. Se sentó en una orilla y dio unas palmaditas en el centro. —¿Decías que tus piernas se sentían débiles?

—No, sólo parece ocurrir cuando me besas.

Sin la bata, sintió un poco frío, por lo que cruzó sus brazos.

—Tienes frío. Tengo razón.

—No, no tengo frío.

Su mirada se centró en sus pechos. Miró hacia abajo e hizo una mueca por la forma en que sus pezones se asomaban. Cuando volvió a mirar a Connor, sus ojos estaban de color rojo y brillantes. —¿Otra vez?— Su boca se estremeció.

—Es un problema recurrente.

Ella resopló. —Brynley definitivamente tenía razón.

—No. Ella pensaba que me podría alejar, pero estoy aquí. Esperando.

—¿Esperando?

Él arqueó una ceja ante ella, entonces se le acercó, agarró sus pantalones de pijama, y le dio un tirón.

Ella abrió la boca cuando su pijama estuvo en los tobillos, dejándola vestida sólo con una camiseta y la provocativa ropa interior negra.

—Connor...

Él la agarró por la cintura y le arrancó la túnica.

Ella gritó y lo pateó. —¿Qué estás haciendo?— Él le agarró el muslo para evitar sus patadas, después, se inclinó sobre ella. —Te pregunté si podía tocarte y besarte, y estuviste de acuerdo. ¿Has cambiado de idea?

—No. — Su corazón tronó en los oídos. —Vas muy rápido.

—Cariño, no cuento el tiempo en milenios como tú. Me gustaría empezar. En este siglo.

—No estaba tomando tanto tiempo. — Le cortó la respiración cuando dejó besos como plumas en su rostro. —Estoy un poco nerviosa, sólo eso. — Ella gimió cuando él acarició su cuello. —Y me sorprendiste cuando tiraste de mis pantalones hacia abajo.

Levantó la cabeza. —Correcto.— Le dio un beso rápido en los labios. —Gracias por recordármelo.

—¿Eh?— Ella parpadeó cuando de repente se movió hacia sus pies.

Él sonrió. —Tus uñas de los pies son de color rosa. — Besó su gran dedo del pie.

—Podrías haber tenido los dedos de los pies de color rosa, también,— le recordó.

Él le dirigió una mirada de advertencia, pero ella sólo sonrió. —Creo que te ves muy guapa con tu color rosa en los dedos de los pies. — Él mordió un dedo del pie. Ella gritó y trató de quitar su pie, pero él la agarró por el tobillo y no la soltó. Levantó la pierna y le dio besos hasta la pantorrilla. Su corazón se aceleró, y su estómago revoloteó.

—Así que las rodillas te están dando problemas, ¿verdad?— Él levantó la pierna más arriba y le besó la piel suave en la parte posterior al lado de su rodilla.

Ella se estremeció. —Eso hace cosquillas. — Era más que cosquillas. Estaba enviando estremecimientos de sensaciones más necesitadas por la pierna. Tenía la imperiosa necesidad de apretar los muslos, pero no podía, cuando tenía una de sus piernas en el aire.

Él le hacía cosquillas en la parte posterior de la rodilla con su lengua mientras su mano rozaba su muslo, cada vez más cerca de su núcleo.

Ella gimió. Nunca se había sentido tan vulnerable. O tan desesperada.

Bajó su pierna, luego tiró de ella a una posición sentada. —Levanta los brazos. — Empezó hacerlo, se quedó boquiabierta cuando le quitó la camiseta y la empujó fuera de la espalda.

Ella abrió la boca otra vez cuando le arrancó las bragas y las tiró a un lado. —¡Dios mío! ¿No estás siendo un poco... brusco?

—¿Crees que me estoy moviendo demasiado rápido?— Él se instaló a su lado con una mano apoyada en su barriga.

Su mirada vagó sobre su cuerpo. —Te he visto desnuda.

—Eso fue diferente. Estaba inconsciente la mayor parte del tiempo. — Y no tan intensamente consciente de eso. Sólo por la forma en que él la miraba la hacía temblar.

—Eres muy hermosa,— murmuró.

—Gracias. — ¡Dios mío! La estaba realmente mirando. Sus mejillas se calentaron. —Sólo necesito un momento para ajustarme.

—Ah. — Levantó la mirada hacia su pecho. —He visto tus pechos antes. Los he tocado. —

Ella luchó para respirar. —Lo sé.

Se acercó más, estudiándola. —Tus pezones están duros, a punto para chuparlos. — Él se movió hacia atrás. —Pero te daré más tiempo para adaptarte.

Su boca se abrió. ¿Él quería chupar sus pezones? Una nueva oleada de sensación barrió su cuerpo y chisporroteó en su núcleo. La humedad se combinó allí. Esta vez apretó sus muslos.

Sus fosas nasales, y sus dedos se apretaron. —Muchacha, si te ajustas más, vas a culminar sin mí.

Levantó la mano para envolver sus manos alrededor de su cuello. — Entonces hazlo. Por favor.

Él sonrió. — Es un placer.

Él la besó lenta y concienzudamente, mordisqueando sus labios y girando su lengua dentro de su boca. Ella respondió rápidamente hundiéndose en un mundo de sensaciones donde cada toque la hacía estremecerse, y encenderse chispeando.

La besó en el cuello y cada vez que su lengua lamió la piel, sintió una vibración en su núcleo. Se hizo desesperada, le daba ganas de retorcerse y presionarse a sí misma en su contra.

Ella le tiró de la camiseta. — Déjame tocarte.

Él se sacó la camisa, luego se inclinó para besar sus pechos. Pasó las manos por el pelo y lo largo de sus hombros desnudos. Cuando él tomó un pezón en su boca, ella gimió y hundió los dedos en su espalda.

Oh sí, había hablado en serio sobre la succión. Más humedad se combinó entre sus piernas, y se retorció.

Se apartó de sus pechos y se alzó.

—¿Te pasa algo?

—Quiero ver tu cara cuando te toco.

—Estas tocando... — Ella se detuvo cuando se dio cuenta sobre lo que quería decir. Su mano bajó por su vientre plano hacia la paja de rizos. Se quedó sin aliento.

Poco a poco la masajeó. — ¿Abrirías las piernas para mí? — Ella lo hizo, y él sonrió. — Ay, ahora hay una vista gloriosa. — Ella se sacudió la primera vez que sintió que sus dedos tocaban su centro. Se llevó una mano al pecho.

—Creo que mi corazón va a explotar.

Él levantó la mano. —¿Necesitas un momento para ajustarte?

—¡No te atrevas!

Con una sonrisa, él volvió a poner la mano sobre ella.

Ella hizo una mueca. — Lo siento. No sé lo que me pasa. — Ella gimió cuando sus dedos trazaron los pliegues. —Estoy llegando a ser muy... ambiciosa.

—¿Quieres más?

—¡Sí!

Movió un dedo sobre un punto muy sensible, y ella gritó.

Él sonrió. —Esto también te puede gustar. — Insertó un dedo dentro de ella.

—¡Oh! Oh, sí. — Ella se retorcía, apretándose contra él. Zumbando por la sensación al deslizarse a través de ella. Sus ojos cerrándose.

—Estás muy apretada. Y mojada. — Insertó otro dedo. Cuando los movió, algo se rompió, se perdió dentro de ella. Se elevó más y más alto.

—Connor, yo... yo...

Él movió los dedos otra vez, mientras el pulgar frotaba el punto sensible.

Ella gritó. Durante un segundo, pensó que el mundo había llegado a su fin, y las estrellas en el cielo estallaban. Pero entonces abrió los ojos, y las estrellas aún estaban allí. Y aún estaba viva, su cuerpo palpitando con espasmos increíbles.

—¿Qu’est—ce que tu as fait? 4— Jadeó ella.

Connor se acercó, sonriendo. —Hablas francés.

—Oh. Lo siento5. — Se frotó la cabeza. ¿Español? —Creo que explotó un fusible.

Él se rió y la tomó en su los brazos. — Te amo. Te quiero mucho.

—¿Lo haces? — Le sujetó tensamente. — Oh, Connor. Yo también te amo.

Él rodó sobre su espalda, llevándola con él. —Muchacha. — Le alborotó el pelo y la besó en la parte superior de su cabeza.

Se extendió a través de su pecho, apoyando la cabeza sobre su corazón para escuchar su fuerte latido. Ella cerró los ojos. Una visión cruzó por su mente. Una mujer de pelo oscuro, la celebración de un bebé recién nacido. Eran hermosas. Alejó el pensamiento y situó la mejilla contra el cabello suave del pecho de Connor.

Si tan solo este momento pudiera durar para siempre.

Sus ojos se abrieron de golpe. ¿Era eso lo que realmente quería?

—Je t'aime6, — susurró Connor.

Ella levantó la cabeza. — ¿Hablas francés?

Él asintió con la cabeza. — Y gaélico. ¿Y tú?

—Puedo hablar con cualquier ser humano en la Tierra.

Sus ojos se abrieron, entonces miró hacia otro lado. — Supongo que estoy siendo codicioso al quererte solo para mí.

4 ¿Qué hiciste?

5 Original español

6 Te amo

Ella sonrió y pasó un dedo por la mandíbula. —Haces que me sienta muy ambiciosa, también. — Besó su dedo.

—¿Tienes ganas de gritar de nuevo?

Sus mejillas se calentaron. Ella realmente había gritado. — Fue mucho más intenso de lo que había esperado.

—Apenas empezamos. No llegué a saborearte o hacer que te vinieras. — Ella parpadeó. ¿Se refería a sexo oral? — ¿Quieres hacerme una mamada?

Él se echó a reír, y luego hizo una mueca. — Au.

—¿Qué pasa?

—Nada.

Se sentó con un jadeo. — No debería haberme apoyado de esa manera. Las costillas aún podrían estar doloridas.

—Mis costillas están muy bien.

—¿Está seguro? —Acarició con las manos su pecho desnudo. —Eres tan musculoso y fuerte. —Ella siguió el estrecho sendero de pelo a su ombligo. —Creo que eres hermoso.

—Muchacha... — Apretó los dientes.

Ella dio un salto. —Connor, hay algo que se mueve en los pantalones.

—No es lo que tienes en mente. Muchacha, ¡no!

Ella se inclinó sobre él para empujar la cintura de sus pantalones de franela. Su erección salió como un globo, asustándola.

—¡Oh! —Ella miró a través de sus muslos. —Oh Dios. Buen cielo.

Él gimió y pasó las manos por su cara. —No necesitas mirarme con horror. No te haré daño.

—Es... realmente grande.

Él soltó un bufido. — Viene en paz.

Ella se rió, y luego la empujó con un dedo. Se estremeció, y él soltó el aliento entre dientes.

Se incorporó, sorprendida por la fuerte reacción que había causado. Estudió su erección con curiosidad. ¿Podría hacerle gritar como lo hacia él?

—No me toques de nuevo, —murmuró. —Estoy a punto de estallar.

¿Explotar? Eso sonaba interesante. —¿Sabes cuál es el problema conmigo, Connor? No sigo las órdenes muy bien. —Enroscó su mano alrededor de él y besó su punta.

—Santo...— Apretó los dientes con un ruido ahogado.

Ella no estaba muy segura de qué hacer, pero recordaba lo mucho que disfrutaba él haciéndole cosquillas a sus pechos con su lengua y succionándolas. Así que pasó la lengua por la larga longitud, entonces lo llevó a su boca.

Pensó que estaba haciendo algo bien porque gemía y le agarraba el pelo.

—¡Basta! —Él la tiró sobre la bata y se encajó entre sus piernas.

La besó con fuerza, frotándose contra ella. La fricción encendió su piel sensible.

Ella envolvió sus piernas a su alrededor y clavó las manos en su espalda.

La humedad aumentó, y su movimiento se hizo profundo. Un dolor latía muy dentro de ella, un dolor vacío que pedía ser llenado.

—Connor. — Ella lo quería dentro de ella.

Y los dos serán uno solo.

Él dejó escapar un grito ronco, entonces se estremeció cuando encontró su liberación. Él colapsó junto a ella, abrazándola con fuerza.

Ella lo abrazó, sus brazos y piernas aún envueltos alrededor suyo. Oh Dios, no había sabido que este tipo de amor podría ser tan poderoso. Había estado tan cerca de rogarle que la tomara.

Apoyó la cabeza contra su pecho, escuchando los golpes salvajes de su corazón. La visión volvió. La mujer de pelo oscuro, con un bebé. Un bebé de Connor, se dio cuenta con una sacudida. Estaba viendo dentro de su negro pozo de remordimientos. Sus defensas habían caído.

Fionnula. Ese era el nombre de la mujer. Había mucho amor y tristeza rodeándola. ¿Por qué una mujer que amaba estaba en el centro de su remordimiento?

Ella se sentó. —¿Connor?

Él gimió, con los ojos cerrados. —Dame un minuto.

—¿No me dijiste que tenías una esposa?

- 20 -

Connor se estremeció, sus ojos desorbitadamente abiertos. —¿Qué?

—Tienes una es…

—¡No! —Él se sentó. Santo Dios Todopoderoso, puede ser que también le hubiesen golpeado en el estómago. —No estoy casado.

—Y tienes una hija.

Su corazón se aceleró. No podía negar que tenía una hija. Ella había vivido sólo unas pocas horas, pero por toda la eternidad, ella sería su hermosa hija. Él tragó saliva. ¿Podría ver Marielle a su difunta esposa de la misma manera?

—Yo... no tengo mujer. —Se agarró los pantalones de franela y maldijo en silencio mientras se esforzaba por meter sus pies en los agujeros adecuados. Sus malditas manos estaban temblando.

—Tenías una.

Echó un vistazo a Marielle. No parecía disgustada. ¿Cómo podía estar tan condenadamente tranquila cuando lo sorprendió? Más que sorprenderlo. Le golpeó con un golpe bajo. Y ahora que pensaba en ello, estaba malditamente enfadado.

—Mientras estaba haciendo el amor contigo, ¿estabas espiándome?

—No. —Frunció el ceño y se abrazó las rodillas. —Si debes saberlo, hacer el amor fue muy intenso, casi no podía pensar en nada. Sólo tuve unos pocos pensamientos fugaces sobre lo bonito que se sentía y lo maravilloso que eres. Y cuánto te amo.

Su corazón se llenó de nostalgia. Iba a matarlo cuando se fuera. —Me siento de la misma manera.

Sus ojos se suavizaron con una mirada tierna. —Sé que estabas enormemente afectado. Lo que hizo que la enorme fortaleza que esta alrededor de tu corazón se cayera. Así que cuando te estaba abrazando ahora, las vi, a tu esposa y a tu hija. —Terminó poniéndose los pantalones.

—Yo no quiero hablar sobre ello.

—Pensé que eran hermosas. Y pude sentir lo mucho que las amabas.

—Ellas murieron hace siglos. No tiene sentido en…

—Creo que lo tiene. Debido a que por alguna razón, están en el centro de tu dolor y remordimiento. Lo que sucedió…

—No, no voy a hablar de ello. —Maldita sea, lamentó la mirada de dolor en su rostro. —Lo siento, Marielle. Pero no voy a confesar nada.

Sus ojos se estrecharon. —¿Crees que el Padre Celestial no lo sabe?

—Por supuesto que lo sabe. Es por eso que estoy en la lista del infierno.

Ella hizo una mueca. —Hombre testarudo. Esa lista no está escrita en piedra. Se puede cambiar.

—Soy una causa perdida. Pero no me arrepiento. Todavía te ayudaré a volver al cielo.

Ella soltó un bufido.— ¿Crees que sólo me preocupo por mí misma? ¿Qué tipo de ángel sería?

¿Y qué clase de hombre era él que cometió esos terribles crímenes? No podía hablar con ella. No podía soportar perder su amor. Era la única luz en la oscuridad donde estaba.

—Debemos regresar. —Él agarró la camiseta, entonces se dio cuenta del lío que había hecho con Marielle. —Ay, muchacha. —Él usó su camiseta para limpiar su vientre y sus muslos. —No dejes que esto te preocupe. Todo mi esperma está muerto.

Ella se puso rígida. —¿Podría tener un hijo?

—No. No conmi…

—Pero tengo las partes del cuerpo adecuadas para ello. —Puso una mano sobre su vientre, y sus ojos se abrieron con asombro. —Yo podría dar a luz un ser humano viviente.

Él tragó saliva. —Pensé que ibas a regresar al cielo.

Ella parpadeó. —Oh. Sí, lo voy a hacer. —Ella llegó por su camiseta. —Estaba sorprendida por un momento. No me había dado cuenta... —Ella se puso la camiseta.

—Vamos a tener que ducharnos de nuevo cuando volvamos. —Él encontró su ropa interior y pantalones de pijama y se las entregó a ella. —Las mujeres tienen un

sentido agudo del olfato. Sé que las mujeres Vampiras lo tienen. Supongo que las cambia formas, también. —Se puso la ropa.

—¿Así que ellas sabrán lo que hicimos?

—Sí. Después de llegar, tengo que ir a Romatech y ver a Angus. Creo que estamos listos para hacer frente a los Malcontents.

—Quiero ir contigo. —Cuando empezó a oponerse, le tocó el hombro. —Estaré allí en la batalla. Tengo derecho a saber cuáles son los planes.

—Muy bien. —Se levantó y tiró de ella para ponerla de pie. Ella colocó sus manos en sus mejillas. —Muchas gracias, Connor. Siempre atesoraré el recuerdo. De cómo me hiciste el amor bajo las estrellas.

Envolvió sus brazos alrededor de ella en un abrazo tenso. —Lo voy a recordar, también.

—Me gustaría que confiaras en mí con todo el dolor que has estado escondiendo.

Suspiró. Él debería haber sabido que no iba a renunciar a eso. Ella era una sanadora del corazón. Por desgracia, no había nada que pudiera hacer para lavar sus pecados. Ya no había nada que pudiera hacer.

***

Una hora más tarde, Marielle estaba sentada en un rincón de la oficina de seguridad MacKay en Romatech, escuchando las discusiones de estrategias en una sala llena de Vampiros. Trató de prestar atención, pero cada vez que miraba a Connor, que estaba cerca, se acordaba de su vida sexual. De cómo los seres humanos eran verdaderamente bendecidos de poder compartir un acto de amor que era tan intensamente poderoso y agradable.

Ella conocía desde hacía varios días que tenía un juego completo de partes íntimas femeninas, pero se había centrado más en la negación de ellas y mantener su inocencia angelical que en la consideración de los beneficios de su uso. Era capaz de dar a luz. Capaz de tener hijos, al igual que Shanna. Era un pensamiento interesante, y cuando ella miró a Connor, se le apretó el pecho.

No, ella no podía hacerlo. No podía quedarse allí. Había conocido a Connor sólo durante cinco noches. ¿Cómo podría por cinco noches considerar el renunciar a una eternidad en el cielo? Tendría que estar loca para hacer eso. O muy enamorada. Las palabras de Vanda llegaron de nuevo a ella. ¿Cuánto estaba dispuesta a sacrificar por amor?

Entonces las palabras de Bunny revolotearon por su mente. Tenía un buen corazón. Si lo seguía, no lo lamentaría. Pero también había dicho que el mundo de

los humanos era demasiado peligroso para ella. Lo tuvo que aceptar mientras observaba a los vampiros pasarse espadas y cuchillos, pistolas y municiones.

¿Dónde estaba la paz y la alegría que anhelaba? ¿Cómo podía dejar de cantar con las Huestes Celestiales? ¿Cómo iba a renunciar a sus alas y volar a través del espacio? Su mirada volvió a Connor. Juntos, se las habían arreglado para simular el vuelo. Y juntos, él la había hecho elevarse a un máximo de placer que nunca había imaginado.

Él le hizo el amor tan real, tan crudo y físico. Era tan diferente de la comodidad suave y relajante que sentía en el cielo. Era como comparar el maná con el chocolate. Uno de ellos era soso, pero contenía la perfección, y el otro, una explosión de placer delicioso. Pero también uno era constante y eterno, y el otro, aterrador e impredecible.

—Maldita sea, ¿qué está haciendo aquí? —Murmuró Phineas, señalando a uno de los monitores en la pared del fondo. Por la forma en que los Vampiros fruncieron el ceño y maldijeron, Marielle supo que el hombre que se acercaba a la puerta de entrada de Romatech no era muy querido.

—¿Quién es? —Preguntó a Connor.

—El padre de Shanna, Sean Whelan, —susurró, y luego alzó la voz. —¿Por qué está aquí?

Angus suspiró. —Le pregunté si quería venir. —Cuando los vampiros comenzaron a oponerse, él levantó sus manos para detenerlos. —Ha sido muy útil para localizar donde los Malcontents se han alimentado y asesinado. Y ha estado utilizando sus conexiones con el gobierno para encubrir ese hecho. A cambio de su cooperación, quiere tomar parte en la batalla.

—Va a salir herido, —murmuró Phineas.

—Le he dicho lo peligroso que es... —Angus vaciló. —Esta noche, él podría cambiar de opinión sobre cooperar con nosotros. Shanna le va a decir la noticia. —La sala se quedó en silencio. Todo el mundo miraba el monitor cuando Roman y Shanna saludaron a su padre en la puerta principal, y luego lo llevaron a una habitación no muy lejos de la oficina de seguridad.

Marielle envió una oración al silencio para que el padre de Shanna fuera compasivo y comprensivo, que estuviera agradecido de que su hija aún estuviera viva, así fuese como un vampiro.

—¿Todo el mundo comprende el plan? —Preguntó Angus. Cuando asintieron con la cabeza, él continuó. —Entonces tenemos una última cosa que mostrarte. Se trata

de un video de la actuación de esta noche de Live con los no-muertos. ¿Emma?—Se acercó a la pared de los monitores y deslizó un disco de plata en una ranura.

—Hemos comprobado esto con el gerente de la DVN, y dice que Corky ha estado enviando imágenes como estas cada noche desde lugares desconocidos.

—Ella está viajando con Casimir y registrando su viaje, —agregó Angus.

Emma golpeó algunos botones. —Creo que está teniendo una aventura con él. —Una imagen apareció en el monitor. Una mujer rubia, pechugona con un micrófono en las manos y de pie delante de un almacén oscuro en una calle desierta.

—Soy Corky Courrant, con la presentación de informes en vivo en el camino con Casimir. ¡Ha sido un viaje emocionante! Gracias a mi querido Casimir, he redescubierto mi herencia. ¡No más sangre embotellada para mí! Esta noche, clavé los colmillos en un ser humano joven y guapo y bebí hasta hartarme. No te puedes imaginar lo deprisa que la vida de un mortal se escabulle entre tus brazos. Esta es nuestra verdadera naturaleza, queridos amigos, y debemos aceptarlo. ¡Dejen de beber el lodo de Romatech! Debemos tomar nuestro lugar como seres superiores. ¡Estamos destinados a ser vencedores! —Corky indicó al cámara que la siguiera al tiempo que abría una puerta de una bodega. —Esta noche, tengo algo muy interesante para mostrarles. Si bien es cierto que Casimir y sus seguidores, incluyéndome a mí, están matando a unas pocas personas cada noche, les puedo asegurar que Casimir tiene planes que van mucho más allá de la masacre de unos pocos mortales sin importancia. —Ella llevó la cámara por un pasillo oscuro, posteriormente, a una gran sala. Unas pilas de madera y tubos se podían ver en la penumbra. La cámara enfocó entonces el suelo, donde había decenas de cuerpos en reposo. —Estos son criminales que han prometido lealtad a Casimir, —Corky explicó. —Esta noche, todos están en estado de coma de vampiro, pero mañana, cuando estos nuevos vampiros despierten, ¡qué feroces serán! En el cuarto de al lado, tenemos treinta mortales bajo nuestro control. Mañana por la noche, justo después del atardecer, ¡no durarán un frenesí salvaje! Voy a estar aquí, por supuesto, para grabarlo todo. —Corky sonrió. —¡Ustedes verán mañana la muerte y carnicería, mis queridos amigos! El mundo de los mortales se inclinará ante el hijo de Casimir. Él va a gobernar el mundo. ¡Y yo voy a ser su reina! —Emma pulsó un botón, y terminó la grabación.

—Hemos estudiado esta grabación, tratando de averiguar la ubicación, pero no había señales de la calle, no hay signos de ningún tipo. La tierra parece ser plana, pero aparte de eso, podría ser una nave en cualquier ciudad.

Angus se volvió a Marielle. —Vamos a estar contando contigo para que sientas a los muertos tan rápido como sea posible, de manera que podamos teletransportarnos y detener su matanza.

Marielle asintió con la cabeza. —El hecho de saber que es un almacén podría ayudarme a encontrar el lugar correcto.

—Connor, serás teletransportado allí, —continuó Angus, —y tan pronto como confirméis que estáis en el lugar correcto, el resto de nosotros os seguirá utilizando tu dispositivo de rastreo.

—Puedo entender por qué no siento su ubicación esta noche, —dijo Marielle. —Estaba buscando muerte y horror, y eso no sucedió allí. Esas personas se ofrecieron y se pusieron en estado de coma…

Ella fue interrumpida por fuertes gritos en el pasillo. En un monitor, Sean Whelan se podía ver en el pasillo, golpeando los puños contra las paredes.

—No se tomó la noticia muy bien, —murmuró Angus. Emma abrió la puerta, y los vampiros llenaron el pasillo. Connor tomó a Marielle de la mano y se la llevó afuera.

—¡Maldito seas! ¡Malditos seáis todos! — Les gritó Sean, con la cara roja de rabia. Marielle hizo una mueca de dolor. Su oración no había sido oída.

—No es culpa de ellos, —dijo Shanna en voz baja.

—Por supuesto que es su condenada culpa, — Sean señaló con un dedo a Roman. —Te voy a matar por esto. —Los ojos de Roman se estrecharon, y apretó los puños.

—¡No! —Exclamó Shanna. —¡Roman me ha salvado! Me habría muerto si no me hubiera transformado.

—¡No habrías estado en peligro si nunca te hubieses casado con él! — Sean giró alrededor, y su mirada cayó sobre Connor. Sus ojos brillaban con odio. —Tú eres el único. Maldito bastardo. Tú eres el que trajo el ángel de la muerte aquí. Te voy a matar, también. —Marielle dio un paso adelante para asumir la responsabilidad, pero Connor la retuvo.

—Adelante, viejo. Intenta matarme. Estaré haciéndole un favor a Shanna, al deshacerme de ti.

—Connor, no, —le susurró Shanna

Sean señaló con el dedo a Connor. —Me gustaría hacerle a todo el mundo un favor al deshacerme de ti. —La mandíbula de Connor se apretó.

—Fue culpa mía. —Marielle levantó la barbilla. —Soy el ángel de la muerte. —El rostro de Sean se puso pálido.

Connor se colocó frente a Marielle. —¿Por qué no la saluda correctamente, viejo? Dele la mano.

Sean dio un paso atrás. Marielle se alejó de las garras de Connor y frunció el ceño. —Eso no es gracioso. —Se dio la vuelta a Sean. —Estoy profundamente apenada por lo que le sucedido a su hija. Nunca le haría daño conscientemente a ningún ser viviente.

—Eso es verdad, —dijo Shanna. —Marielle estaba inconsciente en ese momento. Yo fui la que la tocó.

Sean miró a los otros, luego se volvió a Angus. —He oído que habrá una batalla mañana por la noche. Iré.

Angus suspiró. —Es demasiado peligroso.

—¡Me importa un bledo! — Gritó Sean. Con sus manos en puños. —Tengo que matar a algunos vampiros. Tengo que vengar a mi hija. Si no me llevas contigo, empezaré a matar a otros en su lugar.

Connor se burló. —Haz la prueba.

Angus levantó una mano. —Basta ya. Te llevaremos mañana por la noche, Whelan. Pero cuidado, la lucha será feroz y habrá muchos muertos.

Sean asintió con la cabeza. —Cuento con ello.

—Ven conmigo, —le susurró Connor a Marielle, luego la arrastró por el pasillo a una salida lateral.

—¿Qué pasa?

—Todo, —se quejó. Abrió la puerta y la condujo hacia una zona del jardín. Él la soltó y se dirigió hacia un mirador. Se dio la vuelta bruscamente. —No deseo que vayas mañana por la noche a la batalla.

Ella se puso rígida. —Tengo que ir. Puedo sentir la muerte.

—Sí, pero tan pronto como los otros lleguen y empiece la batalla, quiero que te vayas. Le pediré a Emma que te teletransporte de nuevo aquí para que estés segura.

—Pero he estado practicando auto-defensa.

—¡Es posible que no sea suficiente! —Él caminó hacia ella, sus ojos llenos de dolor. —No te puedo poner en peligro. Te amo demasiado. —Ella tragó saliva.

—Derrotar a los Malcontents y a Casimir podría demostrar que merezco ser reinstalada en el cielo. Si me escapo de la batalla cuando empiece, ¿cómo puedo ser considerada digna? Si no voy a arriesgar nada, ¿cómo puedo ganar algo?

Apretó su mandíbula. —Te llevaré al cielo, de una manera u otra.

—¡No! Yo fui quien desobedeció. Tengo que ser quien gane mi camino de regreso.

Se pasó una mano por el pelo. —No puedo soportar la idea de que salgas herida.

—Te entiendo. Siento lo mismo por ti. Si algo te sucede…

—Estaré bien muchacha. He luchado en muchas batallas.

Ella gimió.—Lo sé. Pero moriste en una, ¿recuerdas?

—Yo iba a morir. Estaba mortalmente herido. — Apretó su mandíbula. —Eso fue hace más de cuatrocientos años. He mejorado mucho desde entonces.

Su corazón se expandió. Ella amaba demasiado a este hombre. Se acercó a él y colocó sus manos en su rostro. —Iré contigo mañana. Y no voy a dejarte solo ante el enemigo.

Le tomó las manos y las besó. —Entonces quiero que mantengas esto contigo. —Él le deslizó el puñal de su calcetín de rodilla y lo puso en sus manos.

Ella miró el puñal con consternación. —Connor, preferiría no…

—Lo sé, pero quiero que lo tengas. Y quiero que lo uses si tienes que hacerlo. De lo contrario, no podría permitir que vinierais conmigo.

La daga se sentía fría y extraña en sus manos. Ella se quería negar, pero necesitaba estar en la batalla para poder ayudar a proteger a Connor y probarse a sí misma que era digna de los cielos.

—De acuerdo. —Ella aceptó la funda de cuero que Connor le entregó, y deslizó la daga en la funda.

- 21 -

—¡Golpéale en las pelotas! — Gritó Brynley desde el porche delantero.

Marielle no sabía cómo responder a eso, pero después de ver de cerca a Connor desnudo, tenía una buena idea a lo que Brynley se refería. Era su sexta noche en la Tierra, unos treinta minutos después del atardecer, y ella estaba practicando sus maniobras de autodefensa en el claro delante de la cabaña.

—Es una estrategia eficaz, —dijo Connor tranquilamente a su lado. —Si uno de los Malcontents pone sus manos sobre ti, dale un rodillazo en la ingle. Luego hunde la daga en su corazón. —Ella hizo una mueca. No quería escuchar a Connor, no tenía ninguna intención de matar a nadie. ¿Podría pasar a través de la noche solo defendiéndose con ráfagas de aire? De alguna manera, tenía que hacerlo. ¿Cómo iba a ser recibida de nuevo en el cielo si ponía fin a una vida?

—¿Puedes sentirlos ya? — Preguntó Connor.

Cerró los ojos y extendió la mano. Muertos en los hospitales, muertos en accidentes de tráfico, unos cuantos asesinatos. Un horrendo asesinato en masa en un almacén.

—No, todavía no.

Connor le palmeó el hombro. —Mujer despreocúpate. Lo más probable es que se encuentren al oeste de nosotros y todavía en su sueño mortal.

Ella asintió con la cabeza. Al despertar, Connor había devorado de inmediato una botella de sangre. Entonces comenzó a atar con correa sus armas. Una espada en la espalda, un puñal en cada calcetín, más cuchillos y estacas de madera en su bolsa junto con una pistola automática cargada con balas de plata.

Él le había dado un cinturón que tenía una vaina de cuero conectado a él. La vaina de la daga estaba escondida debajo de su sudadera con capucha. Mientras tanto, los Vampiros y cambia formas se reunían en Romatech. Angus había llamado e informó de que estaban listos para salir. Sean Whelan había llegado, armado hasta los dientes.

Mientras esperaban a que el sol se pusiera sobre los Malcontents, Connor insistió en la práctica. Marielle estaba feliz de estar ocupada. De lo contrario, se preocuparía demasiado.

—Llévame contigo, —gritó Brynley por tercera vez.

Connor se quejó. —Te lo dije, no. Tú no estás entrenada para pelear.

—Hoy hay noche de luna llena, —continuó Brynley. —Tengo que cambiar de todos modos. Phil irá. Y tres de sus muchachos de la escuela. Carlos deja incluso que vaya el cambia formas Tigre. ¿Por qué no puedo ir también?

Connor la miró. —Ellos han sido entrenados para pelear. Tú no.

—¡Puedo tirar un alce en sesenta segundos!

—Sólo puedo teletransportar a una, y tiene que ser a Marielle.

—Entonces, dile a otro Vampiro para que traiga su culo muerto aquí, así me pueden teletransportar, —espetó Brynley. —Si me dejas ir, puedo estar cerca de Marielle y ayudar a mantenerla a salvo. —Eso fue, obviamente, lo que tenía que haberle dicho a Connor, porque él sacó su teléfono móvil de su bolsa e hizo una llamada.

—Brynley, —dijo Marielle. —Esta no es tu lucha. No tienes que…

—Yo quiero. —Brynley le dirigió una sonrisa triste. —Te mereces toda la ayuda que puedas conseguir.

Connor dejó caer el teléfono en la bolsa.—Phineas está por llegar. Te llevará a Romatech para que te unas a los demás.

Brynley asintió con la cabeza. —Gracias.

—¿Hola? —Gritó una voz desde el interior de la cabaña. Phineas se asomó a la puerta de entrada.

—Ahí lo tienes. —Dio un paso al porche. Al igual que Connor, tenía una espada en la espalda. Alrededor de sus caderas llevaba un cinturón con una funda de pistola y vainas que contenían varios cuchillos. Miró a Brynley y sonrió.

—¿Así que es cierto que necesitas quitarte la ropa antes de cambiar? —Ella le golpeó en el pecho con mucha fuerza, él se tambaleó hacia atrás un paso y se frotó el pecho.

—¿Qué infiernos ha sido eso?

Brynley la fulminó con la mirada. —Es la estaca que ha puesto un Malcontent a través de tu corazón, mientras me estás mirando desnuda, idiota.

Connor se echó a reír. —Ella tiene un buen punto.

—Sí, sí, —murmuró Phineas. —Como si quisiera ver a una mujer perfectamente buena convertirse en un perro.

Brynley levantó de nuevo una mano para darle una bofetada, pero Phineas le agarró de la muñeca. —Soy más rápido que tú, lobita.

Ella entrecerró los ojos. —Tengo una mordedura horrible.

—Yo también. —Él la tomó en sus brazos y saludó a Connor. —Hasta luego, amigo. —Desapareció, llevándose a Brynley con él.

—Eso fue... interesante, —dijo Marielle.

—Sí. —Connor la tomó en sus brazos. —Estamos solos ahora. —Ella lo abrazó, apoyando la cabeza sobre su pecho. Sintió que él frotaba la barbilla contra su pelo.

—Marielle, le he pedido a Emma que mantenga un ojo en ti. Estarás fuera de la bodega para atrapar a cualquiera que se escape. Algunos de los vampiros recién convertidos pueden tratar de huir. Ellos todavía no han aprendido a teletransportarse.

—Quiero estar contigo.

Él negó con la cabeza. —Vamos a estar luchando cuerpo a cuerpo en el interior del almacén. Tu chorro de poder no sería útil allí. Golpearías a los de nuestro lado tanto como a los Malcontents.

Ella Tragó saliva. —No me gusta estar separada de ti.

—¡Es lo mejor! Tu trabajo es encontrar a los Malcontents. Después de eso, vamos a hacer nuestro trabajo. —Ella asintió con la cabeza. Él la besó en la boca, un beso largo y feroz que dejó sus rodillas débiles y tambaleantes como sus pensamientos. ¿Había sido un beso de despedida en caso de que le pasara algo? ¡Por favor, Dios! ¡Por favor, protégelo! Él la soltó y sacó el teléfono de su bolsa. —Inténtalo de nuevo. ¿Puedes sentirlos ahora?

Cerró los ojos y extendió la mano. Los muertos pasaban por delante de ella. Muertes causadas por enfermedad. Muertes causadas por accidentes. Ella se puso rígida. Memphis, Tennessee. Gritos de terror. Treinta personas todas a la vez. En un almacén.

—Lo tengo.

Rápidamente hizo una llamada. —Angus, nos vamos. Danos diez segundos.

Dejó caer el teléfono en su bolsa y la agarró. Ella sintió una punzada fría en la frente mientras corría dentro de su mente y se abalanzó hacia su destino. Todo se volvió negro. Aterrizaron en una calle oscura, apenas iluminada por una farola de la calle en cada extremo. Todas las farolas cercanas estaban rotas. A la derecha, la calle estaba llena de tiendas abandonadas, con los vidrios del frente rotos y

parcialmente tapiadas. A la izquierda, se alzaba un almacén gigante, el mismo que había visto en el informe de prensa.

No había nadie a la vista, pero los gritos llenaban el aire. Decenas de Vampiros se materializaron alrededor de ellos, usando a Connor como su dispositivo de localización. Algunos llegaron solos, otros trajeron cambia formas o mortales con ellos. Marielle reconoció al padre de Shanna llegando con Roman. Sean Whelan empujó y sacó sus armas… una pistola enorme y una daga larga y afilada. Los Vampiros desenvainaron las espadas. Robby llevó a un grupo en silencio en torno a la parte posterior de la bodega. Emma caminó hasta Marielle.

—De esta forma, —susurró. —Tenemos que cuidar a los cambia formas.

Marielle le dio a Connor una última mirada mientras era conducida. ¡Que Dios te bendiga y te guarde! Él asintió con la cabeza como si la hubiera escuchado, luego se volvió hacia Angus para seguirlo al almacén. Su sangre se heló con el sonido del tremendo grito de guerra, y después disparos y choques de espadas.

—¡Date prisa! —Emma la arrastró a través de la calle, donde los cambia formas se habían reunido en un callejón entre dos almacenes abandonados.

—Podrían haber guardias Malcontent vagando alrededor, —le dijo Emma. —Voy a ver el otro extremo de este callejón. Vigila este. No dejes que nadie se acerque hasta que los cambia formas están listos.

Marielle alcanzó a ver a los cambia formas desnudos, luego les dio la espalda para hacer guardia. Ella se estremeció cuando el sonido de la batalla en el almacén se hizo aún más fuerte. En medio del estruendo de los disparos y el choque de las espadas, un grito rasgó el aire. Ella hizo una mueca. Había sonado muy humano. Esperaba que los mortales no fueran a morir. O los vampiros. O Connor. Su corazón se apretó con un dolor agudo. No podía soportar la idea de perderlo.

—¡Ahí hay una! ¡A por ella! —Gritó un hombre al final de la calle.

Vio a dos hombres justo antes de que se desvanecieran. Malcontents. Antes de que pudiera gritar una advertencia, reaparecieron justo en frente de ella. Se le abalanzaron, pero los envió volando hacia atrás con tanta fuerza, que se estrellaron en el almacén. Las manos le temblaban y su corazón sonaba en sus oídos. ¡Dios mío, había estado cerca! Un tremendo rugido sonó a sus espaldas. Se dio la vuelta.

—Ay, —su corazón tembló.

Un enorme oso Kodiak estaba de pie sobre sus patas traseras, gruñéndole. Se tambaleó hacia un lado y chocó contra un borde de la acera rota. El oso se dejó caer a cuatro patas y se lanzó hacia el almacén, seguido de cerca por cuatro lobos grandes, y tigres y panteras más grandes que había visto.

El oso y la pantera atacaron a los dos Malcontents que había arrojado contra el almacén, arrancando sus cabezas. Los dos vampiros se convirtieron en polvo. El estómago de Marielle se encogió. Los cambia formas entraron en el almacén, y poco después, más gritos atravesaron el aire.

—Buen trabajo. —Emma le dio unas palmaditas en la espalda a Marielle. Un lobo solitario iba trotando al otro lado de ella y se sentó sobre sus patas traseras.

—¿Brynley? —Susurró Marielle. El lobo la miró, y luego mostró los dientes y gruñó. Sorprendida, Marielle dio un paso atrás.

—Maldita sea. —Emma sacó un cuchillo y lo lanzó girando por el aire pasando al lado de Marielle. Marielle se dio la vuelta justo a tiempo para ver el cuchillo golpeando el corazón de un Malcontent y convertirlo en polvo. El cuchillo descansaba en la acera.

—Estuvo cerca, —murmuró Emma. —Gracias, Brynley. — Marielle presionaba una mano contra su corazón que latía con fuerza. Su estómago se sentía tenso y revuelto.

—¿Te encuentras bien, querida? —Preguntó Emma. —Podría teletransportarte a Romatech en un instante.

Ella sacudió la cabeza —No me voy sin Connor.

—Oh. —Emma le dio una mirada reflexiva y se inclinó para recuperar su cuchillo. Se enderezó con una sacudida. —Ahí vienen.

Un enjambre de vampiros recién convertidos desesperados salieron por la puerta de entrada, gritando y silbando. Marielle los golpeó con un chorro de aire que los envió a chocar entre sí y al almacén.

Emma corrió hacia ellos, con una estaca en cada mano. Convirtió a cuatro de ellos en polvo antes de que los vampiros, incluso pudieran ponerse de pie. Brynley saltó hacia ellos, rasgando y desgarrando sus cuerpos hasta que se convirtieron en polvo.

Más vampiros se escaparon. Marielle no podía arruinarles la huida sin atacar a Emma y Brynley. Reconoció al padre de Shanna cuando salía del almacén, gritando y cortando de tajo a los vampiros. Un Malcontent se alejó entre la multitud y salió corriendo por la calle. Marielle lo derribó con una ráfaga de aire.

—¡Te voy a matar! —Sean Whelan corrió tras él.

El vampiro se puso en pie. Sean disparó, pero su pistola sólo hizo un chasquido. Arrojó el arma y se cargó a los vampiros con su daga. El vampiro agarró el brazo de Sean, y los dos se enfrascaron en una lucha, cayendo al suelo y rodando.

—Oh Dios, no, —respiró Marielle cuando se acercó.

El vampiro estaba dominando a Sean, lo tiró a la calle, arrancó la daga de su mano, y la hundió en su torso. Marielle se quedó sin aliento. ¡No! No podía permitir que el padre de Shanna muriera.

Sacó sus colmillos de vampiro, y los hundió en el cuello de Sean. Marielle no podía destruirlo y mandarlo lejos, sin también golpear a Sean. Miró frenéticamente a su alrededor. Emma y Brynley estaban ocupadas asesinando vampiros en la puerta del almacén. Y el atacante de Sean estaba acostado encima de él, drenándolo.

Ella tenía que hacerlo. Las lágrimas llenaron sus ojos mientras sacaba la daga de su cinturón. Dios me perdone. Calculando donde estaría el corazón del vampiro, le hundió el puñal en su espalda. Él se convirtió en polvo. Dio un paso atrás, y una oleada de náuseas le pegó. La daga cayó a la calle con un estruendo.

—¿Qué estás haciendo aquí, Marielle? —Ella giró y vio a Zackriel caminar hacia ella.

—¿Esta Buniel aquí? ¿Puede curar a este hombre? —Hizo un gesto hacia el padre de Shanna. Zackriel miró a Sean Whelan, después, a la pequeña batalla que Emma y Brynley libraban, y meneó la cabeza.

—No habrá curanderos aquí esta noche. Sólo Deliverers. —Ella tragó la bilis en la garganta.

—¿Qué pasa con los seres humanos en el interior?

—Los treinta están muertos. —Zackriel le dio una mirada molesta. —¿Realmente piensas que este es el camino de regreso al cielo?

Dio un paso atrás y tropezó con la daga que había dejado caer. Oh Dios, ¿qué había hecho? —Zack. —Ella se volvió hacia él. Él se había ido.

—Ayúdame, — jadeó Sean. Le salía sangre de su herida en el estómago y la herida abierta en el cuello. Alargó una mano temblorosa.

—Lo siento, —susurró ella, con los ojos llenos de lágrimas. Ni siquiera podía sostener su mano sin asesinarlo. Su vil mano inerte sobre el pavimento duro.

* * *

Su estrategia había funcionado, Connor tomó nota con satisfacción cuando estacaba a otro Malcontent a través del corazón. Los seguidores de Casimir caían como moscas, atrapados totalmente por sorpresa. Corky Courrant y su cámara se fueron corriendo, gritando y tratando de esconderse detrás de las pilas de madera.

Miró a Roman para asegurarse de que el ex monje lo estaba haciendo bien. Roman fue a su encuentro. Jean-Luc Echarpe estaba viendo la espada de Roman al igual que lo había hecho durante la Gran Guerra Vampiro.

Angus y Robby atacaban el anillo de Malcontents que rodeaban a Casimir. Connor quiso unirse a ellos, pero dos veces tuvo que atacar a los Malcontents que estuvieron a punto de asesinar a Sean Whelan. El padre de Shanna estaba luchando como un loco, tomando tales riesgos innecesarios que Connor se preguntó si el hombre había ido para suicidarse.

Él sabía que la batalla había terminado después de que los cambia formas y la mayoría de las crías sobrevivientes corrieron gritando por la puerta principal, tratando de escapar. Los pobres tontos habían pensado ganar la inmortalidad al convertirse en esbirros vampiros de Casimir. Sin duda se sorprendieron al encontrarse con la muerte a la noche siguiente.

Con el número de Malcontents disminuyendo con rapidez, Sean Whelan estaba teniendo un tiempo más fácil en la batalla. Estaba luchando contra un joven con tristes habilidades en la esgrima. Connor se volvió para ayudar a Angus y Robby cuando luchaban por destruir algunos de los más experimentados espadachines de Casimir.

Robby rompió a través del anillo y le dio un golpe a Casimir, cortando su hombro. Casimir se teletransportó, después le gritó desde lo alto de una pila de madera.

—¡Estoy harto de evadirlos! ¡Son como una manada de ratas, siempre corriendo alrededor e impidiéndome cumplir mi destino! Quiero que esto termine, de una vez por todas. Mañana después del atardecer. Monte Rushmore.

Se desvaneció, y sus seguidores que sabían teletransportarse lo siguieron. Todo lo quedaba era unos cuantos novatos que trataban de escapar. Connor miró hacia donde había visto por última vez a Sean Whelan, pero él se había ido. El loco tenía que haber salido a luchar con más novatos.

—¿Una batalla final? —Robby se volvió a su bisabuelo.

—¿Mañana por la noche? — Suspiró Angus.

—Lo más probable es que sea una trampa.

Connor tuvo que aceptarlo, pero con la batalla en la calle, sus pensamientos volvieron a Marielle. Se peleaba afuera, reduciendo a los Malcontents en su camino. Llegó a la calle y Marielle estaba arrodillada al lado de un cuerpo. ¡Ella estaba viva!

—¡Marielle! —Cuando levantó la vista, vio las lágrimas en su rostro. Corrió hacia ella. —¿Marielle, estás bien?

Ella sacudió la cabeza. —He estado rezando, pero ninguno de los curanderos ha venido. —Connor se detuvo bruscamente cuando vio a Sean Whelan desangrándose en la calle.

—Oh no.

—Incluso Bunny no ha venido, —exclamó Marielle. —Ellos han renunciado a mí. —Connor miró hacia la entrada del almacén y vio más a Vampiros que salían.

—¡Roman! ¡Angus! ¡Por aquí! —Un grupo de Vampiros estaban estacando. Connor se arrodilló junto a Marielle. —Apenas tiene latido de corazón.

—Por la sangre de Dios. —Roman se puso pálido al ver a Whelan.

—Esto podría matar a Shanna. —Angus se volvió hacia Robby. —Tráela aquí.— Robby asintió con la cabeza y desapareció.

—Mierda, —murmuró Phineas. —Sabía que estaba loco por haber venido aquí. —Miró a Roman. —¿Por qué no lo llevamos a Romatech? Podemos darle un poco de sangre...

Roman sacudió la cabeza. —Estaría muerto para el momento en que se iniciara la transfusión. Y la herida en el estómago… no es algo que sólo podamos arreglar.

Connor lo interrumpió. —Se curaría si fuera un vampiro.

Roman se puso tenso. —¿Estás sugiriendo que…?

—Sí, —respondió Connor. —Pero si vamos a hacerlo, es mejor que sea rápido. —Robby reapareció con Shanna. Ella abrió la boca y cayó de rodillas junto a su padre.

—¡Papá! —Le tocó la cara. —¡Oh, Dios mío, no! Papá, por favor no te vayas así. —Ella volvió su cara llorosa a Roman. —¿No puedes hacer algo?

Roman sacudió la cabeza ligeramente. —Él sólo tiene unos cuantos minutos.

Las lágrimas corrían por el rostro de Shanna, mientras miraba a todos los vampiros. —¡Pensé que lo protegeríais! ¿Cómo pudisteis permitir que esto sucediera?

Connor cambió su peso. Maldición. Le había salvado la vida dos veces a Whelan esta noche. Había pensado que el hombre estaba a salvo, cuando sólo unas pocas crías quedaron.

—Lo siento, —susurró Marielle. Cogió un puñal a su lado. —He utilizado este en el vampiro que le estaba atacando. Pero ya era demasiado tarde.

El aliento de Connor estaba entrecortado. ¿Marielle había asesinado para proteger a Whelan? No era de extrañar que se viera tan pálida y devastada.

—Podría sobrevivir si lo transformamos, —dijo Angus.

Shanna se quedó boquiabierta.

—Amigo, —murmuró Phineas. —Él odia a los vampiros.

—Él nos vería con una luz diferente si fuera uno de nosotros, —argumentó Connor.

—Ese es un excelente punto, —dijo Angus.—No tendríamos que preocuparnos más sobre él viniendo detrás nuestro.

—A menos que estuviera muy molesto por despertar como un no-muerto y nos asesine a todos, —se quejó Phineas.

—No puedo creer que estemos discutiendo esto como una decisión de negocios, —gritó Shanna. —¿Discutiríais todos los pros y los contras mientras que se está muriendo? ¡Él es mi padre!

—Entonces, ¿qué os parece? —Preguntó Robby. —¿Tú padre optaría por ser uno de nosotros? ¿O preferiría morir?

Shanna parpadeó. —Yo… —Ella miró a su padre, luego otra vez a los vampiros. —Sí. Sí, lo haría.

Los vampiros se miraron.

—¿Qué estás esperando? —Preguntó Shanna. —Se está muriendo! ¡Hazlo!

Connor miró a Angus. —Tú lo harás. La idea fue tuya.

—No, has sido el primero en sugerirlo. Tú lo harás. —Connor miró a Whelan. Sólo la idea de hundir sus dientes en el hijo de puta le hizo estremecerse.

—Yo… no voy a tocarlo. —Le dio un codazo a Phineas. —Tú lo harás.

—¡No sé ni cómo! —Phineas empujó a Robby. —Tú lo harás.

—¿Por qué yo? —Robby se volvió a Angus. —Tú eres el experto. Hazlo.

Angus hizo una mueca —No voy a hacerlo. Odio al cabrón.

—¡Basta! —Gritó Shanna. —Vosotros… ¡Olvidadlo! Lo haré yo misma.

—Shanna, no sabes cómo, —dijo Roman. Cerró los ojos y gimió. —Sangre de Dios. Supongo que tengo que hacerlo.

—¿Supones? —Exclamó Shanna. —Es tu suegro. ¿Vas a dejar que se muera?

—Me amenaza con matarme cada vez que me ve. —Roman se arrodilló en el otro lado de Sean. Se inclinó sobre él y se estremeció.

—¿Qué pasa? —Preguntó Shanna.

—Estoy teniendo problemas para conseguir que mis colmillos salgan, — murmuró.

Shanna le tocó el pelo. —Hazlo por mí.

Roman vaciló. —Lo estoy intentando.

—Él te odia, —dijo Shanna suavemente. —Me dijo que quiere hundir un atizador caliente a través de tu corazón y bailar en tus cenizas.

—¡Bastardo! —Los colmillos de Roman salieron, y los hundió en Sean.

Marielle se estremeció. Los otros vampiros asintieron con aprobación, pero ella apartó la mirada. Connor la atrajo a sus brazos. —No tienes que mirar. Permíteme sacarte de aquí.

—¿Estará bien? —Preguntó.

—No lo podemos saber con seguridad hasta mañana por la noche. —Connor la llevó por la calle. —Te ves como si hubieras pasado a través de un escurridor. Te llevaré de vuelta a la cabaña. Podrás ducharte y comer.

—No podré comer.

—Entonces puedes descansar. —Le tocó la mejilla. —Lo hiciste muy bien, cariño.

Ella sacudió la cabeza. —Me temo que lo he echado todo a perder. Los Arcángeles ahora no me dejarán volver de nuevo al cielo. Yo asesiné un ser viviente...

—No, asesinaste a un vampiro, una criatura impía que ya estaba medio muerto y atacó a un mortal. Tu acto de valentía puede haber salvado al padre de Shanna.

—Sé que era un vampiro, pero tenía un alma humana, Connor, igual que tú. ¡Y yo le asesiné! Ellos nunca me dejaran ir de nuevo al cielo.

—¡Por supuesto que lo harán! Mataste a alguien repugnante, asesinaste a un Malcontent. ¡Eso no es igual que haber asesinado a una docena de hombres en un ataque de rabia! —Ella se quedó sin aliento. Hizo una mueca. Maldición. Había ido demasiado lejos. —Vamos. Volvamos a la cabaña. —Él la tomó en sus brazos para poder teletransportarla.

—Espera. —Sus ojos se estrecharon. —¿Fue eso lo que hiciste, Connor? ¿Es ese el secreto que has estado escondiendo?

- 22 -

Maldición. Ella nunca lo iba a dejar ahora. Para ser un dulce ángel, podría ser muy terca. Connor ignoró la pregunta y la teletransportó a la cabaña.

—No te vayas. —De inmediato la condujo hacia el dormitorio. —Vas a sentirte mejor después de haber tomado una ducha.

—Pero yo…

—¡Date prisa! Necesito una ducha, también. Estoy cubierto de sangre y tripas y cenizas de vampiro muerto. —Cuando ella hizo una mueca, continuó rápidamente. — No soy apto para estar cerca. ¡Así que vete! —Él la empujó hacia el dormitorio y cerró la puerta.

Dejó escapar un suspiro de alivio cuando se escuchó la corriente de agua en el baño. ¿Cuánto tiempo podría seguir con esto?

Se calentó una botella, y luego bebió la sangre de un vaso mientras se desarmaba. La batalla había salido bien. Por lo que sabía, habían matado a más de la mitad del pequeño ejército de Casimir. Y con la excepción de Sean Whelan, no habían sufrido ninguna lesión grave. Sangrienta vergüenza el no haber sido capaces de salvar a los mortales.

—Descanse en paz, —murmuró, y brindó en su honor.

Entró en la cocina y colocó su copa vacía en el fregadero junto a la botella. En la despensa encontró una lata de sopa, por lo que la calentó en una olla en la estufa. Puso un cuenco vacío y una cuchara en el mostrador, y luego escuchó el agua cerrarse. Se lanzó al armario para encontrar una camiseta limpia y un par de pantalones de franela, y luego se asomó a la habitación. Vacío. Llamó a la puerta del baño.

—¿Has terminado? —Ella se asomó con una toalla envuelta a su alrededor.

—Me toca a mí. —Él abrió la puerta y caminó hacia adentro. — ¿No tienes ropa limpia?

—Sí. —Ella hizo un gesto hacia el dormitorio.

—Bien. —La dirigió hacia la puerta. — Hay una sopa en la estufa para ti.

—¿Sabes cocinar?

—Sé cómo abrir una sangrienta lata. Nos vemos más tarde. —Él cerró la puerta.

—Pero… Connor.

Él abrió la ducha para ahogar su voz. Se desnudó y se metió en la ducha. ¿Cuánto tiempo podría estar allí adentro? ¿Tres horas? Soltó un bufido.

Él y su gran boca.

Cerró los ojos y dejó caer el agua caliente por su cuerpo. Sólo tendría que ser firme.

—No confesaré nada, —susurró.

Las imágenes de esa noche cruzaron por su mente, pero las apartó. ¿Cuál sería el punto? Probablemente había perdido un siglo de su existencia, caminando sin rumbo mientras se revolcaba en la vergüenza y el arrepentimiento.

Con el tiempo había tratado de volver a empezar. Se compró una pequeña finca en los Highlands, lejos de los mortales que lo veían como un ser vergonzoso. Se teletransportaba todas las noches a una ciudad como Inverness y Aberdeen para robar unas pintas de sangre. Luego regresaba a su casa y recorría los terrenos. Poco a poco, la miseria y la soledad lo llevaron a la desesperación.

Buscó a Roman, que lo había engendrado hacia más de cien años antes. Y este lo llevó a Angus, después a Jean-Luc, en París. Su lucha contra Casimir se convirtió en la suya propia. Parecía que finalmente, su existencia tenía un propósito noble.

Pero nunca pudo escapar de lo que había hecho. Con un suspiro, tomó el jabón. Pobre Marielle. Se sentía culpable por haber matado a un malvado Malcontent, mientras que él había perdido la cuenta hacia siglos de cuántos había matado. Y nunca sufrió ningún remordimiento por sus muertes. No, cuando consideraba a los mortales que muchos había drenado y dejado seco en los últimos años. Además, mientras se encontraba asesinando Malcontents, ellos estaban por lo general haciendo todo lo posible para matarlo, así que era una simple cuestión de defensa propia.

Se enjuagó. Cuán fácilmente desestimó todos esos asesinatos. ¿Por qué estaba tan obsesionado por esa noche en 1543? Fue un error. Sabía que estaba mal, y lo había hecho, de todos modos.

Se secó con la toalla y se puso los pantalones limpios y la camiseta de franela. Luego tiró la ropa sucia en la cocina. Marielle ponía su plato de sopa vacío en el fregadero. Su largo cabello estaba suelto y húmedo.

Llevaba un pijama de franela a cuadros.

—¿Has disfrutado de la sopa? —Él tiró los trapos de la cocina en el cesto.

—Sí, gracias. ¿Podemos hablar ahora?

—Tenemos que lavar la ropa. —Pasó con el cesto al cuarto de servicio cercano y arrojó algunas toallas y ropa en la lavadora. Sintió una opresión en el pecho al ver su ropa mezclada con sus camisetas y calcetines. Ella lo siguió hasta la habitación. Le puso un poco de jabón a la máquina.

—¿Las chicas te mostraron cómo hacer esto?

—No.

Él soltó un bufido. Tenían tiempo para hablarle de sexo oral y pintar las uñas de color rosa.

—Tienes que girar el botón de aquí, entonces… —Se quedó paralizado cuando ella se inclinó hacia delante para mirar, apoyando una mano contra la máquina.

No pasó nada.

—¿Entonces? —Ella le dio una mirada inquisitiva.

¿Su toque ya no funciona?

—Tienes que apretar el botón aquí. —Encendió la máquina. ¿Qué había pasado para que se quedara sin el toque mágico? ¿Estaba el demonio en lo cierto cuando dijo que cuanto más tiempo permaneciera en la Tierra se convertiría más en humana?

Maldición. ¿Y si se acababa el tiempo antes de que pudiera llevarla de vuelta al cielo? Una parte de él no quería que se fuera, pero una parte más grande se encogió ante la idea de que no se fuera. Les había fallado a todos los demás en el pasado.

—¿Podemos hablar ahora? —Preguntó.

—No, tenemos que cargar... el lavaplatos. —Pasó a la cocina y se tomó su tiempo enjuagando todo en el fregadero antes de ponerlos en la máquina. Incluso había limpiado la olla en la que había calentado la sopa instantánea. Cuando cerró el lavaplatos, ella lo estaba esperando, con un trapo. Se lo ofreció a él.

—¿Quieres limpiar los suelos ahora? ¿Y barrer el porche? Creo que los cuernos en la cabeza del alce necesitan pulirse.

—¿Te estás burlando de mí ahora? —Inclinó el trapo contra los armarios de la cocina.

—Quiero hablar. Estoy segura que sabes de lo que quiero hablar.

—Y estoy seguro que sabes que prefiero no hablar de ello.

Ella inclinó la cabeza, lo estudió un momento.

—Bien. —Dio la vuelta y entró en el dormitorio.

Dejó escapar un suspiro de alivio. ¿Realmente iba a resultar tan fácil?

Menos de un minuto más tarde, ella salió de la habitación, llevando una manta. Había añadido una chaqueta sobre su pijama y pantuflas de peluche en sus pies.

No, no iba a ser fácil. Cruzó los brazos sobre el pecho.

—¿Vas a alguna parte?

—Me gustaría volver a la pradera donde hicimos el amor la noche anterior. Puedes teletransportarnos, ¿verdad?

—Yo... Supongo que podría.

—Bueno. Me debes una mamada.

—¿Qué?

Ella le dio una mirada impaciente.

—Dijiste que no conseguiste saborearme ni hacerme venir con tu boca. ¿Supongo que la oferta sigue en pie?

Se le apretó la ingle.

—Yo… —Se pasó una mano por el cabello húmedo. La descarada inteligente estaba aprendiendo muy rápidamente cómo ser humana. — ¿Esta es tu estrategia, para después, engañarme y hacerme hablar? No voy a ir si eso es lo que te propones.

Ella se encogió de hombros.

—Está bien. Supongo que no quieres una mamada, tampoco.

Pasaron los segundos.

—Voy a ponerme mis zapatos.

Un minuto más tarde, llegaron al prado verde enclavado en medio de las boscosas montañas. Marielle extendió la manta en el suelo, se quitó los zapatos, después se estiró, mirando las estrellas.

—¿No tienes ni idea de lo hermosa que eres? —Preguntó en voz baja.

Ella se apoyó en los codos. —¿No te vas a acostar?

Él suspiró y le dio unas patadas al suelo. —No soy digno de ti. Lo sabes. Ya has descubierto las cosas terribles que he hecho.

—He hecho cosas terribles, también. Curé a un niño que creció para convertirse en un asesino en serie. Y esta noche, le puse fin a una vida.

—Con el fin de salvar la vida de otro hombre. Y sanaste a ese niño por compasión. Tu corazón siempre ha sido bueno. Mientras que el mío... —Se dio la vuelta.

—¿Te da vergüenza? ¿Por eso te niegas a hablar de ello?

Él resopló. —La vergüenza y el remordimiento pesan mucho en mi alma, pero no me impide vivir mi vida. Ellos me impiden caer en ti.

—¿Entonces por qué te niegas a hablar conmigo?

Tragó saliva. —Yo tengo... miedo.

—¿De ser castigado? ¿De ir al infierno?

—No. —Se volvió hacia ella. — Tengo miedo de perder tu amor. Tu respeto. Podría soportar cualquier cosa menos eso.

Ella permaneció en silencio durante un rato. —Creo que he sido insultada.

—¿Cómo?

—Debes pensar que mi amor por ti es muy pequeño. Superficial y poco confiable...

Él se puso rígido. —No quise decir eso.

—Entonces pruébame. Dame la oportunidad de probarme a mí misma.

—¿Y una oportunidad de perderte?

—No me vas a perder. —Ella dio unas palmaditas en la manta a su lado. — Confía en mí. Por favor.

Con el corazón oprimido, se sentó a su lado. Había ocultado el dolor en el interior durante tanto tiempo, casi no sabía cómo dejarlo salir.

—Si me odiaras, no te culparía.

Le frotó la espalda. —Te has odiado más que suficiente. No me voy a agregar a ello.

Dobló las piernas y cruzó los brazos sobre las rodillas. ¿Podría todavía amarlo? Con una punzada de dolor, se dio cuenta de que había llegado a un punto en que necesitaba saber. Tenía que poner fin al dolor. Y necesitaba la certeza de su amor. Él respiró hondo.

—Tenía treinta años, orgulloso de tener mi propia tierra y una esposa joven y bella. Pero la tierra estaba a lo lejos en la frontera, y un señor inglés la reclamó como suya. Así, en 1542, fui a pelear en Solway Moss.

—¿Y fue entonces cuando Roman te encontró moribundo? —Preguntó Marielle.

—Sí. Después de que él me transformó, él y Angus me advirtieron que no volviera a casa. Dijeron que mi esposa nunca sería capaz de aceptarme. Eso es lo que pasó con Angus, ya sabes. Pero no escuché. Me fui a casa, y mi esposa... me dio la bienvenida.

—Eso es bueno. —Marielle le dio unas palmaditas en la espalda.

—Me alegré. —Suspiró. — En ese momento, pensé que era el hombre más afortunado sobre la Tierra. Allí estaba yo, una criatura terrorífica, chupadora de sangre, y aún me quería. Ahora me pregunto si realmente tenía otra opción. Estaba embarazada de seis meses, cuando me transformé. Sus padres habían fallecido. No tenía otro lugar a dónde ir.

—Estoy segura de que te amó, —susurró Marielle.

—Hubiera sido mejor para ella si me hubiera rechazado. La noticia se difundió a través de la aldea local, y la gente temía por sus vidas y las vidas de sus hijos. Me gustaba trabajar el campo en la noche, pero venían a arrojarme piedras y me gritaban que me fuera. Tenía que encontrar lugares secretos para pasar mi sueño mortal para que no trataran de matarme mientras dormía.

—Lo siento mucho.

Se encogió de hombros. —Bebía la sangre de nuestro ganado y trabajaba duro en la granja. Pensé que después de que el niño hubiese nacido, los aldeanos se darían cuenta de que no pretendía hacerle daño a nadie, y nos dejarían en paz. La noche en que mi esposa dio a luz, yo estaba allí para ayudarla. —Él abrazó sus rodillas. — Siempre recordaré la alegría que sentí, la felicidad de tener a nuestro bebé en mis brazos. Pensé que mi corazón iba a estallar. Caí en mi sueño mortal pensando en que ningún hombre podría ser más afortunado que yo. —Se puso de pie bruscamente y se alejó de la manta.

—¿Qué pasó? —Preguntó Marielle.

—Me desperté a la noche siguiente, y corrí a la casa para ver cómo les iba a Fionnula y mi hija durante el día. —Cerró los ojos un momento cuando el recuerdo pasó por su mente. — Los hombres de la aldea las habían asesinado.

Marielle se quedó sin aliento y se puso en pie. —¿Cómo pudieron? ¿Por qué hicieron eso?

—Pensaron que sólo me quedaba allí a causa de mi esposa e hija. Así que las mataron para librarse de mí.

—Connor, lo siento mucho. —Ella le tocó el brazo.

Él se burló. —¿Piensas que la historia termina ahí? ¿Que había llorado por mi esposa e hija, y después tranquilamente me alejé?

Marielle amplió los ojos.

—Oh, lloraba, todo el tiempo. Gritaba y gritaba. Rompí mi casa. Monté en una cólera que no te puedes imaginar. Una furia fría que convirtió el mundo de color azul y congeló la sangre en mis venas. Me llevé mi espada y me fui a la aldea. Sacrifiqué a cada hombre. —Su rostro se puso pálido. — Sabía que estaba mal, pero no me importaba. Lo hice de todos modos.

—Estabas perturbado, —susurró.

—¡Esa no es excusa! —Él apretó los dientes. — Los maté a todos, y encontré una gran satisfacción en ello.

—Tú… no quieres decir eso.

—¡Sí, lo hago! Había mujeres y niños gritando de terror, me pedían que parara, pero seguí adelante hasta que cada hombre en el pueblo estuvo muerto.

Las lágrimas brillaron en los ojos de Marielle. —Pasabas por un terrible dolor.

—El amor puede hacer cosas terribles. —Él se frotó la frente. — Mi esposa murió, porque también me quería. Entonces tomé su amor y el amor inocente de una niña pequeñita y lo retorcí en una horrible masacre en forma de venganza. Condené mi alma.

Una lágrima rodó por la mejilla de Marielle. —Lo siento mucho por todo el dolor que has sufrido…

—¿Qué pasa con el dolor que sufrieron mi mujer y la niña? ¿Qué pasa con las viudas y los huérfanos que dejé atrás? Después de unas cuantas noches, me di cuenta del verdadero impacto de mi crimen. Las mujeres y los niños muriendo de hambre lentamente por mí. Iba de caza todas las noches y les llevaba un ciervo o un puñado de conejos. Y recibía un grito de terror cada vez que iba. Al final, todos

se fueron, huyendo de la pesadilla que les había impuesto. —Suspiró. — El pueblo desapareció. No hay nada ahora, los campos están vacíos. Y la tumba donde puse a mi esposa e hija.

—Lo siento de verdad, —susurró. — Por todos.

Inclinó la cabeza hacia atrás y miró a las estrellas. Su corazón se sentía más ligero sólo por compartir el secreto de su crimen, pero su castigo estaba a punto de comenzar. En cualquier momento, ella le reprocharía ser un monstruo cruel y vicioso.

Ella se quedó en silencio.

Él la miró y vio que tenía los ojos cerrados. Las lágrimas brillaban en sus mejillas y su boca se movía en silencio, como si estuviera rezando. Él respiró hondo, preparándose para el rechazo. Había sabido todo el tiempo que no era digno de ella. Eso no le impidió amarla, sin embargo. Y no le impidió mantener su promesa.

Sus ojos se abrieron, y ella lo miró con tristeza. Su corazón se apretó. Por primera vez, pudo ver su edad en sus ojos. Milenios de dolor, alegría y sabiduría.

—Quiero ser clara en esto, —dijo en voz baja. — No quiero escucharte decir una vez más que tu alma está condenada. ¿Crees que eres Dios y que puedes hacer tal juicio?

Él parpadeó. —Pero estoy condenado. Incluso el demonio dijo que estaba en su lista.

—Un demonio va a decir que todo el mundo está en su lista. Pero él no es Dios, tampoco. La decisión no es suya.

Connor tragó saliva. —¿No estás... horrorizada por lo que hice?

—Estoy constantemente horrorizada por lo que hacen los seres humanos. Y constantemente sorprendida. —Suspiró. — ¿Por qué debo señalar la gravedad de la infracción cuando ya lo sabes? Tienes un gran remordimiento por lo que hiciste. Debes pedirle a nuestro Padre Celestial que te perdone. Y entonces comenzar de nuevo tu vida.

—No me lo merezco.

Ella sonrió. —Te puedes sentir de esa manera, pero Él todavía te ama. Te amo, Connor Buchanan. Siempre te amaré.

Su corazón tartamudeó. —Tú… no puedes decir eso.

Ella hizo una mueca. —Oh, tienes razón. He cambiado de opinión. Odio tu carácter ahora.

—¿Qué?

Ella le dio un manotazo en el hombro. —Cuando digo te amo, debes aceptarlo. Si no lo haces, entonces me estás llamando mentirosa.

—No, yo… —Las lágrimas picaban en sus ojos. — ¿Todavía me amas?

Ella le dio una mirada impaciente. —Sólo un hombre con un corazón bueno y noble se castiga a sí mismo durante siglos. Tu esposa e hija no estarían contentas de ver que te revuelcas en la miseria.

—No me estoy ―revolcando‖ —refunfuñó. — He luchado una batalla temprano esta noche.

—Te has mantenido en un pozo negro de sufrimiento durante tanto tiempo, que tienes problemas para aceptar el amor cuando cae en tu regazo. Es hora de poner fin al sufrimiento. Tienes aquí una mujer que te ama. —Ella se cruzó de brazos con una rabieta. — Y estoy realmente cansada de esperar por mi mamada.

Él se echó a reír. Ella le dio una de sus sonrisas radiantes.

—Así es como me gusta. Tienes siglos por delante, Connor Buchanan. Debes presentarte con amor y risa.

Él la tomó en sus brazos y hundió el rostro en su cabello, sus lágrimas mezclándose con el cabello húmedo.

—Tú eres la luz en mi oscuridad. Te amo más de lo que puedo decir.

—¿Vas a ser uno conmigo? — Susurró.

Se echó hacia atrás. —Nosotros... no podemos...

—Yo quiero. —Ella le acarició la mejilla, limpiándole las lágrimas. — Si alguna vez vuelvo al cielo, quiero que sepas que te di todo lo que tengo.

—Pero si... te ensucias…

Le tocó la boca. —Me he dado cuenta de que nuestra unión nunca podría ser una mancha a nuestro amor, sino una celebración del mismo.

Su corazón se hinchó y le apretó la mano. —Me gusta la forma en la que piensas.

Ella sonrió. —Pensé que lo harías.

* * *

Marielle se sacudió al sentir su lengua contra sus partes íntimas. ¡Dios mío! Agarró la manta en los puños. Connor era increíble con su velocidad y determinación. En

un frenesí de movimiento, la había desnudado a ella y a sí mismo en unos pocos segundos. Luego, en un torbellino de sensaciones, le había tumbado sobre la manta y la besó en todas partes. Sus pezones eran de color rojo y duro por su succión. Su corazón latía con fuerza de las cosas salvajes que había hecho con los dedos. Aún recuperándose de ese clímax, lo vio besar el camino de sus piernas desnudas hasta los muslos.

Y luego... la lengua. ¡Dios mío! Las cosas que hizo este hombre con su lengua. Ella abrió la boca. Gimió. Gritó pidiendo misericordia, y él siguió adelante, llevándola cada vez más alto. Se había disparado hasta el cielo, volando sin alas. Gritó, pero en lugar de caer a la Tierra, aterrizó en sus brazos.

—Oh, Connor. —Ella jadeó por aire. Su corazón tronó, y su cuerpo se sacudió con espasmos.

Se inclinó sobre ella, sonriendo. —¿No hablas otro idioma?

Ella le devolvió la sonrisa. —Magnifique.

—Envuelve tus piernas a mi alrededor.

—¿Mmm? —Ella hizo lo que le pedía, y luego se sacudió cuando sintió que se apretaba contra ella. Y los dos serán uno solo. — ¿No quieres tu mamada?

—Quiero estar dentro de ti. Ahora.

—Oh.

Él la miró de cerca. —¿Has cambiado de parecer?

—No. —Ella abrió la boca cuando él se empujó dentro de ella. Su agarre se apretó en sus hombros.

—¿Te hago daño?

Ella sacudió la cabeza. —No. Es simplemente extraño. Como ángel ni siquiera me di cuenta de este tipo de cosas. Parecían tan... poco importantes. Pero ahora... parece como algo muy grande.

—Sí. Lo es.

Ella buscó sus ojos y vio tanto amor y ternura allí. —Te amo.

—Yo también te amo. —Apoyó su frente contra la de ella.

Se sumergió completamente en ella. Ella abrió la boca. Se quedó sin aliento también, sus respiraciones entremezclándose.

—Estás dentro de mí, —susurró, y luego le abrazó muy fuerte con los brazos y las piernas. Incluso su núcleo interno apretó con fuerza alrededor de él.

Él gimió.

La pequeña cantidad de dolor que había sentido se desvaneció. La incomodidad de sentirse demasiado estirada se desvaneció. Ella sonrió. Y los dos eran uno solo.

Ella le dio unas palmaditas en la espalda. —Me siento cómoda contigo ahora. Gracias.

—¿Cómoda? —Él se apoyó en sus codos y frunció el ceño. — ¿No estás excitada?

—¿Excitada?

—Sí. Estoy tan excitado, que estoy a punto de explotar.

—Oh. Por supuesto. —Eso es cuando un hombre derrama su semilla dentro de una mujer. — Puedes terminar en cualquier momento. Estaré bien.

—¿Estar bien?

Ella sonrió. —Sí.

Él maldijo por lo bajo.

Se preguntó qué le pasaba. Ellos eran uno ahora. ¿Cómo podía estar confundida sobre lo que estaba pensando si eran uno solo?

—¿Te quieres sentir bien? —Él salió un poco, y luego volvió a hundirse.

Ella abrió la boca. —¿Eso estuvo bien?

Él se movió en su contra.

—¡Oh! —Ella le apretó los hombros.

Salió lentamente, y luego entró de nuevo.

Ella chilló.

Puso un ritmo constante.

—¿Te sientes bien ya?

—¡Sí! —¡Dios mío! Lo estaba haciendo de nuevo, haciéndola volar, pero ahora era aún mejor. Él estaba volando con ella.

Golpeó en ella, y cuando ella gritó su liberación, él gritó y se dejó ir.

La sensación de él llegando a su clímax dentro de ella hizo a su propia liberación seguir y seguir.

Él se dejó caer a su lado, respirando con dificultad.

Ella sonrió, mirando a las estrellas sobre sus cabezas. Lo había hecho. Se había convertido en uno con Connor. Por toda la eternidad, sabía que eran uno. Su sonrisa se desvaneció. Si el Padre podía perdonar a Connor, podría perdonarla, también, y decir a los Arcángeles que la dejaran volver al cielo.

Pero, ¿cómo podía irse sin Connor?

- 23 -

Cuando Marielle se quedó dormida en sus brazos, Connor no vio alguna razón para moverla. Dobló la manta sobre ella y la dejó dormir sobre su pecho, mientras él miraba las estrellas.

Era un milagro que todavía lo amara, y una parte de él quería aferrarse a ella para siempre.

Pero el deseo del corazón de ella era volver a su casa en el cielo, y él le había jurado ayudarla. No iba a romper su compromiso. Estaba asustado, sin embargo, con la idea de que el tiempo se agotaba. Si ella llegaba a ser demasiado humana, ¿los Arcángeles la aceptarían de vuelta?

Después de unas pocas horas, ella se agitó. Ellos reunieron su ropa, y él los teletransportó a la cabaña.

Había tres llamadas perdidas en su móvil y un mensaje enfadado de Angus. ¿Dónde diablos estás?

Connor calentó otra botella de sangre e hizo la llamada.

—¿Dónde diablos has estado?—Exigió Angus. —Te perdiste nuestra reunión de estrategia para mañana por la noche.

—Tuve que vigilar a Marielle.

—Podrías haberla traído contigo. Y deberías haber respondido el condenado teléfono. Estábamos preocupados de que algo te hubiera sucedido.

—¿Cómo está el padre de Shanna?— Preguntó Connor, tratando de cambiar de tema.

—Está en estado de coma vampírico, pero sus heridas parecen estar curándose. Sabremos seguro mañana por la noche si hará la transición.

—Todos salieron bien en la batalla, ¿no es así?

—Sí, sólo unos pocos cortes y rasguños que se curan en el sueño.— Angus contestó. —Desgarré mi falda, y cuando traté de pedir una nueva por internet, dijeron que serían tres meses antes de que pudiera conseguirla.

—¿Tres meses?—Connor nunca había oído hablar de que tomara tanto tiempo.

—Sí, al parecer, ha habido una oleada repentina con las faldas escocesas. Cuarenta y tres pedidos de alguna ciudad en Nueva York.

Connor sonrió. El muchacho de la tienda de helados debía haber hablado con algunos amigos, y la noticia se había extendido.

—De todos modos, te quiero a ti y a Marielle aquí mañana después de la puesta de sol,— ordenó a Angus. —Todo el mundo se está reuniendo aquí en Romatech. Tendremos algún tiempo para prepararnos antes de las puestas de sol en el Monte Rushmore.

—¿Tú crees que es una trampa?— Preguntó Connor.

—Sí. Así que vamos a llegar en dos grupos diferentes. Si el primer grupo se encuentra atrapado, el segundo grupo debe ser capaz de enderezar las cosas.

—Tiene sentido para mí. Nos vemos mañana,— dijo Connor cortando la llamada.

Se instaló en el sofá junto a Marielle. —Sabemos dónde encontrar a Casimir mañana. Tú podrías quedarte aquí.

—Quiero estar contigo.

Colocó su cabello sobre los hombros. —Odio ponerte en peligro.

—Tengo que estar allí cuando Casimir y los Malcontents sean derrotados.— Ella descansó su cabeza sobre su hombro. —No creo que sea una coincidencia que Casimir os pidiera a todos que fuerais al Monte Rushmore. He perdido mis alas cerca de allí. Creo que volveré a conseguirlas en el mismo lugar.

Él gimió para sus adentros. Entonces ella tenía la esperanza de dejarlo mañana por la noche. Estaba tentado de pedirle que se quedara con él. Pero, ¿cómo podría hacerlo? ¿Cómo podía esperar que ella renunciara a una eternidad en el cielo por la corta vida de un mortal? Si la amaba de verdad, él debería dejarla ir.

***

—No de nuevo, — se quejó Marielle cuando Connor le entregó un puñal.

—Sí, no vas sin un arma. — Él ataba un cinturón alrededor de la cintura de ella.

Era el séptimo día de Marielle en la Tierra, el día que los humanos llamaban viernes. Justo antes del amanecer, las señoras habían llevado a Brynley a la cabaña como de costumbre, y ella había vigilado la cabaña durante el día.

Justo después del atardecer, Connor había salido del armario y había consumido

una botella de sangre. Ahora estaba armándose a sí mismo y a Marielle antes de teletransportarse a Romatech.

—¡Yo quiero ir! — Anunció Brynley. —Pateé culos ayer por la noche. — Connor le dio una mirada de preocupación. —¿Puedes cambiar de nuevo esta noche?

—¡Sí! Puedo cambiar durante tres noches en tiempo de luna llena. Dile a Phineas que traiga su apretado culo aquí y me recoja.

Connor arqueó una ceja. —Voy a pasarle el mensaje.— Él agarró a Marielle.

—Vamos.

—¡No te olvides de mí! — Gritó Brynley. —Voy a patear el culo de Phineas si no hace...— Todo se volvió negro, y los gritos de Brynley se desvanecieron. Marielle tropezó cuando llegaron a los terrenos de Romatech.

—Ven. — Connor la llevó a través de la entrada lateral.

Fueron llegando muchos Vampiros, la oficina de seguridad de MacKay y el pasillo estaban atascados.

—¡Una vez que esteis armados completamente, id a la cafetería!— Gritó Angus

Marielle acompañó a Connor a la cafetería. Él la presentó a otros vampiros a lo largo del camino: Jack, Zoltan, Mikhail, Kyo, y un hombre al que Connor se refirió como Russell, el chico nuevo. Ellos venían de Europa Oriental, Rusia y Japón, y Connor le explicó cómo se habían pasado horas teletransportándose al oeste y siguiendo la luna con el fin de estar en Romatech en el momento correcto.

Luego le presentó a Jean-Luc, Dougal, J.L., Rafferty, y Colbert. Ellos vivían en Texas, California y Louisiana, por lo que habían pasado la noche en Romatech.

Connor la introdujo a los cambiadores gatos, Carlos y Rajiv, cuando ella vio a Phineas y le saludó con la mano.

—Hey, ¿qué pasa?— Phineas hizo un choque de puños con Connor.

Marielle levantó su puño, y con una sonrisa, Phineas lo tocó suavemente con sus nudillos. —Te ves bien, ángel.

—Brynley quiere volver a pelear,— dijo Connor. —¿Tienes tiempo para teletranspórtala aquí?

Marielle trató de recordar las palabras exactas de Brynley. —Ella dijo que debías llevar tu apretado culo allí y recogerla.

Los ojos de Phineas se abrieron como platos. —¿Es eso lo que dijo?

Connor le dio un bufido y Marielle una mirada irónica.

—Yo estaba tratando de ser precisa, — dijo Marielle. —Creo que esas fueron sus palabras exactas.

—Apretado, ¿eh?— Sonrió Phineas. Su móvil sonó y lo sacó de su bolsillo.

—Probablemente sea ella.— El puso el teléfono en su oído y profundizo el tono de su voz. —Hola, cariño. El Doctor Amor está a tu servicio.— Dio un salto. —Oh, hola, Angus. Señor. Sí, señor. Estoy ya en eso.— Apagó el teléfono.

—¡Mierda!

—¿Qué pasa? — Preguntó Connor.

—El botón de emergencia de Stan se apagó en la oficina, — Phineas se quejó, mostrando en su rostro un toque de sonrojo. —Tengo que ver lo que está pasando.— Él desapareció.

—¿Quién es Stan? — Preguntó Marielle. No le gustaba la preocupada mirada en el rostro de Connor.

—Stanislav es nuestro topo en el aquelarre Ruso en Brooklyn, — explicó Connor. —Tal vez sabe algo sobre el plan de Casimir para esta noche.

—¿Todavía crees que es una trampa?

Connor se encogió de hombros. —Podría ser. Pero Casimir se encuentra todavía en una mala posición. Perdió más de la mitad de sus hombres la noche anterior. Nosotros tenemos un montón de excelentes luchadores, así que no deberíamos dejar pasar esta oportunidad. El bastardo necesita ser asesinado de una vez por todas.

Marielle asintió con la cabeza. No se podía negar el hecho que el mundo sería un lugar mucho más seguro una vez que Casimir se hubiera ido. —Oh, es Roman.

Mientras Roman entraba a la cafetería, fue recibido con múltiples preguntas acerca de su esposa y su suegro.

Roman levantó las manos para callar a la multitud. —Acabo de dejar a Shanna y a su padre. Él lo está haciendo tan bien como se podría esperar. Su herida en el estómago esta sanando completamente.

—¿Qué pasa con su personalidad podrida? — Preguntó Jean-Luc.

Roman resopló. —Me temo que no hay cura para eso.

—¿Está enfadado?— Preguntó Jack.

Román sonrió. —Se está ajustando. Tenía una botella de sangre, y luego pidió un poco de Blissky. Él está enfadado, pero no sólo porque es un no-muerto ahora. Está enfadado por perderse la batalla esta noche.

Roman se abrió paso entre la multitud, saludando a los Vampiros y cambia formas. Sacó su teléfono móvil y frunció el ceño, entonces se acercó a Marielle y Connor. Él le sonrió a ella y asintió con la cabeza a Connor.

Connor asintió con la cabeza también.

Marielle suspiró. Las cosas eran, evidentemente, todavía tensas entre los dos hombres.

—Shanna me pidió que te diera las gracias por tu ayuda al salvar la vida de su padre, — le dijo Roman.

—Estoy muy contenta de que él lo esté haciendo bien, — respondió ella.

—Shanna estaba demasiado alterada ayer por la noche para darse cuenta de lo que habías hecho.— Roman le dio una mirada comprensiva. —Estoy seguro de que no era una cosa fácil para ti de hacer.— Marielle asintió con la cabeza. Ella no quería admitir su temor de que tomando la vida de un vampiro había arruinado sus posibilidades de volver al cielo.

—Después de regresar aquí anoche, el Padre Andrew vino a consolar a Shanna y a rezar con ella,— continuó Roman. —Él tiene una visión inusual de la situación. Cree que estabas destinada a salvar a Sean, al igual que lo hiciste conmigo, y que tu destino será continuar vinculada con nosotros.

Marielle miró a Connor. —Tal vez. — Ella todavía no estaba muy segura de que en realidad podía dejarlo.

Connor levantó las cejas con una mirada interrogante.

Roman miró a su teléfono de nuevo y suspiró. —No sé por qué no está respondiendo. Tiene que haber algún tipo de emergencia en su iglesia.

—¿Estás tratando de llamar al Padre Andrew? — Preguntó Connor.

—Sí. — Roman frunció el ceño. —Ya debería estar aquí. Quería darnos su bendición antes de irnos.

—¿Estais todos listos?— Gritó Angus al entrar en la cafetería.

Todo el mundo dejó escapar un fuerte grito de júbilo.

—Tomad asiento, — ordenó Angus. Cuando todo el mundo estaba sentado, continuó, —Ya sea que hayan sido asignados a mi equipo o al segundo equipo más

grande, dirigido por Robby. El segundo equipo, integrado por Vampiros y cambia formas, llegará diez minutos después del primero. Así que si nosotros tenemos problemas, el primer equipo, debe recordar que tenemos que aguantar diez minutos.— Connor tomó la mano de Marielle y se la apretó.

—Phil ha contactado con sus amigos hombres lobo en la zona, y han creado una posición en un área boscosa cerca del monumento, — explicó Angus. —Ese será nuestro punto principal para teletransportarnos.

Phineas se precipitó en la cafetería, y todo el mundo estaba sentado.

—¿Noticias? — Preguntó Angus.

—Sí, — respondió Phineas. —Stan informa que Nadia recibió una llamada de Casimir. Ella y su aquelarre han recibido la orden de ir a la batalla.

Angus asintió con la cabeza. —Casimir está desesperado por aumentar su número.

—Stan dijo que si tiene que matar a alguien, tendrá que ser a un Malcontent, — continuó Phineas. — Así que está pidiendo que aquí todo el mundo recuerde de qué lado está y no vayan a matarlo.

Angus resopló. —Así que la razón principal por la que te llamó es que está preocupado por su propia piel.

Phineas se encogió de hombros. —En parte. También está preocupado por Nadia. Casimir le ha dado una asignación especial para llevar a cabo. Stan no sabe lo que es, pero dice que ella está mareada de entusiasmo por eso.

Angus murmuró una maldición en voz baja.

Phineas se puso tenso. —Oh, tengo que irme.

Angus frunció el ceño. —Estamos a punto de salir.

—Me daré prisa. Una gran y mala chica lobo necesita un viaje.— Phineas desapareció.

—¿Está hablando de mi hermana?— Dijo Phil.

Todo el mundo se echó a reír.

Segundos después, los vampiros y los cambia formas se volvieron para mirar por la ventana de la cafetería.

Marielle supuso que era debido a su oído superior, ya que ella no había escuchado nada.

Fuera por la cancha de baloncesto, Phineas había regresado con Brynley. Una

Brynley enfadada que estaba gritándole a Phineas. Ella lo empujó, entonces él la agarró del brazo y la arrastró hasta la puerta de la cafetería.

—¡Nunca me dejes esperando así de nuevo!— Brynley gritaba mientras Phineas abrió la puerta.

—¡Nunca me ataques de nuevo!— Phineas le empujó al interior.

Brynley levantó una mano para pegarle, pero él le agarró la muñeca. —Cara-de-Hocico, — dijo entre dientes.

—Chupa-sangre, — gruñó ella.

Angus se aclaró la garganta.

Brynley miró a su alrededor y vio a todo el mundo mirándolos. Su rostro se volvió una sombra de color rosa, pero les dio una gran sonrisa. —¡Hola! Estoy lista para pelear.

—Podemos ver eso, — dijo Angus con sequedad. —Brynley, estarás en el Equipo Dos. Phineas, tú estarás en el equipo Uno.

Phineas asintió con la cabeza y soltó la muñeca de Brynley. —Ten cuidado, — murmuró.

Ella le lanzó una mirada de preocupación a su dirección. —Tú también.

Un contador de tiempo se apagó, su ruido llenó la cafetería.

Angus pulsó un botón de su reloj de mano, a continuación, indicó a su esposa, Emma que se uniera a él. —Eso es todo. El sol se ha puesto en el Monte Rushmore. Equipo Uno, tiempo para salir.— Marielle acompañaba a Connor donde el primer equipo se estaba reuniendo.

Shanna se precipitó en la cafetería y corrió hacia su marido en el primer grupo. —¿Te vas ahora?

—Sí. — Roman la abrazó y la besó en la frente. —¿El Padre Andrew llegó? — Cuando Shanna negó con la cabeza, miró a Marielle. —¿Dirías una bendición para nosotros?

—Por supuesto. — Marielle asintió con la cabeza, no queriendo admitir que temía que sus oraciones ya no fueran tenidas en cuenta. La noche pasada, le había suplicado en vano a un Sanador que ayudara a Sean Whelan.

Ella se aclaró la garganta. —Que el Señor nos bendiga y nos guarde. Que su luz brille sobre nosotros, y que Él nos devuelva a todos sanos y salvos a nuestros seres queridos.— Todo el mundo murmuró un amén. Algunos se persignaron.

Marielle abrazó a Connor fuerte. —Por favor, ten cuidado.

—Si se pone feo, escóndete en el bosque. Mantente con vida.— Besó el lado de su cabeza.

Roman se aclaró la garganta.

Marielle se giró para mirarle a él y a Shanna, que los miraban a ella y a Connor curiosamente.

—Tengo que abrazarla para teletransportarla, — se quejó Connor.

—Tengo que abrazarlo también.— Marielle deslizó los brazos alrededor de su cuello.

—¿Por qué tienes que ir?— Preguntó Shanna.

—Tengo que hacer mi parte para asegurarme de que Casimir sea derrotado, — dijo Marielle. —Creo que convencería a los Arcángeles para que me dejen regresar de nuevo al cielo. Y no creo que sea una coincidencia que esto esté ocurriendo en el Monte Rushmore, donde perdí mis alas. Debe ser donde las pueda recuperar.

—Oh, ya veo.—Shanna le dirigió una mirada triste. —¿Entonces puede ser que nos dejes esta noche?

—Tal vez. — Marielle sintió el brazo de Connor tensarse alrededor de ella. —No puedo estar segura de que esto vaya a funcionar.

Shanna la abrazó, luego abrazó a su marido de nuevo. —¿Piensas que te irás esta noche?— Susurró Connor.

—No estoy segura. Realmente no sé si alguna vez pueda regresar.

—Pero si vienen por ti esta noche, ¿te irás?

La idea de dejar a Connor trajo lágrimas a sus ojos. —Supongo.

—Por eso querías estar conmigo ayer por la noche. ¿Pensaste que era nuestra última oportunidad?

Ella parpadeó para alejar las lágrimas y asintió con la cabeza. —Yo siempre te amaré, Connor.

—Es hora de irse, — anunció Angus.

Connor la tiró con fuerza en un abrazo feroz, entonces todo se volvió negro.

- 24 -

Connor se movió hacia delante y miró alrededor de un árbol. Casimir y un pequeño grupo de sus secuaces estaban en la base del Monte Rushmore en un pequeño escenario. Delante de ellos, gradas de aluminio subían hasta una colina hacia las terrazas del mirador y edificios que albergaban tiendas de regalos y restaurantes para los turistas.

Vio a Corky y a su cámara a medio camino de la colina en la primera terraza del mirador.

Debajo de ella, la gente estaba sentada en las gradas. Algunos eran Malcontents con cuchillos. Otros eran mortales, y por las miradas en blanco en sus caras, asumió que estaban todos bajo control mental por los vampiros.

Él se movió en silencio pasando a los ineptos guardias de Casimir, a continuación, se lanzó de vuelta a Angus y el primer equipo.

—Rehenes, — susurró. —Cerca de cincuenta y cinco mortales. Sentados en las gradas, once en cada fila. Detrás de cada fila de mortales, hay una fila de Malcontents, armados con cuchillos.

Emma hizo una mueca. —Si atacamos, van a empezar a matar a los mortales.

—Casimir está rodeado por cinco guardaespaldas,— continuó Connor. —Hay tres guardias de este lado justo dentro de los bosques, y probablemente unos pocos más en el otro lado. Tenemos que sacarlos en primer lugar.

Angus asintió con la cabeza. —Jean-Luc, toma tres hombres y teletransportarte al otro lado. Mata a los guardias de allí. En silencio.

—Lo tengo. — Jean-Luc indicó a Dougal, Ian, y Phineas que lo siguieran. Los cuatro hombres se apuraron a la colina.

—Voy a entregarme a Casimir, — susurró Roman.

Angus se estremeció. —No.

—Yo soy al que más quiere, — sostuvo Roman. —Voy a ofrecerme si deja ir a los mortales. Va a comprarnos un poco de tiempo hasta que llegue el segundo equipo, y si podemos obtener la liberación de los rehenes, entonces nuestros chicos pueden atacar.

Angus suspiró. —Vamos a hacer eso, como último recurso. En primer lugar, vamos a deshacernos de los guardias.

—Te voy a mostrar dónde están, — susurró Connor mientras sacaba una daga de la vaina por debajo de su calcetín de rodilla.

Se abría paso a través del bosque hacia el monumento. Angus, Emma, Roman y Marielle se movían junto a él. Se detuvo cuando vio a los tres guardias.

Una rama se quebró bajo el pie de Marielle, y los guardias se volvieron hacia ellos. Ella les golpeó con una ráfaga de aire, pero apenas los movió unos pocos metros.

Connor señaló la expresión de asombro en el rostro de ella antes de que él arrojara su daga. Le dio en el corazón al primer guardia, convirtiéndolo en polvo.

Antes de que el segundo guardia pudiera gritar una advertencia, le rompió el cuello al tercero y hundió un cuchillo en el corazón.

Angus se quedó inmóvil, con el brazo levantado y listo para lanzar su daga.

El tercer guardia dejó caer su cuchillo y levantó las manos. —No me mates, —susurró con gran acento inglés. —Soy Stanislav.

—Sí. — Angus bajó el brazo. —¿Qué puedes decirnos?

—Casimir cree que os rendiréis para salvar a los mortales.

Stan los miró con el ceño fruncido. —¿Son todos los hombres que tiene?

—No,— dijo Angus.

Stan asintió con la cabeza. —Casimir cometió un gran error. Puso Malcontents detrás de los mortales para degollarlos, pero la última fila son todos Malcontents. Nos teletransportaremos detrás de ellos.

—Y matamos a toda la fila a la vez. Buen plan.— Angus sacó el móvil del bolsillo de su flada. —Voy a mandar un mensaje de texto con el plan a Jean-Luc, y veremos si han acabado con los guardias.

Mientras Angus esperaba una respuesta, Connor se volvió a Marielle. —¿Qué pasó con tu explosión? — Susurró.

Ella hizo una mueca. —Temo que estoy perdiendo mi poder.

Se estaba convirtiendo en humana. Y demasiado vulnerable para estar aquí. —Quédate aquí en el bosque, — dijo.

—El otro lado está listo. Vamos.— Angus hizo señas a su equipo para que avanzara.

Connor miró hacia atrás para asegurarse de que Marielle se estaba quedando donde estaba. Ella levantó una mano a medias diciendo adiós.

Se trasladaron a la colina para estar a nivel con la última fila de gradas. Un destello de luz provenía de los bosques en el otro lado. Jean-Luc y su grupo estaban listos.

Con sus espadas desenvainadas, los vampiros se teletransportaron detrás de la última fila de los Malcontents y apuñalaron a todos en el pecho.

Casimir y sus guardaespaldas gritaron, y el resto de su ejército enfrentó a los vampiros con armas desenfundadas. Los mortales estaban sentados extrañamente quietos y mirando al frente, la mente todavía bajo control.

—¡Tirad vuestras armas!— Gritó Casimir. —Tiradlas o empezaré a matar a los mortales!— Los Vampiros vacilaron.

Uno de los guardaespaldas de Casimir señaló a Stanislav. —¡Traidor!— Casimir lo miró con los ojos entrecerrados. Él llevó su brazo izquierdo cerca del pecho, se inclinó en un ángulo extraño con un guante en su mano izquierda, pero con el otro brazo, le hizo una seña al otro guardaespaldas.

El guardia casualmente se acercó a las gradas y le cortó la garganta a un mortal.

Connor maldijo en silencio.

—¿Tengo que matar a otro? — Preguntó Casimir.

Roman dejó caer su espada con gran estrépito. —Me rindo. Soy yo al que deseas. Deja ir a los mortales.

Casimir sonrió. —Dejaré ir a un mortal por cada uno de vosotros que muera.— Connor miró su reloj. El segundo equipo llegaría en unos minutos. Necesitaban hacer tiempo. Habían matado a más de una docena de los hombres de Casimir, pero aún tenía cuarenta más.

—No creo que dejes ir a ninguno de los mortales, — gritó Angus.

—Voy a probarlo.— Casimir señaló a Roman. —Después de matarte a ti, dejaré ir al primero.

—De acuerdo.— Roman caminó lentamente por las escaleras hacia el escenario.

Casimir sonrió y miró a Corky. —Asegúrate de grabar esto. Quiero ver la muerte de Roman todas las noches.

—¡Lo haré, cariño! — Gritó Corky de vuelta.

Roman llegó al escenario.

—Rwgistrarlo por armas, — ordenó Casimir.

Dos de sus guardaespaldas cachearon a Roman y encontraron dos cuchillos, que arrojaron sobre el escenario.

Casimir soltó un bufido. —¿Creías que me ibas a matar, monje? Siempre has sido un cobarde.— Hizo un gesto a sus guardias. —Acercadlo. Aseguraos de que está frente a la cámara.

Los guardias arrastraron a Roman hacia Casimir.

Connor miró el reloj. Maldita sea. Todavía faltaban dos minutos. Captó la mirada de Angus y le indicó con su cabeza hacia el escenario.

Angus asintió con la cabeza.

Connor se teletransportó al escenario junto con Angus, y mataron a los dos guardaespaldas.

Casimir agarró a Roman con su mano enguantada y movió a Roman frente a él como un escudo. —¡Mata a tres mortales!

Tres Malcontents en las gradas degollaron a sus cautivos. El resto de los mortales se quedaron sentados allí, sin expresión.

—¡Tirad las armas, o mataré a tres más!— Gritó Casimir

Connor y Angus lanzaron sus espadas en el escenario. Un grupo de Malcontents corrió al escenario. Algunos tomaron sus espadas y otros tomaron sus armas, mientras que los demás se apoderaban de ellos y ponían sus brazos detrás de su espalda.

Casimir sonrió. —Angus y Connor. Gracias por uniros a nosotros. Ahora puedo grabarme matándoos cuando haya terminado con Roman.— Con el brazo sano, puso un cuchillo en la garganta de Roman. —¿Estás grabando, Corky?

Corky gritó cuando su cámara de repente se cayó del balcón y se desplomó unos seis metros al siguiente nivel.

Connor vio a Marielle deslizarse detrás de un árbol. Ella debía haber enviado suficiente aire para que el cámara cayera.

Corky levitó hasta su cámara caído. —¡Tu estúpido!— Ella sacó un cuchillo y lo apuñaló, convirtiéndolo en polvo. —¿Cómo te atreves a fallarle a nuestro rey!— Ella cogió la cámara y sonrió. — ¡Sigue trabajando, cariño!

—Gracias, mi reina.— Casimir miró a Angus cuando un sonido salió de su reloj. —¿Qué es eso?

—El sonido de tu derrota final, — dijo Angus.

Con un ruido fuerte Vampiros y cambia formas surgieron de los bosques. Los Malcontents se olvidaron de matar a sus víctimas mortales cuando vieron un enorme oso Kodiak, cinco lobos, una pantera y un tigre cargando hacia ellos.

Gritos, rugidos, y el choque de espadas llenaban el aire.

Connor arrancó de las manos de Casimir a Roman. Casimir dio un salto hacia atrás, agitando su cuchillo. Connor miró a su alrededor por un arma. Recordó la espada que había dejado en la parte superior del monumento, pero estaba demasiado lejos. Con las manos vacías, saltó hacia Casimir, pero el cobarde desapareció.

—¡Maldita sea!— Connor se agachó cuando un Malcontent iba a pegarle con su espada.

En las gradas, los mortales volvieron en sí y comenzaron a gritar. El control mental que Casimir tenía sobre ellos se rompió cuando se teletransportó.

—¡Soltad sus armas!— Gritó Casimir desde la cima del monte Rushmore. —¡Tiradlas o mato a vuestro sacerdote!

Connor miró hacia arriba y se quedó boquiabierto.

Los combates cesaron. Los mortales corrían gritando hacia las escaleras de salida.

Casimir estaba en la parte superior de la cabeza de George Washington, su cuchillo en la mano derecha. Nadia llevaba arrastrando al Padre Andrew hacia él.

—Oh Dios, no, — respiró Roman.

—¡Tirad las armas y rendíos!— Gritó Casimir mientras se ponía cerca del Padre Andrew.

—No lo hagais, — gritó el sacerdote.

Roman tiró el arma que había logrado tomar de un Malcontent caído. —¡Déjalo ir! ¡Llévame en su lugar!

Los vampiros dejaron caer sus armas. Los Malcontents apuntaron sus espadas a ellos.

Casimir los miró. —Ahora jurame tu lealtad.

—¡Déjalo ir!— Gritó Roman. —Que se vaya, y lo juro.

—¡No! — Gritó el Padre Andrew. —¡No lo hagas, Roman!

Casimir se echó a reír. —Esto me recuerda a los buenos viejos tiempos. Te acuerdas, ¿verdad, Roman? Recuerdas el tiempo cuando invadí tu antiguo monasterio y maté a todos los monjes. ¿Todos esos ancianos hombres inocentes que te habían criado? — Roman palideció.

Casimir se burló de él. —Voy a matarte de todos modos, así que bien podría verte sufrir en primer lugar.— Apuñaló al Padre Andrew en el pecho y lo lanzó del monumento.

—¡No!— Roman levitó hasta coger al sacerdote en sus brazos.

La furia estalló en Connor, rompiendo su visión de color azul, congelando la sangre en sus venas. Se teletransportó a la parte superior del monumento y agarró la espada de filo doble que había dejado hacia una semana. Con un grito de guerra, decapitó a Nadia.

Casimir se dio la vuelta. Sus ojos se abrieron con miedo.

—¡Detente! — Gritó Corky.

Connor miró hacia atrás, su visión seguía teñida de azul.

Corky se había teletransportado a la cima de la montaña con la cámara. —Si lo matas, mandaré el video a través de internet y diré a todos que los vampiros son reales. — Ella levantó la cámara. —Estoy grabando ahora.

—Deja tu espada, — siseó Casimir. —No quieres que todo el mundo nos conozca. Sería el fin de todos nosotros.

Connor se sacudió con furia. Se volvió a Casimir. —Es tu noche final. — Él lo apuñaló en el pecho y Casimir se volvió polvo.

—¡No! — Gritó Corky.

Connor se dio media vuelta para matarla, también, pero ella había desaparecido, llevándose la cámara con ella.

* * *

Marielle gritó cuando vio al padre Andrew apuñalado y arrojado por el acantilado.

—¡Bunny! ¿Puedes oírme? Por favor, ven. Por favor, sálvalo, — repitió su petición una y otra mientras ella bajaba por la colina, esquivando los árboles.

Mientras tanto, la batalla había comenzado de nuevo. Vampiros y cambia formas atacaron a los Malcontents, gritando y rugiendo su furia. Gracias a Dios los mortales lograron huir.

Llegó a la parte inferior y tejió su camino a través del combate hacia Roman, donde se arrodillaba en el escenario con el Padre Andrew en sus brazos.

—¡Padre!— Marielle cayó de rodillas junto a él. Las lágrimas llenaron sus ojos. —Estoy rezando por un Sanador para que venga. ¡Por favor, quédese con nosotros!

Roman tenía una mano manchada de sangre presionando contra la herida del Padre, pero la sangre seguía rezumando. —Déjame llevarte a un hospital.

El sacerdote negó con la cabeza. Su rostro estaba pálido y húmedo de sudor. —Mi tiempo ha llegado.

—¡No digas eso! — Gritó Roman. —Oh, Dios me ayude. Nunca debí haberte arrastrado a mi mundo.

El Padre Andrew le dio una débil sonrisa. —No me arrepiento en ningún momento de eso.— Connor se materializó junto a Marielle, su rostro estaba demacrado.

Ella extendió la mano para tocarlo. —¿Estás bien?

Él negó con la cabeza ligeramente a medida que miraba al sacerdote. —Te he vengado. Espero que te de paz.

—¿Has matado a Casimir? — Preguntó Roman.

El Padre Andrew tosió, luego levantó una mano temblorosa hacia Connor. —Hijo mío, ¿sabes lo que realmente quiero de ti?

La boca de Connor se tensó, cayó de rodillas y estrechó la mano del sacerdote. —Perdóname, Padre, porque he pecado. Han sido casi 500 años desde mi última confesión.

—Dime,— susurró el Padre Andrew.

Una lágrima rodó por la mejilla de Connor. —He asesinado en un ataque de ira.— Él miró la parte superior del monumento. —Dos veces.

El Padre Andrew asintió con la cabeza. —Rezaré por ti.— Él miró a Marielle. —Ahora quiero ser finalmente tocado por un ángel.

—Padre, no.— Las lágrimas fluían por su mejilla.

La sangre goteaba desde el lado de la boca del padre. —Estoy con dolor, niña. Por favor, déjame ir. — Marielle miró a Roman a través de sus lágrimas, y él asintió con la cabeza. Una lágrima rosa corrió por el rostro de Roman.

—Querida alma, tu padre te ama en gran medida.— Marielle puso una mano temblorosa en la frente del sacerdote.

Él no murió. Su alma no se abrió para ella. Se limitó a suspirar y cayó en coma sin dolor. Con un suspiro, ella levantó la mano. ¿Ya no era un Deliverer?

—Marielle. — Zackriel apareció muy cerca. —He venido por esta alma.

—¿He dejado de ser un ángel? — Susurró.

—¿A quién le hablas? — Preguntó Roman.

Zackriel se arrodilló a su lado. —Estás muy cerca de ser completamente humana.

Otra lágrima resbaló por su cara. —No me vas a llevar contigo esta noche, ¿verdad?

—Todavía no es tu tiempo. — Zackriel descansó una mano en la frente del Padre Andrew. —Querida alma, tu Padre te ama en gran medida.

Marielle vio el alma del sacerdote abrirse y su espíritu salir. Zackriel se puso de pie y se acercó a la forma espiritual del Padre Andrew, que le sonreía a ella, a Connor y Roman.

Ella se puso de pie y se inclinó ante el sacerdote. —Que Dios te acompañe, querida alma.— Zackriel puso un brazo alrededor del sacerdote. —Es hora de que nos vayamos.

—¿Seré capaz de volver? — Preguntó Marielle.

Zackriel le sonrió tristemente. —Todavía es posible. Pero sólo si realmente lo deseas. — Revoloteando sus alas, él desapareció, llevándose el alma del padre Andrew con él.

—¿Qué ha pasado? — Preguntó Connor.

Marielle miró hacia las estrellas, mientras las lágrimas rodaban por su rostro. —El Padre Andrew va al cielo.

- 25 -

Una hora más tarde, estaban todos de vuelta en la cafetería de Romatech. Marielle se sentó en silencio en un rincón, mirando a los amigos que había hecho en las siete noches que había estado en la Tierra.

Habían tenido éxito en derrotar a los Malcontents, pero no hubo celebración.

Los vampiros bebían de las botellas de Blissky y Bleer. Los cambia formas se dieron el gusto del whisky y las cervezas reales.

Después de que Connor se había teletransportado de vuelta, la había abrazado con fuerza.

—Pensé que tal vez te habías ido.

—No esta noche.

Él se dejó caer en una silla de la cafetería. Durante la última hora, no se había movido ni dicho una palabra.

Al final de la batalla, los vampiros y los cambia formas habían limpiado tranquilamente todos los signos de la lucha. Los montones de polvos de vampiros muertos fueron llevados al bosque. Las armas fueron recogidas y devueltas a Romatech. Las manchas de sangre fueron limpiadas. Un grupo de vampiros se extendió por la zona, para buscar a los mortales y borrar sus recuerdos de los sucesos de la noche.

Roman había transportado el cuerpo del Padre Andrew de regreso a su iglesia. Ahora regresaba a la cafetería, con los ojos rojos e inflamados.

Shanna corrió a abrazarlo. Sus ojos estaban rojos e inflamados, también. —¿Qué le dijiste a los otros sacerdotes?

Roman lanzó un suspiro. —Que fue atacado por un criminal.

Shanna asintió con la cabeza. —Supongo que es la verdad.

Phineas estrelló la botella de Blissky. —Al menos nos libramos de una vez por todas de Casimir.

Todas las cabezas se volvieron a mirar a Connor. Él permaneció en silencio, mirando sin ver el lugar.

—¿Pensáis que Corky iba realmente a hacerlo? —Preguntó Ian.

—¿Hacer qué? —Preguntó Radinka.

Ian se movió en la silla. —Corky tenía una cámara. Amenazó con exponer nuestra existencia en internet si asesinábamos a Casimir.

—Maldita sea, —murmuró Gregori. — Tengo que conseguir un ordenador portátil y ver si ha salido algo. —Salió corriendo de la habitación.

La mandíbula de Connor cambió, y se frotó la frente.

Marielle se sintió aliviada sólo por ver que se movió. Él había estado inmóvil durante casi una hora.

—Bueno, creo que Connor hizo lo correcto, —murmuró Phineas.

La sala se quedó en silencio.

—Estoy de acuerdo, —dijo Brynley. — Connor tenía una oportunidad, y la tomó. ¿Quién sabe cuándo habría ocurrido otra oportunidad?

Otro silencio se prolongó. Gregori volvió con un ordenador portátil y comenzó a recorrer internet.

Los cambia formas entraron en la cocina a buscar algo de comida.

Roman bebió un poco de Blissky.

—Lo más probable es que el funeral del Padre Andrew suceda durante el día. Ni siquiera lo vamos a ver. —Shanna le dio unas palmaditas en el brazo.

—Vamos a hacer un monumento para él aquí.

Roman se puso de pie y levantó su copa.

—Por el Padre Andrew. Porque lo recordemos siempre, y que descanse en paz.

Todo el mundo se levantó y alzó la copa por el Padre Andrew. Después, el silencio invadió la sala una vez más.

—Oh, mierda, —murmuró Gregori, llamando la atención de todos. — Corky ha publicado un vídeo en YouTube. —Hizo clic en él, y la voz estridente de Corky invadió la habitación.

—¡Aquí está! ¡Una verdadera prueba de que los vampiros son reales! ¿Ven los ojos azul brillante del vampiro con la espada? ¿Y ven qué pasa cuando asesina al otro vampiro? ¡Polvo!

Brynley gruñó.

—Nadie va a creer eso. Tal vez nadie siquiera lo vea.

Gregori hizo una mueca.

—Ha sido subido hace tres minutos, y ya cuenta con un millar de visitas. Si se vuelve virus, podríamos estar jodidos.

Connor se levantó bruscamente y salió por la puerta de cristal al jardín. Marielle le siguió.

—Connor. —Él se dirigió hacia el bosque. — Connor, por favor. Habla conmigo.

Él aminoró la marcha hasta detenerse. Se mantuvo de espaldas a ella, pero podía ver la tensión en su espina dorsal rígida y sus puños cerrados.

—Sé que estás molesto.

—¿No tienes ni idea de lo que he hecho? —Dio la vuelta para enfrentarla. Sus ojos estaban llenos de dolor. — He condenado a todos mis amigos a muerte.

Ella se estremeció. —No puede ser tan malo.

—Lo es. Durante el tiempo que los vampiros han existido, nuestra primera prioridad ha sido mantener nuestra existencia en secreto. —Él soltó un bufido. — Dios, ¿cuántas veces he predicado esto a mis amigos? Nunca hubiera creído que iba a ser el que...

Ella dio un paso hacia él. —Ya se nos ocurrirá algo.

—El mundo va a querer destruirnos. —La boca de Connor se retorcía de dolor. — Le he fallado a mis amigos. Le he fallado a todos los que he conocido.

Su visión estaba borrosa por las lágrimas.

—Connor, por favor. No hagas esto.

Él enderezó los hombros. —Pero no te voy a fallar. Te llevaré de regreso al cielo. —Él desapareció.

—¡No! —Corrió hacia adelante, pero él se había ido. — ¡Connor! ¡Connor! —Ella colapsó en el suelo, llorando.

¿Qué pasa si lo había perdido todo? Connor. Sus alas. Su hogar celestial.

Eventualmente, se levantó y volvió a la cafetería.

—Estoy harta de llorar. —Se limpió el rostro. Se sentía vieja. Y cansada. Y humana. Regresó de nuevo en la cafetería.

Todo el mundo estaba hablando sobre el nuevo problema. Alguien había encendido la televisión, y una estación de noticias informaba sobre el video. Una línea corría a través de la parte inferior de la pantalla. “¡Los vampiros han demostrado ser reales!”

Sean Whelan entró en la cafetería.

—¡Silencio! Este no es el momento para tener pánico. —La habitación quedó en silencio. Sean miró la televisión. — Qué estúpido lío. Voy a ponerme en contacto con mis contactos en el gobierno y conseguiré que se declare que todo esto es un engaño.

—¿Podrían hacer eso? —Preguntó Roman.

Sean soltó un bufido. —Ellos podrían hacer cualquier cosa por un precio. Puede que tenga que dejar que algunas personas clave sepan que los vampiros son reales, pero les voy a dar ese beneficio para mantener el secreto.

Los ojos de Angus se estrecharon.

—¿Por qué quieres ayudarnos, Whelan?

Él frunció el ceño a Angus, y luego a Roman.

—Porque soy uno de vosotros. —Se volvió y se dirigió hacia la salida. — Voy a comenzar las negociaciones inmediatamente.

—Estamos contigo. —Angus y Emma fueron tras él.

Todo el mundo comenzó a hablar de nuevo, pero esta vez hubo un atisbo de esperanza en el aire.

Marielle suspiró. Si Connor sólo se hubiera quedado.

* * *

La noche siguiente, Marielle vagaba por el jardín de Romatech. Sus ojos se sentía secos como la arena de tanto llorar. Su corazón dio un vuelco con un latido constante de dolor.

Por primera vez en su existencia entendía el dolor del duelo. Antes, llevaba las almas al cielo, y era un momento de alegría y reencuentro.

Ahora sentía la separación. Fuerte y severa. El Padre Andrew realmente se había ido de este mundo.

¿Y dónde estaba Connor? ¿Estaba solo y sufriendo? ¿Había regresado de su pozo negro de desesperación y remordimiento?

Ella caminaba por el jardín de rosas, arrancando una rosa aquí y allá. Los otros vampiros y cambia formas se habían ido a sus hogares. Había pasado la noche en Romatech. Shanna le había dado una habitación en el sótano, porque no tenía otro lugar a donde ir.

Encontró un banco de cemento debajo de un árbol y se sentó. Su corazón sufría por sus nuevos amigos, los que estaban de duelo. Su corazón sufría por Connor. ¿Por qué no se ponía en contacto con ella? ¿No sabía que lo amaba y que él no tenía que sufrir solo?

—¿Cómo estás? —Preguntó Shanna mientras se acercaba.

Marielle suspiró. —Cansada de llorar.

—Sé cómo te sientes. —Shanna se sentó a su lado en el banco. — Es sábado por la noche, y no hay misa. ¿Qué haremos sin el Padre Andrew?

—Elegí estas flores para él. —Marielle levantó el ramo.

—Son preciosas. Vamos a ponerlas en un florero en la capilla.

Bajó el ramo, y dejó caer los hombros. —Todavía están vivas. No se pusieron marrones y murieron.

Shanna la miró con curiosidad. —¿Eso esperabas?

Marielle asintió con la cabeza. —Eso es lo que ocurría cuando era una Deliverer.

—¿Ya no eres un ángel de la muerte?

Las lágrimas le picaban en los ojos. No de nuevo. —No creo que sea ya un ángel.

Shanna respiró fuerte, y luego le puso una mano en la espalda de Marielle. —Lo siento mucho.

Marielle se limpió una lágrima.

—¿Es tan terrible para ti ser humana? —preguntó Shanna.

—Es… difícil.

—Lo sé, cariño. —Shanna le frotó la espalda. — ¿No crees que puedas volver al cielo?

Marielle suspiró. —Zackriel dijo que era posible.

—Bueno, aquí, ¡ya ves! —Sonrió Shanna. — No debemos perder la esperanza.

—Había pensado que ayudar a derrotar a Casimir me llevaría de regreso al cielo, pero estaba equivocada. Zackriel me dijo que podía volver si yo realmente quería, pero no sé cómo hacerlo.

Los ojos de Shanna se estrecharon.

—Si realmente lo deseas. Tal vez ese es el problema. —Ella le dio una mirada penetrante a Marielle. — ¿Realmente lo deseas?

Un escalofrío se deslizó por su espalda, y su piel se puso de carne de gallina. Dios mío. ¿Era la duda que la mantenía atada a la tierra? No, no la duda.

Amor. Su amor por Connor.

* * *

El domingo por la noche, poco después del atardecer, Marielle despertó por un golpe en la puerta de su dormitorio en Romatech. Se asomó y se encontró a Angus y a Emma.

—Connor acaba de llamar, —le dijo Angus. — Quiere que te lleve con él.

—Oh. —Su corazón se sacudió.

—Vístete rápidamente, —dijo Emma. — Hay que salir de inmediato.

—¡Sí! Sí, por supuesto. —Ella cerró la puerta y corrió hacia el cuarto de baño. ¡Connor quería verla! Se lavó la cara, se cepilló los dientes y el cabello, y se colocó la ropa limpia que Shanna le había dado. Metió los pies en los zapatos, tomó su chaqueta, y salió corriendo al pasillo.

—Bien. —Angus la agarró por la cintura. — Tengo que teletransportarte allí.

—Buena suerte, —dijo Emma con una mirada de preocupación.

—¿Pasa algo malo? —Preguntó Marielle.

Angus suspiró. —Él no sonaba bien al teléfono. Agárrate a mí, muchacha. —Ella le agarró de los hombros.

—¿A dónde vamos?

—A la casa de Connor en Escocia, —dijo Angus, entonces todo se volvió negro.

- 26 -

Marielle corrió a través de una pradera en la luz de la luna. Angus la había dejado cerca de una gran casa de piedra gris. Luego le había señalado hacia el norte.

—Connor dijo que iba a estar en el Henge. En este camino, sobre la colina.— Angus le dio una mirada de preocupación. — Volveré mañana por la noche para asegurarme de que estáis bien. —Él desapareció.

A Marielle le faltaba el aire en el momento en que llegó a la colina. Hacía frío aquí en Escocia, pero la carrera la había calentado. Subió la colina, vadeando a través de arbustos que le llegaban a las rodillas. Las flores estaban abiertas y le llenaban la nariz con un olor dulce.

Llegó a la parte superior de la colina y se detuvo. Era hermoso. Un prado verde estaba debajo de ella, rodeada de montañas. Estrellas brillaban por encima de ella. En medio de la pradera, había un círculo de piedras grises en pie. Vio una figura solitaria en el medio.

—Connor.

Se volvió hacia ella. Él sonrió, aunque su rostro estaba pálido y tenso. Corrió por la colina hacia el Henge. Las piedras eran antiguas y hermosas, y puso una mano contra una, mientras contenía el aliento.

Una oleada de calor se arrastró por su brazo. Era la piedra, al reconocerla como otra entidad antigua. Se apoyó contra ella, y le prestó un poco de fuerza. Debajo de su mano, un pequeño parche marrón de oxido se puso verde.

Ella parpadeó. ¿Estaban sus poderes curativos de vuelta?

—¿Estás bien, muchacha? —Preguntó Connor.

—Ah, sí. —Ella se movió lejos de la piedra. — He estado preocupada por ti.

—Tenía algunos asuntos que atender. —Él enderezó los hombros y levantó la barbilla como si estuviera entrando en batalla. — Marielle. Ha pasado una semana desde que te encontré, pero el amor que siento por ti durará por siempre.

Caminó lentamente hacia él. —Yo también te amo. —Un escalofrío de alarma se deslizó por su espalda.

Algo no iba bien.

—Te hice una promesa, y he encontrado una manera de cumplirla. —Sonrió, pero el dolor en sus ojos la hizo detenerse.

—¿Qué has hecho, Connor?

Él hizo un gesto a su espalda.

Darafer caminó alrededor de una piedra y en el círculo, sus ojos verdes brillaban con la victoria.

Ella abrió la boca. —No.

—Descubrí que si les llamaba por sus nombres, vendrían. —Connor hizo un gesto a su derecha. Zackriel y Buniel se movieron en el círculo de piedra.

—Connor, —susurró. — ¿Qué estás haciendo?

—Estoy haciendo las cosas bien. Darafer dijo que tenía el poder para borrar todas las noticias sobre los vampiros. Esto hará el mundo seguro de nuevo para mis amigos.

Ella temblaba. —No le creo.

—Y realmente no me costó nada. —Tenía la espalda rígida con determinación. — Yo estaba en la lista para ir al infierno, de todos modos.

Ella sacudió la cabeza. Las lágrimas invadían sus ojos. —No lo hagas. Te lo ruego. No te vayas con él.

Los ojos de Connor se llenaron de lágrimas. —Lo siento. Es la única manera.

Darafer dio un paso adelante y desplegó sus alas negras. Extendió una mano a Connor. —Ven conmigo ahora.

—¡No! —Gritó Marielle.

Connor se volvió hacia el demonio.

—Hay una condición. No intentareis llevaros a Marielle al infierno otra vez. —Miró a los ángeles. — Y si me voy al infierno, tenéis que llevarla de regreso al cielo con vosotros.

Darafer maldijo y dio un puñetazo contra una de las piedras. Sus alas se plegaron con un chasquido.

Zackriel sonrió.

Buniel se rió entre dientes.

—Nunca vas a llegar al infierno de esa manera, Connor. —Asintió con la cabeza Zackriel. — Sólo hay una condición en la que un demonio no se le permite tener un alma que esta dispuesta al infierno y es cuando el alma se sacrifica para salvar a otro.

—Pero… —Connor se acercó a los ángeles. —Tenéis que llevárosla de nuevo.

Una luz blanca cegadora se presentó en el Henge y Marielle cerró los ojos. Cuando la luz se suavizó, abrió los ojos y vio a un Arcángel flotando hasta el suelo.

—Gabriel, —susurró.

Connor se acercó a ella, con una expresión de asombro en su rostro.

—¿Es… está aquí para llevarte de vuelta al cielo?

—No lo sé. —Ella inclinó la cabeza para honrar al Arcángel.

Connor se dio cuenta de lo que ella hacía y se inclinó, también.

Gabriel inclinó la cabeza hacia Marielle.

—Querido ángel, nuestro Padre os ama mucho. —Sonrió. —Nunca fuisteis abandonados. Él ha estado siempre con vosotros.

—¿Estás diciendo que ya no está desterrada? —Preguntó Buniel.

—Ella nunca fue de verdad desterrada, —dijo Gabriel. — Siempre ha hecho exactamente lo que su Padre esperaba que hiciera.

Darafer resopló.

—Os dije que os estaban utilizando.

Gabriel dio al demonio una mirada dura.

Darafer cambió su peso e hizo una mueca con una mirada de dolor.

Gabriel se volvió de nuevo a Marielle.

—Si estás preocupada que de alguna manera hayáis sido manipulados, os puedo asegurar que no lo tenéis que estar. Es cierto que el Padre esperaba que hicieras lo que has hecho durante todos los siglos, y también es cierto que el Padre te ha creado con una tendencia a rebelarte y hacer lo que has hecho. Pero también tienes libre albedrío, y tus decisiones fueron siempre tuyas. Debido a que fueron tuyas, las hace aún más preciosas para el Padre. Él está muy complacido con vosotros.

Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas. —Gracias.

—Bienaventurado aquel que encuentra su destino y lo cumple. —Gabriel dio a Darafer una mirada penetrante.

Darafer se puso pálido. —Me voy de aquí. —Desplegó sus alas y desapareció.

—Si Marielle nunca fue expulsada, ¿entonces puede volver al cielo? —Preguntó Connor, mirando nerviosamente al Arcángel.

—Ella puede si quiere. — Sonrió Gabriel. — Connor Buchanan. Nunca fue la redención de Marielle. Se trataba de la tuya.

Él se estremeció.

Gabriel le puso una mano sobre la cabeza a Connor.

—Querida alma, el Padre te ama mucho.

—¿Puedo ser perdonado? —Susurró Connor.

—Has demostrado que eres digno. Pide al Padre y lo recibirás. —Dio un paso atrás y Gabriel miró Marielle. — ¿Has tomado tu decisión?

Ella asintió y se secó las lágrimas. —Me quedo aquí con Connor.

—¿Qué? — Connor se volvió hacia ella. —¡No! No puedes hacer eso.

—Es mi decisión.

—No. No puedo permitir que lo hagas. No puedes abandonar el cielo por mí. Ese es tu hogar.

Ella sonrió. —Mi casa está aquí, contigo.

—¡No! No puedes renunciar a la inmortalidad. No me perdonaré si mueres por mi culpa. He perdido a una esposa de esa manera. ¡No puedo a volver a hacerlo!

—¡Silencio! —Gabriel les dio una mirada molesta. — Esto es un asunto sencillo. Marielle Quadriduum, ¿deseas tomar a Connor Buchanan como tu esposo?

—Acepto.

—Y Connor, ¿deseas tomar a Marielle como tu esposa?

—Sí, pero…

—¡Basta! — Gabriel colocó las manos sobre sus cabezas. —Ahora sois marido y mujer, cada uno vive siempre y cuando el otro siga siendo como lo es ahora. —Dio un paso atrás. — ¿Estamos de acuerdo ahora?

—Ella… ¿ella sigue siendo inmortal? —Preguntó Connor.

—Durante mientras tú lo seas. —Gabriel le dirigió una mirada irónica. — Todavía puedes morir, pero no tengo ninguna prisa por volver a verte.

—Gracias. —Se inclinó Marielle.

Gabriel sonrió.

—Gracias. Nuestro Padre está muy contento. —Él extendió sus alas y con un destello de luz desapareció.

—¡Felicidades! —Buniel corrió hacia adelante para abrazar a Marielle.

Zackriel se acercó a ella lentamente.

—Espero que puedas perdonarme. Me dijo que tomara tus alas. No quería hacerte daño, pero tenía la esperanza de que ayudarías a lograr la derrota de Casimir. —Sonrió. — Bien hecho, Marielle.

—Gracias, Zack.

Él inclinó la cabeza.

—Que tus días sean bendecidos. —Desplegó sus alas y desapareció.

—¡Estás casada! —Sonrió Buniel.

Ella se echó a reír. —Supongo que lo estoy. —Miró a Connor, que parecía aturdido. — Estás de acuerdo con todo esto, ¿no?

—Sí. —Él se pasó la mano por el cabello. — Santo Cris… lo siento. —Él les dio una mirada de disculpa. — Pensé que iba a terminar en el infierno esta noche.

—Lo estás, —bromeó Buniel. — Se llama matrimonio.

Marielle le dio a Buniel un manotazo en el hombro.

—¿Cómo te atreves? El matrimonio es un santo sacramento.

Connor la miró con asombro. —Pensé que iba a ir al infierno, pero estoy en el cielo.

Marielle lo abrazó. —Estamos casados, ¡Connor!

Él sonrió. —Sí, lo estamos.

Buniel se echó a reír.

—Os dejo con una última bendición. —Apoyó las manos sobre sus cabezas, y luego dio un paso atrás. — Ahora. Estás completamente curado. Creced y multiplicaos. —Él dio a Connor una mirada penetrante. — Esta noche.

Luego, sus alas se desplegaron y desapareció.

—Adiós, Bunny, —susurró Marielle.

—¿Qué quiso decir con esta noche? —Preguntó Connor. — ¿Y dijo que estoy completamente curado? —Sacó sus colmillos. — No, todavía soy un vampiro.

Marielle sonrió. —Creo que fue tu esperma el que ha sido sanado. Al menos hasta que caigas en otro sueño mortal.

Los ojos de Connor se abrieron como platos.

—¿Decís esta noche? Podríamos… ¡Santo Cristo! —Él tomó a Marielle en sus brazos y se alejó del Henge.

Ella se echó a reír. —Es por eso que él dijo: Creced y multiplicaos.

—Sí. —Connor corrió colina arriba con ella en sus brazos. — Por una vez, creo que debemos seguir las órdenes.

Ella se echó a reír otra vez.

Llegó a la cima de la colina.

—Ahí abajo está nuestra casa. Espero que te guste.

Echó un vistazo a la casa de piedra de gran tamaño. —Me encanta.

Connor empezó a bajar la colina hacia la casa. —Demonios. Debería sólo haberte teletransportardo a la habitación.

—Me gusta que me lleve mi marido.

—Sí, pero podríamos estar ya allí. Podría haberme quitado la ropa por ahora. Y podría tenerte desnuda en la cama.

Ella asintió con la cabeza. —Veo que la Regla de los Tres Pasos se encuentra todavía en efecto.

—¿Qué es eso?

Ella se echó a reír. —Te lo diré más tarde. —Lo besó en la mejilla. — Te amo, Connor Buchanan.

Sonrió. —Te amo, Marielle... Buchana